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Holaaa

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Pov Belén.

La habitación olía a café recién hecho y a hojas secas, como si el otoño estuviera tomando su tiempo para llegar y se hubiera quedado atrapado en el aire. En el grupo de apoyo, todos se conocían, o al menos eso pensaban. Las sillas estaban dispuestas en círculo, algunas vacías, otras ocupadas por rostros cansados pero llenos de esperanza. Esta era una de esas sesiones que me costaba más que otras, no porque los demás no merecieran atención, sino porque sabía lo que venía: una nueva persona, una historia más que escuchar, un dolor ajeno que compartir.

Me senté frente a ellos, sintiendo que todos los ojos me observaban, esperando que hiciera lo que mejor sabía hacer: guiarlos. Yo no era terapeuta, pero con el tiempo había aprendido a ser más que una simple voluntaria. El grupo necesitaba alguien con la calma necesaria para comprender lo que era vivir con la carga del alcoholismo. A veces, la carga no era del todo nuestra, pero el alcohol nos hacía pensar que lo era.

"Bienvenidos", comencé, mi voz suave pero firme. "Hoy tenemos un día especial, una nueva persona se une a nosotros. Ya saben que aquí nadie es juez, todos somos iguales, todos estamos luchando. Y como siempre, me gustaría empezar pidiendo a nuestra nueva compañera que se presente. Alejandra, ¿te gustaría contarnos un poco sobre ti?"

La miré. Ella estaba sentada a un costado, su cuerpo en una postura defensiva, como si temiera que algo o alguien pudiera dañarla. Me di cuenta de que su mirada evitaba a los demás, de vez en cuando posaba los ojos en el suelo, en su mochila que descansaba sobre sus piernas, o se aferraba a las sillas con las manos entrelazadas, como si le dieran algo de seguridad.

Alejandra era distinta. No porque lo hubiera tenido todo en su vida, sino porque había perdido todo lo que le importaba: su banda, su esposa, sus hijas. Eso era lo que se reflejaba en su rostro. La tristeza, la desesperanza. Pero también había algo en ella, algo que me decía que podía encontrar su camino de vuelta.

"Hola", su voz era temblorosa, pero me sorprendió la valentía con la que empezó. "Soy Alejandra, o Ale, como prefiero que me llamen. Vine aquí porque... porque ya no sé qué más hacer conmigo misma." Hizo una pausa, y mi mirada se suavizó al ver cómo luchaba por encontrar las palabras. "Era bajista en una banda... The Warning. La gente me conocía, mi esposa me conocía... pero ahora no sé ni quién soy."

Ella cerró los ojos por un momento, como si se estuviera preparando para lo que venía. Y luego, comenzó a hablar, y sus palabras se deslizaron como cuchillos en un hielo que había permanecido intacto durante años.

"Yo lo tenía todo", continuó, su voz quebrada pero firme. "Fama, dinero... la vida perfecta. Pero todo se vino abajo cuando... cuando Sofía me fue infiel. Fueron tantas veces. No lo vi venir, no pensé que me fuera a hacer esto. El dolor fue tan fuerte que... me caí. No pude soportarlo. La banda se desmoronó. Mi vida se desmoronó."

Alejandra hizo una pausa, sus ojos vidriosos, y por un momento creí que ya no podría continuar. Pero la vi apretar los dientes, como si no quisiera que se le escapara esa emoción.

"Después, perdí a mis hijas. Ángela e Isabella. Ellas... ya no me hablan. Hace dos años que no las veo. Y es mi culpa. Lo sé." Alejandra apretó los puños con fuerza. "Intenté olvidarlo todo. No quería recordar más, así que me refugié en el alcohol. Tomaba para que el dolor no me alcanzara. Pero llegó un punto en que... ni el alcohol podía borrarlo. Pensé en irme... pensé en... no seguir."

Una lágrima se deslizó por su mejilla, y el silencio en la sala era denso. Cada palabra que decía Alejandra llevaba consigo una carga de dolor tan profunda que todos los demás miembros del grupo podían sentirla, como un eco que reverberaba en sus propios corazones.

