
19. No te quiero
Tres días después.
Me siento mejor. Más segura, más protegida.
Ya no vivo con ese miedo, esa incertidumbre de que algo malo me pasará.
Todo ha sido mejor desde que...
Dos días antes, en la comisaría.
—¡Mi hija está en peligro y a ustedes les importa un pimiento!
—Señora, tranquilícese, eso no es verdad y lo sabe.
—¿Entonces?
—Últimamente, han estado ocurriendo muchos casos. Estamos muy ocupados. Tal vez, las amenazas que ha recibido han sido una simple broma.
—Muy bien, lo comprendo —entorno los ojos. El policía me escucha atentamente—. O sea que si no me matan, no pasa nada, ¿no? Claro, ¿qué tiene de importante que una adolescente reciba amenazas de muerte?
El policía reflexiona unos instantes.
—Está bien, investigaremos el caso. Necesito los mensajes que te ha enviado. Dame tú móvil, cuando vuelva a llamar rastreáremos la llamada y, averiguaremos quién es.
—¡Gracias, gracias! —le agradece Rosa.
—No hay de que. Al fin y al cabo, es nuestro deber proteger a la civilización.
Salimos de la comisaría satisfechas de haber puesto la denuncia. Nos subimos al coche y comienza a conducir.
—Vas a ir al psicólogo —me informa—. De hecho, al mismo que fui yo.
—¿Qué?
—Pues eso.
—No pienso ir. Esas cosas no sirven.
—Sí que sirven. Y a ti te hace falta ir.
—¡Te digo que no!
—Catalina, no hay nada de malo. Yo fui y me ayudó mucho.
Eso es cierto. Recuerdo cuando mi madre me contó su triste historia. El psicólogo la ayudó a sentirse mejor y encontrarse a ella misma.
—Bueno... está bien. ¿Cuándo empiezo?
—Ahora mismo —me sonríe divertida.
—¿Qué?
Rosa aparca enfrente de un centro de psicología. Salimos del Audi A3. Me lanza una mirada confiada. Tengo mis dudas de lo que mi madre planea.
—Ya verás, te va a ir muy bien para reducir el estrés.
Entramos en la clínica y mi madre habla con la secretaria. Nos indica que vayamos a una sala.
—Es aquí —señala.
Toca la puerta. Se escucha una voz adentro. Entramos al cuarto.
—¡Rosa! ¿Qué tal? —murmura la psicóloga. Es una mujer alta y delgada.
—¡Genial! ¿Y tú?
—Pues aquí estamos —sonríe—. Veo que no vienes sola. La cita es para ella, ¿verdad?
—Sí —asiento.
—Muy bien, ¿cómo te llamas?
—Catalina Fraga —comprueba algo en su ordenador y levanta la vista.
—Cierto. Te tengo apuntada. Bueno, vamos a comenzar. Rosa, sal del cuarto. Puedes estar en la sala de espera. Luego nos vemos.
Mi madre se despide y se marcha, dejándome sola con la psicóloga.
—Tu madre me ha dicho que has sufrido acoso por parte de alguien desconocido. ¿Cómo te sientes al respecto?
—Yo... —dudo un momento.
—Perdona si he sido muy directa. ¿Quieres que te conozca mejor y después hablemos de ese tema?
—No. Está bien así. Pues, me he sentido muy asustada.
—¿Asustada de que te pasara algo?
—Asustada de que me ocurriera algo a mí o a las personas que me importan.
—Entiendo —apunta algo en la libreta—. Quiero que sepas que todo lo que me digas se va a quedar aquí, dentro de esta habitación. No le diré nada a tu madre ni a nadie, ¿vale?
—Bien.
Dos días después, volviendo al presente.
Es el momento de ir al instituto. Desde hace dos días, mi madre me recoge y me lleva a la escuela en coche. Es lo mejor.
Rosa me espera sentada en el coche, preparada para conducir. En la radio suena Judas de Lady Gaga.
