Capítulo único
Era una noche lluviosa de invierno. La luminaria de la calle permitía ver las gotas de lluvia,cual si fueran agujas metálicas que se desintegraban al tocar el pavimento. La gente iba y venia con paraguas, botas y abrigos de colores oscuros. Como si quisieran mimetizarse, con el húmedo concreto de la ciudad que se agitaba como un cuerpo podrido; repleto de insectos carroñeros.
Entre la gente, espectros de estrés y rutinas, el color azul de su ropa lo hacia ver fuera de lugar. Era pequeño, digo no más alto que un muchacho de unos catorce años y llevaba unas botas blancas, limpias e inusuales en un hombre. Parecía tan ajeno a los tonos fríos y opacos de esta ciudad
que, por un momento, lo crei una ilusión. Además aparecía y desaparecía entre las personas como un travieso rayo de luna entre las hojas del bosque. No iba tan lejos. Unos cuantos metros adelante nada más. Su cabeza de cabellos blancos, como los ajos, me permitía ubicarlo con facilidad. Hubiera dicho que las personas no lo veían, pero ¿A quién ven las personas realmente, caminando de cara a una pantalla de celular? ¿A quién escuchan realmente, con esos auriculores insertados en las orejas? La gente es sombra que merodea por las calles de concreto y asfalto, deteniéndose solo para capturar momentos de espanto.
Había un grupo de personas en medio de la acera enarbolando sus teléfonos celulares para fotografíar el cadáver de una mujer que se había ahorcado usando el barandal del balcón. Ignore el asunto preguntándome ¿Para qué usarían una fotografía como esa? Además mi atención la robo ese individuo que se deslizaba, ágil, entre la gente. Pasaba sobre los vapores que escapaban de las estaciones de metro, a través de esas rejillas en el piso. Esquivaba, con elegancia, a las personas que iban en sentido opuesto. Parecía como si flotara. Ingravido y sutil cual medusa.
Entre los seres marinos, no hay otro que me cautive más que las medusas. Verlas es mirar la vida en un estado de pureza absoluto. Esas criaturas sin sangre, sin sistema nervioso, sin cerebro; parecen de otro mundo. Es hipnótico como se desplazan a través de las aguas y su mística belleza puede hacerte olvidar lo peligrosas que pueden ser. Ese individuo se me hizo así y por tanto, sin proponerselo, me llevó directo hacia él aunque, súbitamente, desapareció de mi vista.
-Buenas noches ¿La puedo ayudar en algo?- me preguntó una voz masculina que provenía de mi costado.
Mire a mi izquierda, a la boca del callejón, ahí estaba aquel sujeto. Me miraba con una sonrisa pequeña, como dibujada con el pincel más fino. Tenia unos ojos grandes y de color violeta; transparentes como agua con acuarela. Ojos morados y cabello blanco que aspecto más inusual tenia ese hombre joven, de baja estatura,
que me miraba como si tuviera todo el tiempo del mundo para oír mi respuesta.
-Note que me ha estado siguiendo- acotó ante mi tardanza- Por eso crei que podía necesitar algo ¿Puedo ayudarla?
Llovía, pero a él no parecía importarle estarse mojando. Lo mire otra vez, buscando una respuesta a porque lo seguía, como una acosadora; pero, entonces, repare en un punto. Él me preguntó si podía hacer algo por mí. No recordaba cuando alguien que no fuera un dependiente me pregunto eso.
Las personas apuraban el paso a mis espaldas. Me quite los auriculares para escapar del Jazz que amortiguaba los rumores del mundo y las bocinas de los autos, las conversaciones a través de audios, la música que se filtraba por los audífonos, llegaron a mis oídos cono el zumbido de mil abejas. Mi corazón se apretó y casi sin pensar dije:
-Sí...
Me miró con un leve asombro e inclino la cabeza a un costado, con una expresión algo ingenua.
Le dije que si podía ayudarme a un desconocido y este me ofreció hablar en un lugar más tranquilo ¿En que podía ayudarme? Me pregunte ahí, sentada en la valla de concreto que rodeaba aun roble en el parque. A riesgo de que me diera una hipotermia, a raíz de mi ropa mojada y el viento, fui a sentarme a ese lugar junto a un individuo que me miraba expectante, pero yo no necesitaba ayuda realmente.
-Y bien- dijo y su voz de locutor publicitario vibro en la ultima nota.
Me miraba, me oía. Estaba parado delante de mí y yo no podía encontrar una escena reciente en que otra persona estuviera así, ante mí. Juntarse con amigos era verlos revisar su móvil cada dos minutos. Era decir dos declaraciones interrumpidas por un: "Mira este video" o "¿Ya viste lo que publico este tipo?" O tantas, pero tantas frases que te arrastran a comentar algo que no tiene relevancia. Pareciera que todo acontece en ese mundo de sueños vanos, levantado por nuestros egos hambrientos o bien por las penas incomprendidas o por la búsqueda insesante de ensueños ilusos que nos amparan de esta realidad gris, fría y lluviosa.
¿Quién era ese sujeto que me miraba a los ojos? No podía ser de este mundo, pero no importaba porque a diferencia de los que si eran de aquí, este me veía y me oía.
-Estoy triste- le dije con la voz fragmentada- Y he estado asi por mucho, mucho tiempo ¡Estoy triste!-grite mientras unas tibias lagrimas cubrían mi rostro.
Que patético espectáculo debió ser aquel. De haber sabido a quien tenia en frente hubiera guardado la compostura en lugar de llorar así. Pero él no lució conmovido o rechazo lo que presenciaba. Tampoco me interrumpió. Se quedó allí parado hasta que soltó una declaración un tanto fría.
-Los humanos están muy solos- dijo y miro hacia el cielo- Se ven como las estrellas. Pequeñas luces que titilan unas al lado de las otras, pero la verdad es que están tan lejanas que cuando te paras entre ellas quedas rodeado de infinitos vacíos. Es bastante deprimente. Puedo entender su tristeza,señorita.
-¿Quién eres?-le pregunte mientras experimentaba esa atmósfera etérea que manaba de él.
-Digamos que soy un visitante- respondio- Cuyo nombre no es relevante.
-Supongo que no, pero los nombres son el resumen de quienes somos- le dije secando mis lagrimas- Es que explicar todo eso lleva mucho tiempo.
-Pero ustedes lo resumen en tres palabras o menos- me dijo y miro a mi bolsillo, donde estaba mi celular.
Tome ese objeto, que había estado vibrando, lo encendí y mire el fondo de pantalla. Él estiro un poco el cuello, como un cisne, para asomarse a ver y preguntó por las criaturas en mi fondo de pantalla.
-Son medusas- le respondi- Unas criaturas marinas muy bellas.
-Parece que le gustan- comento.
-Sí, en especial la Laodicea undulata-le dije.
-¿Qué tiene de especial?
-Es inmortal- le dije sonriendo- O eso se cree, ya que su ciclo de vida revierte a pólipo y... Lo siento, no quiero aburrirte.
-No lo hace- me dijo- Todavía esta triste-agregó tras observarme.
-Llorar ayuda, pero no resuelve las cosas.
-No- afirmó y un mechon de su cabello cayó sobre su rostro. Lo peino hacia atrás con la mano y luego volvió a esa postura de monarca- La soledad del hombre tiene solución- dijo dándome la espalda- La de otros seres, en cambio, puede ser un mal sin fin. Sus amadas medusas, por ejemplo, apenas si se puede decir que son conscientes de su existencia y todo cuanto conocen es el vasto mar, pero si supieran que existe un mundo ajeno al del agua, como es la tierra, y pudieran ver hacia acá. Suponiendo que entienden lo que son y como funciona su vida ¿Qué creen que sentirían respecto a los humanos, que pueden formar lazos capaces de aliviar su soledad?
-¿Envidia?- respondí vacilante.
Me miro por encima de su hombro y se sonrió de forma más amplia. Se giro a mí despacio mientras su piel se pintaba de azul y un halo apareció tras su cabeza. No fue hasta ese momento que descubrí que yo lo había visto antes, pero no recordaba donde y es que el aspecto que mantuvo hasta ese momento, me tenia algo aturdida, mas no precisamente por lo armónico que era.
-Me gusto charlar con usted-me dijo mientras una especie de portal se formaba a su espalda y mi celular volaba de mis manos para estallar en pedazos- Considere esto un favor de mi parte- señalo y desapareció en una esfera de luz.
Quede anonadada y tarde varios minutos en recordar que ese sujeto era Daiahinkan. Pensaran que busque una explicación lógica a ese encuentro, pero no todo tiene una explicación y a veces, lo mejor es aceptar todo tal cual sucedió nada más.
Me gustaría decir que no volví a levantar un móvil, pero una semana después conseguí otro. Ahora que he dejado de traer los auriculares todo el tiempo y a veces, en ciertas circunstancias, un enjambre de medusas azules aparece en mi ventana,como una ilusión de ensueño que me roba algunas lagrimas. Pienso, entonces, con un sentimiento parecido a la nostalgia, que en una dimensión lejana, quizá, un ángel deja caer unas lagrimas también. En secreto, callado en los infinitos espacios entre las estrellas.
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