Capítulo 34
Caminamos por el impoluto y vacío pasillo de la ciudad orbital. Dos soldados Naewat bajo el mando de Hurit, lideraban el grupo atentos a cualquier amenaza que pudiera presentarse. Tras ellos caminaban Neena, que tenía las manos atadas a la espalda y estaba custodiada por Hurit. Dalila y yo les seguíamos y cubriendo la retaguardia, dos soldados más. Me sorprendió observar que uno de ellos era humano.
—Nuestro ejército no está compuesto sólo por Naewat— informó Hurit adivinando mis pensamientos al sorprenderme mirando hacia el soldado. —Muchos humanos se han unido a la causa.
Lo entendía. De hecho, si yo hubiese sabido la verdad, seguramente les habría apoyado. Los auténticos monstruos tenían que pagar por haber convertido el mundo en el caos que era. Lo que me llevó a pensar en algo.
—Hurit, —el aludido me miró interesado. —¿Contra quién es realmente esta batalla?
—¿A qué te refieres?
—Ya acabamos con Olofson, ¿por qué la guerra no ha acabado?
—¿Olofson? ¿Te refieres a ese demente senil que no era más que una marioneta? Ada, querida, nuestro verdadero enemigo no era Olofson.
—¿No?— miré a Neena que, en respuesta, resopló con indiferencia.
Llegamos a un hangar donde se encontraba la nave que habíamos usado para llegar hasta allí. Todo estaba desierto. Toda la gente que habíamos visto cuando llegamos estaba combatiendo en algún lugar de la ciudad orbital, o simplemente ya era un cadáver tendido por el suelo del hangar.
—Olofson no es más que la cara que pretendemos dar al mundo— dijo ella negando con la cabeza. —Un humano que vivió en la Tierra en la misma época que el inventor del Engel y que fue su mentor y protector es un éxito seguro para las masas, sin embargo el verdadero cabecilla de toda la trama siempre actuó en las sombras. Si no me equivoco ya os conocisteis. Su nombre es...
Antes de que Neena pudiera seguir hablando, una bala atravesó su cabeza haciéndola caer al suelo inerte. Me aparté espantada.
—Maldición— musitó Hurit mientras comprobaba las constantes de Neena. —¡Todos a cubierto!
Inmediatamente nos escondimos donde pudimos. Dalila y yo corrimos detrás de una columna de cajas que había por allí y perdí de vista al resto. Los disparos comenzaron a provenir desde algún sitio que no lograba atisbar. La pequeña me abrazaba asustada. Me asomé lo suficiente para ver el cuerpo de Neena tirado en el suelo junto a los demás cadáveres. Aquello tenía que terminar.
Miré alrededor y busqué una nave. La nuestra estaba demasiado lejos y no podríamos alcanzarla. Había aprendido a pilotar en clases virtuales, pero no debía ser muy distinto del pilotaje real. Tenía que llegar a la Tierra y ponerme en contacto con quien pudiera acabar con la masacre. Tenía que lograr que la guerra terminase, aunque no sabía muy bien cómo.
Divisé una nave que no estaba muy lejos. Sería fácil llegar a ella sin acercarnos al fuego cruzado. Miré alrededor con la esperanza de que Dareh apareciese. ¿Estaría bien? Tal vez debería esperarle.
—Ada, tengo miedo...— dijo Dalila abrazándose a mí con fuerza.
—No te preocupes, pequeña. Estarás bien. Vamos a escapar de aquí. —Intenté tranquilizarla, pero esas palabras eran realmente para mí. Estaba aterrada.
Dalila y yo nos agazapamos al ver un grupo de soldados de Alfa correr a nuestro lado para reforzar el hangar que estaba siendo atacado. Volví a echar un vistazo general y cuando percibí que no había peligro tomé aire para intentar encontrar el valor y tomé a Dalila de la mano.
—Ahora, ¡corre!— apremié mientras hacía lo propio.
