Capítulo 7
No conseguí dormir, así que decidí darme un paseo por la casa. Salí de la habitación en silencio y me acerqué al camastro donde Tristan yacía dormido, asegurándome de que estaba en fase de sueño delta. Su respiración profunda y acompasada me confirmó que así era.
Investigué por todo el pasillo, pero no descubrí nada fuera de lo normal. Unas cuantas fotos colgadas en la pared en las que aparecía él y un niño que se le parecía un poco. ¿Ese era su hermano? En una de las fotos estaban abrazados y supuse que se querían mucho. Tal vez por eso estaba tan afectado.
Continué fisgoneando, pero todo parecía normal. ¿Hacia dónde habría ido Salazar con aquellos hombres para que hubiera resonancia acústica? Sentía que era algo importante. Puede que toda su investigación, todos los secretos que estaba reacio a compartir, estuvieran allí. Mi corazón volvió a acelerarse ante la expectativa de estar haciendo algo prohibido y la dichosa alarma de la pulsera me sobresaltó. La cubrí y miré a Tristan para asegurarme de que no se había despertado. Por suerte, así fue.
Solté el aire que había estado conteniendo y me fui de vuelta a la cama. Estaba perdiendo el tiempo y el sueño empezaba a hacerse notar en mis ojos. A pesar de mi frustración, no tardé mucho en dormirme y empezar a soñar.
No me sorprendí al verme en aquel bello bosque cargado de mariposas volando de un lado para otro, pero para mi sorpresa y desasosiego, Dareh no estaba en él.
De repente, las mariposas emprendieron el vuelo despavoridas. Nunca las había visto volar tan frenéticamente. Miré a mi alrededor para saber cuál era la causa del revuelo y vi a unos seres gigantes. La imagen en mis ojos era difusa, pero la violencia con que se sucedía todo era claramente atroz.
Dejé de estar en el bosque para encontrarme en la ciudad de Salazar en la que me encontraba ahora. La gente, Naewat y humanos, corrían de un lado para otro asustados, como las mariposas lo habían hecho, y los gigantes borrosos lo destruían todo a su paso. Desgarraban cuerpos con sus manos y haciendo uso de sus dientes si era necesario. Aquello era un baño de sangre que salpicaba por todas partes.
Miré mi ropa, mis manos, todo estaba lleno de sangre y cuerpos destrozados a mi alrededor. Me cubrí los ojos asustada y grité dejándome llevar por el pánico. ¿Qué sueño era ese?
Una mano apareció delante de mí. Era la mano de Dareh, la cual, tomé sin dudarlo y me aferré a ella con fuerza.
—¡¡Ada!! ¡Despiértate, vamos!— una voz me sacó de mi pesadilla y al abrir los ojos vi el rostro aterrado de Salazar, a cuya mano yo me aferraba.— ¿Estás bien?
—No...— murmuré. La imagen de los cuerpos despedazados no se había borrado todavía de mi aletargada mente. Empecé a llorar desesperada. ¿Qué clase de predicción había sido esa?
—¿Qué ha pasado? ¿Una pesadilla?
Asentí sin atreverme a articular palabra todavía.
—No te preocupes. Sólo ha sido un sueño.
—No, no lo entiendes. Yo tengo un don. Mis sueños siempre predicen el futuro, y el futuro del sueño que acabo de tener ha sido...— no encontraba palabras para describir el infierno que había vivido. Por lo menos Dareh estaba allí y me tendió su mano. Eso significaba que estaba vivo. No sabía dónde, pero volveríamos a encontrarnos.
—¿Qué quieres decir con que predices el futuro? Ya lo que me faltaba por oír— Salazar negó con la cabeza riéndose.
—En el año del que procedo, el ser humano ha desarrollado un talento especial por la exposición al Engel desde nuestro nacimiento y durante varias generaciones. Cada uno tiene un talento en función a su personalidad, aptitudes físicas y psíquicas. Mi don es poder ver lo que ocurrirá, pero nunca puedo hacer nada por cambiar el futuro que veo.
—Esto parece una película de X-men. ¿Qué quieres para desayunar?— dijo volviéndose a su pequeña cocina.
Miré por la pequeña ventana que daba a la calle y ya había amanecido. La noche había pasado muy rápido y mi cuerpo estaba agotado, como si hubiese estado corriendo toda la noche.
—¿Te he despertado con mis gritos?— pregunté avergonzada.
—No te preocupes. Ya estaba despierto cuando empezaste a gritar. Pero me has asustado, ¿sabes? No había forma humana de despertarte.
—Hasta que mis visiones no terminan no me despierto. Es lo malo de este talento.
—Ya. Bueno. Me alegro de que estés bien. ¿Te gustan los huevos revueltos para desayunar?
—No lo sé... nunca he comido huevos.
Salazar me miró receloso. Y de nuevo sonrió. Todo aquello debía ser muy extraño para él. En nuestra época, con los dones de los estudiantes, había muchas cosas que a principios del siglo XXI eran impensables, como el hecho de poder viajar en el tiempo.
Aunque, si íbamos a hacer una competición de desconcierto, podía asegurar que yo le ganaba por mucho. Los descubrimientos de la noche anterior me habían dejado muy mal y, probablemente eso había afectado a mi sueño de la noche. Jamás había tenido una pesadilla tan agresiva. Toda la sangre de mi visión me había revuelto el estómago y aunque lo que preparaba Tristan en la cocina olía bien, mi apetito no estaba en su mejor momento.
Me aproximé a la ventana y aunque los cristales no se veían muy nítidos, podía diferenciar las formas fuera de la vivienda. Como la noche anterior, el cielo estaba nublado, sin embargo, aquella parecía una calle diferente a la luz del día. Miré las nubes cuidadosamente. Eran preciosas. Parecían de algodón y hacían formas extrañas en el cielo. No se podían comparar con las hermosas fotos de los libros, pero seguían siendo impresionantes. Era una pena no poder sentir la luz del sol brillar sobre mí. La nieve había dejado una hermosa capa blanca sobre el asfalto, aunque en algunos puntos se veía sucia y deterioraba el aspecto de la calle, ya bastante lamentable de por sí.
Salazar me sirvió un plato con una extraña comida. Me miró y por mi gesto, supuso que no sabía lo que era.
—Son huevos revueltos y una rebanada de pan tostado con zumo de naranja.
—Gracias— le dije tímidamente.
A pesar de sentirme mal, decidí dar una oportunidad a la comida. No podía permitir que mis niveles de glucosa bajaran demasiado. No sabía qué me deparaba el día, pero probablemente me exigiría mucha energía.
Cuando lo probé, sentí que mi cuerpo se estremecía de puro placer. Si el café y el bocadillo que había tomado la noche anterior estaban buenos, aquello era indescriptiblemente sabroso. Nunca más podría volver a comer las papillas después de haber probado la comida de verdad.
—Salazar, tengo que...
—Por favor, llámame Tristan. Pareces mi profesor de química, llamándome por mi apellido— sonrió.
—Ah, de acuerdo...— la situación me resultaba algo incómoda. ¿Cómo iba a tutear al gran Tristan Salazar? Aun así, me dejé llevar por su juventud y la confianza que me ofrecía—. Tristan, tengo que contarte algo. Sé que te va a costar creerme, pero es necesario. —Empecé a hablar algo insegura, pero convencida de que era lo mejor. Tenía que arriesgarme a contarle mi sueño, para ver si así podía poner fin de algún modo al destino cruel que esperaba a los habitantes de la Tierra. Tal vez podría, por primera vez, evitar una catástrofe. Tal vez por eso fui enviada a ese momento en ese lugar, con él, Tristan Salazar. El único que podría evitar la guerra.
Fue entonces cuando unos gritos en la calle y el ruido de pistolas llamaron nuestra atención, y me interrumpieron antes de poder, siquiera, empezar a hablarle de mis sueños.
Nos asomamos por la pequeña ventana y me dio un vuelco el corazón al descubrir a mis amigos corriendo por la calle, huyendo de un grupo de maleantes similares a los que intentaron atacarme a mí, armados con pistolas y cuchillos.
—¡¡No!! ¡June! — exclamé desesperada por mi amiga, que estaba a punto de ser alcanzada.
—Sí, no cabe duda, tienen que ser tus amigos. Están igual de chalados que tú— dijo Tristan, negando con la cabeza.
—Hay que ayudarles...
Tristan resopló ruidosamente.
—Sabía que me darías problemas.
Abrimos la puerta de metal sigilosamente y me asomé. Pero para cuando mi mirada los encontró, solo había unos cuantos hombres maltrechos tirados por el suelo.
June estaba escondida, junto a Styan, detrás de unos contenedores, mientras los Naewat se habían encargado de quitarse los problemas de encima.
—¡June!— susurré tratando de llamar su atención. Dareh y la Naewat miraron en mi dirección en seguida. Ellos tenían el sentido del oído más agudo que nosotros y podían escuchar sonidos que para nosotros eran imperceptibles.
—¡Ada! ¡¡Estás bien!!— Exclamó mi amiga aliviada al verme, siguiendo la mirada de los Naewat. De inmediato salió de su escondite y corrió en mi dirección.
—Venid, ¡rápido!
Cuando June llegó, la abracé con ímpetu. Los demás la siguieron y Tristan cerró la puerta con cuidado.
—Pensé que nunca más volvería a verte— dije conteniendo las lágrimas con un gran esfuerzo.
—Y nosotros que te habías perdido para siempre en algún lugar en el espacio-tiempo. Cuando vimos la señal de tu pulsera en el comunicador sentimos un gran alivio. ¿Qué ocurrió para que acabases tan lejos de nosotros?
—No lo sé. Creo que durante una sacudida solté vuestras manos y os perdí. ¿Dónde habéis pasado la noche?
—Ha sido una locura— empezó a decir Styan—. Aparecimos en una calle sucia, fría y mojada, y, sin poder explicarnos cómo, tú estabas desaparecida. Te buscamos por todas partes, y nuestros gritos llamaron la atención de unos hombres. Creo que eran soldados, porque iban muy bien armados. Al ver a los Naewat con nosotros empezaron a dispararnos, pero los gatitos tomaron buena cuenta de ellos, por supuesto con mi ayuda— Styan tosió orgulloso. Seguramente habría lanzado alguna piedra y se consideraba el salvador de todos—. Luego nos metimos en una casa abandonada para guarecernos, porque sabíamos que no era seguro andar por ahí y allí dormimos. Durante la noche se me ocurrió que tal vez podríamos localizarte con las pulseras y ¡bum! sorpresa. Ahí estabas. Nos preparamos para salir en tu busca, hasta que nos percatamos de que venían refuerzos. Nos zafamos de ellos y llegamos a este barrio, y aparecen esos payasos diciendo que les diésemos todo lo que teníamos, que es nada, por supuesto. ¿Te lo puedes creer?
—Me temo que, con la que habéis liado en la calle, hoy no podré salir de casa— dijo Tristan resignado mirando por la ventana a la chusma furiosa—. Todavía están buscándoos. Menos mal que no se han dado cuenta de que habéis entrado aquí, pero puede que os busquen casa por casa.
—Lo siento— dije encogiéndome de hombros.
Tristan observó a los Naewat con detenimiento. Primero a Dareh, que saludó con un movimiento de cabeza, y después a la Naewat que, ni siquiera se dignó a mirarle.
—No me puedo creer que tenga a dos Naewat en mi propia casa. Sabía que había gato encerrado...—la Naewat carraspeó y Styan soltó una risita— quiero decir... No parecéis monstruos crueles, sedientos de sangre, deseando matar sin ton ni son. Más bien al contrario.
—¿Así es como nos venden en la Tierra? Panda de mentirosos— la Naewat protestó.
—Sólo hay que ver las noticias. Nos están mostrando unos Naewat muy diferentes. Sacan las imágenes de contexto.
Tristan se acercó a su viejo televisor y lo encendió.
—Es increíble... Un proyector de rayos catódicos— musité embobada. June se rió. Ella sabía de mi pasión por la Tierra y todo lo que había en ella, y más por las cosas que se habían extinguido, como era el caso de aquel televisor de catorce pulgadas.
—En las noticias sale información sobre los Naewat a todas horas— informó Tristan.
—Las noticias son un medio para tener engañado al pueblo y mostrar lo que quieren que sepáis— dijo Dareh apagando la televisión. —No creas la mitad de lo que dicen, y de la mitad que te puedes creer, desconfía.
—Ada, debes haber flipado con todo esto. Dareh nos ha dado una disertación de lo que ha ocurrido, ¿puedes creer que el gato puede viajar en el tiempo?— Styan se rió todavía incrédulo. De repente, fue consciente de la presencia de Tristan, que nos observaba asombrado.— Por cierto, ¿quién es éste?— señaló al aludido.
—Ah, es cierto. Chicos— hablé al grupo en general— éste es el doctor Tristan Salazar. Ayer me salvó de un grupo de maleantes y me ofreció cobijo en su casa.
La reacción fue similar en todos. Miraron a Tristan, que poco a poco se fue encogiendo, hasta darse la vuelta e irse a su pequeña cocina a preparar algo... lo que fuera...
—Ada, te he dicho que no soy doctor— murmuró avergonzado por llamar tanta atención sobre sí mismo.
—Increíble. ¡Qué casualidad!— exclamó June sorprendida. —Es un gran honor para todos nosotros...
—No, June— la interrumpí antes de que cometiera el mismo error que yo.— Él no fue el creador de Engel— susurré.
—¿Cómo que no?— preguntaron June y Styan a la vez alarmados.
La bella Naewat nos observaba con atención.
—El Engel pertenece a los Naewat. Los humanos son los que intentan robarlo —expliqué como respuesta a las expresiones de desconcierto de mis amigos.
—¿Qué clase de lavado cerebral te ha hecho este cretino?— preguntó Styan acercándose intimidatoriamente a Tristan.
—A ver, Styan— le tomé de los hombros y lo aparté de Tristan intentando llamar su atención sobre mí—, hagamos una revisión a los primeros siglos de la era después del Cristianismo. ¿Quiénes eran los buenos en la historia? Los que la contaban. ¿O acaso crees que el imperio Romano era tan bueno como lo contaban los historiadores? O por ejemplo, ¿Por qué crees que en la primera y segunda guerra mundial, Estados Unidos fueron los héroes que salvaron a la humanidad del comunismo, sin embargo, después de la tercera guerra mundial eran los tiranos capitalistas que tenían esclavizados a todos los países del mundo? Porque perdieron la guerra, sin embargo, en las guerras anteriores eran unos héroes, porque salieron victoriosos. ¿No tiene sentido?
—Puede ser... —admitió derrotado— pero es darle la vuelta a la tortilla por completo. Es pintar como héroes a los asesinos...
—No sabes hasta qué punto.
Les explicamos todo sobre la bacteria que Salazar había desarrollado y su mutación con el Engel. También sobre el efecto en los Naewat y su posible aniquilación de la Tierra.
—¿Y por qué trabajas en algo así? ¿No has comprobado ya que no somos hostiles?— preguntó la Naewat indignada. Lo cierto era que su mirada siempre era hostil y si fuera por la apariencia que tenía, habría pensado que realmente eran peligrosos, pero no era el caso. A pesar del odio contenido que parecía sentir, allí estaba, con nosotros. Y además, había protegido a Styan y June de los enemigos.
—Al principio me negué, por supuesto —siguió hablando Salazar—, pero secuestraron a mi hermano pequeño, Aarón...— se le hizo un nudo en la garganta y guardó silencio hasta que se recompuso un poco—. Si no hago esto lo matarán. El plazo acaba esta semana.
—¿Y no es más importante la vida de la humanidad commpleta que la de un solo niño humano?— preguntó ella furiosa y alzando más la voz.
—¡Mi hermano tiene ocho años! No es más que un niño. No puedo dejarlo morir así.
—Tiene que haber algún modo de poder evitar las dos cosas— añadió June.
—Quiero contaros sobre el sueño que he tenido esta noche— dije por fin. Dareh me miró tenso.— He visto a unas criaturas gigantes a las que todavía no puedo definir, pero que estoy segura que tienen algo que ver con la investigación de Salazar. Esas criaturas estaban destruyendo a todo ser vivo sobre la Tierra y hubo un baño de sangre... quiero decir, habrá. Tenemos que hacer algo para impedirlo. Esta vez mi sueño ha sido muy explícito. Tenemos que aprovecharlo y combatirlo de algún modo para evitar que eso ocurra... y también salvar al pequeño Aarón.
—Pero ya has visto que se han llevado un prototipo, Ada. No podemos hacer nada. Ya tienen casi todo lo que necesitan.
—Destruyamos el lugar entero en el que están— aportó la Naewat— de ese modo logramos los dos objetivos con una sola acción.
Tristan la miró espantado por sus ideas violentas. ¿Cómo esperaba demostrar que era pacífica con semejantes ideas? Sin embargo, Dareh parecía estar maquinando algún tipo de plan inspirado por las sádicas palabras de su congénere.
—Ada,— Styan me habló preocupado— tú puedes ver el futuro. ¿Crees que esto saldrá bien?
—No... no lo sé. Mi talento no funciona así. Yo no elijo lo que quiero ver.
Dareh caminó despacio hasta pararse frente a Tristan que al verlo tan de cerca, tragó en seco. Probablemente acababa de darse cuenta de que había algo diferente en el Naewat parado frente a él. El híbrido puso la mano sobre el hombro de Tristan y le pidió que cerrara los ojos. Éste obedeció y en seguida su cara se transformó. Segundos después los abrió espantado.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido eso?
—El futuro de lo que le espera a la tierra después que tu bacteria y el Engel se fusionen y queden libres.
Tristan palideció. No sabíamos qué era lo que habían visto, pero pareció ser suficiente para que el joven futuro doctor colaborase plenamente con nosotros.
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