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Holaaa.

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Narrador.

El viento frío acariciaba el rostro de Belén mientras esperaba frente a la cárcel, con el corazón acelerado y las manos sudando de nerviosismo. Había sido una semana y media de angustia y luchas constantes para sacar a Ale de ese infierno. Aunque intentó manejar todo sola, al final no tuvo más remedio que pedir ayuda a las hermanas de Ale. Daniela y Paulina movieron cielo y tierra, y ahora estaba a punto de ver a Ale salir.

Cuando la pesada puerta de metal se abrió y Ale apareció, luciendo cansada, con el rostro pálido y los ojos hundidos, Belén sintió un nudo en el estómago. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella.

Ale, al verla, se detuvo por un segundo, como si no pudiera creerlo, y luego rompió en llanto. Corrió hacia Belén, lanzándose a sus brazos con desesperación.

—¡Belén! —sollozó Ale, escondiendo su rostro en el cuello de Belén mientras sus lágrimas mojaban su piel. Su cuerpo temblaba de angustia y agotamiento.

Belén la abrazó con fuerza, acariciándole la espalda y sosteniéndola como si nunca fuera a soltarla.

—Tranquila, amor, ya estás aquí... ya todo pasó.

Ale, con la voz entrecortada, continuó llorando.

—Yo... yo no quería hacer nada malo... solo quería ayudar a Isabella. Ella estaba mal, no podía dejarla así. Yo no quería... no quería que todo esto pasara.

Belén tomó el rostro de Ale entre sus manos y la obligó a mirarla. Sus ojos estaban llenos de ternura y determinación.

—Escúchame, Ale. No hiciste nada malo. Tú no eres la culpable, ¿me oyes? Sofía es así. Ella está llena de odio y rencor, pero eso no te define a ti. Tú solo intentaste proteger a Isabella, y eso es algo admirable, no algo malo.

Ale negó con la cabeza, las lágrimas todavía corriendo por sus mejillas.

—Pero ahora Sofía se llevó a las niñas... se las llevó a México. Ni siquiera tuve la oportunidad de hablar con ellas, de explicarles...

Belén volvió a abrazarla, apretándola contra su pecho mientras le susurraba palabras tranquilizadoras.

—Vamos a recuperarlas, Ale. Te lo prometo. Esto no se queda así. Vamos a hacer lo necesario para traerlas de vuelta contigo. No estás sola en esto, ¿me oyes?

Ale se aferró a Belén como si su vida dependiera de ello, mientras su respiración poco a poco comenzaba a calmarse. Después de unos minutos en los que solo se escuchaban los sollozos de Ale, Belén la tomó del rostro nuevamente.

—Primero vamos a casa. Necesitas descansar, comer algo decente y recuperar fuerzas. Después de eso, planearemos nuestro siguiente paso. No voy a dejar que Sofía siga controlando tu vida.

Ale asintió débilmente, dejando que Belén la guiara hacia el auto que estaba estacionado cerca. Mientras caminaban juntas, Ale sintió una chispa de esperanza. Aunque la tormenta seguía presente, el simple hecho de tener a Belén a su lado le daba fuerzas para seguir adelante.

Cuando llegaron al departamento, Ale apenas podía mantenerse en pie del agotamiento emocional y físico. Belén, siempre atenta, la guio con cuidado hasta la sala y le señaló la mesa donde había preparado comida caliente: sopa casera, pan recién hecho y jugo de naranja.

—Te lo hice rápido, pero con mucho cariño —dijo Belén, sonriéndole suavemente mientras ayudaba a Ale a sentarse.

Ale miró el plato con ojos cansados, pero agradecidos. No pudo evitar emocionarse un poco al ver cuánto cuidado había puesto Belén en los pequeños detalles. Comió lentamente, disfrutando cada bocado, y al terminar, Belén le entregó un conjunto de ropa cómoda: un pantalón de algodón y una camiseta suave que sabía que era de sus favoritas.

—Gracias, Belén —murmuró Ale después de cambiarse, sentándose en el borde del sofá. Su voz estaba quebrada por la emoción.