Llegamos a la nave sin ser vistas y nos introdujimos en esta. Al sentarme frente a los mandos toda mi determinación se esfumó de un plumazo. ¡No conocía este tipo de nave! Traté de pulsar botones al azar, pero no reaccionaba. Ni una luz, ni un ruidito... nada.
—Oh, no... ¡MALDITA SEA! —grité mientras golpeaba la consola de mandos impotente. Vi un símbolo que me resultaba familiar. Era una nave Naewat. Escondí la cara entre mis manos desesperada. Ya no se me ocurría nada más. ¿Qué podía hacer?
—¿Estás bien, Ada?— preguntó Dalila preocupada.
—Sí, claro.
Pasé la mano por su cabeza y sonreí, pero era consciente de que no convencía a nadie con mi mala interpretación de protectora que siempre sabe la solución de todos los inconvenientes que pueden aparecer. Lo peor es que el ceño fruncido de Dalila me confirmó que ella tampoco se lo creía.
—Espera aquí. No te muevas. —Le advertí señalándola con el dedo indicador. Ella asintió enérgicamente con la esperanza de que tuviera un plan.
Caminé hasta la compuerta de la nave y me asomé. Tenía que encontrar el modo de escapar de Alfa. ¿Qué podía hacer?
—¡Alto ahí! —sentí el frío de la punta de un arma sobre mi nuca y me quedé paralizada. Levanté las manos para que viera que estaba desarmada y era inofensiva. —Date la vuelta.
Obedecí y despacio me giré para verme encañonada por un arma. Miré al soldado de Alfa que sonreía y yo entrecerré los ojos con odio. No era más que un cobarde.
—¿Querías escapar? Puede que hayamos perdido pero tú vas a...— no terminó de hablar cuando cayó al suelo por el impacto de bala en el centro de su frente. No pude evitar gritar.
—¡Ada, ponte a cubierto!— exclamó Dareh.
—¡Dareh! Maldita sea, ¿por qué has tardado tanto en llegar?— le reprendí a causa de los nervios, pero en realidad estaba feliz y aliviada de que estuviese allí, pues la responsabilidad de saber qué hacer en cada momento ya no recaía sobre mis hombros.
—Usted perdone— dijo en tono sarcástico intentando esconder una sonrisa. —He tenido que deshabilitar el campo gravitacional para poder salir de aquí y además encontrar al idiota de tu amigo.
En seguida subió a la nave Styan, seguido de Dana, Esaú, Hurit y algunas otras personas que yo no conocía. Subían disparando hacia el hangar, donde unos soldados nos disparaban con la intención de hacer el mayor daño posible antes de sucumbir.
—¡Vámonos! —exclamó Hurit desde la puerta sin dejar de disparar.
Obedientes a su líder, cerraron la compuerta y los motores de la nave empezaron a rugir. El suelo se desniveló a causa del movimiento de la nave. Perdí el equilibrio, pero Dareh me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie.
—Vamos, siéntate y ponte el cinturón. Va a ser un viaje movido— avisó sonriendo emocionado. Primero me aseguré de que Dalila estaba bien acomodada y luego yo tomé asiento.
—Further, carga el cañón de protones. Stilkter, aquí tienes las coordenadas de la localización donde se encuentra la sede de Montreal en la que está todo el liderazgo— Hurit comenzó a dar instrucciones a sus soldados, que obedecían sin poner en duda ninguna de sus órdenes. —Vamos a darle una patada donde más le duele a ese bastardo. Este ataque será crucial. ¡Vamos, cada uno a su posición!
No dije nada. Mis planes, en un principio eran mantener una conversación pacífica y diplomática con quienquiera que fuese el verdadero responsable de toda aquella destrucción. Tenía que lograr que no muriese más gente, sin importar la raza o apariencia. Sin embargo sabía que esos no eran los planes de Hurit y Dareh.
—No voy a permitir que cometáis una masacre. No está justificado que lo hagan ellos, ¿por qué nosotros sí?
