13. Me convierto en un rompehogares
THEA
La razón por la que Félix tenía tanta experiencia con citas y noviazgos era porque, a diferencia de mí, él era proactivo. Siempre tomaba la iniciativa y ponía su energía en eso. Por esa razón, él había recibido varias invitaciones a citas para San Valentín, mientras que yo iba a pasar otro año sola.
—¿Son todas de la escuela? —pregunté desde la cama.
La calefacción estaba encendida, pero aún así tenía frío. Mis dedos se congelaban debajo de las mantas, y la bolsa de agua caliente que Erik había llenado para mí ya se había enfriado hace un tiempo.
Quería esconderme bajo las mantas, pero entonces Félix no podría verme, porque estábamos en videollamada. Él también parecía estar acostado en su cama, puesto que era más de medianoche. A diferencia de mí, no había una pizca de sueño en su rostro. Él estaba muy despierto y de vez en cuando se movia inquieto para sentarse o caminar por la habitación.
—Me llegaron muchas cartas por San Valentin. ¿Sabes?
—¿Alguna interesante?
—No sé. No las leí. —Arrugué la frente, extrañada, y él sacudió la cabeza—. No me mires así. Se supone que somos novios. —Se tocó el pecho—. Yo jamás traicionaría así a mi novia.
Apoyé el codo en la cama y consideré un momento lo que acababa de decir. Había usado a Félix para mi tapadera sin pensar en él y no quería que eso lo limitara para relacionarse. Abrí la boca para sacar esos pensamientos a la luz, pero él volvió a hablar.
—Deberíamos salir mañana por San Valentin.
Presioné los labios.
—Deberías salir con alguien que quieras.
—Eso hago.
Sonreí. Incluso aunque fuéramos amigos desde siempre, cada vez que Félix me recordaba que estaba a mi lado porque quería, me hacía feliz. Me sentía bienvenida con él.
Acordamos vernos al día siguiente en el centro comercial para almorzar y luego ir al cine. Después de eso, en lugar de volver a casa, yo iría directo al restaurante de los padres de Erik para ayudarlo con la cita de Macy.
Y luego recuperaríamos mi campana.
Cuando terminamos la llamada eran más de las dos de la mañana y los nervios me habían quitado el sueño, así que decidí bajar a la cocina para prepararme un café. Me había parecido escuchar a Erik bajar, pero no subir, por lo que no me sorprendió encontrarlo en la cocina. Lo que si me sorprendió fue escucharlo hablar.
Bajé el último escalón de la escalera, pero no avancé más. En silencio, me apoyé en la pared. Erik estaba de pie en la cocina, con Baltasar en sus brazos, e iba vestido con su pijamada habitual, que consistía en un pantalón deportivo y una camiseta oscura. En la mesa había una taza con algo que emanaba vapor y un plato con tostadas.
La luz de la cocina estaba apagada, pero la del patio trasero no, y entraba desde la ventana para iluminar los bordes de Erik y suavizarlos en un tono cálido.
—Baltasar Gorgorovich —estaba murmurando mientras hablaba con el gato—. Conde Gorgorovich, ese eres.
Presioné los labios para no reír, porque Gorgorovich era el apellido del conde de esa novela que leí hace unas semanas. Parecía ser que Erik no se la había sacado de la cabeza.
—Gato millonario —continuó diciendo—. Con esa fortuna puedes comprar mucho aún.
El gato se quejó. Era evidente que quería que lo bajaran, pero Erik sólo le dio un beso en la cabeza.
—¿Cuál cree usted que es la solución a mi problema, señor Gorgorovich? Por favor, no se haga el tonto. Es de vida o muerte.
—Miau.
Erik levantó la vista al techo y suspiró.
—Lo que me temía.
—¿Qué te dijo?
Él dio un respingo cuando me escuchó. Debió de presionar sin querer al gato, porque el animal volvió a quejarse y se bajó con prisa mientras él intentaba adoptar una pose casual con la mano apoyada en la encimera.
—¿Qué…uhm, qué te importa?
La comisura del labio me tembló.
—”¿Qué te importa?” —me burlé mientras avanzaba hacia él con una sonrisa maliciosa. Todas mis sonrisas eran maliciosas cuando me burlaba de Erik—. ¿Qué? ¿Acaso estaban hablando de asuntos confidenciales?
