12
Este cap tiene título: dudas.
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Narrador.
La puerta sonó con suavidad, y Ale se levantó del sillón, sin pensarlo demasiado. Al abrir, se encontró con Ángela, quien la abrazó de inmediato, como si todo el peso de la semana pasada hubiera caído de golpe.
- ¿Cómo estás? -preguntó Ale, con la voz suave, mientras notaba cómo Ángela se relajaba en su abrazo.
- Sofía no me dejó venir... -respondió Ángela con una leve sonrisa triste, como si quisiera encontrar consuelo en esas palabras, aunque sabía que no podía.
Ale suspiró, sabiendo lo que eso significaba, pero no dijo nada. En lugar de eso, se apartó ligeramente, la miró a los ojos y le preguntó:
- ¿Te gustaría salir a caminar?
Ángela no tardó ni un segundo en asentir, su rostro aliviado al saber que por un momento podría escapar de la rutina tensa que vivía en casa. No dudaron en ponerse en marcha, caminando sin rumbo fijo por las calles, hasta que llegaron a un mirador. El paisaje frente a ellas era impresionante, un mar de edificios a sus pies, mezclado con los colores cálidos de la tarde.
Se sentaron en un banco cercano, y Ale sacó un par de cafés que había comprado de paso. El aroma del café caliente se mezclaba con el aire fresco de la tarde, y Ale se acomodó para tomar un sorbo.
Ángela, mientras observaba el horizonte, rompió el silencio con una pregunta que llevaba días rondándole la mente.
- ¿Cuál es el sentido de la vida? -preguntó, mirando al frente, sin esperar una respuesta fácil. Era una pregunta profunda, una que había querido hacerle a Ale desde hacía tiempo, esperando encontrar alguna respuesta que la ayudara a comprender mejor todo lo que estaba pasando en su vida.
Ale soltó una risa amarga, algo sarcástica. La respuesta le salió casi sin pensar, pero era la que sentía en ese momento, una que entendía, aunque no la quisiera aceptar.
- El sentido de la vida... -empezó, mirando al horizonte, como si las palabras tuvieran que ser meditadas antes de salir de su boca-. Creo que el sentido de la vida es simplemente sobrevivir. Aprender a convivir con lo que te pasa, aceptarlo, y seguir adelante. No hay respuestas mágicas. A veces lo único que puedes hacer es seguir caminando, aunque no sepas bien hacia dónde.
Ángela la miró en silencio, asintiendo lentamente. No era la respuesta que esperaba, pero sí la que necesitaba escuchar. A veces la vida no tenía sentido, y lo único que quedaba era vivirla de la mejor manera posible.
Ambas tomaron otro sorbo de café, el silencio ahora más cómodo entre ellas. Ale pensó que tal vez no había respuestas definitivas, solo momentos.
Finalmente, mientras Ángela miraba al horizonte, Ale, casi sin pensarlo, le hizo una pregunta.
- ¿Cómo supiste que estabas enamorada de May? -preguntó, con una curiosidad que no sabía cómo esconder. No era algo que le importara de manera directa, pero había algo en la forma en que Ángela hablaba de May que la hacía querer entenderlo, tal vez para poder comprender sus propios sentimientos.
Ángela la miró por un momento, sorprendida por la pregunta, pero luego sonrió levemente. Parecía una respuesta sencilla, pero en realidad era más compleja de lo que parecía.
- Sabes... -comenzó, pensativa-. Al principio no lo sabía, no entendía qué sentía. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no podía dejar de pensar en ella. Y no era solo por la atracción física. Era por la manera en que me hacía sentir, como si, de alguna manera, pudiera ser yo misma con ella. No sé, es complicado. Como si no me necesitara perfecta, solo... yo.
Ale asintió, comprendiendo. El amor no siempre era claro, ni fácil de entender, pero podía ser un refugio. Tal vez, solo tal vez, también podría encontrar algo parecido con Belén. Pero por ahora, no quería pensar en eso.
- Es curioso... -respondió Ale, mirando a Ángela con una sonrisa triste-. A veces me pregunto si alguna vez podré dejarme llevar así, como tú lo hiciste con May.
Ángela miró a su mamá con una sonrisa pícara, la misma que solía poner cuando quería sacar algo a alguien. La miró de reojo y, con tono juguetón, le preguntó:
- ¿Estás enamorada, mamá?
Ale, sorprendida por la pregunta, titubeó por un momento. No esperaba que Ángela fuera tan directa. Pero finalmente, con una pequeña risa nerviosa, contestó:
- Eso creo... -su voz era baja, casi como si no quisiera admitirlo ni siquiera a sí misma, pero la verdad estaba ahí.
Ángela se quedó un momento en silencio, y luego, como si no pudiera resistir más, soltó una carcajada. La miró con los ojos brillando de emoción.
- ¿De Belén? -preguntó con una sonrisa traviesa, como si ya lo supiera, pero disfrutara haciendo la pregunta.
Ale asintió, sin poder evitar una ligera sonrisa que se le escapó. Era raro admitirlo, incluso ante su hija, pero era cierto. En algún rincón de su corazón, Belén había encontrado un espacio. No sabía cómo sucedió, ni si quería aceptarlo del todo, pero ahí estaba.
Ángela no pudo evitar lanzarse a la escena con la energía típica de una adolescente. Dio un par de saltitos de emoción, casi como si estuviera celebrando una victoria.
- ¡Por fin, mamá! ¡Ya era hora! -exclamó, riendo con una mezcla de alegría y algo de travesura, como si toda esa situación fuera un gran secreto a punto de ser revelado.
