Capítulo 32
Las naves Naewat comenzaron a disparar contra la flota de defensa de Alfa. Los Naewat les superaban en número y el tamaño de sus naves era superior. Aquello estaba destinado a ser una masacre para los humanos que, hasta ahora, se habían creído los amos y señores de todo. Los Naewat estaban mucho mejor preparados de lo que esperaban para aquella batalla.
—¿De dónde demonios han salido...?— comencé a decir, sin embargo estaba tan asombrada que las palabras se fueron apagando para no terminar de salir de mi boca.
—Está bien contar con aliados así— bromeó Styan.
Vimos el momento en que ambos bandos se encontraban. Una lluvia de disparos se fueron sucediendo, iluminando todo a nuestro alrededor. Fuimos testigos silenciosos del bello, pero espeluznante juego de luces que se llevó a cabo ante nuestros ojos.
—¿A qué creíais que nos dedicábamos mientras en Alfa jugaban a ser dioses?— preguntó Dana sin apartar la mirada del grotesco espectáculo. —Hemos estado años investigando sobre la defensa de Alfa para cuando llegase este momento y estar preparados para una victoria segura. No tienen nada que hacer contra nosotros— tenía una sonrisa de orgullo dibujada en su rostro.
Me estremecí. Los Naewat eran enemigos formidables. No atacaron inmediatamente, pero muchas generaciones después, cuando los Naewat pacíficos que intentaban convivir en la Tierra ya no existían y sus descendientes, viviendo en la constante humillación, infravalorados y sin embargo sabiéndose mucho mejores, prepararon todo para vencer con facilidad usando su fuerza y su intelecto superiores. No podía dejar de sentirme admirada y a la vez asustada.
Mirábamos atónitos, mientras Esaú pilotaba aproximándose despacio a la entrada del hangar de Alfa. Conseguimos pasar desapercibidos con nuestra pequeña nave entre la locura que se había desatado. Aterrizamos en el hangar creyendo que lo difícil ya había pasado y salimos de la nave sin saber que lo peor estaba por llegar.
Aprovechamos el caos que reinaba para salir de la Pandae, mientras los soldados se apresuraban en subir a sus naves para combatir al enemigo que se encontraba fuera. Corrimos hasta una berlina que nos llevaría al centro de la ciudad orbital. Todo estaba muy agitado. La gente corría de aquí para allá preparándose para la batalla. Nos subimos y cuando ésta se puso en marcha, aprovechamos para descansar y planificarnos un poco.
—Dalila, no te separes de mí, ¿entendido?— dije a la pequeña, que asintió y se asió fuertemente a mi mano.
—Escuchadme bien— dijo Dareh—, hay que llevar a Dalila al centro de retransmisiones desde donde emitieron la señal de olvido. —Se arrodilló frente a ella y puso sus manos en los hombros de la pequeña— ¿Recuerdas dónde era?
—Sí— contestó Dalila tímidamente.
—Bien, dirige a Ada y a Esaú hasta allí. Yo tengo un asunto que arreglar, pero en cuanto termine iré a ayudaros. —Luego miró a su congénere y continuó dando instrucciones— Dana, tú ve a la cabina de mandos con Styan y desarmad los cañones de defensa. Vamos a echar una mano a los de fuera.
Pocos minutos después, llegamos a nuestro destino y bajamos de la berlina con naturalidad, tratando de aparentar ser simples ciudadanos de Alfa. Poca gente allí usaba uniformes. Me llamó la atención que el estilo de vestimenta era similar al que había visto en la Tierra cuando viajamos a la época de Tristan.
En el centro de la ciudad orbital parecía que todos eran ajenos al caos que se había desatado fuera. No se había dado la alarma para no cundir un pánico innecesario. Nos separamos y Esaú y yo seguimos a Dalila, que caminaba segura por los ostentosos pasillos de la ciudad. Miré hacia atrás y vi a Dareh perdiéndose entre las personas que caminaban alegres por las calles.
Avanzamos y me di cuenta de que cada vez había menos gente alrededor. Nos estábamos alejando de la zona residencial de la ciudad orbital.
—¡Alto ahí!— escuchamos una voz detrás de nosotros. Nos giramos y vimos un par de soldados que nos observaban. —Es peligroso andar por la ciudad en este momento. Les rogamos que vuelvan a sus departamentos de inmediato.