Apartó la vista, visiblemente avergonzado, y musitó un “cállate” con los dientes casi pegados. Baltasar, por otro lado, se frotó entre mis piernas, en busca de atención o comida. Lo alcé como un bebé y él comenzó a ronronear.
—Gato traidor.
No le hice caso y rasqué la barbilla del animal. Este estiró el cuello, a gusto, y yo sonreí triunfante. Erik resopló y yo levanté la vista a la mesa con el té preparado y las tostadas.
—¿Estás desayunando? —pregunté—. ¿Esto bajas a hacer todas las noches?
No era la primera vez que lo escuchaba levantarse por la madrugada. Después de todo, su habitación estaba frente a la mía y el suelo era de madera. Simplemente creí que le gustaba ir al baño del piso de abajo. Nunca me había molestado en seguirlo escaleras abajo.
Entonces, mi mirada atrapó algo sobre la mesa.
—Eso es…
—Nada. —Erik pasó frente a mí, tomó el libro que descansaba allí y lo metió dentro de su camiseta—. No es nada.
—Ese es mi libro.
—No, no lo es.
Avancé y él retrocedió. Me di cuenta de que estaba descalzo. Sosteniendo al gato con un brazo, estiré el otro para levantar su camiseta.
—¿Robaste mi libro?
—¡No!
Solté a Baltasar y recuperé el libro. Erik intentó quitármelo, pero le di la espalda y me alejé mientras buscaba la luz del patio para iluminar la portada.
—¡Es el del conde Gorgorovich! —me carcajeé—. Ahora lo entiendo.
—Dame eso.
Me volteé para verlo de frente, sonriente. Él era más alto que yo, por lo que pudo atrapar el libro de inmediato, pero forcejeé con él.
—¡Ey, es mío! —continué riendo. Clavé uno de los talones en el suelo y tiré con todas mis fuerzas hacia atrás—. No tenías por qué robármelo. Pudiste habérmelo pedido si te gustaban las novelas románticas.
—No me gustan las novelas románticas. No hagas eso, te vas a caer.
Atrapó mi muñeca, a sabiendas de que si conseguía arrebatarme el libro, yo iba a caerme al suelo.
—Esta es una novela romántica, para tu información.
—No me digas. —Se molestó. Su expresión fue adorable, idéntica a la que hacía cuando éramos niños, e hizo que me dieran ganas de molestarlo más—. No la leo porque sea de romance.
—¿Entonces por qué? ¿Por la personalidad del conde?
—Cállate —volvió a gruñir.
Hice la voz un par de tonos más aguda.
—Ay, conde. Me derrito bajo su mirada. Su bigote masculino me hace temblar…¡Ay! —Solté una mano del libro para aferrarme a su hombro cuando mi talón se resbaló. Lo único que impedía que me cayera de culo al suelo eran las manos de Erik, una aún en mi muñeca y otra en mi cintura. Incluso en la oscuridad podía ver el rubor en sus mejillas. Parecía terriblemente avergonzado—. El invierno es cruel y largo, pero entre sus brazos encuentro la fuerza para seguir adelante. Si tan solo me besara…
Erik me soltó de golpe y yo caí. Fue tan repentino que ni siquiera tuve tiempo de amortiguar la caída con mi mano. Quedé en el suelo con los brazos abiertos como una estrella de mar.
Él resopló.
—Tonta.
—¿Yo, tonta? —Me sobé la cabeza, indignada—. ¡Tú me tiraste! Sólo estaba bromeando contigo.
Dejó caer el libro sobre el sofá, como si hubiera perdido el interés tanto en él como en mí, y se alejó hacia la mesa de la cocina para recuperar su plato de tostadas y su taza.
—Tienes novio. No puedes hacer ese tipo de bromas.
Subió las escaleras hacia su habitación y me dejó sola en el suelo, a oscuras. Me senté y me quedé mirando un momento por donde se había ido, molesta con sus últimas palabras.
Sólo estaba bromeando con él. ¿Por qué tenía que tomarse todo tan en serio?
¿Y desde cuándo él era tan cercano a Félix como para pensar en sus sentimientos?
—Idiota —resoplé, me levanté y recogí el libro del sofá—. No te tenías que enojar así.