Ale se sonrojó un poco, incómoda por la actitud juguetona de su hija, pero no podía evitar sentir una mezcla de cariño y gratitud hacia ella. Sin embargo, la risa de Ángela se desvaneció un poco al ver la expresión en el rostro de Ale.
Ale se recostó contra el respaldo del banco, mirando al frente, mientras su voz se volvía más seria.
- No quiero enamorarme... -dijo con una sinceridad que dolió un poco. Sus palabras flotaron en el aire como un eco de lo que había pasado con Sofía. El dolor del pasado aún era muy reciente, y las heridas aún no se cerraban del todo.
Ángela la miró con preocupación. Aunque había jugado un poco, sabía que esas palabras no eran fáciles de escuchar, ni mucho menos de pronunciar.
- Lo entiendo, mamá... -dijo, suavizando su tono. Sabía lo que había pasado con Sofía, lo que había significado para Ale, y lo mucho que había costado sanar. - Pero... tal vez no todos los amores son iguales. Tal vez este es diferente.
Ale suspiró, sintiendo una mezcla de tristeza y esperanza al mismo tiempo.
- No sé si quiero arriesgarme otra vez... -admitió, su voz un poco más baja, como si se estuviera confesando algo que no quería reconocer. - El amor me hizo daño, Ángela. No quiero volver a pasar por lo mismo.
Ángela, viendo el dolor en los ojos de su madre, la abrazó con fuerza, como si con ese gesto pudiera transmitirle algo más que palabras. Ale la rodeó con los brazos, cerrando los ojos un momento.
- Te entiendo, mamá... -dijo Ángela suavemente. - Pero... a veces vale la pena arriesgarse, aunque duela.
Ale la miró, agradecida por la comprensión de su hija, pero también sintió una punzada de duda. ¿Vale la pena arriesgarse? ¿O es mejor mantenerse a salvo, apartada del amor?
Ale miró a Ángela con una expresión seria, casi pensativa. No sabía si estaba lista para enfrentar esa realidad, pero necesitaba saberlo. La pregunta le quemaba en los labios desde hacía un rato, y aunque no estaba segura de si quería escuchar la respuesta, sabía que debía hacerlo.
- Si volviera a enamorarme... ¿tú crees que Isabella lo tomaría mal? -preguntó, su voz un poco titubeante, como si temiera la respuesta. El dolor por Sofía aún era fresco, y la idea de involucrarse emocionalmente con alguien más, especialmente con alguien como Belén, la aterraba.
Ángela la miró por un momento, como si estuviera evaluando la pregunta, tomando en cuenta todo lo que sabía sobre su hermana y su relación con Ale. Sabía que Isabella había sufrido mucho y que el divorcio de sus madres la había marcado profundamente. Pero también sabía que Isabella era más madura de lo que parecía y que, aunque le costara, podría entender si su madre decidía seguir adelante con su vida.
- Isabella te quiere muchísimo, mamá... -respondió Ángela con una suavidad que reflejaba tanto comprensión como un toque de protección. - Sé que le dolería verte con otra persona, pero también sé que te quiere ver feliz. Al final, ella entiende que no puedes quedarte atrapada en el pasado, por mucho que te duela.
Ale cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de las palabras de su hija. La idea de seguir adelante, de darle una oportunidad al amor otra vez, parecía aterradora, pero también liberadora. Sin embargo, aún había una parte de ella que dudaba.
- No quiero hacerle daño a Isabella... -susurró, mirando al horizonte. La pregunta de Ángela había tocado una fibra sensible en su corazón. No podía ignorar el impacto que su felicidad podría tener en su hija.
Ángela le acarició el brazo con ternura, tratando de darle el consuelo que sabía que Ale necesitaba. Sabía que su madre había sufrido mucho, pero también veía que había algo más en su mirada cuando pensaba en Belén. Algo que tal vez estaba empezando a florecer, aunque Ale aún no estuviera lista para admitirlo.
- No la vas a dañar, mamá... -dijo Ángela con convicción. - Isabella quiere verte bien. Si eres feliz, ella lo será también. Solo... no tengas miedo de ser feliz por ti misma.
Ale la miró, algo conmovida por las palabras de su hija. Ángela tenía razón, y aunque la incertidumbre seguía allí, algo dentro de ella comenzaba a cuestionar si era posible que, después de todo, el amor pudiera ser una segunda oportunidad.
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El abrazo entre madre e hija fue largo y lleno de emociones no expresadas, como si ambas estuvieran buscando consuelo en el otro. Ángela apretó a su madre contra su pecho, como si quisiera transmitirle toda su fuerza, todo su apoyo. La sensación de estar juntas, de compartir ese momento, hizo que Ale sintiera una paz que no había experimentado en mucho tiempo.
- Te lo prometo, mamá... -dijo Ángela en voz baja, con la firmeza de quien ha visto el sufrimiento de cerca y sabe que las promesas hechas en los momentos de duda son las que más se deben cumplir. - Pronto no solo seremos tú y yo... Isabella estará también. Lo vas a lograr, lo sé. Sofía no podrá detenernos, porque eres madre de ambas, y eso es algo que no se puede negar.
Ale cerró los ojos, apretando un poco más el abrazo, como si esas palabras pudieran sanar una herida que aún no había cicatrizado completamente. En esos pocos segundos, sentía que algo cambiaba dentro de ella, una chispa de esperanza, de posibilidad. Ángela tenía razón, no podía seguir viviendo con miedo, y menos dejar que el control de Sofía continuara marcando su vida y la de sus hijas.
- Lo prometo, Ángela. Te lo prometo... -respondió Ale, con una voz quebrada pero decidida.