—Toma —me entrega un espray de pimienta—. Úsalo si alguna vez estás en peligro.
—Gracias, mamá.
Ese mismo día, en el recreo.
Desde que mis amigas saben lo de las amenazas y el acoso, siento que están muy pendientes de mí.
Pol y Mía charlan cariñosos. Dafne les lanza una mirada repugnante.
Siento que alguien me abraza por detrás.
—Ey —me saluda Bruno—. ¿Qué tal?
—Bien —respondo seca.
—¿Seguro? —insiste.
—Sí —me alejo de él y vuelvo con Dafne. Bruno me mira triste.
Me duele mucho tratarle así. Demasiado. Pero es lo que debo hacer.
Hace un día, por la tarde, en casa de Mía.
—Cat, voy a llorar —Mía se limpia las lágrimas—. ¿Por qué no nos lo habías contado antes?
—Lo siento. No quería preocuparos —las cuatro nos abrazamos.
—Vas a estar bien, te lo prometo —me jura Miriam.
—Hay algo que me preocupa y he estado pensando —les comento.
—Cuéntanos —me anima Dafne.
—No quiero que le pase nada a Bruno por mi culpa. ¿Y si mi acosador me deja en paz a mí pero va a por él?
—¿Por qué iría a por Bruno? —cuestiona Miriam.
—Porque él le provocó por llamada y, para hacerme daño a mí. Sabe que si a él le pasa algo yo me derrumbaría.
—Es verdad —piensa Dafne—. ¿Qué vas a hacer?
—No sé —digo entre sollozos—. Yo le quiero, muchísimo y por eso tengo que dejarle ir, ¿no?
—Creo que es lo mejor, Cat —concuerda Mía.
—Lo es —mientras pronuncio estas palabras comienzo a llorar a mares.
¿Dejar a la persona que más amo y amaré en este mundo? Si le pasa algo por mi culpa jamás me lo perdonaría. Lo debo hacer por mucho que me duela.
—¿Qué le vas a decir cuando rompas con él? Conociendo a Bruno, si le dices que lo haces para protegerle, no funcionará.
—Cierto, Mía. Tengo que decirle algo convincente, que no vuelva a llamarme, que no vuelva a hablarme, que se aleje completamente de mí —me limpio los ojos pero las lágrimas vuelven.
Nos quedamos las cuatro abrazados, consolándome. Una para todas y todas para una.
Al día siguiente, volviendo al presente, en la salida del instituto.
Todos los alumnos están recogiendo sus cosas. Salen por la puerta con ganas de llegar a sus casas y descansar de este ambiente.
Bruno coloca su estuche en la mochila. Se la cuelga en la espalda y cruzamos nuestras miradas.
—Tenemos que hablar —le comento seria.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan distante conmigo desde ayer? —me pregunta preocupado.
—Tenemos que romper —voy directa al grano.
—¿Qué? —su expresión cambia por completo—. ¿Por qué? ¿He hecho algo mal?
—No, no eres tú, soy yo.
—Cat, a mí no me digas lo típico. Explícamelo, mejoraré y estaremos como siempre.
—Bruno, lo siento —me intento alejar de él pero me agarra del brazo.
—¿Por qué haces esto? —insiste.
—No siento nada por ti —le digo de la forma más cruel que puedo.
—No te creo —contesta confiado.
—Es la verdad.
—Dímelo mirándome a los ojos.
—Bruno, no quiero hacerte daño...
—Cat, dime que no me quieres mirándome a los ojos —repite de nuevo. Me acerco a él, dejando pocos centímetros entre nuestros rostros.
—No te quiero. Nunca te quise. Solo jugué contigo. No me hables nunca más — le doy la espalda antes de que vea como mis ojos se humedecen.
Bruno se queda inmóvil. No puede creer lo que acaba de pasar. Se limpia sus ojos llenos de lágrimas y sale de la clase.
Me quedo en una esquina sollozando. Mi corazón se acelera, mi cuerpo tiembla y me sudan las manos.
Duele. Me duele el corazón. No puedo respirar. Mi llanto cada vez es más fuerte.
Alguien entra a la clase con expresión preocupada.
—Ey, ey. Respira. Toma aire por la nariz, cuenta hasta tres. Retén el aire. Suelta el aire lentamente por la boca —hago lo que me dice el chico un par de veces hasta que consigo estar más calmada.
—¿Qué me estaba ocurriendo?
—Has tenido un ataque de ansiedad. ¿Has estado en una situación de mucho estrés recientemente?
—Sí. Hace un momento.
—Es por eso. Tranquila no pienses en eso, ya estás bien. Si te vuelve a pasar y no puedes respirar no olvides hacer lo que te he dicho.
—Bien, gracias.
—No es nada. Por cierto, me llamo Luka.
—Encantada, yo soy Cat.
—Lo sé, bueno, me tengo que ir. Nos vemos, Cat —se marcha.
Me levanta desganada y salgo del instituto. Mi madre me espera dentro del coche. Me siento de copiloto.
—Por fin, pensaba que te habías ido.
—No. El profesor de lengua nos ha retrasado un poco.
Se puede escuchar la canción Car's Outside de James Arthur.
Mi primer ataque de ansiedad. Una mala experiencia sin duda. Menos mal que Luka estaba allí para tranquilizarme.
Antes estaba completamente segura de que debía romper mi relación con Bruno. Pero... ahora tengo mis dudas. Lo que está hecho, hecho está.
Salgo del coche y subo a mi habitación. Me coloco mis audífonos, reproduzco mi playlist de Spotify y dejo que las lágrimas salgan.
Ojalá poder estar ahora mismo con él. Besarle, abrazarle, reír juntos, simplemente estar a su lado. Nunca había sentido algo tan grande por alguien. Solo por él. Siempre será él.
Un mensaje interrumpe mi sufrimiento.
Hola, Cat. Soy Dafne. Tengo algo que contarte. ¿Puedes venir a la cafetería Beer & Show?
¿Qué es lo que tendrá que contarme? La curiosidad me gana y acepto ir. Además, me vendrá bien para levantarme el ánimo.
Cuando llego a la cafetería, veo a Dafne sentada en una de las mesas de afuera. Me saluda con la mano sonriente.
—¡Hola! —me siento en una silla.
—Hola, Cat.
—¿Qué es lo que me tienes que decir? —su expresión se vuelve apenada—. Ey, Dafne, cuéntame lo que sea. No te voy a juzgar.
—Lo sé y, por eso te he llamado a ti. Confío plenamente en ti, Cat —sus mejillas enrojecen.
—Y yo en ti, Daf.
—Vale, pues allá voy. Hace un mes, más o menos, me empezó a gustar Pol.
—¡¿Pol?! —exclamo asombrada.
—Sí —se lamenta—. Fue antes de que él y Mía empezaran a salir.
—Vaya... —respondo pensativa.
—Soy muy mala amiga, lo sé. Ojalá poder desaparecer mis sentimientos hacia él, pero no puedo. No quiero fastidiar mi relación con Mía, es de mis mejores amigas. Cat, no sé qué hacer —empieza a llorar.
—Es una situación muy liosa. Me imagino que es difícil escoger entre tu mejor amiga o el chico que te gusta. Pero, Dafne, las amistades van por delante de los hombres. Y sé que te va a costar olvidarte de él pero valdrá la pena.
—Tienes razón. Y... ¿qué tal estás tú con lo de Bruno?
Suspiro hondo. Ella capta lo que quiero decir.
—Sinceramente, estoy fatal. Le he hecho daño y eso es lo que más me duele.
—Parece que hoy es un día triste para las dos.
—Cierto. Vamos a animarnos un poco. ¿Te parece bien?
—Sí, por favor.
Pasamos toda la tarde conversando amigablemente.
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