"No quería vivir más", susurró. "No quería ver a nadie. Y entonces... tomé pastillas, muchas, para no despertar nunca más. Pero desperté. Me desperté en un hospital, y me dijeron que estuve en coma durante un año." Alejandra respiró profundamente, como si estuviera procesando todo lo que acababa de decir. "Mis papás, mis hermanas, decidieron mandarme lejos, a España, para ver si podía mejorar. Me dijeron que... que estaba muerta. Mis hijas no saben que estoy viva."

El llanto de Alejandra era silencioso, pero su dolor resonaba en cada rincón de la sala. No pude evitar que una lágrima también escapara de mis ojos. A veces, las historias de los demás nos recuerdan tanto a las nuestras. Y aunque yo no había vivido lo mismo que ella, sentía su angustia como si fuera mía.

Me acerqué lentamente a ella, colocando una mano sobre su hombro con suavidad, sin decir nada. El grupo permaneció en silencio, respetando el dolor de Alejandra. A veces, no hay palabras que puedan aliviar. Solo hay momentos como este, en los que podemos compartir el sufrimiento de alguien y, con el tiempo, ofrecerles un espacio para sanar.

"Gracias por compartir, Ale", dije, mi voz rota, pero llena de compasión. "Sé que este es el primer paso. Y no tienes que hacerlo sola. Aquí estamos para ti."

Alejandra asintió, una pequeña sonrisa triste se formó en su rostro. Pero por un instante, vi algo en sus ojos. Algo que antes no había visto. Esperanza.
La sala estaba llena de una energía pesada, como si todos los suspiros y murmullos de dolor flotaran en el aire, atrapados entre las paredes. El círculo seguía siendo un lugar seguro, pero las historias que se compartían no siempre eran fáciles de escuchar. Después de que Alejandra habló, el grupo permaneció en un silencio reflexivo, como si aún estuviéramos procesando todo lo que acabábamos de escuchar. Yo sabía que, en estos momentos, no solo se trataba de escuchar, sino de conectar. Y eso era lo que nos mantenía a todos juntos: la conexión.

"Gracias, Ale", dije, mi voz aún suave pero firme. "Creo que ahora sería útil para todos seguir con una pequeña dinámica. Es importante recordar, no solo lo que hemos perdido, sino también lo que nos trajo aquí. Vamos a compartir, si se sienten cómodos, la primera vez que tomaron alcohol, qué fue lo que sintieron y por qué lo hicieron. Esto nos ayudará a comprender de dónde venimos."

El ambiente estaba cargado de una mezcla de nerviosismo y expectación. Miré a los demás, invitándolos a compartir. Sabía que cada historia tenía el poder de sanar, aunque a veces esas historias se sentían más como una herida abierta.

Un hombre de cabello corto y rostro cansado fue el primero en romper el silencio. Se llamó Martín. Era un hombre de mediana edad, que había estado en el grupo por un par de meses, y aunque no era tan vocal, su mirada siempre mostraba que estaba atento a cada palabra de los demás.

"Yo tenía 14 años", comenzó, su voz grave y profunda. "Mi hermano mayor me ofreció una cerveza en una fiesta. Me dijo que era parte de ser hombre, que tenía que probarlo para ser uno de los chicos. Nunca había probado algo así. Cuando tomé el primer sorbo... no sentí nada al principio, pero luego... me sentí libre, como si todas las preocupaciones que tenía, todo lo que me atormentaba en la escuela, en mi casa, desaparecieran por un rato. Me sentí bien. Y luego, una cosa llevó a la otra. Lo hice cada vez más, hasta que no pude dejarlo."

Martín bajó la mirada, como si al recordar ese momento también recordara lo que vino después. "Nunca pensé que ese primer trago me llevaría tan lejos. Pero aquí estamos."

La mujer sentada a su lado, Rosa, era una mujer mayor, con arrugas que contaban historias de años de sufrimiento y lucha. Su mirada se llenó de lágrimas, pero se mantuvo firme al hablar.

"Yo tenía 16 años", dijo, secándose una lágrima. "Vivía con mis padres, y todo en casa era un caos. Mi papá bebía mucho, y mi mamá... estaba enferma. Fue un viernes por la noche, cuando mi hermana me ofreció una copa de vino. Al principio, era solo para encajar, para sentir que podía ser parte de algo, de una vida diferente, algo que no fuera solo mis problemas. Pero esa primera copa me hizo sentir... como si todo fuera más fácil. Como si mis problemas no existieran por un rato. No entendí en ese momento lo que el alcohol podría hacerme. Solo sabía que no quería sentir el dolor. Y ahí empezó todo."