Después de unos minutos más, se separaron, y Ale le dio un beso en la frente, como hacía cuando era pequeña. Ángela la miró una última vez antes de alejarse, su rostro reflejaba una mezcla de determinación y amor, la fuerza de la juventud que sabe que tiene el poder de cambiar las cosas. Ale la observó alejarse hasta que ya no pudo verla más, y entonces, con un suspiro profundo, comenzó su camino de vuelta al departamento.
Al llegar, el silencio la recibió con una calma extraña. No sabía bien qué esperar de sí misma, ni qué decisiones tomaría en el futuro cercano. Solo sabía que algo dentro de ella había cambiado. No podía seguir siendo la misma mujer rota que había sido durante tanto tiempo. Tenía dos hijas que la necesitaban, y aunque su corazón aún se sentía frágil, también sabía que ya no podía seguir viviendo con miedo.
Así que, mientras se recostaba en el sofá de su departamento, pensó en lo que Ángela le había dicho, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez había esperanza para ella, para sus hijas, y para la vida que aún le quedaba por vivir.
Pov Ale.
Algo rondaba por mi cabeza mientras revisaba la aplicación de comida. Había pedido varias cosas, suficiente para que Belén y yo cenáramos tranquilas cuando llegara. El tiempo estimado marcaba dos horas, pero no me importaba. Mis pensamientos estaban en otro lugar, o más bien, en otra persona.
Pensé en Belén, en su sonrisa, en su forma de caminar, en cómo movía las manos cuando hablaba con pasión. Y en sus labios... esos labios perfectos que me volvían loca cada vez que los veía moverse. La idea de besarlos cruzó mi mente tantas veces que perdí la cuenta. ¿Cuánto tiempo más podría seguir guardando lo que sentía?
Entonces escuché la puerta abrirse. Me giré y ahí estaba ella, como siempre, llena de vida, aunque parecía cansada. Llevaba unos jeans negros ajustados, una camisa blanca que se veía increíble bajo los tirantes negros. Era... hermosa. Me levanté del sofá, casi sin darme cuenta, solo para poder verla mejor.
Belén entró hablando, soltando insultos y maldiciones hacia su jefe, que al parecer había hecho de su día un infierno. Me quedé ahí, mirándola, sin poder apartar los ojos. Sus movimientos, su energía, hasta la forma en la que dejaba caer su bolso en la silla me parecían fascinantes.
-¿Qué pasa? -preguntó, sonriendo al notar mi mirada fija en ella.
Abrí la boca, pero no salió nada. No podía mentirle, no podía seguir callándome. Bajé la mirada, intentando encontrar las palabras correctas.
-No aguanto más... -dije al final, con una sinceridad que me sorprendió hasta a mí misma.
Belén frunció el ceño, todavía con esa sonrisa suya.
-¿A qué te refieres? -preguntó, divertida, como si creyera que iba a decirle algo gracioso.
-Perdón... -susurré, y sin darle tiempo a reaccionar, me acerqué, tomé su rostro entre mis manos y la besé.
Por un instante, sentí que el tiempo se detenía. Sus labios eran exactamente como los había imaginado, suaves, cálidos, perfectos. Al principio, Belén se quedó quieta, como si no pudiera procesar lo que estaba pasando. Pero luego, dejó caer las cosas que tenía en las manos y respondió al beso. Sus manos subieron a mi cintura, y mi corazón se desbocó.
-¿Qué estás haciendo? -murmuró contra mis labios, con los ojos entreabiertos, la respiración acelerada.
La miré fijamente, todavía sosteniéndola por el rostro, y con una sonrisa temblorosa le respondí:
-Lo que quería hacer hace mucho.
No supe cómo sucedió, pero de un momento a otro, estábamos nuevamente besándonos. Esta vez, con más intensidad, con más hambre. Mis manos se aferraron a su cintura como si temiera que pudiera alejarse, pero Belén no tenía intenciones de hacerlo. Su boca encajaba con la mía de una forma que me hacía perder la cabeza.
De repente, sentí cómo tomaba el control. Belén me empujó suavemente, haciéndome retroceder hasta que mi espalda chocó contra la pared del pasillo que llevaba a nuestra habitación. Mi respiración estaba entrecortada, y mi mente no podía enfocarse en nada más que en ella, en el calor de su cuerpo contra el mío y en la fuerza de sus labios.
-¿Estás segura? -le susurré en un momento de claridad, pero Belén no respondió con palabras. En su lugar, me besó con más fuerza, su lengua explorando cada rincón de mi boca mientras sus manos subían por mis brazos hasta mis hombros.
Fue entonces cuando decidí que no iba a contenerme más. Tomé sus caderas con ambas manos y la empujé contra la pared opuesta, intercambiando posiciones. Ella soltó una risa suave, algo que encendió algo aún más intenso dentro de mí. Nos besamos de nuevo, una y otra vez, mientras avanzábamos lentamente por el pasillo, chocando contra las paredes como si el mundo alrededor no existiera.
No sé en qué momento caímos en la cama, pero lo siguiente que supe fue que Belén estaba sobre mí, su cuerpo firme y cálido presionando el mío. Sus labios no dejaron los míos ni por un segundo, y sus manos empezaron a recorrer mi rostro, mi cuello, mi pecho. Una descarga de electricidad recorrió mi cuerpo cuando sentí que me bajaba los tirantes de los overoles que llevaba puestos.
-Gracias a Dios por esta camisa suelta -murmuró contra mis labios, con una sonrisa que hizo que mi corazón se acelerara aún más. Me reí suavemente, enredando mis dedos en su cabello mientras la miraba a los ojos. Era hermosa, demasiado hermosa.
-Belén... -comencé a decir, pero me interrumpió con otro beso, uno tan profundo que casi me olvidé de lo que iba a decir. Cuando finalmente me dejó hablar, nuestras respiraciones estaban entrelazadas, y mi pecho subía y bajaba rápidamente.
-¿Qué? -preguntó, su voz era suave, sus labios tan cerca de los míos que podía sentir su aliento cálido.
La miré fijamente, dejando que todas las emociones que había intentado reprimir durante tanto tiempo llenaran el espacio entre nosotras.
-Creo... creo que te amo.
Belén me miró, sorprendida, sus ojos grandes y brillantes buscando algo en los míos. Por un momento, el tiempo pareció detenerse, y sentí que mi corazón estaba al borde de explotar. Pero entonces, una sonrisa se dibujó en sus labios, y ella se inclinó para besarme de nuevo, más suave esta vez, pero con una intensidad que decía más que cualquier palabra.
Belén se inclinó nuevamente, pero esta vez su beso fue más intenso, más demandante, como si todas las barreras finalmente se hubieran roto entre nosotras. Sentí sus manos recorrer mi cintura, subiendo lentamente por debajo de mi camisa, mientras yo deslizaba mis dedos hasta los botones de su camisa blanca. Mi mente estaba nublada, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera ella, su piel contra la mía, sus labios que parecían diseñados para encajar perfectamente con los míos.
Con torpeza y prisa, comencé a desabotonar su camisa, sintiendo cómo su respiración se volvía más pesada con cada botón que liberaba. Cuando terminé, dejé que la tela cayera por sus hombros, revelando su piel suave y perfecta. Mi respiración se detuvo por un segundo; era tan hermosa que casi dolía mirarla.
Belén sonrió y deslizó sus manos por debajo de mi remera, sus dedos rozando mi piel, enviando pequeñas descargas eléctricas que me hacían arquear la espalda involuntariamente. Cuando sus manos llegaron a mis pechos, me mordí el labio tratando de contener un gemido, pero no pude. Ella sonrió con picardía, claramente disfrutando el efecto que tenía en mí. Sus dedos comenzaron a acariciarlos, presionando suavemente, jugando con ellos hasta que sentí cómo se endurecían bajo su toque.
-Ale... -murmuró Belén, deteniéndose de repente y mirándome a los ojos. Había algo genuino y tierno en su mirada, algo que me hizo derretirme aún más-. No estamos obligadas a seguir. Si quieres parar, solo dímelo.
Estuve a punto de responder, pero sus palabras me hicieron reír suavemente. En lugar de hablar, me acerqué y la besé de nuevo, esta vez con más fuerza, dejando claro que no había forma de que quisiera detenerme. Luego, separé nuestros labios solo un segundo, y con una sonrisa juguetona, dije:
-Si te atreves a detenerte ahora, te juro que... Bueno, no quiero decir que buscaría la forma de vengarme, pero no sería bonito.
Belén soltó una carcajada, bajando la cabeza hasta apoyar su frente contra la mía.
-Eres imposible, ¿sabes? -dijo con una sonrisa, antes de besarme nuevamente, esta vez con la seguridad de que ninguna de las dos quería detenerse.
Belén volvió a besarme con la misma pasión de antes, pero esta vez bajó sus labios hacia mi cuello, dejando pequeños mordiscos que me hacían estremecer. Mientras tanto, sus manos se encargaban de deshacerse de mi remera, que pronto acabó en el suelo. Me observó por un instante, dejando que sus ojos recorrieran cada centímetro de mi piel expuesta. Sentí cómo sus labios se curvaban en una sonrisa antes de que soltara un suspiro admirado.
-Mierda, Ale, eres hermosa... -dijo, con un tono que me hizo sentirme como la persona más deseada del mundo.
No pude evitar reírme un poco, aunque mi corazón latía como loco. Luego, más por instinto que por inseguridad, murmuré:
-A Sofía no le gustaba... decía que no era su tipo.
La expresión de Belén cambió en un instante. Se detuvo, levantó una ceja y soltó:
-¿Qué carajo sabe Sofía? -dijo con desdén, y luego añadió, en un tono más bajo pero lleno de convicción-. Sofía es una imbécil. Deberías darle las gracias al universo por haberte librado de esa idiota.
No pude evitar reírme de lo seria que estaba mientras insultaba a mi ex, pero mi risa murió rápidamente cuando sentí sus manos bajar hacia el botón de mi pantalón. Con un movimiento rápido, lo desabrochó y comenzó a bajarlo, deslizándolo por mis piernas hasta que terminó en el suelo junto a la remera.
-Mierda, Alejandra, ¿puedes dejar de ser tan perfecta un segundo? Me estás dejando sin aliento -soltó, mientras sus ojos recorrían mi cuerpo.
Iba a responder con algo sarcástico, pero antes de que pudiera decir una palabra, sus manos llegaron a la cintura de mis bragas, y justo cuando estaba a punto de quitármelas, el sonido del timbre rompió el momento.
-¡No puede ser! -exclamé, llevándome una mano a la cara mientras maldecía en voz baja. Fue entonces que recordé el pedido que había hecho hace un rato. Belén se detuvo, todavía inclinada sobre mí, y soltó un gruñido frustrado.
-¡¿Quién carajo toca el timbre en este momento?! ¡Les voy a decir que se vayan a la mierda! -gritó, mientras se levantaba de la cama y comenzaba a buscar su camisa. Al darse cuenta de que todavía tenía los tirantes caídos y la camisa desabotonada, me miró con una expresión mezcla de furia y diversión.
-Es el pedido de comida -le expliqué entre risas, mientras trataba de no morirme de vergüenza por la interrupción.
