
36. ¿Bailamos bachata?
Ese mismo día, en casa de Mía.
Música a todo volumen. Caderas moviéndose. Cojines volando por la habitación. Cabellos alborotados.
Suena Barbie Girl de Aqua. «I'm a Barbie Girl in a Barbie World».
Mía abre su armario y nos viste con algunas de sus prendas. Hacemos como si estuviéramos en un desfile de modelos. Caminamos al ritmo de la música entre carcajadas.
Miriam me tira una palomita al aire y yo la agarro. Mhmm, deliciosa.
Seguimos bailando como locas. Pie izquierdo hacia atrás. Pie derecho hacia delante. Un, dos, tres.
Miriam nos lanza un cojín en toda la cara a Mía y a mí. Le dedicamos algunos insultos cariñosos.
—¡Vamos a jugar a algo! —Mía nos lanza una mirada picante—. Voy a por una cosa. ¡Ahora vengo! —tras decir eso se marcha dando saltos.
Miriam y yo cruzamos una mirada de «¿Qué está tramando?».
Vuelve a la habitación con dos botellas de tequila, una en cada mano.
—¿Sabéis jugar a «Yo nunca he...», no?
Yo asiento con la cabeza. Miriam niega.
—Bueno, lo explico —comienza—. Por ejemplo, digo una frase «Yo nunca he nadado desnuda en la playa». Si lo habéis hecho tenéis que beber, y si no lo habéis hecho no hacéis nada.
—Entiendo —Miriam asiente.
—¿Empezamos? —pregunto—. ¿Quién dice la frase?
—Comienza tú, Cat.
Pienso, pienso y pienso. Se me ocurre una idea.
—Yo nunca he hecho un trío.
Mía bebe un trago. La miramos asombrada.
—¿Qué? —exclama al ver nuestra expresión—. ¿Para qué conformarse con uno si puedes tener dos?
Es el turno de Miriam.
—Yo nunca he leído escenas +18 y me he excitado.
Las tres bebemos.
—Imposible no excitarte si has leído Lascivia — reconozco. Me miran y se ríen.
—Yo nunca he ido a una fiesta y me he liado con más de tres personas —Mía y Miriam beben.
—Mía, has bebido en todas —le recuerdo. Ella esboza una sonrisa—. Yo nunca he visto pornografía —ninguna de nosotras toma.
—¿Ninguna? —pregunta Mía algo extrañada—. Es hora de hacerlo.
Le miramos algo confusas. Mía desbloquea su teléfono móvil y busca algo en internet. Definitivamente está loca.
—¿Estás haciendo lo que creo que estás haciendo?
—Puede ser —me guiña un ojo.
Pone su celular delante de nosotras. El vídeo se titula «El profesor y la alumna». Pulsa el play.
Miriam se muerde las uñas algo nerviosa. Mía no deja de mirar el vídeo con una expresión traviesa. Yo no sé como reaccionar.
La película llega al momento esperado. Siento como me sonrojo. Me tapo la cara aún más avergonzada. Ellas me lanzan una mirada divertida.
Justo en ese momento mi móvil suena. Descuelgo la llamada.
—¿Diga?
—¿Cat? ¿Qué es ese ruido de fondo? —pregunta mi madre desconcertada al escuchar gemidos.
¡Mierda! Les hago una seña para que bajen el volumen pero no lo entienden.
—¿Qué haces con las manos? —duda Miriam—. ¿No lo escuchas bien? Mía, sube el volumen.
—¿Cat? ¿Dónde estás? —insiste desde el otro lado de la línea.
Se escucha una voz masculina diciendo «Me encantas así, desnuda». Y más gemidos.
Le arrebato el móvil a Mía y lo pauso. Se me hace un nudo en la garganta.
—Catalina Fraga, ¿qué se supone que haces?
—Eh, mamá. ¿Qué tal?
—Pues ahora mismo enfadada —puedo notar como su voz está llena de furia—. ¿Dónde estás? ¿Con Bruno?
—¿Qué? No. Estoy en casa Mía.
—¿Y de quien eran esas voces?
Me quedo congelada. ¿Qué le puedo decir? Pues, mamá estoy viendo porno. Vale, eso definitivamente no.
—¿Qué voces? —me hago la que no sabe nada.
—¡Catalina, los gemidos!
Qué directa es mi madre...
—Mamá, ¿qué gemidos, qué dices?
—¿Estás con Bruno?
—¿Te digo que no! Estoy en casa de Mía viendo... una película.
—¿Qué clase de película?
—Pues de esas de amor y romance.
—Ya...
—Eh, ¿mamá? No te escucho bien. Creo que son los datos. Te has empeñado en no recargármelos y ahora no te escucho.
—No te los voy a recargar. ¿Ves normal gastarte todos los datos en dos días que has estado en Lisboa?
—¿Mamá? —finjo no escucharla—. Te voy a colgar, se escucha como un disco rayado. Adiós —no le dejo despedirse y cuelgo.
Fulmino con la mirada a Mía y a Miriam. Se encogen de hombros.
—La que me habéis liado... —ladeo la cabeza.
Mía me mira apenada y vuelve a poner la película. Agarro su móvil y lo guardo en mi bolsillo.
—¡Eh! —se levanta rápidamente—. Devuélveme mi móvil.
—¡Eso! —se une Miriam.
Me acorralan en una esquina del cuarto de Mía.
—Tendréis que pillarme —salgo corriendo de la habitación y voy hacia la puerta principal.
—¡Cat, espera! —grita Miriam detrás mío mientras se ríe como una desquiciada.
Salimos de la casa de Mía. Ellas dos me acorralan en un árbol.
—Dame mi móvil o te ato al árbol.
Me rindo y le devuelvo su teléfono.
—¿Vamos a dar una vuelta? —nos propone Miriam.
—Sí.
Caminamos dando saltos y haciendo tonterías por las calles poco iluminadas por la oscuridad de la noche.
Si no tuviera alcohol corriendo entre mis venas me daría un poco de miedo.
¿Y si viene el payaso de la película de antes a asesinarnos?
Un grupo de ancianos bailan bachata. Algunos los observan curiosos y otros se unen a ellos alegremente.
No me preguntéis porque están bailando a estas horas.
Pasamos enfrente de ellos.
—¡Señoritas! —nos grita un anciano—. Uníos a nosotros, venga.
Las demás personas nos animan. No sé si es por el cansancio, por los aplausos, por la gente animando o por el alcohol, pero acabamos aceptando.
Suena Propuesta Indecente de Romeo Santos. «Y si te invito a una copa y me acerco a tu boca...».
Miriam y yo bailamos juntas. Mía baila con el anciano que nos lo ha propuesto.
Doy un paso lateral con el pie derecho, Miriam hace lo mismo pero con el izquierdo. Sin querer, chocamos nuestros pies por error. Nos reímos.
Poco a poco, nos acostumbramos y nos salen mejor los pasos de baile. Vamos hacia delante, después hacia atrás. Una vueltecita.
De repente, noto como alguien nos está mirando. Oigo unos gritos.
—¡Venga, así se hace! —nos anima una voz masculina, se parece a la de Xavier. Me giro y los veo a allí. Bruno. Acompañado de Xavier.
Me sonrojo. ¿Cuánto tiempo han estado allí mirándome? Qué vergüenza. Seguro que bailando parezco un pato mareado.
La canción se acaba y dejamos de bailar. Los ancianos analizan a los recién llegados.
—¿Son vuestros novios? —nos cuestiona un hombre con una sonrisa traviesa.
—Ella es mi novia —les aclara Bruno señalándome. Me vuelvo a sonrojar—. Y ellos dos... difícil de explicar.
—No somos novios —interviene Miriam.
—Hacéis buena pareja —sonríe una anciana.
—Yo soy la soltera —Mía pone morritos.
Nos despedimos del grupo de bachata y nos vamos.
—Creo que es lo más surrealista que he visto hoy —Bruno nos mira con una sonrisa tonta.
—¿El qué?
—Veros bailar salsa con unos ancianos.
—¡No es salsa! —me quejo—. Es bachata.
—Perdóname, experta en bachata —le doy un golpe en el hombro, él se ríe.
Nos detenemos delante de una fuente llena de monedas en el fondo. La llaman la fuente de los deseos. Pides algo y en teoría se cumple.
Pero hay personas que dicen que hace todo lo contrario a lo que pides.
La verdad yo solo pienso que es una fuente normal y corriente. Sin ningún tipo de magia ni de maldición.
Solo por tener el recuerdo, tiramos cada uno una moneda al fondo de la fuente. El agua, tranquila y transparente, se mueve al ritmo del aire.
Pedimos un deseo. Cada uno su deseo. No se puede desvelar. Es un secreto. ¿Queréis saber cuál es mi deseo?
Pues os tendréis que quedar con la duda.
Nos sentamos en un banco. Xavier nos mira interesado.
—Mía, Miriam —las agarra del brazo. Ellas se quedan confundidas—. Vamos a dejarles un momento romántico de pareja. Venga vamos a ese bar.
—¡Suéltame! —Miriam se libera pero le hace caso. Nos dejan a solas.
Bruno me acaricia un mechón de mi cabello rubio y me besa. Un beso corto. Otro un poquito más largo.
Interrumpe nuestro beso y se levanta del banco con una expresión avergonzada.
—¿Qué haces?
Él no me dirige la palabra y me da la espalda.
—¿Bruno?
Sigue dándome la espalda.
Me acerco a él y me pongo enfrente suya. Mis ojos bajan y veo que con sus manos se cubre su zona íntima.
Hago un esfuerzo por no reírme pero no lo consigo. Estallo en una carcajada.
—Ha sido involuntario, ¿vale? —exclama nervioso.
—Así que, ¿te ha excitado besarme? —sigo riéndome.
Bruno se sienta en el banco indignado. Su... su parte íntima ya está en su sitio.
—¿Vamos a algún sitio? —me propone.
—Claro —me levanto de un salto y paseamos tranquilamente. Su mano está metida en uno de los bolsillos de mi tejano.
Nos paramos en un callejón oscuro. Bruno empieza a besarme contra un muro. Me quita la camiseta color beige.
—¿Qué haces? —exclamo divertida.
—Tenías una mancha en la camiseta, te la quito para que no se te ensucie más —bromea.
—Ya veo —me río.
Se desabrocha su cinturón. Le ayudo a bajarse los pantalones.
—Voy ha hacer algo.
—¿Qué? —enarca una ceja.
Le quito de dudas cuando nota mi lengua húmeda entre sus piernas. Gime de placer.
Me da repetidos besos en el cuello. Probablemente me deje marcas, pero eso ahora mismo no me importa.
Sus manos calientes, llenas de hambre. Mi cuerpo, preparado para ser devorado. Vuelve a besarme apasionadamente. Me dejo hacer.
Mi corazón late muy deprisa. ¿Será por la excitación? ¿Será porque le amo? Sea como sea, sigue latiendo fuertemente.
Y llega el momento esperado. Me penetra. Repetidas veces. Hasta que se corre. Una sonrisa radiante recorre su rostro.
—¡¿Bruno?!, ¡¿Cat?! —escuchamos la voz de Xavier a lo lejos—. ¡Cómo estéis follando en unos arbustos...!
—No digas follar — le replica Miriam. Esta vez sus voces se escuchan más cerca. Rápidamente, nos vestimos.
—¿Ah, no? ¿Y cómo quieres que lo diga?
—Pues de otra forma. Qué sé yo... hacer el amor, acostarse...
—Me gusta más decir «follar».
—Vete a la mierda —le saca el dedo corazón.
—Miriam, no deberías decir eso, es muy vulgar —Xavier imita su voz.
—Oye —Mía se hace notar—, no tengo problema de que estéis ligando pero ¿se puede saber donde se han metido?
—¡Pero si no estamos ligando! —Miriam ladea la cabeza.
—Del amor al odio solo hay un paso —Mía les guiña el ojo divertida. Ellos dos le fulminan con la mirada.
—Gato —me susurra Bruno al oído. Me estremezco al sentir su aliento en la nuca—, vamos a darles un susto cuando cuente tres.
Asiento con la cabeza.
—Uno —empieza a contar—, dos —en ese momento pasan por nuestro lado—, tres.
Saltamos hacia ellos. Sueltan un grito. No sé quién se ha asustado más, ellos por el susto o yo por el chillido agudo de Mía.
—¡Qué susto! ¡Imbéciles! —Mía nos golpea a Bruno y a mí con su bolso negro.
Estallamos en una carcajada grupal.
Pasamos la noche yendo de aquí para allá. Sin preocupaciones. Solo un grupo de amigos que quiere seguir disfrutando de la vida. Lástima que no durará mucho más.
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