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21. El inicio de nosotros

Nota importante: Hola, soy Ash. Como saben, pronto se publicará mi libro en físico, por lo que tanto trabajo me tiene física y emocionalmente agotada. Amo esta historia, pero la presión que se me está poniendo en redes para actualizarla está rozando el acoso y empeora toda la situación. Estoy considerando pausarla hasta la publicación en físico de "¿Escuchas girl in red?". Aún no estoy segura. Si los mensajes y comentarios insistentes continúan, es probable que decida dejarla de lado por mi propia paz mental. Tal vez cuando las cosas se calmen pueda volver para escribir los últimos 5 capítulos.

De momento, consideren este como el capítulo final.

Besos.

Ash.

THEA

Erik debí­a de estar confundido.

Lo último que dije fue que tení­a que hablar con papá antes de correr a la sala de estar por mi abrigo y mis llaves. Cuando estaba levantando el cierre, llegó, se aferró al marco de la puerta y se quedó procesando un momento.

—¿Por qué te estás poniendo el abrigo? ¿Te vas a tomar un avión para ver a tu papá o qué?

Saqué el pelo de debajo de mi abrigo.

—No. Voy a...

—¿Me vas a dejar limpiando solo? Esta fue tu idea.

—Basta con la ansiedad de separación. Me voy a caminar mientras lo llamo por teléfono.

Erik estiró los labios.

—Sabes que puedes hablar con él aquí. Puedes usar el estudio.

—Sí, ya sé. —Caminé hasta él, le di un beso en la mejilla y luego abrí­ la puerta de entrada—. ¡Vuelvo en un rato!

Salí­ antes de que me diera tiempo de avergonzarme por ese beso y caminé los primeros pasos lejos de la casa casi al trote para incrementar la distancia. Me permití un momento de emoción en el que escondí medio rostro en el cuello de mi chaqueta inflada en el que me pregunté qué cara habrí­a puesto Erik cuando le di el beso. Luego, saqué los auriculares del bolsillo de mi pantalón, los conecté al teléfono y levanté la capucha del abrigo. Llamé a papá y aguardé mientras caminaba.

Ese dí­a hací­a frío, pero el sol brillaba con fuerza y molestaba a la vista. A un par de calles de la avenida principal, no había personas caminando. Tal vez alguna que otra de vez en cuando que aparecía con su bolsa de compra o con un perro, pero no más. Y yo no estaba yendo hacia la avenida, sino alejándome de ella, así que hablé sin problema cuando él finalmente me atendió.

—¿Hola?

Respiré hondo y acerqué el micrófono de los auriculares a mi boca.

—Hola, papá. —Una nube de vaho se desprendió de mis labios. El choque de temperaturas entre el interior de la casa calefaccionada y el exterior era abrumador—. Quería hablar contigo.

Los domingos por la tarde papá iba hasta el garage y llevaba todas sus herramientas al comedor para trabajar cómodo. Últimamente había sido yo quien estaba usando sus cosas para terminar el transformador de corriente que me había enseñado a construir, así que él se limitaba a sentarse cerca de mí­ por si necesitaba ayuda, pero no tan cerca como para que lo considerara una molestia. Me preguntaba si ahora que yo no estaba, él había decidido retomar algún trabajo personal, como aquel sensor de movimiento que hizo para el cesto de basura.

Si ese era el caso, entonces ahora estaría bajando el soldador y apoyándolo en su soporte. O tal vez guardando en su computadora los avances del diseño de una plaqueta.

—Dime. ¿qué sucede?

Tenía que hacer la pregunta pero me daba miedo hacerla. Parecía no querer salir de mi boca.

Me aclaré la garganta mientras cruzaba la calle. Aquí comenzaba a empinarse el camino y las casas tenían esos diseños tan graciosos, con sólo medio garage a la vista, o escaleras exteriores que llevaban a un primer piso más alto.

—Hoy estaba limpiando el garage con Erik y encontramos un álbum de fotos en el que estabas tú.

—¿Ah, sí?

—Sí. —Miré a mi alrededor, a los jardines delanteros de las casas, la falta de movimiento de un domingo por la tarde. No había nadie a la vista—. En realidad, estabas en la mayoría de las fotos. Con los papás de Erik.

—¿En serio? No sabía que aún tenían tantas fotos nuestras. ¿qué pasa con ellas?

—Te veías muy cercano a ellos.

—Sí, lo soy.

Metí la mano libre en el bolsillo de mi chaqueta cuando comenzaron a congelarse mis dedos.

—O sea, muy. —Pateé una piedra pequeña—. ¿Saliste con la mamá de Erik?

Silencio. Cuando no respondió de inmediato negándolo, me asusté. Lo primero que pensé fue "no me escuchó", "se cortó la llamada". Luego, "Erik tenía razón y lo acabo de poner en evidencia". Durante esos segundos pensé en mamá y sentí tanta pena. Hasta que respondió.

—Thea, pero... ¿Qué es esa pregunta? —Otro silencio, pero esta vez más corto—. ¿estás loca? ¿Sacas esa teoría porque estoy en un álbum de fotos?

—Y porque Erik te vio abrazándola en el estudio una vez —solté sin pensar. Esperaba que Erik me perdonara por delatarlo—. Siempre que me llevabas a su casa te encerrabas a hablar con ella en el estudio toda la tarde y a veces hasta de noche. Y esas fotos... ¿Por qué estás en casi todas? ¿Eran tan cercanos los tres que cuando murió el papá de Erik decidiste intentar algo con su mamá? ¿O ya era de antes?

—Aguarda un momento. Una cosa a la vez. Nunca estuve con la mamá de Erik. ¿De acuerdo? Y no me gusta que él te esté metiendo esas cosas en la cabeza. Desde que me dijiste que son novios, ya no me hablas como antes. ¿Es por esto?

—Sí.

Lo oí suspirar.

—¿Él está ahí?

—No. Salí a caminar.

Agradecí que se me hubiera ocurrido esa idea antes de llamarlo, porque no quería que papá me pidiera que le pasara al teléfono. Sólo podía imaginarme las cosas que le diría. Nada bueno.

—Bien. Vamos a dejar algo claro, Thea: Jamie era mi mejor amigo. Él estuvo conmigo toda mi vida y yo nunca conocí el mundo sin él. También hice luto. ¿Está bien? Por mucho tiempo. ¿Qué te hace pensar que en el momento más doloroso de mi vida se me ocurriría meterme con alguien que acababa de enviudar? Abracé a mi mejor amiga, qué crimen. Me quedé hablando con ella en el estudio durante días y noches, con la puerta cerrada para que ni Erik ni tú nos vieran llorar, y la abracé cada vez que ella lo necesitó, porque eso hacen los amigos. Así que dile al estúpido de mi ahijado que más le vale que no se haya creído esa película que se inventó, porque me voy a enojar si me entero que esa es la razón por la que no me habla desde que nos mudamos.

Crucé el paso de peatón en las vías del tren. Ya estaba cerca del río.

—Mamá dijo que se separaron porque había otra mujer.

—Tu mamá va a pensar eso el resto de su vida y no me importa, porque ya no estamos casados y ese es su problema.

—¿Estás diciendo que no había otra mujer? ¿Que se separaron porque sí? —Presioné la mano en un puño cerrado dentro del bolsillo de mi chaqueta—. No entiendo.

Tanta distancia, tantos sacrificios, tantos cambios. Tenía que haber una razón para todo eso. Un crimen irremediable que nos obligó a abandonar nuestro hogar. No pudimos haberlo dejado todo sólo "porque sí".

—Sí. Lo siento si te decepciona, pero la respuesta siempre fue y será esa. ¿Está mal querer más, si ya no era feliz con tu madre? No sé. A lo mejor perder a Jamie me hizo darme cuenta de eso y cuestionarme qué estaba haciendo con mi vida, o a lo mejor fue una crisis de los cuarenta. Pero te dejé volar hasta la otra punta del país porque querías cambiar tu vida. ¿Yo no tengo derecho a hacer lo mismo?

Le quise decir que no, pero sabía que no era justo. Mi lado irracional, la Thea de ocho años, le habría dicho que tenía que ser mi papá y nada más, sin cambiar nada. Pero no era así de cruel.

En ese momento llegué al río y me di cuenta de que estaba... Sorpresivamente habitado. Había familias paseando de la mano por el pase peatonal, grupos de amigos sentados en el césped de la orilla y niños corriendo dentro y fuera de los juegos. Antes de cruzar la calle angosta que me separaba del césped, una pareja pasó patinando a frente a mí. Iban hablando y riendo.

El sol estaba radiante.

Era un precioso día soleado a mediados de primavera, después de un invierno tan largo.

—¿Eso era para ti la señora Nolan? ¿Tu mejor amiga?

Me senté bajo la sombra de un árbol. Parte del sol me daba en la cara y las piernas, no tan fuerte como para molestar, pero sí como para darme sueño. Apoyé la espalda contra el tronco y miré al grupo de adolescentes que se había sentado cerca de la orilla. Dos de ellos hacían rebotar piedras en el agua y otro a sólo unos metros jugaba con un perro, intentando hacer que lo persiguiera.

—Jamie y Laura son mis hermanos —dijo papá—. ¿Por qué otra razón le habría confiado a ella lo más importante que tengo?

—Creí que le habías vendido el restaurante. —Arranqué césped de la tierra, distraída—. No sabía que lo estaba manejando por ti.

—Eres tonta. Eso sí que lo sacaste de tu mamá.

Solté el césped y levanté la cabeza. Ese ataque había sido gratis.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque estoy hablando de ti, no del restaurante.

—Bueno. ¿Y cómo iba a saberlo?

papá y yo nos quedamos hablando veinte minutos más después de eso y mientras más tiempo pasaba, más se iba diluyendo todo el enfado que había ido acumulando en las semanas. No sabía si lo podía perdonar por dejarlo todo, incluso nuestra casa, pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba mirando demasiado en el pasado y me quedaba poco tiempo aquí como para seguir amargándome.

Ni siquiera quise despedirme cuando lo hicimos, pero ya no nos quedaba de qué hablar.

—Le diré a Erik que lo llamaste estúpido.

—Díselo, porque lo es.

No le pude discutir eso.

***

Cuando regresé a casa, el garage ya estaba limpio. Me sentí culpable por no haber ayudado a terminar el trabajo, pero se me pasó cuando le eché una segunda mirada a Erik echado en el sofá, exhausto, con la cabeza echada hacia atrás en el respaldo y los ojos cerrados.

—Qué exagerado. —Dejé caer sobre su estómago la bolsa de tequeños que había comprado en una casa de comida cuando volvía. Él abrió un ojo e hizo una mueca de dolor—. Ten. Tu premio.

Erik abrió la bolsa y sacó un tequeño. Debía de estar muerto de hambre, porque ni siquiera preguntó qué era antes de comérselo.

—¿Cómo te fue? —preguntó luego de tragar.

Me senté a su lado en el sofá y él se enderezó antes de apoyar la bolsa de papel sobre sus piernas. Aún llevaba las hebillas que le apartaban el cabello del rostro.

—Hicimos las pases.

—¿qué te dijo?

—Que eres un estúpido y que estás equivocado.

Él asintió mientras masticaba otro taqueño, como si esa respuesta hubiera sido la esperada.

—¿Me odia?

—Nah. Pero te tienes que ganar su aprobación.

Él resopló y se levantó del sofá. Me ofreció la bolsa, pero la rechacé. Me había comido seis de camino a casa.

—Como si quisiera su aprobación. No la necesito.

—Te recuerdo que eres su yerno —bromeé—. Todavía piensa que somos novios.

Él tragó saliva, pero hizo un buen trabajo manteniendo la calma.

—Entonces me alegro de que no haya pasado nada entre tu padre y mi madre. No me habría gustado que las cosas se pusieran raras entre nosotros antes de que pasara nada.

Me incliné hacia adelante con las manos en el regazo.

—¿Antes de que pasara qué?

Él sonrió y meneó la cabeza.

—Nada. Es un decir. —Mentiroso—. Iré a bañarme. No encontré cartas nuestras, pero sí algunos dibujos.

Señaló un pequeño sobre de papel madera que se veía viejo y gordo, por lo que debía de contener muchos dibujos nuestros. Antes de que pudiera decir algo más, aprovechó la distracción y se marchó escaleras arriba.

Ni siquiera esperé a dejar de escuchar sus pisadas en las escaleras de madera y saqué el teléfono de mi bolsillo. Me acosté boca abajo en el sofá, lista para una sesión larga de mensajes de texto y entré al grupo de whatsapp que compartía con Sophie y con Félix: tres neuronas viajeras. Félix lo había armado cuando Erik pasó a buscarme a la casa de Sophie para que yo los pudiera actualizar con el chisme. Desde entonces lo usábamos para hablar mal de Erik.

Una vez sugerí meter a Galia y a Macy en el grupo, pero Macy era la mejor amiga de él y probablemente le filtraría información. Y Galia estaba perdidamente enamorada de Macy. No podíamos confiar en ellas para estos chismes.

Thea: qué significa que un chico te diga:

Thea: no quiero que las cosas se pongan raras entre nosotros antes de que pase nada.

Thea: ???

Thea: a qué se refiere con NADA?

Sophie: 🤨

Félix: ¿Por qué es tan complicado? ¿No puede ser un tipo más fácil???

Félix: O sea, él solo se sabotea siendo así.

Thea: Sí. La inteligencia lo persigue, pero él es más rápido.

Sophie: Por muy increíble que me parezca, a lo mejor te estaba coqueteando.

Thea: No sé. La última vez que yo le coqueteé, me arrojó al suelo y se fue a su cuarto.

Sophie: !!!?

Félix: A veces me hace cuestionarme si en realidad no es gay y te está usando de tapadera.

Thea: QUE??

Sophie: Eso confirmaría mi teoría de que estuvo secretamente enamorado de Drake.

Félix: Amor. ¿Cómo te explico?

Félix: No sé qué tan secreto sea que esos dos están enamorados el uno del otro.

***

No podía salir de una crisis y entrar en otra. Me merecía un descanso después del estrés que me produjo el drama de la infidelidad, pero gracias a Sophie y a Félix ahora estaba echada en el suelo del estudio, con las manos sobre mi estómago mientras me preguntaba si Erik era gay.

—A ver. Me aceptó una cita.

Pero una cita no podía significar nada. Como dijo Sophie, podía estar fingiendo para esconder su sexualidad. Yo estaba convencida de que en el fondo yo le gustaba, pero a lo mejor me estaba autoengañando. Félix a veces tenía delirios en los que creía que todo el mundo estaba detrás de él, así que no descartaba la posibilidad de que a mí me sucediera lo mismo.

Si lo pensaba con sinceridad, una vez me dijo que nunca le interesó tener novia. Y jamás lo escuché hablar de otras chicas como para suponer que siquiera se sintiera atraído a ellas. ¿Y si sólo me quería como una amiga?

Suspiré y miré por la ventana. Una de las cortinas del estudio estaba corrida y se podía ver el cielo nocturno y una luna creciente preciosa. Con el fin del invierno comenzaban a llegar los días de calor y finalmente las ventanas se volvían a abrir. Ahora entraba una brisa refrescante desde aquella ventana que me ponía la piel del cuello de gallina. Podía oír las voces amortiguadas de Laura, Oliver y Patrick mientras ponían una película en la sala de estar. A Erik también lo había escuchado hace un rato, pero se suponía que hoy, viernes, era noche de ajedrez. Debería de estar aquí en cualquier momento.

¿Y qué pasaba con su crush con Lindsay?

—Pudo haber tenido un crush en la infancia y aún así ser gay —me regañé—. O a lo mejor es bisexual. Bisexual con preferencia por los hombres.

—¿Quién?

Escuché los pasos antes de poder verlo. Cuando giré la cabeza, sentí mi cabello hacer fricción con la alfombra. Lo primero que vi fueron sus pantuflas grises que me recordaban a Baltasar. Luego, fui subiendo por su pantalón de pijama a cuadros color bordó, el suéter azul y las manos que sostenían una bandeja de desayuno. Erik llevaba sus lentes de lectura puestos y aguardaba junto a la puerta del estudio a que respondiera a su pregunta.

Me aclaré la garganta y me senté con las palmas apoyadas en la alfombra. Pese a ser rizado, mi cabello era lo suficientemente largo como para acariciar mis nudillos con las puntas.

—Qué... ¿Qué te importa? —balbuceé avergonzada. Eso me pasaba por hablar sola en voz alta—. No es asunto tuyo.

—Y tuyo menos. ¿En qué te afecta la sexualidad de otros? —dejó la bandeja sobre la mesa de té y las cucharas tintinearon contra las tazas de porcelanas. Para mí había café negro sin azúcar, para él, té con miel. Y en el medio, masas dulces—. No seas tan metiche o la gente no te va a querer.

Estiré el brazo y le di un mordisco a una de las mazas de hojaldre recubiertas con azúcar mientras Erik se acomodaba en el sofá. Las piezas de ajedrez habían quedado dispersas por todo el tablero desde nuestra última partida, así qué fue acomodándolas de a una con cuidado de no chocar sus dedos con las que ya estaban colocadas.

—Bueno, pero... ¿Y si es alguien que me gusta? —hablé con la boca llena.

—¡¿Quién te gusta?! —Su mano apareció tan rápido que no la vi venir. Me quitó la masa azucarada cuando estaba a punto de darle otro mordisco y la sostuvo lejos de mi alcance—. ¿Por qué me estoy enterando de esto ahora? ¿Con el permiso de quién?

Me levanté del suelo riendo para quitarle la masa de la mano. Él intentó alejar más el brazo y mi rodilla golpeó contra la mesa de té.

—Ay, mierda —murmuré.

Las bebidas se balancearon y Erik, medio riendo, me atrapó por las muñecas.

—Mira lo que has hecho.

—No he hecho nada.

Intentó darle un mordisco a mi masa y estuvimos un rato forcejeando. Era difícil pelear con él mientras medía mi fuerza para no volver a chocar con la mesa, así que eventualmente llegué a la conclusión de que era mejor si yo le daba el siguiente mordisco a la masa para impedir que él lo hiciera. Pero cuando me dispuse a hacerlo, él tiró de mi brazo por arriba de su hombro, lo que me obligó a verlo.

—Dime que no te gusta nadie —me pidió.

Respiré hondo y sus lentes de lectura comenzaron a empañarse. Con mi otra mano, que él también estaba sosteniendo, se los levanté con torpeza y los dejé entre su cabello alborotado.

—No puedo decirte eso.

Era obvio. Lo había invitado a salir. ¿Acaso creía que esa cita era de amigos? Porque si ese era el caso, entonces se merecía creer que me gustaba alguien más, por tonto.

—¿Por qué no? No me digas que ya te gusta alguien más. Todavía no tuvimos nuestra primera cita.

Tiró más de mi brazo hacia atrás y tuve que apoyar la rodilla en el borde del sofá para no perder el equilibrio. Gracias a eso, ahora nuestros rostros (y nosotros en general) estaban más cerca. Si hacía un solo movimiento, acabaría tocando su nariz con la mía.

—¿Qu...qué dignifica eso? —pregunté, nerviosa.

—No es justo que preguntes sin haber respondido primero. —Bajó su mirada un momento a mis labios y luego volvió a subirla—. ¿Quién te gusta?

Respiré hondo.

—No me mires así.

—¿"Así", cómo?

Desvié la mirada.

—Cómo si fueras a besarme.

Era una broma. Se suponía que Erik debía de reírse y alejarse, pero su concentración no desapareció de mis ojos.

—¿Eso quieres? ¿Quieres que te bese?

—¡No! —Puse una mano en su boca para mantener la distancia. Él seguía agarrándome por la muñeca, pero pese a no soltarme, no intentaba restringir mis movimientos. Parecía hacerlo más por el gusto de agarrarme que por otra cosa—. No bromees con esas cosas.

No podía besarme, incluso aunque él quisiera y no fuera sólo una broma. Estaba muy asustada por lo que vendría después de eso. No tenía la valentía para decirle que me gustaba, que me encantaba su risa rara y la manera en la que cubría su rostro cada vez que se ponía nervioso. Eso era mostrarme demasiado vulnerable para algo que no podía llegar lejos porque ni siquiera vivíamos en el mismo Estado.

Erik bajó el mentón y me miró desde abajo. Sentí cosquillas en el estómago ante la promesa de su mirada. Vi en él la decisión de alguien que acababa de aceptar un desafío. Movió ligeramente el rostro hacia un costado y se quitó mi mano de la boca.

—¿Tan mal crees que beso que ni siquiera quieres que lo intente? ¿O es que la que besa mal eres tú? ¿Por eso te dejó tu exnovio?

Tardé unos segundos en procesar lo que acababa de decir. Pasé de los nervios y la pena al enfado en un instante y por la sonrisa que se empezó a formar en su rostro supe que lo había dicho para generar esa reacción en mí.

—¡Él no me dejó! Yo lo dejé.

—¿Porque besabas mal y te daba pena?

—¡Yo no beso mal!

—Pruébalo —me desafió, risueño.

Este no era el Erik con el que me encontré cuando llegué en mi primer día, malhumorado, reservado y esquivo. Ahora estaba riendo con tantas ganas que los ojos se le habían ido cerrando hasta formar dos rendijas. Tampoco era el Erik del que me había hecho inseparable de pequeña, que me seguía a todos lados y tenía el corazón abierto para que lo tomaras en cualquier momento. Este era un Erik que sólo había podido conocer en las últimas semanas: uno que disfrutaba haciéndome enfadar y reír a partes iguales, que bajaba la guardia y me dejaba verlo feliz y triste, que me seguía la corriente.

—Qué molesto.

—¿Eso te decía él cada vez que lo besabas?

—Voy a matarte.

Él seguía riendo.

—Ya, está bien. No te voy a molestar más. —me aseguró—. Deja que me levante.

Intentó incorporarse del sofá. Tarea complicada conmigo encima de él. Pero yo no me moví, porque no quería que se fuera. Quería que volviera a pedirme que lo besara. ¿Era muy tarde ahora? Tenía que impedir que la oportunidad desapareciera para siempre.

Él echó una mirada al suelo, como si temiera perder el equilibrio y caer del sofá.

—Erik.

Me miró de reojo.

—¿Qué? ¿Ahora sí quieres el...?

No le dejé terminar la oración, porque me agaché y lo besé.

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