-¡¿El pedido de comida?! -repitió Belén, claramente exasperada, mientras se abotonaba rápidamente la camisa-. ¡Por el amor de Dios, Alejandra, justo ahora tenía que llegar!
-Bueno, no podemos dejar que se enfríe... -dije, tratando de no reírme demasiado fuerte.
-Ya veremos si se enfría o no -gruñó Belén, acomodándose los tirantes y peinándose rápidamente con las manos. Luego, mientras caminaba hacia la puerta, murmuró al aire, lo suficientemente alto como para que la escuchara-: ¡Voy a bajar, agarrar esa comida y regresar para terminar lo que empezamos, carajo!
No pude evitar reírme a carcajadas al escucharla. Antes de que saliera, le lancé una advertencia:
-¡Belén! Asegúrate de acomodarte bien la camisa antes de bajar. No quiero que el repartidor te vea así y termine enamorándose de ti.
Belén se giró y me lanzó una mirada divertida antes de decir:
-Si el repartidor se enamora, será su problema, porque yo tengo cosas más importantes que hacer ahora mismo, y todas ellas incluyen a ti.
La vi salir, todavía riendo, mientras yo me acomodaba en la cama, esperando a que volviera para terminar lo que habíamos empezado.
Belén volvió tan rápido que casi me hizo dudar si realmente había ido a recoger la comida. Apenas cruzó la puerta del dormitorio, dejó la bolsa sobre una silla sin siquiera mirarla y se lanzó hacia mí como si no pudiera esperar un segundo más. Me besó con tanta intensidad que sentí que el mundo entero desaparecía a nuestro alrededor.
-¿Ya resolviste lo del pedido? -pregunté entre risas, mientras intentaba recuperar el aliento.
-Lo dejé en la cocina. Ni me preguntes qué pediste porque no me fijé. Ahora tengo cosas más importantes que atender -respondió, sin apartar la mirada de mí.
Belén se subió a la cama con una sonrisa pícara, sus ojos brillando con esa chispa de travesura que siempre lograba ponerme nerviosa y emocionada al mismo tiempo. Rápidamente comenzó a deshacerse de su propia ropa para estar en igualdad de condiciones conmigo.
Cuando terminó, me miró fijamente, sus manos apoyadas a cada lado de mi cabeza mientras se inclinaba sobre mí. Su respiración era suave, pero podía sentir su ansiedad por continuar. Y entonces, de repente, Belén se detuvo. Me miró a los ojos, con una mezcla de ternura y seriedad, y dijo:
-Ale, no quiero seguir si no estás completamente segura. ¿Estás bien con esto?
Ese simple gesto, ese momento de buscar mi consentimiento, me hizo sentir un calor en el pecho que no podía explicar. Asentí con una sonrisa y un suave "sí", y al verlo, Belén dejó escapar un suspiro de alivio antes de inclinarse nuevamente para besarme.
Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, bajando lentamente hasta llegar a mis bragas. Con movimientos lentos y deliberados, comenzó a deslizarlas hacia abajo. Mientras lo hacía, se detuvo para besarme nuevamente, pero esta vez de una manera más suave, como si quisiera asegurarse de que cada segundo quedara grabado en mi memoria.
-No tienes idea de cuánto tiempo he esperado para esto -murmuró contra mis labios, haciendo que me riera suavemente.
-¿Ah, sí? ¿Cuánto tiempo exactamente? -pregunté, arqueando una ceja.
-Demasiado -respondió, su tono cargado de humor y sinceridad.
Cuando finalmente terminó de quitarme las bragas, se detuvo un momento para mirarme. Su expresión era de pura admiración, como si estuviera viendo algo que nunca había creído posible.
-Ale, eres... -comenzó a decir, pero se interrumpió para soltar una pequeña carcajada-. Eres tan perfecta que me hace querer golpearme por no haber hecho esto antes.
-Bueno, todavía estás a tiempo de redimirte, pero más vale que hagas un buen trabajo, Belén -respondí, tratando de sonar seria, aunque estaba claro que ambas estábamos disfrutando demasiado el momento como para tomarnos las cosas demasiado en serio.
-¿Ah, sí? -dijo, con una sonrisa traviesa-. Entonces prepárate, porque pienso dejarte sin palabras.
Y con eso, se inclinó hacia mí, dejando besos suaves en mi abdomen mientras sus manos acariciaban mis caderas. Su atención y cuidado eran tan intensos que no podía evitar reírme y suspirar al mismo tiempo, una mezcla de emociones que me hacían sentir más viva que nunca.
Aunque trataba de contener mi risa, un comentario suyo me hizo explotar:
-¿Sabes? Si la comida que pediste se enfría, será oficialmente el segundo mejor platillo de esta noche.
No pude evitar soltar una carcajada. La manera en que Belén podía hacerme sentir deseada y al mismo tiempo hacerme reír era algo que nunca había experimentado con nadie más.
-Entonces más te vale que lo que hagas sea mejor que lo que pedí -dije, con una sonrisa burlona.
-Eso ni lo dudes -respondió, antes de besarme nuevamente.
En ese momento, supe que no solo estaba a punto de hacer el amor con Belén. Estaba entregándome completamente a ella, a todo lo que éramos juntas. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba exactamente donde debía estar.
Cuando Belén se deshizo de sus últimas prendas, sentí que el aire en la habitación cambiaba. Había algo en su mirada, una mezcla de ternura y deseo, que me hizo sentir como si todo el universo se redujera a nosotras dos. No dijo nada, pero no tenía que hacerlo. Sus ojos hablaban por ella, y cuando se inclinó para besarme, supe que estaba a punto de experimentar algo que nunca había sentido antes.
Me acomodó con cuidado, sus manos suaves pero firmes sobre mis caderas mientras nuestras respiraciones se sincronizaban. Cuando nuestros centros se unieron, una oleada de calor me recorrió el cuerpo. Belén comenzó a moverse lentamente, mirándome a los ojos con una intensidad que me desarmó por completo.
-¿Estás bien? -preguntó en un susurro, su voz cargada de dulzura y preocupación.
No podía hablar; solo asentí mientras mis manos se aferraban a sus brazos. Ella sonrió suavemente y me besó de nuevo, uniendo nuestros labios con la misma delicadeza con la que movía su cuerpo.
-No tienes idea de cuánto soñé con esto, Ale -dijo, su voz casi un susurro contra mis labios.
-Yo también... -logré decir entre suspiros largos, sintiendo cómo cada movimiento suyo me acercaba más a ella, no solo físicamente, sino emocionalmente también.
Sus vaivenes eran lentos, cada uno acompañado de una mirada o un beso. Yo no podía evitar cerrar los ojos de vez en cuando, pero cada vez que lo hacía, sentía sus dedos acariciar mi rostro, obligándome a mirarla.
-No cierres los ojos, Ale. Quiero verte -pidió, su tono tan suave que casi me hizo llorar.
-Es que... no puedo... -dije con una risa nerviosa, pero ella me interrumpió con otro beso, profundo y lleno de todo lo que no podíamos expresar con palabras.
Belén aumentó el ritmo poco a poco, pero seguía manteniendo esa conexión visual que hacía que mi corazón latiera más rápido.
-Eres tan hermosa, Ale... no entiendo cómo alguien puede no ver eso -murmuró mientras su frente tocaba la mía.
-Belén... no pares... -fue todo lo que pude decir, mi voz quebrada por las emociones que me invadían.
El tiempo parecía haberse detenido, pero al mismo tiempo, cada segundo con ella era eterno. Sus movimientos, sus besos, la manera en que sus manos exploraban mi cuerpo como si quisiera memorizar cada detalle... todo era perfecto.
Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a filtrarse por las cortinas, ambas estábamos al borde del límite. Belén apoyó su frente contra la mía, nuestras respiraciones entrecortadas llenando el silencio de la habitación.
-Ale... ya no puedo más... -murmuró, su voz temblando.
-Yo tampoco... Belén... -respondí, aferrándome a su espalda mientras sentía cómo nuestras energías se sincronizaban en un último vaivén.
Un gemido largo escapó de mis labios justo antes de que Belén dejara caer su cuerpo sobre el mío, agotada pero con una sonrisa que iluminaba su rostro. Ambas respirábamos con dificultad, pero no podía evitar reír suavemente mientras acariciaba su cabello.
-¿Estás bien? -pregunté, mi voz aún temblorosa.
-Estoy más que bien... -respondió, levantando ligeramente la cabeza para mirarme con una sonrisa pícara-. Pero creo que oficialmente tenemos que cambiar las sábanas.
No pude evitar soltar una carcajada, y ella se unió a mí. Aunque estábamos exhaustas, no quería moverme. Quería quedarme así con ella para siempre, sintiendo su peso sobre mí y el calor de su cuerpo contra el mío.
-Belén... creo que te amo -dije, mi voz apenas un susurro.
Ella levantó la cabeza y me miró con esos ojos que parecían leer mi alma.
-Yo también te amo, Ale. Desde hace mucho... pero no sabía si decírtelo.
Nos miramos por un momento antes de que ambos comenzáramos a reír de nuevo, nuestras risas llenando la habitación mientras el sol continuaba iluminando el comienzo de un nuevo día.
Después de la intensidad de la noche, ambas estábamos agotadas, pero no podíamos dejar de tocarnos y besarnos. La piel contra la piel, el calor compartido debajo de las sábanas, todo era perfecto. Aún con el cuerpo cansado, nos dimos un último beso, profundo, suave y lleno de cariño. Sin decirlo, ambas sabíamos que estábamos sellando algo importante.
Belén, riendo suavemente, me rodeó con sus brazos mientras yo descansaba mi cabeza sobre su pecho.
-Creo que hemos superado cualquier récord que tenga esta cama, Ale -dijo con una sonrisa pícara, acariciando mi cabello.
-Bueno, no es mi culpa que seas tan buena en todo lo que haces -respondí, levantando la vista para encontrarme con sus ojos.
Ambas reímos, esa risa relajada que sólo aparece cuando estás con alguien con quien te sientes completamente cómoda. Belén besó mi frente y, mientras me abrazaba con más fuerza, murmuró:
-Deberíamos descansar. Creo que hemos tenido más que suficiente ejercicio por hoy.
-¿Descansar? Pero si apenas estás empezando a calentar motores -bromeé, aunque no podía evitar que un bostezo traicionero escapara de mis labios.
-Sí, claro, guerrera. Estabas a punto de quedarte dormida sobre mí hace diez minutos. -Belén rió y me apretó contra ella-. Vamos, Ale. No es una carrera. Mañana hay más noches, más días, más nosotras.
Esas palabras me dejaron sin aliento por un momento. Más nosotras. Quería eso, lo quería más que nada, pero antes de que pudiera responderle, mi cuerpo decidió por mí. Me hundí aún más en su pecho, envuelta en su calidez, y apenas tardé cinco minutos antes de quedarme completamente dormida.
Narrador.
Belén bajó la mirada y sonrió al darse cuenta de que Ale ya estaba profundamente dormida. Acarició su cabello con ternura, disfrutando de la tranquilidad en su rostro, algo que rara vez veía en ella.
-Tú eres un caso, Alejandra Villarreal -susurró, aunque sabía que Ale no podía escucharla.
Se acomodó un poco mejor en la cama, asegurándose de que las sábanas cubrieran a ambas. En ese momento, su celular, que estaba en la mesita de noche, vibró. Con cuidado de no despertar a Ale, lo tomó y desbloqueó la pantalla.
Era un mensaje de su vecino de arriba. Al abrirlo, leyó con sorpresa cómo el hombre la insultaba directamente.
"¿Pueden hacer menos ruido la próxima vez? Los gemidos y gritos fueron insoportables. ¿Creen que esto es un motel? Qué poca decencia tienen. Deberían aprender a controlarse, o al menos cerrar las ventanas. Fue tan fuerte que creo que hasta los perros en la cuadra se quedaron traumados."
Belén soltó una carcajada silenciosa, intentando no despertar a Ale. No podía creer que el vecino se tomara la molestia de escribir algo así, y menos con tantos detalles.
-"Pobrecito, ya no aguanta nada" -murmuró para sí misma con una sonrisa burlona mientras dejaba el celular de vuelta en la mesita.
No respondió. No valía la pena gastar su energía en alguien que obviamente estaba celoso o amargado. En lugar de eso, volvió su atención a Ale, que seguía dormida profundamente en su pecho, con una expresión que le derretía el corazón.
-Eres tan hermosa cuando estás tranquila -dijo en voz baja, acariciando su mejilla con cuidado.
Belén suspiró, cerrando los ojos mientras se acomodaba mejor. Con una última mirada a Ale, sonrió antes de dejarse llevar por el sueño, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, todo estaba exactamente como debía estar.
Pov Ale.
A la mañana siguiente, entre risas y besos, Belén y yo intentábamos arreglar la cama que habíamos destrozado la noche anterior. Cada vez que yo estiraba una sábana o acomodaba una almohada, Belén encontraba la excusa perfecta para acercarse y robarme un beso, a veces en los labios, a veces en el cuello.
-¿Sabes que no me ayudas nada, verdad? -le dije, fingiendo estar molesta mientras intentaba tirar de la sábana.
-¿Ayudarte? Yo creo que estoy mejorando tu día -respondió con una sonrisa traviesa antes de atraparme otra vez, esta vez tomándome por la cintura y pegándome a ella para besarme con más fuerza.
Entre risas, logré zafarme. Miré el reloj y de repente recordé algo importante.
-¡Mierda! Tengo videollamada con mis hermanas.
Belén se burló mientras yo corría hacia la sala.
-Diles que las saludo, pero no les cuentes cómo te dejé sin aliento anoche -gritó desde el cuarto con una carcajada.
-¡Cállate, Belén! -respondí, roja como un tomate.
Encendí mi computadora y me conecté a la videollamada. En segundos, aparecieron las caras sonrientes de Paulina, Daniela, y sus esposos, Hanna y Valentín. Incluso Olivia, mi sobrina, estaba por ahí dando vueltas. Todos saludaban con entusiasmo mientras yo intentaba no parecer demasiado nerviosa o culpable.
-¡Ale! -gritó Paulina, riendo como siempre-. Te ves... ¿cómo decirlo? ¿Demasiado feliz para ser temprano en la mañana?
-¿Dormiste bien? -añadió Daniela con una sonrisa cómplice.
-Sí, claro -respondí, intentando sonar casual mientras me acomodaba en el sillón.
-Ajá, claro, porque la gente feliz siempre tiene esa "mirada de pacion" -dijo Valentín, haciendo comillas con los dedos y soltando una carcajada.
-No le hagan caso -interrumpió Hanna, aunque también tenía una sonrisa divertida en los labios-. Ale, ¿qué tal todo? ¿Cómo te has sentido?
Estaba por responder cuando, detrás de mí, escuché pasos. Me giré y vi a Belén entrando en la sala, todavía con su pijama desordenada y su cabello alborotado. Se detuvo al verme en la videollamada, y una sonrisa traviesa se formó en su rostro.
-¿Tus hermanas? -susurró, acercándose.
Asentí, rogando con los ojos que no hiciera algo vergonzoso. Pero, como siempre, Belén no pudo resistirse. Se inclinó y me dio un beso rápido en la mejilla antes de susurrar cerca de mi oído:
-No olvides decirles que soy la culpable de tu buena noche.
Mis hermanas, que habían visto todo, estallaron en risas y gritos.
-¡Lo sabía! -exclamó Paulina.
-¡Teníamos razón! -añadió Daniela.
Hanna y Valentín no paraban de reír, mientras Olivia, que no entendía mucho, miraba a todos con cara de confusión.
-¿Quién es esa? -preguntó Olivia, señalando a Belén.
-Eh... es... -intenté responder, pero Belén, sin perder tiempo, se acercó y saludó a la cámara.
-Hola, soy Belén, la novia de tu tía.
Casi me caigo de la silla.
Apenas Belén dijo esas palabras, todos en la pantalla comenzaron a gritar. Paulina y Hanna se abrazaban como si hubieran ganado la lotería, Daniela sonreía de oreja a oreja, y Valentín, como si estuviera en un espectáculo, empezó a aplaudir con entusiasmo. Olivia, que no entendía muy bien lo que pasaba, tironeaba de la manga de Paulina mientras decía:
-¡No me excluyan del abrazo! ¡Yo también quiero celebrar!
Yo, por mi parte, sentí cómo todo el calor de mi cuerpo se acumulaba en mis mejillas. Estaba tan roja que seguramente podría haber iluminado la habitación sin necesidad de encender la luz.
-¡Belén! -dije en voz baja, mirando hacia ella con una mezcla de vergüenza y resignación.
-Lo siento, amor -respondió, aunque su sonrisa traviesa decía lo contrario.
Intenté recuperar un poco de dignidad y, en un impulso, le pedí a Belén que se sentara a mi lado. Ella obedeció de inmediato, sin dejar de sonreír, y tomó mi mano cuando se lo pedí. La sentí apretarla con suavidad, como si quisiera decirme que estaba allí para mí, sin importar qué.
Fue entonces cuando Valentín, con esa mirada de quien observa cada detalle, inclinó la cabeza hacia un lado y comentó:
-¿Soy yo, o Ale tiene un montón de chupones en el cuello?
Mis ojos se abrieron de par en par, y automáticamente llevé una mano a mi cuello, como si pudiera ocultarlos mágicamente. Pero no terminó ahí, porque él agregó, señalando a Belén:
-Oh, espera. ¡Belén también tiene unos cuantos!
Paulina y Hanna se rieron a carcajadas, abrazándose aún más fuerte mientras Daniela intentaba mantener la compostura, aunque su sonrisa la delataba.
-Bueno, bueno, al menos sabemos que tuvieron una noche productiva -dijo Hanna, haciendo que las carcajadas aumentaran.
-¡Por Dios! ¡Ya basta! -exclamé, tapándome la cara con las manos.
Belén, lejos de sentirse avergonzada, soltó una risita y se inclinó hacia mí para susurrar:
-Te ves adorable cuando te sonrojas.
Yo la miré, entre avergonzada y rendida, y susurré de vuelta:
-Eres un caso perdido, Belén.
-Y tú me amas por eso -respondió, guiñándome un ojo antes de besar mi mano.
Mis hermanas, al ver ese gesto, comenzaron a gritar nuevamente. Olivia, que seguía confundida, solo se cruzó de brazos y dijo:
-No entiendo por qué todos están gritando, pero yo también quiero novio.
Esa frase fue el toque final. Todos en la videollamada se rieron tanto que pensé que alguno se caería de su silla. Miré a Belén, que también reía, y aunque estaba un poco avergonzada, no pude evitar sonreír. Sí, estaba loca por ella, y cada día lo tenía más claro.
-Bueno, chicas, chicos, voy a preparar el desayuno -dijo Belén con una sonrisa, levantándose de mi lado.
La vi desaparecer hacia la cocina, y tan pronto como su figura salió de la pantalla, mis hermanas y cuñados explotaron en un aluvión de preguntas:
-¡¿Qué pasó exactamente?! -preguntó Paulina, casi gritando.
-¡¿Cuándo?! ¡¿Cómo?! ¡Queremos detalles! -agregó Daniela, con Valentín asintiendo emocionado junto a ella.
-¡¿Le dijiste que la amas?! -intervino Hanna, con los ojos brillando de curiosidad.
-¿Ya son novias? -preguntó Valentín, con un tono casi infantil.
Me llevé una mano a la frente y suspiré, pero no pude evitar reírme un poco. Estaban emocionados, más emocionados que yo, y eso era decir mucho.
-Tranquilos, ¿pueden respirar un segundo? -dije, intentando mantener la compostura, aunque sabía que no iba a funcionar.
-¡No, no podemos! -respondieron casi al unísono, lo que hizo que soltara una carcajada.
Respiré hondo, miré la pantalla y decidí contarles.
-Bueno... Me animé. La besé.
Sus caras fueron un poema. Paulina abrió la boca tan grande que parecía que se había dislocado la mandíbula, Daniela aplaudió como si acabara de anunciar mi boda, y Valentín simplemente dijo:
-Sabía que tenías agallas, Ale.
-¿Y cómo fue? -preguntó Hanna, con los ojos brillando de emoción.
-Fue lindo, muy lindo -respondí, sintiendo cómo mis mejillas volvían a sonrojarse. Bajé la mirada un segundo y luego continué-: No es nada oficial... todavía.
-¿Todavía? -repitió Paulina, con una sonrisa pícara.
-Bueno... -dije, encogiéndome de hombros-. Creo que acepté que la amo.
Un silencio breve, casi reverente, se apoderó de la videollamada antes de que explotaran en gritos, aplausos y risas. Paulina y Hanna comenzaron a bailar como si estuvieran celebrando un gol, Daniela se llevó las manos al corazón y Valentín, siempre el bromista, fingió limpiarse una lágrima imaginaria.
-Sabía que este día llegaría -dijo Paulina, dramática como siempre.
-¡Por fin! -gritó Daniela-. Ya era hora de que te dejaras llevar por lo que sientes.
-Bueno, tampoco es que me lo pusieron fácil -respondí, riendo un poco.
-¿Y qué sientes ahora? -preguntó Hanna, más seria esta vez.
Miré hacia la cocina, donde podía escuchar a Belén tararear mientras preparaba algo. Una sonrisa suave apareció en mis labios.
-Siento que... quiero ver qué pasa. Estoy asustada, pero al mismo tiempo no quiero detenerme.
Ellos asintieron, y por primera vez en toda la llamada, se quedaron en silencio, mirándome con cariño. Era como si entendieran todo lo que estaba pasando por mi cabeza sin que tuviera que decirlo en voz alta.
-Vas a estar bien, Ale -dijo Daniela, con esa voz firme que siempre me tranquilizaba.
-Sí, y además, tienes el mejor equipo de apoyo -agregó Paulina, señalándose a sí misma y a los demás.
No pude evitar sonreír.
-Gracias. De verdad.
Y en ese momento, supe que, pasara lo que pasara con Belén, no estaría sola.
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Holaaaa
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