Pasé las páginas con rapidez. Era un libro viejo, usado y de tapa dura, que había comprado en la librería a la que fuimos durante mi primer día. Las páginas eran amarillentas y aún olían a polvo. El libro se abrió casi al final, donde había un señalador y una hoja rayada cortada por la mitad, con algo escrito con la letra de Erik.
“Mentirosa. Nadie muere al final”.
Bajé los hombros. Era la primera nota que me escribía en más de diez años y la había escrito sólo para pelear conmigo.
—Eso es tan él.
No sabía si su intención había sido dármela o no, pero ¿Qué importaba? La había escrito. Me había escrito una nota.
Me hinqué en el suelo y escondí el rostro detrás del libro, sintiendo las mejillas calientes.
Era vergonzosa la rapidez con la que subí a mi habitación en busca de un bolígrafo para escribir una respuesta y volver a dejar el libro sobre su puerta.
No aguardé para ver si lo recogía o no, ni llamé a su puerta. Fui a dormir y, cuando desperté a la mañana siguiente, el libro ya no estaba.
***
El centro comercial estaba a poco más de diez minutos en autobús, por lo que no fue un problema llegar. No me arreglé demasiado, porque no tenía sentido. No obstante, Félix se veía igual de espléndido que siempre.
Almorzamos juntos y estuvimos más de una hora dando vueltas en la librería, porque él no se decidía entre dos colores exactamente iguales de pintura al óleo, ni entre dos cuadernos cuyas hojas variaban de gramaje casi imperceptiblemente. Lo escuché hablar de su proyecto de arte y sobre cómo su profesora insistía en que se inscribiera en una academia aunque fuera hasta fin de año, así que estaba considerando abandonar el club de historia.
Yo también hablé. Le conté sobre la casa azul y la campana en la puerta trasera, sobre lo indignada que estaba no sólo de que la hubieran cambiado tanto, sino de que mis padres lo hubieran permitido. Esa casa era nuestra, siempre lo fue, por generaciones. ¿Por qué la vendieron y se fueron? Sí, lo sé, oportunidades de trabajo y eso, pero ahora que era más grande y después de estar reviviendo tantas cosas de esa época comenzaba a enojarme el hecho de que no me hubieran tenido en cuenta para tomar esa decisión. Me alejaron de mi vida. Jamás pensaron “Quiero dejarle esta casa a Thea”. No. Simplemente la vendieron. A quién le importa. ¿Verdad?
Estaba enojada, pero no estaba lista para tener esa pelea con ellos, así que Félix me soportó quejándome por el resto de la tarde hasta que comenzó nuestra película.
No le conté sobre el plan para recuperar la campana, ni tampoco sobre la nota de Erik en el cuaderno. Por alguna razón, sentí que eso era algo demasiado personal, de él y de mí. No quería que lo supiera aún.
La película fue entretenida, pero como habíamos escogido una comedia romántica, estuvo llena de parejas. A él no le importó, pero a mí sí. No sé por qué. Simplemente sentí que no era correcto estar ahí. Félix debía de estar con alguien con quien quisiera salir, no con la amiga a la que le estaba haciendo un favor. Pero la gota que rebalsó el vaso fue después de la película, cuando salíamos de la sala y estábamos hablando sobre el final. Un chico alto que caminaba frente a nosotros atrajo a su novia para darle un beso en la sien y la envolvió en un abrazo tan íntimo que tuve que apartar la mirada.
—Deberíamos terminar —dije.
***
ERIK
Estaba seguro de que San Valentín, así, sin más, se iba a convertir en mi mejor día del año. Lo supe en el momento en el que abrí la puerta por la mañana y me encontré con el libro de Dorothea en el suelo.
El libro estaba cerrado, pero de entre las páginas sobresalía una hoja de papel. Era la misma que yo había metido esa noche, después de leer el último capítulo, pero tenía algo más escrito, así que levanté el libro y saqué la nota.
“Sólo espera hasta el epílogo!!” estaba escrito con bolígrafo rosa debajo de mi mensaje.
¿Estaba soñando? ¿Acaso ella había vuelto a escribirme una nota?
No pude evitar ilusionarme al pensar que tal vez, en el mejor de los escenarios dentro de mi cabeza delirante, esto podía significar que había perdonado el mal que le causé cuando decidí terminar nuestra amistad.