—¿Una masacre?— Dareh parecía confundido.
—Así es. Quiero pediros que antes de hacer nada, antes de matar a nadie, me permitáis conversar y ver si podemos llegar a un acuerdo que satisfaga a todas las partes.
—Ada, esto no es una clase de ciencias políticas —interrumpió Hurit—. La opción del parlamento quedó anulada cuando ellos comenzaron a asesinar y aprovecharse de todo a su alcance para enriquecerse sin importar que fuese de dudosa moral. Además, contamos con el valioso factor sorpresa, sin el cual, este ataque no tendrá posibilidades.
—Pero hay mucha gente inocente que seguramente no sabe nada de lo que se lleva a cabo en Alfa o en Omega. Gente que obedece órdenes sin posibilidad de contradecir. ¿Ellos merecen morir? ¿Quiénes somos nosotros para juzgar dónde está la línea de la inocencia y la culpabilidad?
Dareh no me miró. Se limitó a sentarse en un asiento que quedaba justo frente al mío.
—No podemos hacer nada. No es decisión tuya o mía —contestó con calma. Resoplé impotente. —Escúchame, Ada. ¿Recuerdas cuando nos tuvimos que marchar de la época de Tristan y dejar a todas aquellas personas del hospital a merced de los infectados? Yo vengo del futuro, sé cómo ocurrieron las cosas que todavía han de acontecer. Esto que estamos a punto de hacer tiene una repercusión muy importante para que un futuro más esperanzador para ambas razas tenga lugar.
Tomó mi mano y me miró a los ojos durante unos segundos antes de cerrar sus ojos. Quería mostrarme algo. Yo también los cerré y pude ver lo que él quería que viese.
De repente me encontraba en una hermosa calle asfaltada con casas bonitas a ambos lados y altos árboles que daban sombra en un día soleado. Era la Tierra. Un lugar muy hermoso y pacífico de la Tierra. Alcé la mirada al cielo y si fijaba la vista podía ver los restos de ambas ciudades orbitales en el espacio. Eran como lunas crecientes, pero más grandes. Miré a Dareh que estaba sonriendo.
—¿Vives aquí?— pregunté.
—Todavía no.
Lo miré extrañada y empezamos a caminar en dirección a una de las casas. En ella había una niña que hacía burbujas en el jardín. Una niña preciosa que no tendría más de cuatro años. Era parecida a Dareh, una híbrida.
—¿Estamos aquí de verdad?— pregunté sin apartar la mirada de la pequeña. —Quiero decir, ¿ella puede vernos?
—No— Dareh sonrió mientras negaba con la cabeza. —No puedo viajar a mi futuro con mi cuerpo físico. Podemos ver esto por la conexión que hay entre tu don y el mío.
Me aproximé hasta donde estaba ella y me puse en cuclillas para ponerme a su altura y poder mirarla bien. Tenía los ojos verdes y muy grandes y el cabello castaño caía lleno de tirabuzones por sus hombros. Se reía sin parar mientras hacía burbujas y luego intentaba explotarlas. Entonces lo que vi a continuación me dejó sin palabras. Era yo misma, unos cuantos años en el futuro, me acerqué a la niña y la tomé en brazos para llevarla al interior de la casa.
—¡Por todos los cielos! ¡¡Si esa soy yo!! —exclamé maravillada. —¿Es mi hija?— pregunté. Dareh se rascó la nuca y sonrió.
—Así es. Se llama...
—¡Espera! No me lo digas... No quiero condicionar su nombre a lo que me digas ahora.
Él soltó una carcajada y apretó mi mano con cariño.
—Está bien, como quieras, pero es un hecho que no va a cambiar, porque no eres tú quien elegirá su nombre.
—Ah, ¿no? ¿Entonces quién lo hará?— pregunté entrecerrando los ojos sospechando cuál sería la respuesta.
Tiró de mi mano y me aproximó a él para abrazarme.
—Dareh... ¿Te has ruborizado?— pregunté si poder creer lo que habían visto mis ojos. Sentí el movimiento de su risa en su caja torácica.
—Tenemos que volver. Sólo quería mostrarte que a pesar del dolor y la destrucción, existe un futuro esperanzador para nosotros. La humanidad necesita resurgir de las cenizas para que podamos tener un futuro en el que ambas razas podamos convivir como iguales. Mientras gente como los de Alfa existan, eso será una utopía.
Dareh me soltó y volvimos a aparecer en la nave rodeados por los Naewat que hacían planes para nuestra llegada a la Tierra.
—¿No hay otra manera?— pregunté triste.
—No hay otra manera.
Suspiré y me levanté del asiento para asomarme a la ventanilla desde donde podía ver la ciudad orbital. Dareh se paró detrás de mí y me abrazó.
—¿Era nuestra hija?— pregunté.
—Así es...
Me giré para mirarle a la cara y él sonrió.
—¿Tuya y mía?— comencé a ruborizarme por lo que esa afirmación suponía.
—Sí.
—Pero en el cuaderno de tu padre... Yo pensé que...
—Te dije que ese cuaderno lo escribió él, no yo.
—¿Todo este tiempo lo supiste?
—No. Ya te dije que no podía ver mi futuro hasta que te conocí y junto a ti comencé a tener estas visiones.
No contesté. Todo me parecía demasiado bueno para ser verdad. ¿Acaso era posible que nos esperase un futuro así? Hurit se aproximó a la ventana junto a nosotros y miró también a la ciudad orbital. Parecía distraído.
—¿Por qué habéis esperado tanto?— le pregunté. Él me miró sin entender mi pregunta.
—¿Para qué?
—Para revelaros contra la opresión y la gente de Alfa. ¿Por qué habéis esperado tantos años?
Hurit sonrió bajando la mirada. Pero a pesar de la sonrisa, estaba preocupado.
—Aunque te cueste creerlo, por el espectáculo tan violento que estamos dando, no somos un pueblo guerrero— devolvió la vista a la ventana y suspiró—. ¿Nunca habéis estudiado historia Naewat?— preguntó. Yo negué con la cabeza, llena de curiosidad y Hurit sonrió.
—Los de mi pueblo descendemos de los que escaparon de nuestro hogar de origen, un planeta que se encuentra orbitando alrededor de una enana roja que en la Tierra se conoce como Gliese. Está en la constelación de Libra, a veinte años luz de la Tierra, no está muy lejos— sonrió por el concepto de cercanía que se tenía cuando se hablaba del espacio exterior. —En mi lengua, este planeta se conoce como Ab'Setir. Sin embargo, la guerra que se había desatado allí había acabado por destruir el planeta. Había quedado completamente inhabitable. Y no sólo el planeta, sino el corazón de la gente también. Era tal la corrupción general que era imposible vivir allí.
››Un grupo de familias decidieron escapar de aquel estilo de vida. Explorar las estrellas y encontrar algo mejor. Algo que les diera esperanza de poder tener un futuro mejor como raza. Tomaron parte de las reservas naturales de Erangule, o como vosotros lo conocéis: Engel, que salía del núcleo del planeta a través de manantiales naturales en las montañas, y emprendieron un viaje sin retorno.
››Ellos decidieron que no entrarían en criogenización para poder transmitir generación tras generación los principios que ellos consideraron propicios para mi especie. Los elevados estándares que enseñaron son los que han hecho que mi especie llegue a ser hoy lo que es.
››El camino fue duro. Llegó un momento en que no tenían más vivieres, y algunos incluso llegaron a perder la vida por inanición, pero por cosas del destino llegaron a un planeta conocido como Sutyep, o la Tierra. Detuvieron su nave sobre un gran océano, para que los habitantes de aquel bello planeta no se sintieran intimidados. Parecía lo bastante grande para cohabitar. Y de repente, sin previo aviso, les atacaron. Tuvieron suerte de que las armas que empleaban no eran muy potentes, y no causaron daños en la nave, pero no eran bien recibidos, y eso los hundió. Ya no había marcha atrás. Su nave ya no podría continuar vagando por la galaxia en busca de otro lugar que habitar así que tendrían que esforzarse por buscar la convivencia. Al llegar a tierra, se encontraron rodeados por, lo que se supone que era la milicia Sutyepiana, y para no acabar comenzando otra guerra, escondieron sus armas dentro de la nave, para obligarse a no tomarlas, y la guardaron en el fondo del mar, para demostrarles que no querían luchar contra ellos. Los Sutyepianos no aceptaron su son de paz y los tomaron presos, los investigaron e hicieron cosas horribles con ellos que prefiero no mencionar.
››Al cabo de unos meses, aprendieron el idioma de la Tierra, como la llamaban los nativos, y por fin empezaron a poder comunicarse. Al ser físicamente tan parecidos, empezaron a convivir, pero entonces, nuestros antepasados cometieron el error de sus vidas...
Hurit suspiró y negó con la cabeza.
—¿Qué pasó?— pregunté intrigada.
—El Engel siempre ha sido nuestro tesoro más valioso y los humanos en seguida supieron por qué... supongo que el resto de la historia lo conoces.
—Sí. Nos tocó vivirlo en primera persona— respondí triste al recordar la discriminación que recibían los Naewat en la época de Tristan.
—Nosotros ya no pertenecemos a esa generación que fue entrenada para no luchar. Hemos vivido sometidos y maltratados y ya estamos hartos de todo. Nuestros padres nos enseñaron que una guerra nunca podría ser mejor que lo que estábamos viviendo, pero no estamos de acuerdo. Tenemos la fuerza, la inteligencia y la tecnología suficientes para acabar con los que se opongan a nosotros— sonrió victorioso.
—Pero eso no os hará mejores que a ellos...— musité espantada.
—No. Nosotros luchamos por la libertad y no por la codicia. Es completamente distinto. Está justificado— contestó contrariado.
—¿En serio? Tus hombres estuvieron a punto de matarme sin preguntar de qué lado estaba y debo agradecer que aparecieses para salvarme... ¿Seguro que no se os escapa de las manos?
Hurit me observó pensativo y bajó la mirada.
—Lo siento. Supongo que se dejaron llevar por la euforia— sonrió.
—Pues yo siento que por culpa de unos cuantos humanos malvados hayan tenido que morir tantos inocentes.
El familiar temblor de la llegada a la atmósfera terrestre se hizo notar.
—Capitán, deben prepararse, vamos a alcanzar la atmósfera de la Tierra en cualquier momento— dijo el soldado que pilotaba la nave.
Este momento siempre me ponía un poco tensa. Tomé asiento en seguida y me puse el cinturón. El temblor empezó a hacerse más intenso. Parecía que la nave explotaría en cualquier momento. Cerré los ojos con fuerza y apreté los puños.
—¿Estás bien? Pareces asustada— preguntó Dareh con una sonrisa maliciosa.
—¡Claro que estoy bien!— contesté—. No me gusta la entrada a la Tierra, ya está.
Me tendió la mano y la agarré exaltada. ¿Era cosa mía o aquel aterrizaje estaba costando más de lo normal?
—¡Señor, están abriendo fuego contra nosotros!— dijo el piloto.
—¿Qué?— Hurit se quitó el cinturón y se aproximó a él extrañado—. Estamos demasiado lejos del rango de tiro de su base ¿De dónde viene el fuego?
—Creo que...— el piloto empezó a tocar algunos botones de la nave y conectó una pantalla táctil, donde apareció un cañón, escondido entre los árboles que rodeaban una edificación camuflada—. Viene de ahí, señor.
—¿Qué demonios...? Aterricemos allí. Tengo una corazonada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro