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Capítulo 4: Cuando algo te sigue

El campamento estaba resultando realmente bien, la fogata estaba encendida con un brillante y cálido fuego y tenían malvaviscos para comer hasta que les doliera el estómago. Pero aún no podían comerlos, eran el postre. Aunque Alma no entendía eso.

—¿A dónde vas con esa bolsa?

Dio un salto y escondió la bolsa atrás de su espalda. Brayden aguardaba de brazos cruzados por una respuesta.

—A ningún lado.

—Ajá—. Trató de acercarse pero ella lo esquivaba—. ¿Qué es?

—Como eres metiche Brayden, son mis cosas de chica.

—¿Tus cosas de chica?—. Asintió—. Sé de eso, soy su amigo hace cuatro años y he vivido un par de cosas.

—¿Y?

—Muéstrame.

—¿Qué dices?—. Se indignó—. ¿Cómo me pides que te muestre esto?

—Considéralo una revisión de rutina.

—En las revisiones de rutina me revisa una chica.

—No voy a tocarte, solo quiero ver lo que hay en la bolsa.

—Además tú lo nalgueas a cada rato y él no te dice nada—. Apuntó Mirtha.

—No te metas Mir, no ayudas.

—Alma ya deja de hacer drama y devuelve los malvaviscos al maletero por favor, son el postre.

—Si ya pareces mi mamá—. Obedeció de mala gana—. ¿Contenta mamá Brayden?

—¿Terminaste?

—Ya está la cena—. Avisó Jane—. Vengan a los troncos y a comer.

—¿La calentaste?—. Mirtha se sentó en uno de los troncos que habían puesto alrededor de la fogata.

—El guardabosques fue muy amable al prestarme una sartén—. Los demás se sentaron—. Lo demás fue cosa fácil.

—Sabes mucho sobre esto de acampar.

—No necesito estar en medio del bosque para aprender a calentar mi comida, mis papás trabajan todo el tiempo así que son cosas básicas para mí.

—A mí me beneficia mucho esto—. Alma sopló su comida en el tenedor antes de meterla en su boca—. Ya estaba creyendo que iba a tener que comer cubitos de hielo.

—Como eres exagerada.

—Cállate Bray.

—Sobre eso...

—Ni se te ocurra—. Mirtha lo amenazó con su tenedor—. He pasado por muchas cosas hoy por que tú te crees las estupideces de los demás.

—Es la realidad.

—Is li riilidid—. Frunció el ceño—. Si tan inseguro te sientes vamos a hacer un trato para que yo no tenga que meterme en más problemas.

—¿Un trato?

—Mi mamá me molesta todo el tiempo por que no hago ejercicio por tener la nariz metida en los libros—. Tomó comida en el tenedor—. Si tan gordo te sientes aunque no sea cierto podemos ir juntos al gimnasio.

—¿Tú haciendo ejercicio?—. Alma rió—. Eso lo tengo que ver, me apunto.

—¿Tú no vas Jane?

—El esfuerzo físico y yo no somos amigos—. Hizo una mueca—. Prefiero cosas más sencillas como salir a caminar ó a bailar.

—Eso es ejercicio.

—Pero uno que disfruto hacer—. Sonrió—. Además no me gusta la idea de hacer ejercicio en un lugar con tanta gente cerca, me da pena.

—¿Pena por qué?

—Por que no sé hacer nada y me puedo desmayar—. Se puso a reír—. No quiero terminar en alguna de esas páginas donde se burlan de la gente a la que le pasa eso, prefiero encerrarme a bailar en la privacidad de mi cuarto.

—Como quieras, te vamos a contar como nos va.

—Y Brayden va empezar a comer ahora—. Mirtha lo amenazó con el tenedor de nuevo—. Va a necesitar mucha energía.

Las tres se quedaron observándolo hasta que tomó el tenedor y se metió bastante comida a la boca. Mirtha sonrió complacida y se concentró en su cena.

—Eso estuvo delicioso—. Alma se acarició el estómago—. Tenemos que venir a acampar más seguido.

Brayden le quitó la bolsa de malvaviscos de las piernas.

—Ya no hay más para ti, te dolerá el estómago.

—Tú realmente pareces mi mamá.

—No entiendo que pretendes diciéndome eso pero no te funciona como quieres, adoro a tu mamá.

—Me caes mal.

—Sí sí, yo también te quiero.

—Oigan vengan aquí.

Jane estaba acostada boca arriba sobre el pasto en una zona un poco despejada de árboles, con las manos sobre el estómago y sonriendo. Ese viaje le estaba llevando muchos recuerdos, cosas que creía que había olvidado pero en el fondo seguían ahí. Como lo hermosas que se pueden ver las estrellas desde ahí.

—¿Qué haces ahí acostada?—. Alma le dio una patadita—. Se te puede subir una araña.

—No hay arañas aquí.

—Pero claro que hay Jane, estás en el bosque.

—Tranquila Mirtha, solo tienes que ver lo mismo que yo.

—¿Qué estás viendo?—. Brayden sonrió con curiosidad.

—Las estrellas. Pueden verlas ahí parados pero les va a doler el cuello.

—Pero estaríamos libres de arañas.

—Claro que no—. Brayden se acostó al lado de Jane—. Pueden subir por tu pie.

—¡¿Qué?!

Mirtha le dio un golpe en la cara a Brayden mientras se acostaba.

—No se le dice eso a una aracnofóbica.

—¿Aracnofóbica?—. Alma asintió con la cabeza varias veces—. La regué.

—Tú siempre mi querido Bray.

—Si una araña aparece te prometo que la mataré, no va a hacerte daño.

—¿No la dejarás comerme?

—No creo que pueda hacer eso.

—Eso es lo que ellas quieren que pienses. Son malvadas Brayden.

—Está bien, no las dejaré comerte.

—Gracias.

Se acostó en el pasto, tan pronto sus ojos contemplaron el cielo el miedo se le fue.

—Es lo más hermoso que mis ojos han visto—. Se aclaró la garganta—. Claro, además de mi reflejo en los espejos.

—Solo míralas, brillan muy bonito.

—Creo que nuestra Jane se ha enamorado de este lugar.

—Bray, yo ya estaba enamorada de este lugar—. Giró hacia él—. Solo se me había olvidado.

La noche estaba perfecta para Jane, pero para Zander se estaba volviendo cada vez más oscura. Verla tan cerca de el chico junto a ella y sonriéndole le estaba produciendo un sentimiento de desagrado que no había tenido antes.

—¿Y ese quién es?—. Murmuró, mientras se pasaba a un árbol un poco más cerca para escuchar lo que hablaban—. ¿Será su compañero?

Los engendros de la muerte eran sencillos, la soledad era lo único que los acompañaba y las emociones no eran tan comunes en ellos. El trabajo de trasladar a las almas al lugar que se habían ganado terminaba por volverlos fríos, indiferentes ante situaciones que a otro le dolerían tanto que se sentiría morir. Zander simplemente se sentía muerto desde que tuvo consciencia, dudaba que fuera un ser vivo. Pero no olvidaba aquel día que se sintió vivo por única vez en su existencia, cuando esa niña de mariposas en el cabello no lo trató como a un monstruo aunque le diera miedo.

—Si tiene un compañero será mejor no meterme.

A pesar de sentirse mal mirándola con él no pudo dejar de observarla. Las palabras que él mismo dijo se voltearon contra él, tendría que conformarse solo con mirarla. Además Thaddeus tenía razón, solo el ángel de la muerte podía tener una compañera y ya estaba claro quien ocuparía el puesto.

Se quedó ahí hasta que los cuatro se levantaron y fueron al auto a dormir. Él no dormía, tenía que trabajar todo el tiempo y no tenía necesidad de hacerlo. Así fue capaz de velar por los sueños de Jane toda la noche, aunque ni él mismo se dio cuenta de que lo hacía.

Jane fue la primera del grupo en despertar. Tenían clases en unas horas así que lo mejor era que se fueran temprano, pero se sentía tan agusto ahí que no los despertó. Siguió recostada en el asiento escuchando música con sus audífonos, mirando por la ventana. No sabía cuando volvería, así que quería una imagen perfecta en su cabeza para no volver a olvidar la sensación que le provocaba ese lugar en el pecho.

No tenía recuerdos de cuando se perdió ni como había logrado pasar tantos días sóla en el bosque sin comida ni agua, ya que el lago estaba a unos ocho kilómetros de caminata y dudaba que una niña de siete años fuera capaz de caminar tanto y de regreso. Aunque tenía un poco de sentido si tomaba en cuenta los días que estuvo fuera.

Sus papás le había contado que se la pasó dos días repitiendo que había estado con el niño del bosque, pero ella no se acordaba de nada. Estuvo bastante tiempo con el psicólogo y él llegó a la conclusión de que su mente había inventado aquello para cubrir lo traumático que debió ser estar perdida ocho días en el bosque, y ella simplemente aceptó esa versión.

Pero ahí, cuando era la única despierta y por la ventana no veía más que árboles, sentía curiosidad por aquella historia. Antes le parecía algo fantasioso y pensaba en ello una vez al año si es que lo hacía, pero ahí se volvía real y se preguntaba si el niño del bosque que tanto mencionaba fue realmente producto de su imaginación ó un niño perdido como ella, y lo había dejado ahí sólo.

Todos habían tomado a juego sus palabras por que se trataba de una niña, a nadie se le ocurrió comprobar si en el bosque había otro niño perdido necesitando ayuda.

—El niño del bosque—. Susurró, saboreó las palabras mientras intentaba recordar, pero su mente seguía en blanco.

Para haber estado ocho días con él, no recordaba ni su nombre. Pero sentía algo, algo que le decía que era real. Como una espinita clavada en el zapato que no te deja caminar tranquila.

Pero al mismo tiempo era falso, por que no sabía sobre él más que lo que le habían contado, que era muy poco. Según dicen ella nunca dio detalles, solo era el niño con el que jugó en el bosque y ya, ni un nombre, ni siquiera dijo a que jugaron. Y cuando dejó de mencionarlo lo olvidaron, creyeron sin problemas las palabras del psicólogo que la analizaba como si ella fuera el más interesante experimento.

Todos esos años había estado en paz, sin una sola señal, sin pensar tanto. Pero ahora no podía creer lo que le había dicho aquel hombre tantas veces para calmarla y que siguiera adelante, ahora había algo más. Ahora no era capaz de creerse ella misma.

Y la mirada que sentía encima se lo confirmaba.

—Ya no puede ser un niño.

Echó una mirada a sus amigos, seguían en la misma posición. No importaba cuando hablara, podía ponerse a gritar y no la escucharían.

Tomó aire y abrió la puerta del auto, sabiendo que su cabeza podría estar jugando con ella y que probablemente era una mala idea salir si se sentía tan incómoda, podría ser alguien que quisiera hacerles daño y ella se estaba poniendo en bandeja de plata.

Avanzó a pasos lentos, visualizando su alrededor y buscando cosas que le podrían servir para defenderse de necesitarlo.

No estaba pensando, no sabía hacia donde estaba caminando, sus pies iban por su cuenta y ella se dejaba llevar. La brisa fresca le acariciaba las mejillas y le hacia volar el cabello.

No tenía miedo, a pesar de que sentía en su nuca el peso de una mirada y las ramitas se rompían atrás de ella como si alguien la estuviera siguiendo. No volteó, en ningún momento recogió algo para golpear a quien la seguía, solo continuó su camino sin temores ni nervios, como si la estuvieran llevando al lugar más bello en el mundo.

Sus pies se detuvieron, el ruido del bosque cesó, su respiración era lo único que perturbaba la paz. Los rayos del sol le pegaron en la cara y la sacaron de su ensoñación. Estaba en el claro, justo en el centro, parada en un viejo tronco de un árbol cortado.

La respiración se le entrecortó y el miedo llegó a ella. No estaba sóla, no necesitaba ver a nadie, lo sentía atrás de ella, respirando cerca de su cuello pero sin hacerlo en realidad.

—Hola Jane.

Se quedó paralizada, sus ojos se abrieron en grande y su boca se secó como si llevara días sin beber agua.

—¡Jane!

La voz de Brayden la trajo de vuelta a la realidad, pegó un salto y se alejó del tronco como si tuviera electricidad.

—¡Tenemos que irnos!

No se lo dijo dos veces, corrió de vuelta al auto con las piernas temblando y tropezando con las piedritas. La cabeza le empezó a doler demasiado, se mareó a medio camino pero no se detuvo hasta llegar al auto. Entró en su lugar sin decir palabra, cerró los ojos con fuerza y se puso a llorar.

—¿Qué tienes?—. Alma se inclinó sobre el asiento.

—Sáquenme de aquí—. Pidió, con la voz quebrada y la garganta ardiéndole como si hubiera tomado ácido.

—Pero...

—¡Sáquenme de aquí!

Brayden encendió el auto sin esperar nada más y Alma cayó de espaldas sobre la dormida Mirtha. Jane se cubrió la cara con las manos y lloró con fuerza. Solo fue capaz de calmarse hasta que salieron del camino y volvieron a la ciudad, pero no dio explicaciones.

En el bosque estaba un chico, sentado sobre un viejo tronco con sus alas extendidas, llorando amargamente por haberla asustado.

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