El alivio que sentí con esa nota fue indescriptible. Sentí como si mi pecho de repente se descomprimiera y respirar fuera más fácil. Volví a guardar la nota, apoyé el libro sobre mis labios y cerré los ojos.
“No la cagues, no la cagues”, me repetí mentalmente.
El desayuno fue una batalla. Por fortuna, ella bajó tarde, cuando yo estaba bebiendo mi último sorbo de té, pero tuve que evitar su mirada durante todo el tiempo que estuvo sentada frente a mí porque me temí que me viera a los ojos y descubriera lo ridículamente contento que estaba de tenerla de vuelta.
Incluso aunque no recordara la mayoría de las cosas que vivimos, después de las notas, cada vez era más difícil alejar la sensación de que había algo a lo que regresar. Verla todos los días se sentía como lo correcto, un poco más como casa.
—¿Estás seguro de que no quieres salir hoy? —preguntó papá mientras le untaba mermelada a las tostadas de Oliver—. Ya sé que no tienes novia, pero tal vez prefieras estar con amigos.
Mamá, sentada a su lado, le dio un codazo disimulado. Dorothea se tapó la boca mientras seguía masticando su tostada y revisaba su teléfono, pero yo sabía muy bien que estaba cubriendo una sonrisa. Si mis padres no hubieran estado en la mesa, habría empujado la pata de su silla para hacerla caer.
—No lo digas así —lo regañó mamá—. ¿No ves que todavía quiere parecer cool delante de Thea?
Gracias, ma.
—Auch. No lo decía para hacerlo quedar mal. Sólo quería saber.
—Gracias a los dos por su honesta preocupación, pero no pienso salir hoy —mentí y me levanté de la mesa con mi taza en la mano—. Además, Macy vendrá al restaurante y le prometí que iba a estar ahí. Y Dorothea también viene. ¿No es así?
Ella levantó los dos pulgares y sonrió. Parecía que aún no se había lavado la cara, por lo que su rostro se veía cansado, medio adormilado. Su cabello era un desastre y estaba seguro de que la mancha blanca en el pecho de su camiseta era dentífrico seco.
Ojalá tuviera mi teléfono a mano, para sacarle una foto.
Podría extorsionarla con publicarla cada vez que me molestara.
—Cuenta como salida de amigos.
Mamá y papá parecieron quedar conformes con eso. Al menos, lo suficiente como para no insistir con hacer que otra persona cierre el restaurante. Ellos ya habían comprado sus entradas para el cine de esa noche y reservado en el restaurante, así que no había manera de que les cambiara sus planes decidiendo no ir.
Pasé parte de la mañana y la tarde terminando el libro del conde ruso. Al parecer, los personajes si morían, pero de vejez, porque había un salto de tiempo.
Indignado, escribí otra nota en una hoja nueva y la dejé entre la última página y la contratapa: “jamás conocí a nadie tan malo como tú para resumir una historia. Deberías ir a la cárcel”. Luego, dejé el libro frente a su puerta. La había escuchado salir de la casa más temprano, pero no pregunté. Me hacía una idea de con quién pensaba pasar el día durante en San Valentín, así que escogí ser feliz en la ignorancia. Luego, cuando comenzó a caer la noche, fui hacia el restaurante.
Estaba a menos de dos kilómetros de distancia, dentro del centro, en una zona donde abundaban los restaurantes y bares. Los sábados esas calles no dormían.
Muchas de ellas, las más angostas, estaban adoquinadas. Los restaurantes sacaban mesas en la calle, por lo que los autos tendrían a evitar esas zonas, y la gente simplemente paseaba como si fueran peatonales. Ni siquiera el frío impedía que las personas se reunieran alrededor de las mesas a comer, beber y charlar bajo las guirnaldas de luces.
El restaurante se encontraba justo en una esquina que daba a la avenida y nuestra acera era más ancha, por lo que las mesas se distribuían con mejor espacio.
Dentro estaba repleto de clientes. La luz amarillenta le daba un tono cálido a la escena: parejas, familias y grupos de amigos distribuídos en las mesas. Al fondo habían dos meses de billar, con una de ellas siendo usada por un grupo de veinteañeros, y una rocola que en ese momento tocaba “Come Together” de The Beatles.
Cuando entré a la cocina y fui hacia los casilleros de la sala de descanso, encontré a Drake abrochándose la camisa negra del uniforme.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Él se volteó y me levantó las cejas, como si no fuera obvio.
—Trabajando, como todos los fines de semana.
Se echó el cabello hacia atrás e hizo un amague para salir, ahora que había terminado de vestirse. Usualmente él se enrollaba las mangas de la camisa a lo largo del turno, a medida que iba entrando en calor, pero ahora estaban completamente bajas. Sin embargo, incluso así, aún se veían algunos de sus tatuajes, como los del reverso de su mano.
El calor de los hornos me hizo llevarme el cabello hacia atrás y respirar hondo.
—Me pediste que te cubriera —le recordé. Era San Valentín y él tenía novia. Llevaba pidiéndome desde enero que le hiciera el favor y yo había accedido—. No me digas que has vuelto a pelear con Sophie.
Él se apresuró a negar con la cabeza, como si la sola idea le aterrara.
—No digas eso, o lo vas a manifestar. Le dije que nos viéramos después de mi turno.
Él parecía tener prisa en salir, como si no quisiera que le siguiera preguntando, así que puse una mano en el marco de la puerta. Detrás de nosotros se oía el sonido de los platos y cubiertos al chocar, la freidora encendida y las salsas calentándose sobre el fuego.
—No me digas… —caí en cuenta y mi tono se volvió más duro. Lo señalé con un dedo—. No me digas que viniste para vigilar a Macy.
Él dejó de intentar cruzar la puerta y dio un paso hacia atrás, con las manos en la cadera. No dijo nada, pero su mirada hablaba de culpa y aceptación.
—No, a Macy no. A su cita.
Suspiré, porque otra vez tenía que hacerme cargo de la situación para asegurarme de que Drake no metiera la pata. Quiso pasar por debajo de mi brazo y lo detuve.
—Quítate esa camisa. Ya eres hombre de familia. Ve a pasar San Valentín con tu novia.
Él chasqueó la lengua.
—Te percibo muy celoso desde que me puse de novio.
—No eres mi tipo.
Intenté pegarle sin fuerza en la cabeza, pero se echó hacia atrás y sólo le di en el cabello. Él rió.
—Ah, ¿Quieres hablar de tipos? Porque estoy seguro de que conozco bastante bien el tuyo. —Me apuntó con su dedo, ahora más serio—. Hazte a un lado. Cumpliré con mi deber cívico e iré a proteger a la niña.
—De ninguna manera. Déjala cuidarse sola.
Los dos comenzamos a forcejear en la puerta de la sala de descanso. Una de las cocineras pasó detrás de mí y la oí decirle a alguien “están teniendo otra de sus peleas de casados”.
Los dos nos separamos y retrocedimos. Drake se cruzó de brazos y pretendió mirar el decorado de la sala. Yo puse los brazos en mi cintura y me aclaré la garganta, con la vista al suelo, pero él, con la respiración aún agitada, dijo:
—Tengo chisme.
—¿Y?
—Sobre Thea. Tengo chisme bueno y chisme malo. Si me dejas quedarme, te diré uno. Si me dejas ser el mesero de Macy, te diré ambos.
Me enseñó las palmas de su mano como si con ese gesto quisiera convencerme de que su trato era justo. Cualquier información relacionada con Thea era de mi interés, pero tenía que plantearme qué era más valioso para mí: el chisme o mi mejor amiga.
—Te dejaré quedarte —accedí—. Pero no serás el mesero. No puedo permitir que te pelees con Galia en la cita de Macy.
Suspiró, teatrero.
—Ya veo que no confías en mí y que nuestra amistad no significa nada para ti.
—Qué bueno que lo hayas captado. Ahora. —Lo tomé por los hombros, lo empujé fuera de la sala y lo guié hacia el fregadero—. Cuéntame el chisme mientras lavas los platos.
—¿El bueno o el malo? —preguntó mientras se dejaba guiar.
—El que tenga que ver con Thea, Drake.
—Ah, ese te va a encantar. —Clavó sus talones en el suelo y se volvió hacia mí con una sonrisa diabólica—. Adivina quién regresó de su cita malhumorado.
Levanté una ceja.
—¿Tú?
Él bajó los hombros y me miró con preocupación, como si yo fuera un estúpido sin remedio.
—No, Félix. —Le dio un golpecito a mi frente y yo le pegué a su mano, irritado. El calor me acortaba la paciencia—. Y adivina quién le preguntó qué le sucedía, porque sabía que su mejor amigo querría saber cualquier cualquier cosa mala relacionada con él…
—¡Deja de molestar con tus acertijos! —Lo sacudí por los hombros— ¡Cuéntame el chisme de una vez!
—¡Ay, bueno! Me olvidaba que odias la diversi{on. —Chasqueó la lengua con resignación—. Félix volvió de malhumor de su cita porque Thea le terminó.
¡¿Qué?!
¿Thea le había terminado?
Pero hasta hace dos días se portaban como esas parejas que no pueden estar más de dos horas separadas. Incluso en la escuela, siempre se sentaban juntos en clase o en el comedor y hablaban sin parar. Jamás los había visto o escuchado pelear. Y por esas razones nunca me molesté en tener esperanzas con Dorothea. Los dos parecían estar en una de esas relaciones donde que no importa lo que sucediera, jamás iban a terminar.
¿Acaso lo que le dije la última noche sí le había afectado? ¡¿Acaso ella estaba coqueteando conmigo en serio?!
Me tapé la boca con una mano. De repente la posibilidad de gustarle ya no se veía tan irreal en mi cabeza. Tal vez si me portara un poco más amable…
—¿Tú crees que si le pidiera matrimonio en el futuro ella aceptaría?
Mi pregunta pareció asustarle, pero se recuperó rápido y me levantó una ceja.
—¿No que no te gustaba?
¡Cierto que no le había contado! ¡Ah!
Sentí calor en todo el rostro. No me gustaba que se estuviera burlando de mí. Yo era el que se burlaba de otros, no al revés.
Me aclaré la garganta y esquivé su mirada.
—No me gusta. Si me casara con ella, sería para fastidiarla por el resto de su vida. —Reí nervioso—. Imagínate lo gracioso que sería, tener que vivir juntos, obligarla a comer todo lo que le prepare para el desayuno, adoptar más gatos y pelear por escoger sus nombres. Una pesadilla. ¿No es así?
—Erik, me asusta mucho esta nueva faceta tuya enamorada. Siento que reprimiste tanto tus emociones que ahora las estás expresando de manera insana. —Me tomó por los hombros—. Pero apoyo cualquier cosa que te haga feliz, así que te ayudaré.
—¿A qué?
—¿No es obvio? A conquistarla.
-.-.-.-.-.
Hola mis hombres y mujeres y 39 tipos de gaaays.
Este capítulo estuvo largo y pasaron muchas cosas. ¿Como nos sentimos? ¿Felices, tristes?
¿Asustados por las conductas desquiciadas de Erik?
¿Emocionados por el regreso de lss cartas?
Tuvimos el comienzo de Drake cupido y en el proximo cap lo vamos a ver cumpliendo ese rol. Y lo que le hará falta, porque Sophie no va a dejar pasar el hecho de que la abandonó unas horas para vigilar a Galia.
A veces me dan tantas ganas de narrar estas escenas desde el punto de vista de Sophie, porque si tan solo hubieran visto cómo Drake se pasó todo el dia nervioso por la cita de Macy, cual papá preocupado, hasta que Sophie le dijo "Deberías pasarte por el restaurante a ver como está". Pero no porque ella sea una santa, no. Sophie se las va a hacer pagar. Y más pronto que tarde.
Ahora, ¿Thea terminando con Félix? Mi niña sólo quiere tener su verdadera historia de amor y que su mejor amigo también la tenga. Ella dijo "no voy a cortarle las alas" jajaja vuela y se promiscuo, mi Félix.
Y Erik imaginandose una vida casado con ella? Skjsja ¿Quien no se imaginó alguna vez una vida junto a su crush cuando ni siquiera eran novios? No puedo juzgarlo por eso.
Like si Erik debería ir a terapia.
Like si Erik no debería ir a terapia, así nos da más contenido para el libro.
Ahora sí, me despido mis amoresss. Bai bai.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro