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Capítulo 6


"No hay nada más sexy que una pera escalfada con un sorbete perfecto"

―Lisa Hershey



***

Por primera vez, Thomas despertó antes que yo.

Tan pronto desperté e ir al lavado, me pidió que me abrigara para partir al restaurante temprano. Parecía ser que tenía unos asuntos pendientes con Edward del que no estaba enterada. Sabía que íbamos a estar ahí hoy, pero no pensé que fuese antes del desayuno. Tenía hambre y mucho frío.

Fui la primera en salir del apartamento y comencé a tiritar en el pasillo mientras esperaba al lento de Thomas. No entendía en qué se estaba entreteniendo si fue tan insistente conmigo al repetir varias veces que debía apresurarme.

―¡Thomas! ―le grité.

No recibí una respuesta.

Minutos después, salió con un par de bolsas llenas en la mano. Tan pronto me vio y analizarme de pies a cabeza, con desganas, dejó en el suelo lo que cargaba antes de volverse hacia mí. Me estaba regañando con la mirada. Me analicé a mí misma para intentar entender su creciente enojo. Llevaba unos jeans ajustados y encima de una playera negra tenía una sudadera azul marino. En mi espalda llevaba una mochila con mis libros y cuadernos de la universidad, pues aprovecharía cualquier tiempo libre para estudiar si surgía alguna oportunidad. Los viernes no tenía clases.

¿Iba algo mal con mi ropa?

Al elevar la vista, la pregunta que quise hacer quedó atascada en mi garganta cuando encontré a Thomas a una distancia amenazadora.

―¡Por Dios, mujer! ―expresó con un resoplido. La bufanda que llevaba puesta lo desenredó de su cuello para colocar en el mío, también se quitó los guantes para dármelos―. Deberías cuidarte más, de lo contrario solo harás que me preocupe. Eres muy susceptible al frío, eres consciente de eso, ¿cierto? ―espetó, claramente molesto.

¿Por qué lo estaba? ¿Tanto le molestó darme su bufanda y sus guantes?

No me dejó agradecerle, pues se adelantó tan pronto recogió las bolsas en el suelo. El trayecto a nuestro destino fue en completo silencio. No hubo conversación alguna ni recibí indicaciones de lo que podría hacer al llegar en el restaurante, tampoco pregunté, porque tiempo libre era lo que precisaba. Necesitaba estudiar un poco antes de mis exámenes y clases de la siguiente semana.

Cuando llegamos al edificio del restaurante, Thomas dejó su auto en el primer lugar que encontró disponible en el estacionamiento. Bajamos y, frente a mis ojos, una enorme construcción se elevaba con acabados de lujo. Era grotesco, pero elegante, con lámparas que se posicionaban en diferentes lugares de la pared para alumbrar y resaltar detalles que merecían ser admiradas, como las distintas estatuas pequeñas posicionadas en lo alto o el nombre del restaurante "À plus tard", que destacaba a lo grande.

El aire gélido de la ciudad nos obligó ir al interior.

Thomas me guio por una puerta de metal color negro, que poseía un cartel con las letras inscritas "solo personal autorizado". Caminamos en un estrecho pasillo antes de dejar ver una cocina norme, con diferentes utensilios de cocina y aparatos electrodomésticos. Al pasar rápido por la zona, me fue imposible darle una mirada más profunda. Seguimos a lo largo del corredor hasta subir por unas escaleras que nos guiaban al segundo nivel.

―Puedes esperar en la sala o en la cocina ―dijo Thomas, despreocupado.

―¿Tú qué harás?

―Hablaré con Edward.

Accedí sin hacer más preguntas. Me encaminé a la cocina de los dormitorios para leer un poco, sabiendo que la sala acostumbraba a estar desordenada a estas horas de la mañana.

***

El restaurante era un sitio enorme y era fácil perderme ahí. El primer nivel y mitad del segundo eran ocupados por la cocina y el salón del restaurante, el resto como un complejo de dormitorios para los empleados, que por suerte, estaban enumerados.

Al dar mi primer paso dentro de la cocina, fui sorprendida por un caos total, lo que era una verdadera sorpresa. Podía haber un desorden en los pasillos o en los dormitorios, pero jamás en la cocina. Thomas y Edward eran estrictos al respecto.

Farfullé, así no podía estudiar. No había querido ir a la sala principal porque estaba segura del desorden. Conocía superficialmente a los chicos que vivían aquí, eran desordenados, orgullosos por su trabajo y demasiado bulliciosos; en pocas palabras... insoportables.

Era una gran sorpresa, aunque no debatí mucho el tema en la mente. Noté que, aunque había desperdicios en los platos y recipientes, no apestaban ni tenían moho. La suciedad parecía ser reciente, tal vez los chicos habían practicado algún platillo durante la noche. ¿Habrá alguna actividad próxima en el restaurante? ¿Se prepararán para algo importante?

Lo que era más importante aún... ¿por qué Thomas no me había informado?

Le resté importancia a mis pensamientos, pues los asuntos del restaurante no me incumbían en absoluto. Mientras menos trabajo tuviera, mejor para mí y mis estudios. Me estiré, al hacerlo, me preparé a limpiar el caos lo más pronto posible. Quería tener un ambiente agradable donde concentrarme y estudiar. Además, si Edward veía todo esta suciedad, gritaría más de lo habitual.

Dejé mi mochila en una esquina de la cocina de la enorme habitación. Luego me encaminé directo a la mesa rectangular gigantesca para despejarla. Llevé los platos sucios, cubiertos, ollas y recipientes directo al fregadero. Acomodé los botes de azúcar, de especias, sal, aceite y algunas otras cosillas en las alacenas. Busqué un trapo en los gabinetes, internamente agradecí que al menos eso estuviera limpio.

Cuando finalmente terminé, sentí que el aire fresco de un ambiente limpio era suficiente para devolver mi tranquilidad. Por último, me encaminé a la cafetera pequeña y preparé café. Me senté frente a la mesa del comedor con mi mochila colocada en una de las sillas de al lado y disfruté de un rato agradable a solas con una taza en la mano, gozaría de ese pequeño instante antes de que el alboroto iniciara.

Por desgracia, mi agradable soledad duró tan poco cuando varias risas varoniles y el sonido de unos pasos pesados comenzaron a escucharse, anunciando que los muchachos pronto estarían en la cocina. Mantuve la vista clavada en las puertas metálicas mientras sostenía mi taza de café a la altura de mis labios.

Cuando el primer chico cruzó el umbral, despreocupado y platicando animosamente con otro, no se percató de mi presencia. No fue hasta que percibió el aroma a café en el ambiente que pudo recorrer con la vista todo el espacio y posar sus ojos sobre mí.

A él se le escapó una palabrota por la impresión.

―¡Mierda! ―exclamó―. ¿No puedes alegrarte un poco, Margo? Me asustaste.

Su comentario sarcástico me tenía sin cuidado. A modo de respuesta, apenas si moví mi mano derecha para saludar.

―Guao ―habló el otro, viendo a los lados, sorprendido por la limpieza del sitio―. Si tú estás aquí, eso quiere decir que Thomas también. ¿Dónde está él?

Tomé una respiración profunda.

―Hablando con Edward. ―Mi respuesta fue vaga.

El primer recién llegado, Raúl, se acercó y arrastró una de las sillas fuera de la mesa antes de sentarse enfrente.

Mi actitud desinteresada e indiferente no les permitía a los chicos del restaurante llevar una conversación armoniosa conmigo. Generalmente terminaba irritada antes de los diez minutos. La mayoría hacía el intento por alargar ese tiempo, mas terminaba aburrida y ellos se limitaban a dejarme sola. Aunque volvían a hablarme con normalidad en otra ocasión, como si no hubiera pasado nada; se rendían conmigo, luego volvían a hablar, se rendían, volvían a intentarlo.

Mantenía la vista clavada en el contenido de mi taza cuando el otro chico, Marcus, se dirigió a mí.

―Margo, ¿sabes?

Elevé la mirada en su dirección.

―Hay un chico nuevo que ingresó ayer, ya lo conocerás pronto.

―¿En verdad? ―Mi atención regresó a mi café, si había un empleado nuevo no me interesaba.

Antes de que Marcus pudiese responder, un grupo de cinco hombres ingresó entre carcajadas y bromas que compartían entre sí.

―Creo que alguien se nos adelantó con la limpieza. ―Se escuchó una voz aguda entre la multitud recién aglomerada. Sentí un escalofrió, eran tantos hombres en un sitio tan reducido. Bueno, no era tan pequeño la cocina, pero ahora se sentía de ese modo.

―¿Qué hace una mujer aquí? ―Otra voz se elevó.

―Ah, se llama Margo, es la asistente de Thomas. Solo ignórala o lo lamentarás ―bromeó, esa voz la reconocí de inmediato. Trey soltaba un bostezo a medida que hablaba. Su cabello rojizo estaba alborotado, era el único que destacaba entre los hombres que eran en su mayoría pelinegros.

―Me preparé café, espero que a nadie le moleste ―avisé señalando su taza.

―Descuida, preciosa, siéntete como en casa. ―Marcus contestó.

Extrañamente, comencé a sentirme un poco sofocada. En especial cuando algunos de los chicos comenzaron a dispersarse, algunos se acercaron tanto que me causó cierta incomodidad. Me mantuve precavida, viendo a los lados, en mi intento de mantener a todos en mi campo visual. No lo logré. Era imposible.

La familiaridad con la que se trataban, con la que conocían la cocina, les permitía moverse por acá y por allá con confianza y seguridad. Se veían como una familia. Cuchicheaban entre ellos y era difícil adivinar de qué estaban hablando.

Sin embargo, cuando me relajé, sentí un par de brazos deslizarse por mi cuello y por mi cintura. ¿Alguien me estaba abrazando por atrás? ¿Quién se atrevía?

Mi reacción fue rápida. Sin pensarlo, me levanté de sopetón y tiré mi café caliente sobre la persona que se atrevió a tocarme.

―¡Agh! ―se quejó el chico.

―Vuelve a tocarme y te juro que el café no será lo único que te lanzaré.

―Tranquila... ―habló él mientras sacudía su camiseta negra, como si eso aliviara el ardor―. Solo estaba jugando ―agregó.

―¡Pues no lo hagas! ―espeté―, es molesto. Es más, mientras más me ignores mejor para mí ―añadí. Acomodé la silla en mi lugar y verifique que no se hubiera mojado. Me encaminé hacia el fregadero, lavé rápido el vaso y lo dejé escurrir en un canasto antes de regresar a mi sitio.

―¡Qué carácter!

―Te dijimos que no hicieras nada imprudente. Te lo buscaste, idiota ―habló Trey entre risas―. Quienes conocemos a Margo, sabemos que lo mejor es ignorarla, hacer como que no existe, ¿verdad, Margo?

Ladeé la cabeza y lo miré hastiada.

―¿Lo ves? ―Volvió a carcajear.

Lo ignoré y saqué de mi mochila uno de mis libros, mi cartuchera y cuaderno. Los coloqué sobre la mesa en orden.

―¿Te gusta pokémon? ―Raúl preguntó.

Abrí los ojos de inmediato al recordar que en la cremallera de mi cartuchera llevaba un colgador de un Pikachu, tan tierno y bonito, junto con un oso peludo y bastante lindo. Incluso tenía entre mis tesoros los siete artículos del milenio que salían en YI-GI-OH. Por favor.

Era demasiado tarde para ocultarlo. Raúl lo tenía en sus manos.

―Sí, ¿y qué? ―le dije con agresividad. Cuando alguien lo veía casi siempre me hacían comentarios al estilo "¿no estás demasiado grande para ver caricaturas?". O sea, no eran caricaturas ni era lo suficientemente grande para ver lo que quería.

―Mira... ―Raúl bajó la mano de la mesa y comenzó a buscar en los bolsillos de su pantalón―. Lo compré ayer y se me olvidó dejarlo en mi cuarto.

Cuando lo encontró, se volvió hacia mí y una de sus manos, hecha puño, la extendió en mi dirección, sin mostrarme nada lo que escondía.

―Seguro que lo querrás.

―A ver...

Extendió lentamente sus dedos hasta que, sobre mi libro cerrado, quedara una figurita verde al que reconocí al instante. Abrí los ojos tanto como pude por la emoción. Era un treecko con los brazos extendidos, con esa mirada orgullosa tan característica de la criatura. Lo quería, lo deseaba, lo quería. ¡Maldición!, ni siquiera yo había podido conseguir uno. Era mi pokémon favorito porque era tan tierno y orgulloso.

―Lo quiero ―le dije a Raúl―. Véndemelo.

―No quiero ―sentenció a los segundos, y guardó la figura.

―Al menos dime donde lo compraste. Iré ahí.

A lo lejos, escuché que otras personas ingresaron a la cocina, aunque le resté importancia.

―Si te lo digo, no encontrarás otro, este era el último. ―La voz de Raúl sonó engreído, estaba presumiéndomelo. Ni siquiera me molestó, razón suficiente había para ser arrogante―. Guao, pero no pensé que te gustara estas cosas.

―Por culpa de alguien, que me mantiene ocupada con trabajos, no he podido actualizarme como me gustaría ―resoplé, sacudiendo la cabeza― Más importante aún, no pensé que dentro de esta bola de aburridos existiera alguien interesante.

Raúl carcajeó fuertemente. Lo acompañé, riendo despacio, había sido inesperado y de alguna forma se sentía bien. Recobré la postura poco después cuando alguien aclaró la garganta de manera intencionada y ruidosa.

Seguí la dirección del sonido y me encontré con la mirada molesta de Thomas en la puerta.

―Ahora me dan más ganas de mantenerte ocupada ―habló él.

Como respuesta, hice una mueca de disgusto. ¿Qué lo tendría de tan malhumor?



Gracias por leerme <3

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