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Capítulo 37


Las palabras "casi imposible" retumbaron en mi cabeza creando una sensación de desasosiego que no me gustaba, sin embargo, la idea de tener que ir al mar me pareció fascinante. 

—Pero nosotros no poseemos la tecnología suficiente para llegar hasta allí, a lo que se le añade que la fosa tiene medidas descomunales y no sabemos dónde está la nave madre— añadió Hurit. —Antes de hacer nada, debemos asegurarnos de que ese abismo infernal es el lugar que buscamos.

—Cierto— contestó Dareh. —Si no me equivoco, esta nave debe tener un sistema de sonda submarina teledirigida.

—Sí, pero esa maldita fosa es demasiado profunda —rebatió Hurit—. Tendríamos que bajar a una profundidad más allá de la línea de seguridad, donde el mar ejerce demasiada presión, y a partir de cierta distancia ni siquiera se garantiza que la imagen que devuelve sea...

—Vale la pena intentarlo— interrumpí.

Ambos me miraron y luego compartieron miradas. 

—Tengo una idea— dijo Dareh mientras se ponía en pie y se aproximaba a mí. Se sentó a mi lado y me observó unos instantes.

—¿Qué ocurre?

—Escúchame. Vamos a intentar algo que no hemos intentado nunca hasta ahora. Algo que ni siquiera sé si va a funcionar, pero que si queremos limpiar la Tierra, tenemos que esforzarnos por que funcione, ¿entiendes?

—No. 

—Ada, vamos a encontrar la sonda. Tú y yo. Vamos a buscarla combinando nuestros dones.

—¿Eso se puede hacer? —preguntó Hurit asombrado.

—Te lo diré cuando la encuentre.

Dareh tomó mis manos y, después de acariciarlas y sonreír, cerró los ojos. Yo le imité y en el instante en que lo hice, todo a mi alrededor cambió. ¡Estaba dentro del agua! Empecé a intentar nadar hacia arriba, pero al estar agarrada de la mano de Dareh, no podía. Intenté soltarme, pero él me lo impidió. Estaba sonriendo. ¿Por qué sonreía? ¿Acaso no le faltaba el aire? Empecé a sentir que iba a entrar en pánico. Los pulmones me ardían por la falta de oxígeno y el frío del agua insensibilizaba mi piel.

—Relájate, Ada. Respira tranquila...

En cuanto dijo esas palabras, me di cuenta de que podía respirar. Lo miré confusa y él sonrió de nuevo.

—¿Qué está pasando?— Me alarmé.

—No estamos realmente aquí. Esto es una visión del futuro.

—Una visión del futuro muy vívida. —Pasé la mano por mi cuello al recordar la sensación de asfixia.

—¿Recuerdas cuando paseábamos por aquel lago? Realmente parecía que estábamos allí. Podías sentir el frío del agua en tu mano al tocarla, pero nuestros cuerpos no estaban allí y mucho menos tu mano tocó aquel agua. Es tu cerebro el que te dice que el agua está mojada y fría. Al igual que ahora, tu cerebro te dice que lo lógico es no poder respirar bajo el agua.

—Creo que lo entiendo. Pero entonces si esto es una proyección del futuro, ¿quiere decir que vamos a encontrar lo que estamos buscando? 

—He ahí la dificultad de lo que intentamos llevar a cabo. Nosotros podemos ver el futuro, si esto nos sale bien, lo encontraremos y si lo encontramos, podremos encontrarlo.

—Eso es confuso. 

—Lo es. Tú confía en mí.

Dareh comenzó a nadar y me maravillé al ver a mi alrededor la cantidad de vida que había bajo el mar. Había peces de todos los tamaños imaginables, de colores, de formas exóticas...

—¿Crees que podremos ver un delfín?— pregunté al recordar al hermoso cetáceo que había en la fuente de la academia y el cual me encantaba observar.

—Es posible... nunca se sabe.

Frente a nosotros encontramos una enorme fosa que se veía muy oscura. Me estremecí, ya no sólo por el frío que empezaba a sentir, sino porque había algo que no me gustaba.

—¿Tenemos que entrar ahí?— pregunté desconfiada.

—Ahí es donde sospechamos que está. Vamos.

Seguí a Dareh, sin embargo, mi sexto sentido me decía que tenía que tener cuidado. Nos introdujimos en la oscura fosa y la temperatura y la luz fueron disminuyendo paulatinamente.

—Tengo frío— me quejé.

—Tranquila, no puedes tener frío. No estás aquí. Relájate. —Apretó mi mano transmitiéndome la confianza que necesitaba y continué nadando.

Dareh encendió una linterna que tenía en un bolsito de su cinturón y seguimos descendiendo. Aquel lugar no tenía final. Era como un abismo eterno de frío y oscuridad. A nuestro alrededor, los bellos animales marinos comenzaron a dar paso a horribles monstruos de ojos blancos y largos dientes. Nunca había visto semejantes criaturas. Ni siquiera las habíamos estudiado en la clase de biología.

No sería capaz de decir durante cuánto tiempo estuvimos bajando. Mis músculos estaban entumecidos y me dolían los pulmones, como si realmente estuviera realizando ese esfuerzo físico. Me sentía desfallecer y de un momento a otro, mi cuerpo colapsaría y perdería el conocimiento. 

—Vamos, Ada. Aguanta un poco más.

—No... puedo...

La abrumadora oscuridad me envolvía como un velo. Casi podía sentir que era sólida y me impedía avanzar. Dejé de agitar mis manos y pies para ser, literalmente, arrastrada por Dareh. Había tanta oscuridad que ni siquiera era consciente de si tenía los ojos abiertos o cerrados.

—Vamos, Ada. No me falles. Tienes que aguantar despierta, ¡te estoy perdiendo!— Dareh agitó mi brazo y yo desperté de mi adormecimiento. 

—¿Qué es eso?— pregunté señalando un pequeño destello que reflejaba el brillo de la linterna de Dareh. Él volvió la mirada y sonrió animado.

—¡Ahí está! ¡La hemos encontrado, Ada!— Me abrazó. —Mi padre era un genio. Un genio loco y estúpido, pero brillante.

En cuanto me soltó volvimos a la nave del capitán Hurit, si es que alguna vez habíamos salido de ahí. El viaje había durado varias horas y yo estaba extenuada, sin embargo, ni siquiera parecía estar mojada y seguía de la misma postura en la que había estado antes de salir. Me sentía confusa. A diferencia de mí, Dareh salió disparado de su asiento para ir a encontrar a Hurit.

—¡La hemos encontrado! Está ahí, en la fosa, justo donde indican las coordenadas del cuaderno de mi padre.

—¿Qué?— Hurit estaba adormecido. Mientras esperaba una respuesta se había recostado en un sillón y ahora estaba completamente desubicado. Se frotaba la cara para poder despertarse. —¿Hablas de la nave madre? ¿Dónde diablos habéis ido, Dareh?

—Escúchame, hemos encontrado la nave madre. Está en la fosa de las Marianas. 

—¿Cómo lo sabes?

—Es una larga historia...

—Hazle caso— intervino Esaú, respaldando a Dareh. —Él tiene un don especial que, junto al de Ada, es capaz de grandes maravillas.

Hurit nos observó irritado.

—¿Tenéis idea de lo que puede pasar si expongo la nave a semejante profundidad? Se arrugaría como si fuera papel de aluminio. —Hurit insistió en su negativa, sin embargo, en el fondo de su corazón, tenía la esperanza de que lo que decía Dareh era verdad, así que, al final, suspiró derrotado y asintió. —De acuerdo, vamos a intentarlo. Pero si morimos recaerá sobre vuestras conciencias— nos señaló con el dedo acusador.

—Estoy de acuerdo— sonrió Dareh.


Emprendimos el viaje sin más demora. Estuvimos viajando durante horas. Las distancias en la Tierra eran demasiado grandes. Yo estaba agotada por el viaje inmaterial que había hecho con Dareh. Si no estaba ahí, ¿por qué estaba tan cansada? 

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero me asomé a la ventana y, maravillada, vi a lo lejos cómo nos aproximábamos al mar. Era lo más bonito que había visto en mi vida. Me sobrecogió su inmensidad, su intenso color azul y su belleza. Las diapositivas en las clases de historia o biología no le hacían justicia.

Cuando llegamos a las coordenadas que habían marcado, la nave se detuvo y poco a poco fue descendiendo hasta posarse sobre el agua. Las ondas del mar hacían a la pequeña nave subir y bajar como si de un carrusel se tratase.

 —Pero esta es una aeronave, ¿cómo vamos a sumergirnos?— pregunté mirando el azul del mar desde la ventanilla.

 —Subestimas la tecnología Naewat— Hurit sonrió con picardía y me guiñó un ojo. Se acercó a los mandos de la nave y tecleó un comando. La nave empezó a vibrar, y acto seguido, empezó a sumergirse.

—¿Vuestra nave puede ir bajo el agua?— murmuré sorprendida. 

Pegué mi nariz a la ventanilla y ahora, sin el esfuerzo y la exposición que sentía en la visión que habíamos tenido Dareh y yo, pude disfrutar de la belleza sin par de las profundidades del mar. Era lo más bello que había en la Tierra. Había peces de todos los tamaños nadando de aquí para allá. Según íbamos avanzando, veía plantas de tantas formas y colores que nunca pensé que existirían. Era como una gran mezcla de colores, todos suavizados por el azul de las profundidades.

La gigantesca fosa se abrió paso ante nosotros y, como hicimos Dareh y yo horas antes, la nave comenzó a descender por el enorme agujero. Esta vez no había frío ni cansancio, sin embargo todo estaba oscuro a nuestro alrededor.

Después de mucho tiempo de descenso, una luz roja se encendió en la nave y comenzó a escucharse una voz.

"Presión externa no compatible. Por favor, regresen a la zona de seguridad."

—Estamos a mitad de camino— informó Dareh. Tenemos que avanzar más.

—Pero la nave no lo aguantará— contestó Hurit. —¿Por qué no usas tu valioso don y te transportas al interior de la nave madre?

—No es tan fácil.

—No es tan complicado.

—En realidad es más complicado de lo que crees. Necesito una gran cantidad de energía vital para poder hacer viajes. No puedo hacerlo dos veces seguidas. Necesito un tiempo de reposo para...

—¡Capitán! —Uno de los soldados de Hurit le llamó y éste se aproximó a su soldado. —¡Allí!

Frente a nosotros, algo enorme y con luces brillantes se aproximaba a nosotros desde el fondo.

—¿Qué es eso?

Había escuchado que en las fosas había peces que desprendían luz propia, sin embargo, era demasiado grande. Había tantas luces que comenzaba a creer que se trataba de un ejército de peces luminosos.

—¡Es la nave madre!— dijo Hurit mirando el radar de la nave. —Está viniendo hacia nosotros... ¿Cómo demonios es eso posible?

—¿Sabes si tus leyendas sobre la nave madre decían algo de que hubiera alguien en la nave?— preguntó Styan asombrado sin apartar la mirada de la descomunal mole que se aproximaba.

—¡No! Estamos hablando de cientos de años, ni siquiera un Naewat puede vivir tanto tiempo— respondió Hurit desconcertado.

Esaú, que había estado muy silencioso, se aproximó para poder ver el espectáculo.

—Vayamos a su encuentro— propuso. 

El desconcierto de todos contrastaba con la seguridad de Esaú. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué era lo que él sabía? Hurit sonrió también. 

—¡Kelper! —llamó a uno de sus soldados. —Prepara las máscaras de oxígeno. No sabemos cómo estará el aire ahí dentro. 

—¡Sí, señor!

—Further, llévanos hasta la nave madre... —Hurit se frotó las manos emocionado ante lo que iba a ocurrir, mientras tomaba asiento.

Me sobrecogió el tamaño de la nave Naewat. Era inmensa, en especial en comparación con nuestra pequeña nave.

—¿Cómo demonios vamos a entrar si no hay quien nos abra una compuerta?— preguntó Styan.

—Que los Naewat salgan a su encuentro— propusó de nuevo Esaú.

—¿Qué?— preguntó Hurit sorprendido. Sin embargo pensó durante unos instantes y asintió. —Es posible... Si esperamos a que la nave madre salga un poco más de la fosa, tal vez podríamos soportar la presión y la temperatura del agua.

—Iré con vosotros— dijo Styan, lo cual provocó las sonoras carcajadas de Hurit. 

—¿Tú? Pero si no eres más que un humano enclenque. No llegarías ni a la mitad del camino.

—No me intimidas. Soy el mejor nadador de la academia. Hice en cuarenta segundos los cien metros libres en...

—¿Bromeas? ¿Qué tiene que ver la piscinita climatizada de la academia con la fosa de las Marianas?— contestó Hurit exaltado. —Además, con la velocidad de un humano, no llegarías ni a la mitad de la distancia que hay entre las naves.

—¿Apuestas algo?

—¡Claro! —Hurit entrecerró los ojos pensativo y, tras mirarme unos segundos, sonrió— Estoy seguro de que todavía te motivará lo suficiente. El que gane, le dará un beso a Ada.

—¡Eh! ¿Y yo qué tengo que ver con esto?— protesté.

—¡Trato hecho!— respondió Styan furioso.

—No contéis conmigo, no soy ningún premio que se puede ganar —me ignoraron.

Los Naewat y Styan, con las máscaras de oxígeno ya colocadas, se introdujeron en una cámara de descompresión. Tomé a Dareh de la mano antes de que él también entrase y el me devolvió una sonrisa.

—Tranquila.

—Intenta que el idiota de Styan no se haga daño.

—Lo haré. Te veré después. —Me acarició la mejilla y me atrajo despacio hacia él, apoyando su frente en la mía y rozando nuestra nariz.

—Ten cuidado tú también, por favor. Si te pasara algo, yo...

No me dejó terminar de hablar. Unió sus labios a los míos y sentí la calidez de éstos, haciéndome estremecer. Se separó en seguida y yo intenté buscar más, pero él sonrió.

—Nos veremos allí.

La puerta comenzó a cerrarse separándonos. Desde una pequeña ventanita que había en la puerta, vi cómo la estancia empezó a llenarse de agua. Ésta ya les llegaba al cuello y subía rápidamente. Se quedaron completamente sumergidos. Entonces se abrió una compuerta y salieron nadando.


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