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CAPITULO 19. DANIEL

Después de la cena cargo a Grace con cuidado de vuelta a su habitación, pero empiezo a creer que fue un error.

Se abraza a mi con fuerza, su nariz haciéndome cosquillas en el cuello con cada paso que doy. Mierda, incluso creo que la escuché suspirar.

—Grace... —comienzo sin saber cómo continuar. ¿No te enamores de mi?

Debería advertirle que no soy bueno, que estoy dañado de muchas maneras y que difícilmente lograré confiar en alguien más que mí mismo. Ni siquiera confío en mi dealer, ese maldito imbécil intentó engañarme muchas veces.

—¿Si? —sus ojos azules, brillantes e inocentes parpadean con confusión.

—Deberías dormir.

Abre la puerta de la habitación, así que le detengo ahí para ponerla de pié frente a la silla. Si quiere hacer alguna otra cosa o no está lista para dormir, puede desplazarse con más facilidad.

—¿Daniel? —dice mi nombre en un susurro—. ¿Podrías quedarte conmigo?

Carajo.

La recargo contra la pared, apoyando mi frente en el espacio junto a su cabeza. ¿Por qué es tan difícil decir No? ¿Qué me ha hecho?

—Muñequita... No lo hagas más difícil.

—Yo no...

—Lo haces —aseguro—. Esto no es lo que acordamos, no deberías necesitarme así.

Mantengo los ojos cerrados porque me niego a ver su expresión, sus ojos siempre me desarman de una forma que no debería. Nadie me importa, no me preocupo, no puedo ser lo que ella quiere que sea.

Solo soy el hijo de una puta adicta.

Siento su cabeza moverse, luego un beso presionado contra mi cabeza. El tipo de beso que le das a alguien que significa mucho para ti.

—Nena.

¿Qué más puedo decir para explicarle que todo esto está mal? El problema es que dejo de pensar en todo eso en el momento en que sus delicadas manos se arrastran por mi pecho y se cuelan por debajo de mi camiseta.

Aún la sostengo por la cintura, así que puede mover libremente la parte superior, yendo directamente a mis labios con los suyos tan suaves.

—Daniel... —dice, mitad jadeo mitad gemido. Y ni siquiera la estoy tocando—. Por favor.

Me rindo.

Soy débil cuando se trata de ella y eso no está bien. Dejo que me saque la camiseta por encima de la cabeza, teniendo cuidado de no soltarla. Sus manos se mueven por mis abdominales, luego se dirigen más al sur sobre el botón de mis jeans.

—Muñequita...

Me aparto para ver su reacción cuando desliza los dedos dentro y roza ligeramente con mi miembro porque no llevo el bóxer. Como lo supuse, sus mejillas se tornan más rojas.

—¿Por qué...? —le sonrío en respuesta.

—Siempre listo, nena.

No debería hacer esto, pero si ella se siente un poco traviesa puedo seguir el juego, puedo enseñarle un poco de mi experiencia.

Me inclino para alcanzar sus bragas debajo de la falda, lanzándolas al piso con un solo movimiento y levantándola por los muslos, su espalda firmemente contra la pared.

—¡Daniel! —chilla—. ¡Me voy a caer! Mis piernas...

—Entonces agárrate fuerte de mí, nena. No te preocupes, no puedes lastimarme.

Puedo ver la emoción en sus ojos, tal vez algo de miedo y probablemente mucha confusión por la posición tan arriesgada.

Me aseguro de apoyarla contra la puerta para que nadie nos moleste antes de empujar mis pantalones al piso, ansioso por lo que sigue. El sexo sigue siendo una parte importante de mi vida, sobre todo ahora que me ayuda a manejar la ansiedad.

—¿Lista? —pregunto, y comienzo lentamente a deslizar mi miembro dentro de ella.

Asiente con el labio inferior presionado entre sus dientes, así que continuo con el movimiento porque sé que ella me diría si le duele.

Mierda, esto es excitante.

El sexo rápido y duro contra la puerta de su habitación que en otro momento no me permitiría porque no es la posición que ordenó su doctora. Ella se aferra a mi tan fuerte que sus tetas quedan prácticamente en mi línea de visión.

—Oh, si —jadea.

Sé que estoy estimulando directamente ese pequeño botón sensible de su cuerpo, pero quiero más, quiero que grite tan fuerte que a la jodida rubia metiche le dé un ataque.

Haciendo uso de toda mi habilidad y fuerza, paso los brazos por debajo de sus muslos y los engancho para ser yo quien guíe todos los movimientos, además de liberarla a ella de la preocupación por sus piernas.

De esta forma ella solo tiene que seguir sujetándose a mí y tener el mejor orgasmo de su vida.

—Mierda —presiono mis dientes con fuerza, porque sus pequeños jadeos en mi oído son demasiado—. Nena, estoy cerca...

Mis movimientos se vuelven más bruscos, más fuertes, menos coordinados. Puedo sentir que Grace hace palanca en mis hombros para ayudarme a subir y bajar sus caderas, demasiado cerca del éxtasis para notarlo.

Si Grace de verdad intentara la rehabilitación, ¿ella podría caminar?

Sus gemidos me sacan de mis pensamientos, su cuerpo tenso y los pezones marcados por encima de la tela de su blusa. Es mi turno de meter la cabeza en el hueco de su cuello y respirar el dulce aroma de su piel.

Eso es suficiente para que de nuevo recupere el ritmo de mi excitación, justo a tiempo porque Grace se estremece de placer en mis brazos con un chillido.

—¿Estuvo bueno? —pregunto y ella sonríe.

Debe estar exhausta, así que no me detengo hasta que mi propio orgasmo llega, volviendo mis movimientos erráticos y lentos. Si ella pudiera mantenerse en pie, la habría bajado inmediatamente.

—Supongo... —jadeo con la respiración agitada—. Que quieres tomar un baño.

No tengo qué decir que tiene semen bajando por sus piernas.

—Si, déjame en la silla.

—¿Quieres mi ayuda? Para lavarte...

—Estoy bien, puedo hacerlo sola.

—De acuerdo.

La bajo donde me indicó, luego levanto mis pantalones y la camiseta del piso para volver a vestirme. Sé que espera que me quede, pero no debería hacerlo. En cambio, me despido y salgo de la habitación.

Supongo que Keren si escuchó, porque está al inicio del pasillo, justo afuera de mi puerta. Cierro la puerta de Grace para que no escuche y me dirijo a mi habitación.

—Dijiste que te alejarías de ella. —reclama.

—Sé lo que dije.

—¿Y no te importa? ¡Ella podría desarrollar sentimientos por ti!

—También lo sé, yo te lo advertí, ¿Recuerdas?

La rubia suspira.

—Grace se hará una prueba mañana, y con suerte, estará embarazada al fin.

—No es suerte, lo está. —aseguro, de pronto molesto por todo—. Sé lo que hago, soy el maldito experto aquí, no lo olvides.

Ycomo me cansé de escucharla, decido dejarla ahí en el pasillo y dirigirme atomar esa ducha fría que tanto me recuerda el viejo almacén en el que vivo.

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