Hubo un momento de silencio mientras Rosa se perdía en sus recuerdos, y todos la observaban con comprensión. Nadie la juzgaba. Nadie aquí juzgaba a nadie. Todos conocíamos el peso del dolor, y todos sabíamos que la lucha era constante.

"Yo tenía 18 años", dijo Javier, un joven con ojos tristes y una barba algo desordenada. "Era mi primera fiesta universitaria. Todos estaban tomando, y yo... quería encajar. Así que me uní. La primera bebida fue un trago largo de tequila. Lo tomé y, de inmediato, me sentí... invencible. Sentí que podía hacer lo que quisiera, decir lo que quisiera. El miedo se desvaneció, la inseguridad también. Durante un par de horas, no había nada que temiera. No fue hasta después, cuando me quedé solo, que entendí que esa sensación... era una ilusión."

El grupo asintió, y todos compartimos un suspiro colectivo, sabiendo que, en algún momento, todos habíamos estado en ese mismo lugar. La primera vez, la sensación de libertad que el alcohol nos daba, o al menos eso creíamos.

"Y tú, Ale", dije, mirando a la nueva integrante del grupo. "¿Qué hay de ti? ¿Te gustaría compartir tu primera vez?"

Alejandra me miró por un momento, como si quisiera cerrar la boca, pero algo en su interior la empujaba a hablar. Finalmente, asintió, y sus ojos, aunque aún llenos de tristeza, se abrieron un poco más.

"Tenía 18 años", dijo, su voz ahora mucho más suave, pero decidida. "La primera vez que tomé... fue con Sofía. Fuimos a una fiesta con algunos amigos de la banda. Todos tomaban, todos se reían, y yo... me sentía tan... fuera de lugar. En ese momento, pensaba que solo necesitaba encajar, que solo necesitaba estar bien para ella, para todos. Así que tomé un trago de whisky. Pensé que era solo por diversión. Pero... cuando el alcohol comenzó a hacer efecto, sentí como si todo lo que me hacía sentir pequeña, todo lo que me dañaba, se desvaneciera. Me sentí poderosa, como si no hubiera límites. Pero después... después todo fue un espiral de más y más. Un trago llevó a otro, y ya no podía detenerme. Fue como si, de alguna manera, la única forma en que podía lidiar con mis problemas era a través de esa botella."

Alejandra se quedó en silencio, mirando al frente, como si estuviera reviviendo ese momento. Luego, respiró hondo, como si hubiera hecho un esfuerzo por liberarse de esa carga.

"Y aquí estoy ahora", dijo, con un suspiro. "Intentando encontrar algo más."

La sesión continuó, cada uno compartiendo sus historias, sus momentos de dolor y arrepentimiento, pero también de descubrimiento. La vulnerabilidad era el único lenguaje común en ese círculo, y por cada palabra, por cada lágrima, sentíamos que el peso del alcoholismo se hacía un poco más ligero.

Yo observé a Alejandra por un momento. Sabía que este grupo, este espacio, podría ser la clave para ayudarla a encontrar su camino de regreso. Tal vez no lo lográramos todo en una sola sesión, pero hoy, en este círculo, ella había dado el primer paso. Y eso era lo más importante.

Al terminar la sesión, todos se levantaron lentamente, recogiendo sus pertenencias y saliendo del círculo con una sensación de alivio, como si el peso de sus palabras hubiera aligerado, aunque fuera un poco, el fardo emocional que llevaban. Yo los observaba con atención, dejando que el silencio se instalara entre nosotros, mientras cada uno se despedía con una leve sonrisa o un abrazo silencioso.

Alejandra estaba de pie, su cuerpo tenso como si quisiera escapar de inmediato. Sus manos temblaban ligeramente mientras recogía sus cosas, y pude ver cómo su mirada se desviaba hacia la puerta, ansiosa por irse. No me sorprendió; era evidente que había sido una sesión difícil para ella. Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la salida, la llamé.

"Alejandra", dije suavemente, acercándome a ella. "Quiero felicitarte por animarte a compartir tu historia. No es fácil, pero lo hiciste bien."

Alejandra me miró con una expresión casi sorprendida, como si no esperara esas palabras de alguien tan nuevo en su vida. Sus labios esbozaron una pequeña sonrisa, algo forzada, pero aún genuina.

"Gracias, Belén", dijo con un suspiro, el estrés aún marcado en su voz. "Creo que fue lo más difícil que he hecho en mucho tiempo."

"Lo sé", respondí, sin prisa, como si entendiera el peso de sus palabras. "Y lo hiciste bien. Si alguna vez necesitas hablar o cualquier cosa, no dudes en contar conmigo."

Alejandra parecía incómoda con la conversación, pero mi mirada era amable y sincera. Sabía que ella necesitaba saber que había alguien allí para ella. Tomé mi teléfono del bolso y lo sostuve entre nuestras manos.

"¿Te gustaría que te agregara al grupo de WhatsApp del grupo?", le pregunté con tono tranquilo. "Es una forma fácil de estar en contacto, y si alguna vez necesitas apoyo fuera de las sesiones, siempre hay alguien dispuesto a ayudarte."

Alejandra miró el teléfono y, después de un par de segundos de duda, asintió. "Sí, claro. No hay problema", respondió, tomando el teléfono con una mano temblorosa mientras me pasaba su número rápidamente.

Aproveché el momento para sacar la charla, intentado aliviar un poco la tensión. "Entonces, Alejandra", comencé con una sonrisa ligera, "¿tienes hermanas? ¿Eres la mayor?"

Alejandra levantó la vista, sorprendida por la pregunta. Por un momento, se quedó en silencio, como si pensara en la respuesta.

"Sí, tengo dos hermanas", respondió finalmente, relajándose un poco. "Soy la menor, de hecho. Daniela es mi hermana mayor, y Paulina es la del medio. Somos bastante cercanas, especialmente con Paulina. Siempre ha estado ahí para mí."

"Qué bien", respondí, sonriendo. "Debe ser bonito tener esa cercanía. Yo no tengo hermanos, así que siempre me ha fascinado cómo se lleva esa relación entre hermanos."

Alejandra sonrió levemente, aunque aún parecía un poco distraída. "Sí, definitivamente. Aunque las cosas no siempre han sido fáciles, especialmente después de todo lo que ha pasado con Sofía."

Noté la tristeza en su rostro, una sombra que cruzaba rápidamente por sus ojos antes de desaparecer. "Entiendo", dije suavemente. "Las familias... a veces pueden ser complicadas."

Alejandra asintió, pero no profundizó más en el tema. Su mirada volvió a la puerta, como si la idea de salir del lugar la aliviara.

"Bueno", dijo, guardando el teléfono en su bolso. "Gracias por todo, Belén. Nos vemos en la próxima sesión."

Antes de que pudiera irse, la detuve un momento. "Recuerda, si alguna vez necesitas hablar o simplemente desahogarte, estoy aquí. No estás sola en esto."

Alejandra me miró, sus ojos brillando levemente, y asintió con una pequeña sonrisa. "Gracias, Belén. Lo aprecio."

Luego, sin decir más, se dio la vuelta y se dirigió rápidamente hacia la salida. Mientras la observaba irse, algo me decía que, aunque no lo había dicho en voz alta, hoy había dado un paso importante. Y tal vez, solo tal vez, podría ser el comienzo de algo nuevo para ella.

Narrador:

Después de la sesión, Belén recogió sus cosas con una calma tranquila pero decidida. Sus pensamientos aún vagaban por lo que había sucedido en la terapia, pero trató de despejar su mente mientras caminaba hacia su coche. Sabía que aún tenía cosas que hacer antes de descansar. El día no había terminado y, aunque estaba agotada, quería hacerlo todo con calma.

En el camino a casa, se detuvo en una floristería. Las flores siempre la hacían sentir mejor, y hoy, más que nunca, necesitaba ese pequeño toque de color en su vida. Elegir las flores fue un proceso relajante, como un ritual. Escogió un ramo de lirios blancos y rosas, con un toque de lavanda que la hacía sonreír. El aroma de las flores llenaba el coche mientras las llevaba cuidadosamente a su departamento.

Al llegar a su casa, Belén se encargó de cambiar las flores en los jarrones. Colocó el ramo principal en la mesa del comedor, justo frente a la ventana, donde la luz del atardecer les daba un brillo especial. Luego, pasó por la sala, ajustando las flores en los otros jarrones, sintiendo una paz interior mientras decoraba. No era solo una forma de arreglar su espacio; era su manera de armonizar su vida después de una semana llena de emociones intensas.

Se agachó al lado de su perrito bebé, un pequeño terrier que siempre estaba feliz de verla. Le acarició la cabeza con suavidad, sintiendo el calor de su cuerpo y la tranquilidad que su compañía le brindaba. El perrito movió la cola rápidamente, como si agradeciera la atención, y Belén sonrió, sintiendo que su día mejoraba un poco más.

Con todo en su lugar, Belén se dirigió a la cocina. Puso música suave de fondo y comenzó a preparar la cena. Cocinar era su forma de desconectar, de centrarse en algo simple y agradable. Hoy había decidido hacer una ensalada fresca y una pasta con salsa de tomate casera. Mientras picaba las verduras, pensaba en lo que Alejandra había compartido hoy. Era una mujer compleja, marcada por el dolor, pero Belén veía en ella algo más: una fortaleza oculta que tal vez, algún día, podría salir a la luz.

El sonido del cuchillo cortando las verduras era el único ruido en la cocina, y Belén se permitió unos minutos de reflexión, disfrutando de la quietud. A veces, esas pequeñas rutinas cotidianas eran lo único que la mantenía equilibrada, dándole un respiro de todo lo que sucedía a su alrededor.

Cuando la cena estuvo lista, Belén se sirvió un plato y se sentó en el comedor, disfrutando del silencio que rodeaba su hogar. Su mente seguía volviendo a la terapia, a la vulnerabilidad de Alejandra, a su dolor, y a cómo había sido tan valiente al compartir su historia. "Espero que ella se dé cuenta de que no está sola", pensó, tomando un bocado de pasta. "Todos tenemos una batalla, pero tal vez ella solo necesita el tiempo adecuado para encontrar su camino de regreso."

Después de cenar y lavar los platos, Belén apagó las luces de la cocina, dejando su hogar en completo silencio. Se sentó en el sofá un momento, pero el cansancio la venció rápidamente. Su mente seguía un poco ocupada con los recuerdos de la sesión, pero estaba decidida a dejar todo eso atrás por esa noche. Se puso el pijama y se acomodó en la cama, apretando un poco al perrito bebé contra su pecho mientras cerraba los ojos. En su casa, todo estaba tranquilo.

Mientras tanto, en su departamento, Alejandra no podía evitar que las lágrimas corrieran por su rostro. Se dejó caer en el sofá, las manos cubriéndose el rostro mientras el dolor que había estado reprimiendo toda la sesión se desbordaba sin control. Sus ojos, hinchados y rojos, reflejaban el tormento que sentía. Extrañaba tanto a sus hijas, Ángela e Isabella, y no podía dejar de pensar en todo lo que había perdido. El vacío que sentía al no poder abrazarlas, al no poder ser parte de sus vidas, la estaba destruyendo por dentro.

El recuerdo de sus hijas, cuando eran pequeñas, era lo único que la mantenía conectada con un pasado que ahora parecía tan lejano. Las imaginaba corriendo por la casa, jugando, riendo. Pero esas imágenes se desvanecían rápidamente, reemplazadas por otra, una más oscura. La de Sofía, su ex esposa, gritándole y empujándola.

Un flashback la invadió con fuerza. Recordó la primera vez que Sofía le había levantado la mano, el ruido seco de la bofetada aún resonando en sus oídos. No era la primera vez, pero esa vez había sido diferente. Sofía la había golpeado porque no había preparado la cena a su gusto, porque la comida no estaba lo suficientemente buena según sus estándares. Alejandra aún podía sentir la marca en su rostro, el dolor de su cuerpo, pero sobre todo, la humillación de ser tratada así por alguien a quien había amado. La voz de Sofía retumbaba en su cabeza: “No sabes ni cocinar, eres una inútil. ¿Para qué quiero a una mujer que no sirve para nada?” Alejandra apretó los dientes, luchando contra las lágrimas, pero no podía detenerlas.

Dejó escapar un sollozo, luego otro, hasta que su llanto se convirtió en un torrente incontrolable. No podía dejar de recordar cómo Sofía, en sus peores momentos, la hacía sentir pequeña e incapaz. Cómo la violencia había hecho que su confianza se desmoronara, hasta que ya no supo quién era. No importaba cuántas veces intentó demostrar que podía ser la mujer que Sofía necesitaba, al final nunca fue suficiente.

Lloró hasta quedarse sin lágrimas, hasta que su cuerpo parecía agotado por completo. Se dejó caer en el sofá, abrazando una almohada, buscando consuelo en su propio dolor. Las horas pasaron sin que ella se diera cuenta, el reloj marcando el paso del tiempo, pero ella permaneció inmóvil, atrapada en su tormento. El teléfono de Alejandra vibró de repente, rompiendo el silencio de su departamento. Era un mensaje de Pau. Sin pensarlo mucho, Alejandra contestó la llamada.

"Hola, Pau", dijo con voz rasposa, intentando disimular lo que acababa de pasar, aunque su tono de voz lo traicionaba.

"¿Alejandra? ¿Cómo estás? Te he estado pensando. ¿Todo bien? La sesión... ¿te ayudó un poco?"

Alejandra cerró los ojos, respirando profundamente antes de responder. "Sí, estoy bien. Solo... fue una sesión difícil. Pero, bueno, supongo que es parte del proceso."

Pau notó la incomodidad en su voz, pero no presionó. "Te entiendo. Pero me alegra que hayas dado ese paso, aunque sea pequeño. Todos necesitamos tiempo."

Un silencio incómodo se instaló por unos segundos, hasta que Alejandra, incapaz de soportar más la conversación, desvió el tema rápidamente.

"Oye, ¿y cómo está Hanna? ¿Y Olivia? ¿La pequeña que adoptaron?"

Pau sonrió al escuchar el nombre de Olivia. "Olivia está genial, creciendo rápido. Es una niña muy tranquila, pero siempre con energía, ya sabes cómo es. Hanna está feliz, realmente, ha sido un cambio grande para nosotras, pero de esos que te transforman para bien, ¿sabes? Es una bendición tenerla en nuestras vidas."

Alejandra escuchó las palabras de Pau, pero algo en su interior comenzó a revolverse. Aunque intentaba no mostrarlo, la mención de Olivia, esa pequeña niña que había tenido la suerte de encontrar una familia que la amaba, la hizo sentir más sola que nunca. Pensó en sus hijas, en cómo deberían estar en ese momento, en qué estarían haciendo. Pero el dolor de no poder tenerlas con ella la superaba.

"Me alegra que todo esté bien con ellas", respondió Alejandra, su voz mucho más fría de lo que quería. "Yo... bueno, yo también espero que todo se resuelva pronto."

Pau, percibiendo el tono distante de Alejandra, intentó cambiar de tema nuevamente, pero Alejandra, sin ganas de seguir con la conversación, desvió su atención hacia cualquier otra cosa.

"¿Has hablado con Daniela? ¿Cómo están ella?", preguntó con un tono que no intentaba esconder su incomodidad.

"Sí, claro.está bien. Daniela sigue ocupada con su trabajo, y ya sabes cómo es. Pero está bien."

El silencio llenó la línea por un momento. Alejandra no sabía qué decir. Ya no podía seguir fingiendo que todo estaba bien. La conversación había llegado a un punto donde solo las palabras vacías flotaban en el aire. Y finalmente, fue ella quien rompió el silencio.

"Bueno, Pau, me alegra saber que están bien. Yo… voy a intentar descansar un poco. Necesito estar sola por ahora."

"Lo entiendo, Alejandra", respondió Pau con suavidad. "Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti. No estás sola."

Alejandra no dijo nada más. Colgó la llamada y se quedó mirando el teléfono en sus manos, pensando en todo lo que había perdido. La habitación se sintió más vacía que nunca, y el llanto de hace un rato parecía ser una sombra lejana que, de alguna forma, aún no la dejaba en paz. Sin ganas de hacer nada más, se quedó allí, abrazando la almohada, atrapada en su propio dolor y su soledad.

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Holaaaaa.

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