Belén se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas.

—No tienes que agradecerme nada, Ale. Solo quiero que estés bien.

Ale respiró hondo y la miró a los ojos.

—¿Tuviste que hablar con Dany y Pau?

Belén asintió con cierta culpa, pero manteniendo su tono suave.

—No quería, pero no tuve otra opción. Ellas te aman, Ale, y movieron cielo y tierra para sacarte de ahí.

Ale suspiró, bajando la mirada mientras asentía.

—Lo sé. Ellas siempre han estado para mí… igual que tú.

Hubo un breve silencio entre ambas antes de que Ale levantara la mirada nuevamente, con un leve rastro de timidez en sus ojos.

—¿Podemos acostarnos un rato? Solo... quiero estar contigo.

Belén sonrió con ternura y se levantó, extendiéndole una mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Por supuesto. Ven, vamos a la cama.

Ya en el cuarto, Belén se acomodó en la cama y abrió los brazos para que Ale se recostara sobre su pecho. Ale no dudó ni un segundo y se acurrucó contra ella, dejando que la calidez y el amor de Belén la envolvieran.

—Gracias por todo esto —murmuró Ale, dejando que sus ojos se cerraran mientras sentía los dedos de Belén acariciándole el cabello.

—Siempre, Ale. No voy a dejarte sola.

Y así, entre caricias suaves y el latido calmado del corazón de Belén, Ale finalmente sintió algo de paz.

Belén seguía acariciando suavemente el cabello de Ale, mientras esta descansaba en su pecho. La tranquilidad del momento se interrumpió cuando Belén, con una sonrisa misteriosa, rompió el silencio.

—Ale... —dijo, jugando con un mechón de su cabello—. Conozco a un grupo de personas que podrían ayudarnos con todo esto.

Ale levantó la cabeza levemente, apoyando su barbilla en el pecho de Belén y frunciendo el ceño con curiosidad.

—¿Ayudarnos? ¿Qué tipo de personas?

—Son... solucionadores de problemas. Nada ilegal, pero... bueno, digamos que no siguen exactamente las reglas tradicionales. Hacen simulacuones, preparan estrategias y siempre logran que las cosas salgan bien —explicó Belén, su tono calmado pero intrigante.

Ale ladeó la cabeza, confundida pero interesada.

—¿Simulaciones? ¿Como qué tipo de cosas hacen?

—Ya ellos te lo explicarán cuando los conozcas. Son buenos en lo que hacen, y me deben varios favores. Así que no tienes que preocuparte por costos ni nada de eso.

Ale asintió lentamente, sintiendo un nudo en el estómago, mezcla de nervios y esperanza. Luego, sin decir nada más, subió un poco y rodeó a Belén con los brazos, abrazándola con fuerza.

—Gracias, Belén. No sé qué haría sin ti.

Belén la envolvió en un abrazo cálido y seguro, besándole la frente.

—No tienes que agradecerme, Ale. Quiero ayudarte a que todo esto termine.

Ale alzó la mirada, sus ojos brillando con un agradecimiento profundo, y le plantó un beso suave en los labios. Fue un beso lleno de ternura y gratitud, que Belén respondió con una caricia en la mejilla de Ale.

—Eres increíble —susurró Ale antes de acomodarse de nuevo en el pecho de Belén, sintiendo cómo su cuerpo empezaba a relajarse, el cansancio tomando el control.

Poco a poco, Ale se quedó dormida, respirando de manera tranquila y profunda. Belén la observó por unos segundos, una sonrisa tierna dibujándose en su rostro. Justo en ese momento, su teléfono empezó a vibrar.

Con cuidado de no despertar a Ale, Belén tomó el celular y vio que era una videollamada de Dani y Pau. Con un gesto rápido, respondió la llamada y habló bajito.

—Hola, chicas.

En la pantalla, Dani y Pau aparecieron aliviadas.

—¡Belén! ¿Cómo está Ale?

Belén giró la cámara para mostrar a Ale dormida en su pecho, acurrucada como una niña.

—Está bien. Está descansando ahora. Todo fue muy intenso, pero se está recuperando.

Las hermanas de Ale suspiraron al unísono, aliviadas y enternecidas.

—Se ve tan tierna así —comentó Pau, con una sonrisa cálida.

—Es bueno saber que está contigo, Belén —añadió Dani—. Gracias por cuidarla tanto.

Belén negó con la cabeza, manteniendo su tono suave.

—No tienen que agradecerme. Yo... quiero estar con ella.

Pau arqueó una ceja, sonriendo con picardía.

—¿Están juntas oficialmente?

Belén se rió bajito, mirando de reojo a Ale antes de responder.

—No del todo. Ale quiere ir despacio. Quiere aceptar sus sentimientos primero antes de que sea algo serio. Pero me prometió que será honesta y fiel.

Dani asintió con comprensión, mientras Pau suspiraba, aún sonriendo.

—Tiene sentido. Ale siempre ha sido muy reflexiva. Pero sabemos que tú eres lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo.

—Gracias, chicas. Eso significa mucho para mí —respondió Belén con sinceridad.

Después de unos minutos más de charla, Dani y Pau mencionaron que estaban planeando visitar España dentro de un mes. Belén les aseguró que harían lo posible para estar disponibles cuando llegaran.

Cuando colgó la llamada, Belén dejó el celular a un lado y volvió a concentrarse en Ale, acariciando su cabello con ternura.

—Te prometo que todo estará bien, Ale. Siempre voy a estar aquí para ti —susurró, antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por la tranquilidad del momento.

La luz del atardecer entraba suavemente por la ventana, tiñendo la habitación con tonos anaranjados y dorados. Ale empezó a parpadear lentamente, despertando de su profundo sueño. Lo primero que notó fue el calor reconfortante del cuerpo de Belén junto al suyo, y cómo los dedos de Belén seguían jugando con su cabello, dándole pequeñas caricias en el cuello y la mejilla.

Al girar un poco la cabeza, sus ojos se encontraron con los de Belén, quien la estaba observando con una sonrisa tranquila y amorosa.

—¿Te desperté? —preguntó Ale con un tono suave y algo culpable, frotándose los ojos mientras su voz cargaba el peso del cansancio residual.

Belén negó rápidamente, acercándose para besarle la frente.

—No, para nada, amor. Te estaba cuidando. Me gusta verte dormir, te ves tan en paz.

Ale suspiró, sintiendo cómo la culpa desaparecía con las palabras de Belén.

—¿Segura? No quiero molestarte...

Belén la interrumpió con otra caricia en el rostro, sus dedos trazando la línea de la mandíbula de Ale con delicadeza.

—No me molestas, Ale. Nunca podrías hacerlo. ¿Necesitas algo? ¿Quieres agua, comida, o...?

Ale la miró con una mezcla de ternura y algo de picardía, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa.

—¿Sabes qué quiero?

—Dime —respondió Belén, inclinándose un poco más cerca.

—Besos —dijo Ale, con un tono suave y un brillo juguetón en los ojos, mientras su mano se deslizaba lentamente por la cintura de Belén.

Belén se rió, conmovida por lo directa y dulce que podía ser Ale en esos momentos. Sin dudarlo, se inclinó hacia ella y le dio un beso tierno en los labios, dejando que sus labios se encontraran de manera pausada, como si el tiempo no existiera.

—¿Así está bien? —preguntó Belén en un susurro cuando se separaron apenas unos milímetros.

Ale negó con la cabeza, su sonrisa ensanchándose.

—No. Necesito más.

Belén no necesitó más invitación. La besó de nuevo, esta vez dejando que el beso se volviera un poco más profundo, sus manos acariciando el rostro de Ale con devoción. Ale suspiró entre el beso, sintiendo cómo cada caricia y movimiento calmaba las heridas invisibles que aún cargaba.

Cuando finalmente se separaron, Belén apoyó su frente contra la de Ale, sus narices rozándose.

—Podría besarte todo el día, ¿sabes?

—Me parece un buen plan —murmuró Ale, abrazándola con fuerza mientras el atardecer seguía tiñendo el cuarto con su luz cálida. Por primera vez en mucho tiempo, Ale sintió que estaba exactamente donde debía estar.

Ale se estiró para agarrar la computadora de la mesa cercana, miró a Belén y le dijo con una sonrisa:

—¿Te parece si hacemos una videollamada con las chicas? Seguro quieren saber cómo estoy.

Belén le devolvió la sonrisa, acariciándole el cabello.

—Claro que sí, amor. Haz lo que quieras, estoy contigo.

Ale se acomodó apoyando su cabeza en el hombro de Belén mientras iniciaba la videollamada. En cuestión de segundos, aparecieron en la pantalla Pau, Dany, Valentín, Hanna y Olivia, todos con expresiones de alivio y emoción al verlas.

—¡Ale! —exclamó Pau, seguida por un coro de saludos de los demás.

Antes de que Ale pudiera responder, empezaron a bombardearla con preguntas.

—¿Estás bien? ¿Te tratan bien? ¿Cómo te sientes? —preguntó Dany, con Valentín asintiendo detrás de ella.

—¿Belén te está cuidando? —añadió Hanna con una sonrisa cómplice.

Ale levantó una mano para calmarlos mientras reía suavemente.

—Chicas, cuñados, estoy bien. Eso es lo que importa, ¿vale?

Olivia, que estaba jugando cerca de Pau, notó la videollamada y corrió hacia la pantalla.

—¡Tía Ale! —exclamó emocionada, empujando a Pau a un lado para poder acercarse más.

—¡Olivia! —respondió Ale, sonriendo ampliamente.

La pequeña inclinó la cabeza con ternura y preguntó con una voz suave:

—¿Estás bien, tía Ale? De verdad quiero saber.

El corazón de Ale se derritió al escucharla, y su expresión se suavizó aún más.

—Estoy bien, pequeña. Gracias por preocuparte.

Mientras hablaban, Olivia notó cómo Belén acariciaba el cabello de Ale y le daba un beso en la frente, lo que hizo que frunciera el ceño con exageración infantil.

—¡Oye, tu...Belén! —dijo Olivia, cruzando los brazos.

—¿Qué pasa, pequeña? —respondió Belén con una sonrisa divertida.

—¡Deja algo de amor para mí cuando conozca a la tía Ale en persona! No te lo quedes todo, ¿entendido?

Todos en la videollamada empezaron a reír, y Ale no pudo evitar abrazar a Belén mientras reía también.

—Olivia, te prometo que siempre habrá suficiente amor para ti —dijo Ale con cariño, mirando a la pequeña en la pantalla.

Belén asintió, riendo también.

—Está bien, Olivia. Guardaré un poco de amor extra para cuando la conozcas.

La pequeña asintió satisfecha, y Pau la abrazó con ternura mientras seguían hablando todos juntos, disfrutando del momento en familia.

Pau suspiró al ver que el tema se desviaba hacia un terreno complicado y empezó con una sonrisa nerviosa.

—Bueno, chicas, nos llamaron de la escuela porque... ya saben, Olivia es pequeña, pero... eh, fuerte. Resulta que un niño le estaba haciendo bullying y... bueno, mi bebé decidió que ya había tenido suficiente.

Belén arqueó una ceja, intrigada.

—¿Qué hizo?

Pau tragó saliva, mientras Olivia se abrazaba a su costado con una sonrisa orgullosa.

—Le rompió un palo de escoba en la cabeza —dijo Pau, casi en un susurro, mientras Hanna la fulminaba con la mirada.

—¡Se lo merecía! —intervino Olivia, apretándose más contra Pau—. ¡Me estaba molestando mucho, y la tía Pau dijo que nunca me dejara de nadie!

Belén abrió los ojos como platos, y Ale soltó una carcajada.

—¡Pau! ¿Le diste ese consejo a Olivia? —preguntó Ale entre risas.

—Yo solo quería que se defendiera —respondió Pau, cruzándose de brazos—. No es mi culpa que mi bebé haya entendido que podía usar un palo de escoba. ¡Se defendía, Ale!

Hanna rodó los ojos.

—Y por eso está castigada sin acción por una semana y media —intervino, cruzándose de brazos—. Y déjenme aclarar algo: ¡no solo es Olivia! Pau es la culpable de que nuestra hija piense que está bien resolver todo a golpes.

Ale seguía riendo, y Belén la miró, curiosa.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Belén, con una sonrisa divertida.

—Es que... esto me recuerda algo —dijo Ale, secándose las lágrimas de risa—. No es la primera vez que Pau da malos consejos y terminan muy, muy mal.

Hanna se inclinó hacia adelante con interés.

—¿Cómo qué?

Ale tomó aire y empezó.

—Cuando éramos adolescentes, Pau me dijo que si quería hacerme notar por el chico que me gustaba —sí, esto fue antes de que supiera que me gustaban las chicas—, tenía que hacer algo "audaz". Así que, siguiendo su consejo, decidí escalar un árbol en el parque y saltar al camino justo cuando él pasara.

Belén parpadeó, confundida.

—¿Y eso funcionó?

Ale se echó a reír.

—No, porque me caí antes de saltar. Me raspé todo el brazo y la pierna, y el chico ni siquiera se dio cuenta porque estaba escuchando música con audífonos. ¡Pau solo me miraba desde el suelo riéndose a carcajadas!

Pau levantó las manos, fingiendo inocencia.

—¡No es mi culpa que no tengas habilidades de escalada, Ale!

Hanna negó con la cabeza, divertida.

—Eso suena como algo que Pau haría.

Ale continuó, con una sonrisa traviesa.

—Pero espera, hay más. Una vez, Pau me dijo que si quería ganar un debate en clase, tenía que intimidar a mi oponente con confianza. ¿Y qué hice yo? Me subí a la mesa del salón de clases y empecé a dar mi argumento mientras señalaba al otro chico como si fuera un villano de película.

Belén se llevó una mano a la boca para no reír demasiado fuerte.

—¿Qué pasó después?

—El maestro me sacó del salón por "comportamiento inapropiado". Y, claro, Pau estaba en la esquina del salón muriéndose de risa.

Pau se encogió de hombros, tratando de no reír también.

—Bueno, admito que ese consejo fue un poco exagerado.

—¿Un poco? —repitió Ale, riendo aún más—. Pau, tus consejos son legendarios por lo malos que son.

Olivia, todavía abrazada a Pau, levantó la cabeza con una sonrisa orgullosa.

—A mí me sirven.

Todos empezaron a reír, incluso Hanna, mientras Belén miraba a Ale con ternura, acariciándole el cabello.

—Eres increíble, Ale —murmuró Belén con una sonrisa—. ¿Cómo es que siempre tienes estas historias tan locas?

Ale se encogió de hombros, apoyándose más en Belén.

—Supongo que tengo una hermana que hace que mi vida sea interesante.

Al día siguiente.....

La tensión en la habitación era palpable. Alejandra no dejaba de mover las manos nerviosamente mientras esperaba junto a Belén. Ambas estaban sentadas en el sofá, frente a una mesa de cristal, sobre la cual Belén había colocado una bandeja con café y agua. Belén, aunque aparentaba estar calmada, no podía evitar lanzar miradas de reojo a Ale para asegurarse de que estaba bien.

Cuando el timbre sonó, Ale prácticamente se sobresaltó, y Belén se levantó rápidamente para abrir la puerta. Del otro lado, tres hombres de traje negro entraron con pasos firmes, sus expresiones serias y profesionales. Traían portafolios y uno de ellos cargaba un maletín de metal que parecía sacado de una película de espías.

—Señorita Villarreal —dijo uno de ellos, un hombre alto, de cabello corto y gafas oscuras—. Es un placer conocerla. Mi nombre es Martín, y estos son Pablo y Emilio.

—Gracias por venir —respondió Belén, estrechándoles la mano a cada uno—. Ella es Alejandra, de quien les hablé.

Ale apenas logró asentir, su incomodidad evidente. Martín, sin embargo, le ofreció una sonrisa tranquilizadora antes de sentarse frente a ellas.

—Hemos analizado el caso con detenimiento y hemos reunido toda la información que creemos relevante —dijo mientras Emilio abría el maletín de metal y sacaba un proyector portátil. Pablo, mientras tanto, colocaba una carpeta gruesa de documentos sobre la mesa.

Martín sacó un puntero láser y encendió el proyector, proyectando en la pared una imagen de Sofía. Era una foto reciente, probablemente tomada sin que ella lo supiera.

—Sofía reyes —comenzó Martín con tono profesional—. Treinta y tres años. Divorciada de Alejandra Villarreal Vélez. Piloto de Fórmula 1 en receso, conocida en el circuito por su carácter impulsivo y su adicción al alcohol y los cigarros.

Ale apretó los puños al escuchar esa última parte, pero Belén le tomó la mano discretamente para calmarla.

—Tiene dos hijas adoptadas junto a usted, señorita Villarreal: Ángela,y Isabella, Actualmente, vive con ambas en México.

Emilio cambió la diapositiva, mostrando una serie de documentos médicos y fotografías que hicieron que Ale sintiera un nudo en el estómago. Eran imágenes de las lesiones de Ángela e Isabella, acompañadas de informes médicos del hospital central de México.

—Estas son las pruebas más contundentes que hemos reunido —continuó Martín—. Ángela presenta múltiples contusiones en el torso y brazos, consistentes con golpes de gran intensidad. Isabella, por otro lado, ha sido atendida varias veces por desnutrición y episodios de ansiedad severa.

Belén apretó los labios al ver las imágenes. Alejandra, por su parte, se llevó las manos al rostro, tratando de contener las lágrimas.

—¿Qué van a hacer? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.

Martín apagó el proyector y cruzó las manos sobre la mesa.

—Hemos diseñado un plan psicológico muy elaborado —dijo, con la calma de quien sabe lo que está haciendo—. Sofía Morales tiene un perfil paranoico, lo que significa que podemos utilizar su propia mente en su contra.

—¿Cómo? —preguntó Ale, con un hilo de esperanza en su voz.

Pablo tomó la palabra esta vez.

—Crearemos una serie de situaciones que la harán dudar de su entorno y de sí misma. Por ejemplo, recibirá llamadas anónimas con información falsa sobre investigaciones legales en su contra. También organizaremos eventos donde parezca que sus amigos y conocidos están conspirando contra ella.

—Eso la hará sentir acorralada —continuó Martín—. En ese estado, estará más dispuesta a ceder la custodia de Isabella, al menos temporalmente.

—¿Y Ángela? —preguntó Alejandra rápidamente.

—Ángela es mayor de edad y puede decidir por sí misma. Pero es crucial que Isabella esté a salvo primero.

Emilio intervino entonces, sacando un mapa de la ciudad donde vivía Sofía.

—Simularemos operativos de seguridad cerca de su casa, con autos y personas que parezcan estar vigilándola. Todo esto se hará de forma sutil, pero constante, para aumentar su sensación de paranoia.

Alejandra estaba impresionada, aunque todavía llena de dudas.

—¿Y si no funciona? —preguntó, con miedo en la voz.

Martín la miró directamente a los ojos.

—Nuestra tasa de éxito es del cien por ciento. Pero, si algo no sale según lo planeado, tenemos recursos para ajustarnos en el momento.

Belén tomó la mano de Ale y la apretó con fuerza.

—Confía en ellos, Ale. Yo lo hago.

Alejandra miró a Belén, luego a los hombres frente a ellas, y finalmente asintió.

—Hagan lo que tengan que hacer —dijo con determinación—. Solo quiero que Isabella esté a salvo.

Martín asintió, y el grupo comenzó a recoger sus cosas, dejando a Ale y Belén con un extraño sentimiento de esperanza mezclado con ansiedad. Ahora solo quedaba esperar a que el plan se pusiera en marcha.

Cuando los hombres se marcharon, Belén cerró la puerta con calma y se giró hacia Alejandra. La vio de pie, con una mezcla de emociones en el rostro: alivio, agradecimiento y, sobre todo, cansancio. Antes de que pudiera decir algo, Ale avanzó hacia ella con pasos rápidos, sus ojos fijos en los de Belén, y la abrazó con fuerza.

—Gracias, Belén… —murmuró contra su cuello, su voz quebrándose ligeramente. Ale respiraba profundo, como si quisiera llenarse del aroma y la calma que solo Belén podía darle—. No sé cómo haces tanto por mí, cómo soportas todo esto…

Belén la sostuvo con delicadeza, sus manos acariciando la espalda de Ale mientras sentía cómo su cuerpo temblaba ligeramente.

—No digas eso, Ale —respondió con ternura, apoyando su barbilla en el hombro de Ale—. Lo hago porque te amo, porque no puedo imaginarme no estar contigo. Si estás bien, yo estoy bien.

Ale se apartó lo justo para mirarla a los ojos, y Belén notó cómo esa mirada profunda parecía atravesarla. Sin decir nada más, Ale llevó sus manos al rostro de Belén, acariciando sus mejillas con suavidad, como si quisiera memorizar cada detalle.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —murmuró Ale antes de inclinarse y besarla.

El beso comenzó lento, lleno de cariño, pero pronto se convirtió en algo más profundo, más urgente. Belén lo correspondió, perdiéndose en la calidez y la intensidad de Ale. Cuando se separaron, ambas respiraban con rapidez, y Ale tomó la mano de Belén, guiándola hacia el dormitorio.

—Ven conmigo —le pidió, su voz apenas un susurro.

Ya en la habitación, Ale soltó la mano de Belén y se quitó la remera en un movimiento rápido, dejando al descubierto su torso. La luz tenue del atardecer iluminaba su piel, y Belén no pudo evitar quedarse mirándola, admirando cada detalle de la mujer que amaba.

—Espero que disfrutes tu premio —dijo Ale con una sonrisa pícara, aunque sus ojos mostraban algo más: una profunda devoción por la mujer frente a ella.

Belén se mordió el labio y rió suavemente, avanzando hacia Ale mientras sus manos comenzaban a recorrer su cuerpo con delicadeza.

—Oh, créeme, lo disfrutaré… y me aseguraré de que tú también lo hagas.

Ale la tomó por la cintura y la llevó a la cama, inclinándose sobre ella mientras sus labios se encontraban una y otra vez. Las caricias se intensificaron, y pronto ambas quedaron desnudas, explorando cada rincón de sus cuerpos con pasión y ternura.

Horas más tarde, las dos estaban recostadas, con Ale apoyando la cabeza en el pecho de Belén, mientras esta última acariciaba su cabello con una sonrisa tranquila.

—¿Te gustó? —preguntó Ale, levantando la cabeza para mirarla con una sonrisa traviesa, aunque sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas.

Belén rió, bajando una mano para acariciar la espalda de Ale.

—¿"Gustó"? —repitió, fingiendo indignación—. Alejandra, no solo me gustó. Lo amé. Tú eres… perfecta. Cada momento contigo es un regalo.

Ale dejó escapar una pequeña risa y volvió a apoyar la cabeza en su pecho, cerrando los ojos mientras dejaba que las palabras de Belén la envolvieran.

—Me alegra que lo pienses —murmuró—. Contigo todo es más fácil. Me haces sentir viva, completa.

Belén la abrazó con fuerza, dejando un beso suave en su cabello.

—Y tú me haces sentir que todo en este mundo tiene sentido —susurró, su voz cargada de emoción.

Ale, sintiendo el calor del amor de Belén envolviéndola, cerró los ojos y dejó que el cansancio la venciera.

—Te amo, Belén… —murmuró justo antes de quedarse dormida.

Belén la miró en silencio, con una sonrisa que reflejaba todo lo que sentía.

—Yo también te amo, Ale. Siempre lo haré. —Se inclinó y dejó un beso en su frente, abrazándola con fuerza mientras sus propios ojos se llenaban de lágrimas de felicidad.

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Holaaaaa.

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