Capítulo 7
"El secreto del éxito en la vida es comer lo que te gusta y dejar que la comida combata dentro"
―Mark Twain
***
Thomas iba en serio al decirme que me mantendría ocupada.
Me mantuvo atareada toda la mañana y parte de la tarde. Cuando creía que las cosas no podían ser más ajetreadas, me encontré con que debía ayudar en la cocina lavando los utensilios y los platos junto con el nuevo recluta. Realmente no me importaba hacer mandados estúpidos u ocuparme de la limpieza, pero trabajar en el restaurante era un dolor de cabeza.
En verdad, Thomas estaba molesto conmigo hoy.
Él dio un par de instrucciones a los chefs y al personal en general antes de que el tormento iniciara. Cuando el primer comensal entraba y se sentaba, Thomas se volvía reservado y gruñón.
―¡Qué molesto! ―me quejé en voz alta.
―¿Tan resentida estás por lo de la mañana? ―El chico que me abrazó sin mi permiso me habló, viéndome con una expresión arrogante.
―¿Perdón? ―le dije, más disgustada todavía―. No seas tan altanero, nadie te pondría tanta atención.
―Pero lo estás haciendo.
Lo miré con horror. A partir de ahora, yo, Margo, no le iba hablar. Antes estaba dispuesta a llevarme bien con él porque en la cocina, cuando se hacían las cosas mal, Thomas se enojaba a lo loco. Sin embargo, con esa actitud, me alegraría si lo ridiculizaban un poco. ¡No le iba a explicar nada!
Me di la vuelta, ignorándolo por completo. Debía amarrar mi cabello para que no resultara molesto o me estorbara después cuando el ajetreo se encontrara en el clímax.
―Me siento bastante ofendido ―habló el chico a la nada. Traté de no prestarle tanta atención a su monologo―, digo, tengo un título de la Escuela Culinaria de Alta Cocina y vine a trabajar acá como chef, no como un simple lavaplatos.
Lo miré por encima de mis hombros, intrigada. ¿Qué clase de actitud era esa? Incluso Thomas en su posición, jamás, jamás se quejaba de las cosas simples, incluso se ponía a lavar los platos cuando no quedaba personal. O sea, era Thomas y este... era un don nadie.
―Eres el asistente, hacer esto debe adecuarse más a tu trabajo, ¿no? ―me preguntó con descaro―. El chef jefe te lo ordenó.
No respondí. No valía la pena. Terminé de arreglar mi cabello y me dirigí hacia la cocina principal, sin hacer el menor ruido posible. Recordaba la primera vez que hice el mismo trabajo y me gané la mayor regañada de mi vida. Ni siquiera mi madre me sermoneó tanto como Thomas lo hizo ni que me miraran tan feo como Edward.
Solo pensarlo me daba hasta escalofríos.
Esperé. Esperé. Esperé.
Una camarera entró y dictó la orden del primer comensal. Otro camarero ingresó con una orden diferente, luego otro y otro, hasta que se fueron acumulando los pedidos
La tensión en el ambiente era abrumadora, junto el silencio sepulcral que envolvía todo a su paso. Era horrible. No podía imaginar lo que los chefs sentían, siendo ellos los protagonistas. Si yo lo sentía horrible, siendo alguien ajeno y una mera espectadora, ¿cómo sería ser parte de ello? No quería ni imaginarlo.
Thomas se encontraba en absoluta concentración, con el semblante relajado. El personal comenzó a hacer los preparativos en silencio y a una velocidad increíble. Cada uno se ocupada de ciertos trabajos específicos, de modo que era un trabajo en equipo. Solo se escuchaban los cuchillos, el hervir de sopas o el aceite caliente en el sartén.
De pronto, los hombres que dije que eran bulliciosos, dejaron de serlo.
Sentí un escalofrío. En medio del silencio y de la tensión en el ambiente, Trey alzó la voz y avisó que el aperitivo de una de las mesas estaba listo, luego la guarnición y así sucesivamente.
Cuando los camareros entraron con los platos y cubiertos sucios, era cuando mi trabajo iniciaba. Había una mesa en una esquina donde se colocaba los platos usados, me encargaba de llevarlos en sigilo al área de lavandería que estaba en una habitación diferente a la cocina principal. Al ser un restaurante bastante popular, las áreas se habían construido de manera minuciosa para que el trabajo fuera más fluido y así evitar cualquier estorbo en el camino. Mi trabajo era despejar la mesa y lavar, secar y ordenar los platos. De esa manera, aminoraría el trabajo al final de la jornada.
Los platos comenzaban a acumularse en las mesas de un segundo a otro. Y el nuevo no me ayudaba, solo me observaba con una expresión de insuficiencia.
―¿No vas a ayudar? ―inquirí.
―¿Por qué? Lo haces bastante bien.
No respondí.
A medida que el tiempo avanzaba, el trabajo se acumulaba y comenzaba a sentirme cansada de tanto tocar el agua y venir de un lugar para otro. En algún momento, alguien llamó a Thomas al salón principal, a veces pasaba cuando querían felicitar o conocer al chef principal. Cuando ingresó, el nuevo, que estaba ocupado en bostezar en una esquina del cuarto, interceptó a Thomas en la entrada.
―¡Dame un trabajo de verdad! ―le exigió, indignado.
―¿Disculpa?
La expresión molesta de Thomas descolocaría a cualquiera, incluso los chefs quedaron un poco pasmados en sus sitios ante la petición del muchacho.
―¡Soy un chef!, no puedo ocuparme de cosas como lavar platos. Además, tu secretaria lo hace bastante bien.
Thomas inclinó la cabeza y se encontró conmigo, al lado de los platos cerca de la mesa. Arrugué la nariz, molesta con él. Le había pedido que no me dejara trabajos como este, en especial en la noche, ¡había mucho frío y el agua helada! Tiritaría en cualquier momento y seguro que culparía a Thomas, sí, justo así. Incluso, como venganza, me bañaría en agua, de esta manera podría resfriarme y contagiarlo. Ajá, sí, un buen plan. Él no cocinaría durante ese tiempo.
―¿Estás abandonando tu puesto? ―bramó él entonces.
―Vine en este restaurante para cocinar.
Thomas lo miró, despectivo.
―¡Lava los platos o estás despedido!
Dicho eso, Thomas se reincorporó en su área, revisando los pedidos pendientes. De nuevo el silencio volvió a sofocar el ambiente. De mala gana, el nuevo comenzó a llevar los platos, la cristalería, cubertería de mala gana y de manera escandalosa.
―Será mejor que lo hagas con calma o realmente te despedirán ―le advertí―. Thomas puede ser muy amable fuera de la cocina, pero dentro de ella no lo es tanto. Se convierte en un ogro.
Él me miró horrible, como queriendo decirme "¿quién eres para decirme que lo haga bien?". Bueno, igual no me importaba si lo despedían o no. No me afectaba en absoluto.
Seguí con mis responsabilidades hasta que Edward vino, fastidiado, hacia el nuevo, diciendo que con otro ruido innecesario que escuchara en la cocina sería despedido al instante. Yo, bailé en mi interior, por supuesto, se lo había advertido. Sí que lo había hecho. No me interesaba el chico pero era divertido. Sabía lo especial que eran ellos con el silencio al momento de cocinar.
Una risa se me escapó, fue inevitable.
―Te creerás mucho solo porque eres la amante de Thomas disfrazada de asistente.
―¿¡Qué dijiste!? ―exclamé, esta vez enojada. No me sorprendería si alguien venía a regañarme.
―Incluso viven juntos y Thomas tiene novia. No es eso bastante... ¿sospechoso?
Apreté la mandíbula con fuerza, y no pude evitar que mi mano saliera disparada en una de sus mejillas.
―Zorra... ―masculló con los dientes apretados.
No era justo que desviara su enojo conmigo. Había dicho que no me importaba muchas cosas, pero el que hablaran mal de mí era una completa molestia. ¿Cuántos más pensaban de ese modo? ¿Todos los que vivían en el restaurante?
Comencé a sentir cómo la sangre comenzaba a fluir con ardor hacia mis mejillas. Estaba realmente enojada, atónita. Sin pensarlo, otro golpe fue a parar en su mejilla contraria.
―¡Será mejor que te controles! ―mascullé.
―¿O qué?
Ni siquiera alcancé a responder cuando la figura impasible de Thomas apareció.
―¡Ya es suficiente! ―exclamó. Arrastró el cuerpo del nuevo fuera de mi vista sin previo aviso hacia la puerta trasera―. No necesito ningún estorbo en mi cocina, ¡largo! No seas arrogante por haber llegado hasta aquí. Si no estás de acuerdo con tu asignación, puedes marcharte por esta puerta en silencio; de lo contrario, me encargaré que tu despido sea realmente ruidoso.
Observé al nuevo tragar saliva. Era evidente la amenaza de Thomas, prácticamente le había dicho que una palabra suya podía hacer que no tuviera lugar en ningún otro sitio; y cuando Thomas giró la cabeza en mi dirección, yo miré a otro lado, estaba segura que me regañaría. Mi discusión con el nuevo había sido tan fuerte, todos lo habrían escuchado. Para mi sorpresa, Thomas siguió recto sin decir nada.
Al final de la jornada, me propuse a ir por mi mochila a la sala.
―Ah, Margo... vamos a cenar, ¿nos acompañas? ―Marcus preguntó con una sonrisa. Tenía el rostro salpicado con pequeños sudores y su cabello café en rastas cortas revoloteaban en su frente.
―Gracias, pero no ―respondí, tajante.
Al fondo, distinguí a Thomas cocinando a la par de Edward. Había ruidos, el cuchicheo del personal, tanto mujeres como hombres, se alzaban a lo alto y envolvían el sitio. A comparación de cómo cocinaban en el restaurante, aquí parecía que se soltaban y actuaban con más libertad. Era diferente en varios aspectos.
Thomas se volvió hacia atrás tan pronto escuchó mi voz, extrañado. Lo miré sin expresión alguna y me dirigí al final del corredor en dirección a la sala. Debía aprovechar un poco el rato para estudiar, a pesar de encontrarme demasiado exhausta y con los dedos adoloridos y fríos. Ah, y también enojada con cierta persona.
Me desplomé en uno de los sillones. Solté un bostezo. Sin tantos ánimos, retiré de mi mochila el libro que traje conmigo. Aburrida, abrí el capítulo correspondiente a mi siguiente clase e intenté concentrarme en leer. Solo leí la primera línea y el sueño se hizo notar. Me recosté a un lado, acomodando uno de los almohadones bajo mi cabeza.
―Oye... ―escuché que me hablaba alguien. Cerré el libro y le presté atención a la persona que se situó al piel del sillón―. ¿Estás bien?
Exasperada, pregunté:
―¿Qué quieres, Thomas?
―¿Por qué no cenarás? ¿Te sientes mal?
―Estoy cansada, quiero dormir, quiero estudiar.
―Te traeré un poco de té. Te relajará.
―No quiero nada. Ni siquiera quiero verte, siento que hacerlo empeora mi estado de ánimo.
Él rio.
―Siempre es divertido verte enojada, Margo ―comentó. Malhumorada, me giré para darle la espalda, mi acto hizo que mi libro cayera al suelo―. Pero dime, ¿estás molesta por lo que él dijo?
―Lo estoy ―respondí―. Estaba pensando que tal vez sea momento de renunciar. Trabajar contigo es horrible. ―Volví a girarme y le mostré mis dedos―. Mis dedos están muy fríos, arrugados por tanto tocar el agua y siento que se me van a caer. Un día de estos terminaré con las manos feas. Imagina, si tengo novio no querrá ir de la mano conmigo ―dramaticé.
Nunca tuve las manos suaves o bonitas, pero quería exagerar la situación para que Thomas dejara de ordenarme lavar platos. Lo odiaba, prefería otra cosa.
La sonrisa que se dibujó en su rostro fue indescriptible. Variaba entre ser meticuloso, divertido y fastidiado o quizá algo más. Lo próximo que hizo me tomó desprevenida. Sus manos calientes guardaron las mías que estaban heladas.
―Puedo calentarte las manos ―respondió, sonriendo―. Tampoco me importaría tomarte de la mano, si es lo que quieres.
Carcajeé. No me imaginaba siquiera ir de la mano con alguien, esas cosas las detestaba. Me burlaba de las parejas en mi mente cada que me topaba con uno.
―Contigo no. Jamás ―le respondí―, si quiero ir de la mano con alguien, desearía que al menos fuese interesante y no tan aburrido.
Sabía que le molestaría. Si le divertía verme enojada, pues ¡yo también quería divertirme verlo enojado!
Él arrugó la frente, disgustado.
―¿Te refieres a alguien interesante como Raúl?
¿Raúl? ¿Por qué...?
Ah, me acordé. El incidente de la mañana.
―Tal vez ―le dije―. Él es más guapo que tú, compartimos gustos similares e incluso podría regalarme esa figurilla si las cosas van bien―mentí.
―Incluso podría cocinarte también ―agregó.
Raúl no cocinaba tan bien, era ayudante de cocina, pero no estaba al nivel de Thomas. Tanto comer de la mano de este hombre me estaba convirtiendo en alguien exigente con la comida. ¡Maldición!
Ahg, ¿por qué demonios estaba teniendo esta conversación con Thomas? El cansancio me estaba volviendo loca. Estaría mejor si ocupaba mi tiempo en estudiar si podía tener conversaciones tontas con Thomas. Tiré de mis manos lejos de Thomas y me senté, tomándolo de sorpresa.
―Como sea, ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto. Igual, como renunciaré, mi mamá me cocinará de ahora en adelante.
―¿Vas en serio con eso?
Solté un suspiro cansino. Recogí el libro y lo metí en mi mochila, luego lo miré fijamente antes de agregar:
―Muy en serio.
Él sonrió, y me correspondió la mirada de manera intensa. Comenzó a levantarse y, sin que me lo esperara, me dejó un beso sobre mis labios.
―No quiero ―susurró despacio.
Luego se marchó, dejándome sola en la sala y con los pensamientos en blanco. ¿Qué demonios? ¿A qué había venido eso?
Me limpié los labios tan rápido como pude con la manga de mi sudadera, como si hacerlo me quitara la sensación húmeda de haber sido robada y tener sobre la piel delicada de mis labios el leve roce de otro. Me robaron el aliento sin darme cuenta. Desconocía cómo sucedió, pero el beso tenía sabor a... ¿pollo?
¡Qué asco! Agh, maldito Thomas.
Gracias por leerme <3
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