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13

Holaaaa.

Continuación del cap anterior.

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Pov Ale.

Era mediodía, y el sonido del agua corriendo en el baño me confirmó que Belén seguía bañándose. Me acerqué a la cocina, donde encontré los restos de la cena de ayer. Solté una risa suave al darme cuenta de que no habíamos tocado casi nada de la comida. Decidí calentarla; sabía que era su platillo favorito.

Mientras el microondas hacía su trabajo, observé el espacio vacío en la mesa y pensé que podía darle un toque especial. Tomé un mantel limpio y servilletas de tela, buscando que todo se viera un poco más acogedor. Al servir la comida, noté que faltaban bebidas. Sabía que Belén amaba las gaseosas y, con lo mucho que tardaba en bañarse, tenía tiempo suficiente.

Agarré mi cartera, bajé rápidamente a la tiendita que estaba al lado del edificio y compré un par de botellas grandes, suficientes para tener guardadas por un tiempo. Subí corriendo los escalones, con la respiración entrecortada, pero lo logré. Serví todo justo a tiempo.

—Perfecto —murmuré, mirando la mesa.

No pasó mucho rato hasta que escuché la puerta del baño abrirse. Miré hacia allá y ahí estaba Belén, con el cabello húmedo y suelto, un vestido sencillo pero que en ella parecía digno de una pasarela. Me quedé inmóvil, sintiendo mis mejillas arder.

Ella miró la mesa y luego a mí. Sus ojos se iluminaron al ver su comida favorita y las bebidas perfectamente servidas. Caminó hacia mí con una sonrisa suave, y antes de que pudiera decir algo, me rodeó con sus brazos y me abrazó.

—¿Hiciste todo esto para mí? —preguntó, aunque su tono ya daba por sentado la respuesta.

Asentí, incapaz de hablar, mientras ella me miraba. Sus ojos buscaban los míos, y cuando los encontró, se acercó y me besó. Un beso lento, cálido, lleno de cariño.

Cuando se separó, me miró a los ojos con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Ale... —dijo suavemente—. Eres hermosa.

Mi respiración se cortó un segundo, pero ella continuó, sin dejarme escapar de su mirada.

—Eres ultra valiosa.

Sentí que mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, pero ella no se detuvo.

—Y algo más... —su voz temblaba ligeramente, como si estas palabras fueran igual de importantes para ella como lo eran para mí—. No estás sucia.

Un sollozo escapó de mi garganta, aunque intenté contenerlo.

—No eres una muñeca rota, Alejandra.

La primera lágrima rodó por mi mejilla, y antes de que pudiera ocultarla, Belén la limpió con su pulgar, sin apartar la mirada de mí.

—Eres perfecta —finalizó, con una voz tan llena de amor que mi corazón sintió como si fuera a explotar.

No pude evitarlo. Me dejé caer en sus brazos, llorando en silencio mientras ella me sostenía. No eran lágrimas de tristeza, eran de alivio, de sanación, de algo que no podía describir con palabras.

—Gracias —murmuré contra su hombro, mi voz rota pero llena de sinceridad.

Ella no dijo nada, solo me abrazó más fuerte, como si quisiera asegurarse de que nunca volvería a sentirme de esa manera. Y en ese momento, supe que estaba empezando a creerle.

Después de aquel abrazo y las palabras que aún resonaban en mi cabeza, Belén me tomó suavemente del rostro y me dio un beso. Fue un beso lento, tierno, lleno de todo lo que no se necesitaba decir en palabras. Me sentí tranquila, segura, como si en ese momento nada más existiera.

—Vamos a comer antes de que se enfríe —dijo con una sonrisa, mientras me tomaba de la mano para llevarme a la mesa.

Nos sentamos, y mientras comenzábamos a comer, le hablé de las cosas que había platicado con mis hermanas en la videollamada. Belén escuchaba atentamente, riéndose de algunas cosas y haciendo comentarios ocasionales. Me encantaba verla así, tan relajada, tan... Belén.

—¿Y tú? —le pregunté mientras tomaba un sorbo de su gaseosa—. ¿Cómo estuvo tu día? ¿Algo interesante?

Belén se detuvo un momento, dejando su tenedor a un lado. Había algo en su mirada, algo que parecía contener emoción y nervios al mismo tiempo.

—Hay algo que quería contarte... —dijo, jugueteando con el borde de su vaso.

Me enderecé un poco en mi asiento, dejando mi plato a un lado.

—¿Qué pasa? —pregunté, mirándola con curiosidad.

—Bueno... hace un tiempo hice una audición para un papel en una película. No te lo había contado porque no quería emocionarme antes de tiempo.

La miré sorprendida. ¿Belén, audicionando para una película?

—¿Y...?

Ella sonrió, y sus ojos brillaron con emoción.

—¡Quedé! —exclamó finalmente, con una mezcla de alegría y alivio—. Me ofrecieron el papel.

Mi corazón dio un vuelco de emoción por ella. Sabía cuánto amaba actuar y lo talentosa que era.

—¡Belén, eso es increíble! —dije, levantándome para abrazarla.

Ella rió, abrazándome de vuelta. Pero luego su tono cambió un poco, más suave, más serio.

—Las grabaciones serán dentro de bastante tiempo, pero... serán en Estados Unidos.

Me congelé por un momento, procesando sus palabras. Estados Unidos. Eso significaba que estaríamos lejos una de la otra por un tiempo, aunque no sabía cuánto exactamente.

—Quería decírtelo porque... bueno, no quería que te enteraras por alguien más. Y, sobre todo, porque tú eres la persona más importante para mí, Ale.

La sinceridad en sus palabras me desarmó. Tomé sus manos entre las mías y la miré a los ojos.

—Belén, esto es enorme para ti, y estoy tan, tan orgullosa.

—¿De verdad? —preguntó, como si necesitara asegurarse.

—Claro que sí —respondí con una sonrisa—. Esto es lo que amas hacer, y sé que vas a ser increíble.

Ella suspiró, como si se quitara un peso de encima, y luego me dio otro beso, uno suave pero lleno de gratitud.

—Gracias, Ale. Significa mucho para mí que lo entiendas.

Seguimos hablando mientras terminábamos de comer, emocionadas por lo que estaba por venir, pero también conscientes de los desafíos que implicaría. Por ahora, solo quería disfrutar este momento con ella, sabiendo que lo enfrentaríamos juntas.

Después de comer, nos quedamos en la cama, con las cortinas apenas abiertas y la luz suave del atardecer entrando en la habitación. Belén estaba recostada, y yo estaba sobre ella, inclinándome para besarla. Su piel era cálida, y el ritmo de su respiración se mezclaba con el mío mientras mis labios recorrían su cuello, dejando pequeñas marcas que ella no intentó detener.

Belén rió suavemente, sus dedos acariciando mi cabello.

—¿Qué haces, Ale? ¿Piensas marcarme como si fuera tuya? —bromeó, aunque había un tono suave en su voz, casi expectante.

Me detuve un momento, mirándola a los ojos. Su mirada tenía esa mezcla de confianza y vulnerabilidad que hacía que todo dentro de mí se tambaleara.

—Belén... —empecé, tragando saliva como si mis palabras pesaran—. Creo que estoy aceptando lo que siento por ti.

Sus cejas se alzaron apenas, y vi un destello de sorpresa en su rostro, seguido de una sonrisa que iluminó toda la habitación.

—¿De verdad?

—Sí —admití, acariciando su mejilla con mis dedos temblorosos—. No voy a mentirte, me cuesta. Todo lo que pasó antes... me dejó marcas, y aún estoy trabajando en eso. Pero quiero intentarlo, aunque sea poco a poco.

Ella se quedó en silencio por un momento, estudiando mi rostro. Su mano subió hasta la mía, entrelazando nuestros dedos.

—Ale, no tienes que apresurarte —me dijo con ternura—. Pero dime... ¿qué significa esto para nosotras?

Tomé aire, intentando encontrar las palabras.

—No quiero que seamos algo demasiado serio, no todavía. Necesito tiempo para sanar y entender todo lo que siento. Pero te prometo algo: seré completamente fiel a ti.

Sus ojos se llenaron de algo que parecía una mezcla de alivio y emoción.

—Eso me basta, Ale. Siempre y cuando estés a mi lado, lo demás lo podemos construir juntas.

La besé suavemente, como si ese gesto pudiera sellar nuestras palabras. Luego, recosté mi frente contra la suya, sintiendo su respiración cálida contra mi rostro.

—Gracias por entenderme, Belén.

—Siempre lo haré, Ale —respondió con una sonrisa que me hizo sentir que, quizá, después de todo, estaba en el lugar correcto.

Justo cuando mis manos comenzaban a recorrer su espalda y mis labios buscaban los suyos con más intensidad, el sonido de la videollamada me hizo saltar.

—¡Maldición! —murmuré, mientras me apartaba rápidamente y buscaba mi celular en la mesa cercana.

Belén rió suavemente detrás de mí, acomodándose en la cama con una expresión divertida.

—Deberías atender. Podría ser importante —dijo, con esa calma que siempre lograba contagiarme.

Suspiré y miré la pantalla. El nombre de mis padres aparecía en letras grandes. Mi corazón se aceleró. No hablaba con ellos por videollamada desde hacía semanas. Me acomodé como pude en el escritorio cercano, alisando mi camiseta y tratando de parecer presentable.

—Hola, papá, mamá —dije al responder, intentando sonar tranquila, aunque sabía que mi voz estaba un poco agitada.

La imagen se aclaró, y ahí estaban ellos: mi papá con su eterna sonrisa cálida y mi mamá con su mirada observadora, esa que siempre parecía captar cada detalle.

—¡Hija! —exclamó mi papá, con su tono entusiasta de siempre—. Qué gusto verte. ¿Cómo estás?

—Te ves bien, Ale —agregó mi mamá, con un tono más serio pero igualmente cariñoso—. ¿Cómo va todo? ¿Y tu rehabilitación?

Tragué saliva y sonreí, sintiendo un nudo en la garganta.

—Estoy bien. Bueno, más o menos. La rehabilitación es difícil, pero estoy avanzando. Sigo yendo a terapia, y… estoy trabajando en mí misma.

Ellos asintieron con aprobación, y mi papá incluso levantó el pulgar.

—Eso es lo que queríamos escuchar, hija. Nos preocupamos mucho por ti, pero sabemos que eres fuerte —dijo mi mamá, con una sonrisa pequeña que me reconfortó más de lo que esperaba.

Tomé aire, sintiendo que este era el momento de compartir algo importante.

—Oigan, quiero presentarles a alguien —dije, girándome hacia la cama donde Belén aún estaba recostada, mirándome con curiosidad.

—¿A alguien? —preguntó mi papá, levantando una ceja.

—Sí, papá. Mamá... —dije mientras hacía una seña a Belén para que se acercara—. Es Belén.

Belén se levantó con una sonrisa tranquila y se acercó, inclinándose hacia la cámara mientras me rodeaba con un brazo.

—Hola, señor y señora Villarreal. Es un placer conocerlos —dijo con esa voz suave pero segura que siempre me hacía sentir tranquila.

La reacción de mis padres fue inmediata. Mi mamá entrecerró los ojos, como si estuviera tratando de recordar algo.

—¿Belén? —dijo, y luego sonrió—. Claro, la reconocí de la foto que nos enviaste en Navidad, Alejandra.

Belén me miró, sorprendida.

—¿Les mandaste una foto mía? —me susurró, con una sonrisa divertida.

Me encogí de hombros, sintiendo mis mejillas arder.

—Sí, les hablé de ti... un poco —admití, evitando su mirada.

—¿Entonces quién es ella, hija? —preguntó mi papá, claramente interesado.

Miré a Belén, quien me dio un pequeño apretón en el hombro. Luego, regresé mi atención a la pantalla.

—Ella... es alguien muy importante para mí. Estamos... conociéndonos mejor, pero es increíble. Me ha ayudado mucho en este tiempo.

Mis padres intercambiaron una mirada significativa, y luego mi mamá sonrió.

—Se ve que es especial, Ale. Nos da gusto verte feliz.

Belén sonrió con timidez, y yo sentí que el peso que llevaba encima se aligeraba un poco.

Cuando terminé la llamada con mis padres, sentí un calor en el pecho que no podía ignorar. Miré hacia la cama y allí estaba Belén, con el celular en mano, deslizando la pantalla distraídamente. Esa calma suya siempre me parecía hipnotizante. Sin pensarlo demasiado, me lancé sobre ella, haciendo que soltara una pequeña risa sorprendida.

—¿Todo bien, amor? —me preguntó mientras yo buscaba sus labios.

No respondí, simplemente la besé. Mis manos subieron a su cuello y luego bajaron a sus hombros mientras la besaba con más intensidad. Quería hacerle sentir todo lo que no sabía cómo expresar en palabras. Pero entonces, como un golpe, una vieja inseguridad me invadió. Mis besos se volvieron más lentos, más titubeantes.

Belén lo notó de inmediato. Se separó un poco, sosteniéndome la cara con ambas manos, obligándome a mirarla.

—Hey, ¿qué pasa? —preguntó con suavidad.

—Es que... no sé si soy suficiente para ti —confesé, apenas susurrando. Sentí mis mejillas arder y mis ojos humedecerse, pero no podía evitarlo—. Tú podrías estar con quien quisieras, Belén. Eres... increíble.

Belén frunció el ceño, y luego sonrió con una mezcla de ternura y algo de picardía.

—¿Alejandra Villarreal, estás loca? —me dijo con una risa ligera, mientras su mirada se volvía más intensa—. ¿Cómo puedes decir eso con ese cuerpo? Con ese nombre y todo lo que eres, ¡estás jodidamente espectacular!

Me sonrojé aún más, pero no pude evitar reír suavemente ante su forma de hablar. Belén continuó, llevándome una mano al pecho, justo donde mi corazón latía rápido.

—Eres preciosa, Ale. Pero más allá de eso, eres fuerte. Eres valiente. Has pasado por tanto y sigues aquí, peleando. ¿Sabes cuánto te admiro por eso? —dijo, su tono lleno de sinceridad—. Te amo, Ale. Muchísimo.

Sus palabras me atravesaron como un bálsamo. Cerré los ojos y asentí, dejando caer mi frente contra la suya.

—Yo también te amo, Belén. Aunque me cueste aceptar muchas cosas... a ti te amo.

Sonrió y me dio un beso suave, uno que sentí hasta el alma. Entonces me acomodé a su lado, abrazándola con fuerza mientras apoyaba mi cabeza en su pecho.

—¿Sabes qué quiero hacer ahora? —murmuré, sintiendo su respiración tranquila bajo mí.

—¿Qué? —preguntó, acariciándome el cabello.

—Quiero quedarme aquí todo el día. Quiero estar en tu pecho, relajada, y que me mimes como nunca.

Belén rió suavemente, besando mi frente.

—Eso suena perfecto para mí. Pero, ¿sabes? Siempre tuve miedo de declararme a ti.

Me levanté un poco para mirarla, sorprendida.

—¿Miedo? ¿Por qué?

—Porque tú eres... increíble, Ale. Eres hermosa, y siempre he sabido que has sufrido mucho. Tenía miedo de arruinarlo, de hacerte daño —admitió, su voz temblando un poco.

La abracé con más fuerza, sintiendo que mi corazón se llenaba de calidez.

—No arruinaste nada, Belén. Me haces sentir segura, querida... y amada. Gracias por quedarte conmigo.

—Siempre, Ale. Siempre —respondió, besándome suavemente antes de que ambas nos acomodáramos para pasar el día juntas, en la paz de nuestro pequeño mundo.

Acostada sobre el pecho de Belén, sentía sus dedos largos jugando con los míos, entrelazándolos de una manera tranquila y casi hipnótica. Su otra mano acariciaba mi cabello lentamente, como si estuviera dibujando patrones invisibles. Podía sentir su respiración rítmica, y por primera vez en mucho tiempo, todo mi cuerpo estaba completamente relajado.

—Belén, —murmuré con voz suave, levantando un poco la cabeza para mirarla— ¿tú crees que si fuéramos animales, yo sería un gato?

Belén dejó escapar una risita, mirándome con esos ojos que siempre tenían un toque de diversión.

—¿Un gato? ¿Por qué un gato?

—Porque soy floja y me gusta que me acaricien todo el día —respondí, hundiendo mi rostro en su cuello como si estuviera buscando más caricias.

—Bueno, eso tiene sentido. Pero no sé... creo que serías más como un león. Eres demasiado poderosa para ser un simple gato —dijo, entrelazando nuestros dedos con más firmeza.

Me reí suavemente, disfrutando de la comparación.

—¿Y tú? ¿Qué serías?

—Mm... probablemente un zorro —dijo, sonriendo.

—¿Un zorro? —levanté una ceja, fingiendo estar en desacuerdo—. ¿No te parece que eres demasiado guapa para ser un zorro?

Belén soltó una carcajada, tirando suavemente de mis dedos.

—¿Qué tiene que ver la belleza con ser un zorro?

—No sé, los zorros son bonitos, pero tú eres más... ¿cómo decirlo? Más de esas criaturas mágicas de cuentos de hadas, como una elfa hermosa o algo así.

Belén me miró con los ojos entrecerrados, claramente tratando de no reírse.

—¿Me acabas de comparar con un personaje de fantasía?

—¿Eso es malo? —respondí con una sonrisa traviesa.

—No, claro que no. Aunque ahora que lo pienso, si yo fuera un personaje de fantasía, tú serías mi heroína que viene a salvarme.

Sonreí ampliamente, dejando que mi cuerpo se acomodara más contra el suyo.

—¿Heroína? Nah. Yo sería la torpe que trata de salvarte y termina necesitando que tú la rescates.

Belén rio suavemente, dejando un beso en mi cabello.

—Tal vez. Pero sería divertido salvarnos mutuamente, ¿no crees?

—Definitivamente —susurré, cerrando los ojos mientras sus dedos seguían acariciando mi cabello y entrelazando los míos.

Después de un rato de silencio cómodo, levanté la cabeza una vez más y la miré con curiosidad.

—¿Sabes, Belén? Creo que tus dedos son como ramas largas de árbol.

Ella soltó una carcajada fuerte esta vez, inclinándose hacia mí con una expresión divertida.

—¿Ramas largas de árbol? ¡Esa es nueva!

—Pues sí —insistí, tratando de sonar seria—. Son delgados, largos y bonitos. Si fueran ramas, seguro darían flores hermosas.

Belén dejó de reírse por un momento y me miró con una mezcla de ternura y diversión.

—Eres la persona más rara y adorable que he conocido, ¿lo sabías?

Sonreí ampliamente y me acurruqué más contra ella, sintiéndome completamente en paz.

—Lo sé. Por eso me amas.

—Exactamente —susurró, dejando un beso en mi frente antes de que ambas cerráramos los ojos, disfrutando de la calidez del momento.

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Sofía estaba sentada en su escritorio, rodeada de papeles y un vaso de whisky que ya estaba a la mitad. Su mente no estaba en orden, completamente concentrada en cómo podía volver la vida de Alejandra un infierno. Una sonrisa amarga se formó en sus labios mientras escribía un correo lleno de intenciones turbias. Pero, en medio de su obsesión, olvidaba algo crucial: Isabella llevaba más de 24 horas sin comer.

Isabella, por su parte, estaba recostada en el sofá, sintiéndose cada vez más débil. Desde la mañana anterior no había probado un solo bocado. Su estómago gruñía, su visión se nublaba, y cada intento de levantarse era peor que el anterior. Todo giraba. Todo dolía.

En ese momento, la puerta principal se abrió, y Ángela entró después de un largo día recorriendo la ciudad. Había salido temprano con la intención de despejarse y, aunque estaba cansada, no podía ignorar lo que veía. Isabella apenas podía mantenerse sentada, y su rostro estaba pálido como una hoja.

—¡Isa! —Ángela corrió hacia su hermana y la sostuvo antes de que cayera al suelo—. ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

Isabella apenas pudo responder.

—No he comido... desde ayer...

Ángela se giró hacia Sofía, que estaba absorta en su computadora, escribiendo frenéticamente, sin prestar atención a nada más.

—¡Mamá! —gritó Ángela, levantando la voz—. ¡Isabella está mal! ¡Tiene una bajada de presión y necesita comer algo ya!

Sofía levantó la mirada, claramente irritada por la interrupción, pero al ver la expresión desesperada de Ángela, hizo un gesto con la mano, como si no tuviera tiempo para lidiar con eso.

—Haz lo que quieras —dijo distraídamente—. Llévala a comer si quieres.

Ángela apretó los dientes, furiosa por la indiferencia de Sofía, pero no perdió más tiempo. Sacó su teléfono mientras ayudaba a Isabella a ponerse de pie. Buscó desesperadamente en sus contactos y llamó a Alejandra.

—¿Ángela? —respondió Ale al otro lado de la línea, su voz llena de preocupación al escuchar el tono nervioso de su hija—. ¿Qué pasa?

—Es Isabella, mamá —dijo Ángela rápidamente—. No ha comido desde ayer y está muy débil. Sofía... bueno, Sofía ni siquiera se dio cuenta. No sé qué hacer.

Alejandra tomó aire, tratando de calmarse. Sabía que perder los estribos no ayudaría.

—Escucha, hija. Tengo mucha comida aquí en casa. Tráela de inmediato, ¿sí? No te preocupes, yo me encargo de todo.

Ángela suspiró de alivio y, tras colgar, ayudó a Isabella a salir del departamento. Mientras caminaban hacia la casa de Ale, Ángela la sostenía con firmeza, murmurándole palabras tranquilizadoras.

Cuando llegaron, Alejandra ya estaba esperando en la puerta. Al ver el estado de Isabella, su corazón se hundió.

—Mi niña, ven aquí —dijo Alejandra, abrazando a Isabella con cuidado y ayudándola a entrar.

El aroma de comida caliente llenaba el aire. Ale había preparado un par de sopas y ensaladas ligeras, pensando en algo que fuera fácil de digerir. Mientras acomodaba a Isabella en la mesa, le sirvió un plato y un vaso de jugo.

—Come despacio, cariño —le dijo con ternura, acariciando su cabello—. Tienes que recuperar fuerzas.

Isabella asintió débilmente y comenzó a comer. Ángela, todavía nerviosa, se sentó junto a ella, mientras Alejandra las miraba con una mezcla de preocupación y amor.

—Gracias, mamá —dijo Ángela, rompiendo el silencio—. No sé qué hubiera hecho sin ti.

—Siempre estaré aquí para ustedes —respondió Alejandra, tomando la mano de Ángela—. Siempre.

Mientras Isabella terminaba su comida, su color comenzaba a regresar. Alejandra no podía evitar sentir rabia hacia Sofía, pero decidió no mencionarlo en ese momento. Lo importante era que Isabella estaba mejor, y ambas sabían que juntas podían superar cualquier cosa.

Belén llegó cargando varias bolsas llenas de compras, incluyendo vitaminas y algunas cosas que pensó podrían ser útiles. Entró al departamento y, al ver a Ale ocupada con Isabella y Ángela, dejó las bolsas en la mesa y se acercó a Ale, dándole un beso suave en la frente.

—Te extrañé mientras estaba fuera —le dijo con una sonrisa antes de mirar a Isabella, quien todavía se veía débil, aunque ya había recuperado algo de color.

Belén se agachó junto a Isabella, sosteniendo un frasco de vitaminas en forma de gomitas y ofreciéndoselas.

—Toma, cariño. Estas te van a ayudar a sentirte mejor. Son deliciosas, prometo que no saben horrible como otras —bromeó, tratando de hacerla sonreír. Isabella tomó una y murmuró un "gracias" antes de llevársela a la boca.

Mientras tanto, Ale también le sirvió un plato a Ángela, quien se había mantenido junto a su hermana, visiblemente preocupada.

—¿Tú vas a comer? —le preguntó Ale con suavidad, dejando el plato frente a ella.

Ángela miró a Isabella, como si buscara asegurarse de que su hermana estuviera lo suficientemente estable. Finalmente, asintió.

—Sí, mamá. Pero solo cuando Isa esté mejor.

Ale le sonrió y tocó su mano con cariño.

—Tu hermana ya está mejorando. Come algo, ¿sí? Necesitas estar fuerte también.

Ángela suspiró y, tras un momento de duda, comenzó a comer lentamente. Mientras tanto, Isabella, ya habiendo tomado algo de azúcar y las vitaminas, se veía más animada. Belén, siempre cuidadosa, se inclinó hacia ella.

—Vamos, Isa. Te voy a llevar al cuarto de invitados para que descanses un poco. Necesitas dormir para recuperarte del todo.

Isabella asintió y dejó que Belén la guiara hasta el cuarto. Belén la acomodó entre las sábanas, asegurándose de que estuviera cómoda, y le dio un beso en la frente antes de apagar las luces.

—Descansa, pequeña. Estamos aquí si necesitas algo —le dijo antes de cerrar suavemente la puerta.

De vuelta en la mesa, Ángela había empezado a comer con más ganas. Ale y Belén se sentaron a su lado, y Belén la miró con curiosidad.

—Ángela, ¿qué pasó exactamente? ¿Por qué Isabella estaba así?

Ángela dejó el tenedor a un lado, visiblemente incómoda. Miró a ambas mujeres antes de bajar la mirada.

—Primero que nada... quiero disculparme por molestarlas. Sé que están ocupadas y no quería traerles problemas.

Ale negó con la cabeza y tomó la mano de Ángela.

—Nunca eres una molestia, hija. Ahora cuéntame, ¿qué ha pasado?

Ángela respiró hondo, claramente luchando por encontrar las palabras correctas.

—Es Sofía... —empezó, con la voz temblorosa—. Desde que nos enteramos de tu accidente, ha estado... peor. Se pasa todo el día distraída, obsesionada con cosas que no tienen sentido. Apenas nos presta atención a Isabella y a mí.

Hizo una pausa, cerrando los ojos como si estuviera reuniendo valor.

—Pero no es solo eso. Ha estado... violenta. —Ángela levantó la mirada, y tanto Ale como Belén notaron lágrimas formándose en sus ojos—. Me ha golpeado varias veces en estos días. Por eso no hemos venido a verte. No quería que lo supieras, no quería preocuparlas.

Belén apretó los puños, y Ale sintió una mezcla de ira y tristeza invadirla.

—¿Cómo te golpeó? —preguntó Ale con voz baja pero firme, tratando de controlar sus emociones.

Ángela se encogió de hombros, con la mirada fija en el plato.

—Por cosas pequeñas. Si decía algo que no le gustaba, si intentaba defender a Isa... Siempre encontraba una razón.

Belén tomó la mano de Ángela con fuerza.

—Eso no está bien, Ángela. No está bien, ¿me escuchas? No tienes que soportar eso.

Alejandra se levantó de su asiento, incapaz de quedarse quieta.

—Voy a hablar con Sofía. Esto no puede seguir así.

—No, mamá, por favor —pidió Ángela rápidamente—. Solo... solo quiero que Isabella esté bien. No quiero que Sofía la tome con ella si te enfrentas a ella.

Ale respiró hondo, tratando de calmarse. Finalmente, se sentó de nuevo y miró a Ángela con determinación.

—Está bien. Por ahora, Isa y tú se quedarán aquí. No pienso dejar que vuelvan con ella hasta que se solucione esto.

Ángela la miró sorprendida, pero también agradecida.

—Gracias, mamá. De verdad... gracias.

Belén le dio un apretón en el hombro.

—Siempre estaremos para ustedes, Ángela. No lo olvides.

La conversación terminó con un abrazo grupal, lleno de promesas silenciosas de protección y amor. Aunque el camino parecía complicado, Ale y Belén sabían que harían todo lo posible para cuidar de Ángela e Isabella.

Ángela sonrió pícaramente mientras tomaba un bocado de comida, observando a su madre y a Belén con una mirada traviesa.

—Entonces... —comenzó, con una sonrisa maliciosa—. ¿Están en algo, o no?

Belén no pudo evitar soltar una risa al ver la cara de Ale, que se sonrojó levemente.

—Estamos intentándolo... —respondió Ale con una sonrisa tímida, mirando a Ángela.

Ángela frunció el ceño, haciendo una pausa para saborear su comida antes de mirar a su madre con una expresión que reflejaba tanto cariño como complicidad.

—Lo que quiero decir es que... realmente te mereces ser feliz, mamá. —Su voz se suavizó, y sus ojos brillaron con sinceridad—. Te he visto pasar por mucho, y... Belén parece ser una buena persona. Se nota que te quiere, mamá, y si eso es lo que te hace feliz, entonces... le doy mi bendición para ser tu novia.

Ale no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, sorprendida y emocionada por las palabras de Ángela.

—Gracias, hija. Eso significa mucho para mí. —Ale le ofreció más comida a Ángela, quien no dudó en tomar más—. Cociné demasiado, como en los viejos tiempos, cuando te gustaba comer hasta reventar.

Ángela sonrió con nostalgia, recordando esos momentos.

—Me acuerdo... —dijo con una pequeña sonrisa, mientras tomaba más comida—. Siempre cocinabas tanto que no podíamos terminar nada. Pero ahora entiendo, mamá, que lo hacías porque te importaba tanto que querías darnos todo lo mejor.

Belén observaba en silencio, con una sonrisa en los labios, conmovida por las palabras de Ángela y el amor que se reflejaba entre madre e hija.

—Creo que no necesitas cocinar tanto para hacernos sentir especiales, Ale. Pero... si insistes, nunca voy a rechazar una buena comida. —Belén bromeó, y Ángela soltó una risa cómplice.

Ale se sintió aliviada al ver que su hija aprobaba lo que estaba sucediendo entre ella y Belén. A veces, las relaciones podían ser complicadas, pero con el apoyo de su hija, se sentía más tranquila y decidida a seguir adelante.

—Lo sé, no lo haré de nuevo... —dijo Ale entre risas, disfrutando de la conversación familiar, que por primera vez en mucho tiempo, se sentía ligera y feliz.

Ángela la miró y asintió con una sonrisa.

—Solo asegúrate de ser feliz, mamá. Eso es todo lo que quiero para ti.

Con esas palabras, la tarde pasó rápidamente, entre risas y conversaciones. La vida parecía estar tomando su curso, y, por primera vez en mucho tiempo, Ale sentía que, a pesar de todo lo que había pasado, podía encontrar la paz y la felicidad.

La tarde había estado tranquila. Ale, Ángela y Belén estaban sentadas en la sala, charlando y riendo mientras Isabella aún descansaba en el cuarto de invitados. Todo parecía normal, hasta que un fuerte golpe en la puerta las hizo sobresaltarse. Ale se levantó rápidamente, sin saber qué esperar, y al abrir la puerta, se encontró con Sofía acompañada de dos policías.

El corazón de Ale dio un vuelco al ver la escena, sintiendo una creciente inquietud. La tensión en el aire era palpable.

Uno de los policías, un hombre de mediana edad con una expresión severa, habló de inmediato.

—¿Alejandra Villarreal? —preguntó, mirando una lista en su mano.

Ale asintió, confundida, sin comprender la gravedad de la situación.

—Sí, soy yo. ¿Qué sucede?

El policía no tardó en señalarla con el dedo, haciendo que su corazón latiera más rápido.

—Está arrestada por retener a una menor de edad sin el consentimiento de su tutora legal.

El rostro de Ale palideció. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Qué? No... No entiendo, ¿qué está pasando?

Sofía, con una expresión fría y desafiante, se adelantó y explicó con tono acusador.

—Soy la madre y tutora legal de Isabella. No tenías derecho a retenerla en tu departamento sin mi permiso. Todo esto es ilegal.

Ángela y Belén se acercaron rápidamente a Ale, con preocupación en sus rostros.

—Sofía, no puedes hacer esto... —dijo Ángela, con furia contenida, viendo cómo la situación se complicaba.

Belén también se interpuso, su tono firme.

—¿Qué estás haciendo, Sofía? ¿Qué clase de juego es este?

Sofía las ignoró por completo, centrando su atención en Ale. La situación era tan absurda que Ale no sabía qué hacer. La ley estaba en contra de ella, pero ¿cómo podían interpretar las cosas de esa manera? ¿Por qué Sofía se estaba comportando así?

—¿Por qué no me avisas cuando vas a hacer algo tan... tan estúpido? ¿De verdad crees que tienes derecho a decidir por ella? —Sofía continuó, su voz llena de rabia contenida, mientras los policías la miraban sin decir palabra.

Ale intentó explicarse, desesperada.

—No sé lo que estás diciendo... ¡Sofía, Isabella estaba mal! La ayudé porque no podía dejar que se quedara sola en esa situación.

Pero en ese momento, Isabella salió del cuarto de invitados, pálida y con el rostro lleno de confusión. Al ver a los policías y a Sofía, se alteró aún más, comenzando a gritar.

—¡No quiero ir! —gritó Isabella, mirando a su madre con desesperación, pero Sofía no mostró ninguna señal de compasión.

La situación se desbordaba. Isabella parecía perdida entre la confusión y el miedo, y Ale intentó acercarse a ella, para calmarla, para decirle que todo iba a estar bien, pero un policía, en un acto violento, la empujó contra la pared, dejándola sin aliento.

—¡No se muevan! —ordenó el policía, mientras Ale, atónita, sentía el dolor de la pared golpeando su espalda.

Antes de que pudiera reaccionar, el policía la tomó por los brazos y comenzó a ponerle las esposas, mientras la voz de Sofía se alzaba triunfante detrás de ella.

—Te dije que lo haría, ¿verdad? Esto es lo que pasa cuando no sigues las reglas, Alejandra.

La desesperación y la impotencia se apoderaron de Ale. No entendía cómo había llegado a este punto. Isabella la miraba con los ojos llenos de lágrimas, pero no podía hacer nada para detenerlo.

—¡No, Sofía! ¡Esto no está bien! —gritó Ángela, mientras intentaba acercarse a la policía, pero fue rápidamente detenida por otro agente.

Ale fue arrastrada fuera del apartamento, incapaz de siquiera decirle adiós a su hija, quien parecía completamente rota por todo lo que estaba sucediendo.

—¡Déjenme ir! —Ale trató de resistirse, pero el policía la sujetó con más fuerza.

Sofía, viendo el panorama desde la puerta, no dijo ni una palabra más. Solo observó como Ale era llevada en medio de la confusión y el miedo, mientras Ángela y Belén quedaban atrás, impotentes.

La puerta se cerró, y la vida de Ale tomó un giro que ni siquiera ella podía prever.

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Holaa

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