Miré a Esaú nerviosa y agarré la mano de Dalila. Ésta se escondió detrás de mí.
—Cierto. Disculpen— comenzó a hablar Esaú con una sonrisa nerviosa. — Mis hijas y yo nos hemos perdido y...
—Identifíquese. Buscaremos en nuestros registros la dirección en la que viven y les guiaremos— dijo el soldado alzando su brazo para conectar el dispositivo portátil.
—Maldita sea, no tengo tiempo para esto— Esaú alzó el arma que tenía escondida tras de sí y disparó a ambos soldados. Estos cayeron inertes al suelo.
—¿Los has matado?— pregunté asustada.
—Ada, esto es la guerra. ¿Quieres no lloriquear por cada persona que muere?
—¿Era necesario? ¡Iban a ayudarte!
—¡Iban a matarnos! En el momento en que me identificaran sabrían que soy un evadido y nos matarían sin dudar. Hay que ir siempre un paso por delante si no quieres perder la vida precipitadamente.
—Discrepo. Hubiera sido mejor si...
—Pues discrepa todo lo que quieras. La debilidad no va a hacer que ganemos la guerra, así que limítate a sobrevivir y no dejar que te maten, ¿quieres? Y ahora no hay nada más que decir. Andando. —Me interrumpió sin dejar que me explicara y comenzó a caminar de nuevo.
Bramé furiosa e impotente. ¿Desde cuándo se había vuelto Esaú un guerrero? Le seguí molesta y continuamos caminando por el pasillo desierto. Los soldados debían haber dado un toque de queda silencioso para mantener la integridad física de los habitantes de Alfa. Me preguntaba si era así en todos los niveles de la ciudad orbital. Seguramente no. Recordé el tumulto de aquel nivel inferior en el que la gente no tenía ni qué comer, mientras que en los niveles superiores disfrutaban de un tipo de vida muy por encima de lo necesario para la supervivencia.
—Es por aquí— indicó Dalila con su suave voz. Señaló una puerta con un cierre de seguridad sencillo con código numérico en una pantalla táctil.
—¿Y ahora qué?— pregunté mirando alrededor asustada. Seguramente en cualquier momento alguien vería a los soldados muertos en el suelo y daría la voz de alarma.
Esaú me miró frunciendo el ceño y se quitó uno de los guantes que llevaba. Comenzó a teclear un código en la pequeña plataforma de identificación y ésta se iluminó. Acto seguido una lucecita se volvió verde y la puerta se abrió.
—¿Tienes acceso a la sala?— me sorprendí.
—Los profesores tenemos acceso de nivel 2 y si te fijas, sobre el panel biométrico hay un número. —Me fijé y tenia razón. Había un 3. —Ese es el nivel de esta sala. Al parecer no la consideraban importante hasta el incidente de Tristan en la gala en honor de Omega. Por suerte todavía no han cambiado el nivel.
Nos adentramos y la puerta se cerró inmediatamente detrás de nosotros. La habitación tenía una apariencia bastante simple. Había una pequeña habitación al otro lado de una pared de cristal con una silla metálica y un enorme casco lleno de cables. Supuse que ahí debía sentarse Dalila. La miré y vi que observaba la silla con espanto.
—Ánimo, Dalila. Estaré a tu lado...
—No— interrumpió Esaú. —La fuerza de sus ondas cerebrales pueden ser peligrosas. Si estás demasiado cerca pueden afectar a tu cerebro y hacerte colapsar. Por eso debe estar encerrada en esta sala hermética que canalizará sus ondas para que devuelvan los recuerdos de todos los que los han perdido.
Dalila me miró con espanto y yo le puse la mano sobre el hombro.
—Tengo miedo. Sé que va a doler. Ya lo hice antes...
—No te preocupes, pequeña. Sé fuerte. Este es tu momento de demostrar a la humanidad que eres una heroína— traté de animarla, pero sus ojos se llenaron de lágrimas acabando con toda mi determinación. Miré a Esaú haciendo una pregunta silenciosa. ¿De verdad tenía que pasar por esto? Él asintió y se arrodilló frente a la pequeña.
—Escúchame, Dalila. Alfa está lleno de gente mala que ha intentado aprovecharse de ti para lograr sus fines malvados. No podemos permitir que se salgan con la suya. El mundo debe recordar lo malos que son para que les den su merecido.
—Lo sé— se secó las lágrimas con el dorso de la mano. —Es que estoy triste porque al fin he encontrado a gente que se preocupa por mí de verdad. —Me agarró la mano y la abrazó mientras las lágrimas rodaban por sus pálidas mejillas —No quiero perderos ahora que os he encontrado.
—No digas eso, Dalila— mi corazón se rompía en mil pedazos. Ella sólo negó con la cabeza forzándose a sonreír.
—Sé que cuando haga esto posiblemente moriré. Es lo que dijeron los médicos la última vez. Pero ahora lo hago feliz porque sé que voy a ayudar a muchas personas y a lograr que castiguen a los que me han hecho esto.
Abracé a la pequeña Dalila por su valentía. Yo intentaba consolarla porque creí que temía morir, sin embargo me acababa de dar una importante lección. Ella no lloraba por miedo a morir. Estaba dispuesta a sacrificarse por el bien mayor. ¿Cuánta gente estaría dispuesta a hacer algo así? ¿Lo estaría yo?
De repente nos sobresaltamos al escuchar que la puerta se abría detrás de nosotros.
—Siempre supe que eras un traidor— la voz de Neena me atravesó los oídos llenándome de espanto.
—Neena— dijo Esaú clavando sus ojos en los de ella.
—¿Acaso no pensabas que el panel de la puerta detectaría tus huellas dactilares? —negó con la cabeza sonriendo. —Sonó una alarma inmediata y supimos que estabas aquí.
—No podía ser perfecto en todo.
El sarcasmo de Esaú hizo que Neena entrecerrara los ojos molesta. Parecía ruborizada. Parpadeó para retomar la compostura y volvió a mostrarse indiferente, como siempre.
—Veo que habéis traído a la pequeña Dalila con vosotros— se rió con malicia. —No lo conseguiréis. Ella morirá antes de entregar todos los recuerdos a la humanidad. Tiene un tumor cerebral que se extiende a medida que ella hace uso de su don. Las células cerebrales no soportaron la fuerza transmitida y acabaron por volverse cancerígenas. Está terminal.
Miré a Dalila que se secaba las lágrimas sin éxito. Todo dependía de ella, tan frágil e indefensa.
—¡Te equivocas, Neena!— exclamó de repente. —Voy a hacerlo y no me importa lo que me pase. Estoy harta de vosotros y vuestra maldad y voy a hacer lo que pueda por ayudar a que os castiguen.
—¿Me equivoco?— se rió de nuevo, pero esta vez pulsó un dispositivo que tenía en la mano y la puerta se abrió otra vez. —Tengo entendido que ya conocéis a las mascotas de la casa... parece que tenéis especial cariño por esta de aquí, ¿no es así?
Por la puerta, y guiada por un soldado que la sujetaba con una cadena, entró una de las enormes bestias que habíamos dejado en la Tierra. La reconocí al instante cuando sus ojos se suavizaron al verme. Era June. Podía reconocerme. Estaba segura. Sin embargo, gruñó y me sobresalté. Instintivamente escondí a la pequeña Dalila detrás de mí.
Siguiendo a June entraron otras dos bestias de aspecto, si cabe, más feroz todavía.
—Maldición— musitó Esaú visiblemente nervioso. Eso me hizo temer que no lograríamos salir de aquella habitación con vida. Pero lo que más temí era que ni siquiera lograríamos nuestro cometido antes de morir. ¿Dónde estaba Dareh? ¿No nos estaba protegiendo?
El ensordecedor rugido de una de las bestias hizo que Dalila se cubriera los oídos aterrada. Me miró, sin embargo no vi miedo en sus ojos. Sonrió y salió corriendo hacia la habitación hermética.
—¡Dalila!— la llamé, pero ella, con una sonrisa en los labios cerró la puerta desde dentro. Corrí hasta ella y golpeé el cristal, pero no sirvió de nada. Ella se sentó y se colocó el extraño casco en la cabeza. Era una niña muy valiente.
—¡Ada cuidado!— escuché la voz de Esaú alarmada y al voltearme vi a una bestia a punto de abalanzarse sobre mí.
Salté hacia un lado y me aparté de la trayectoria de la bestia, haciendo que ésta colisionara con el cristal reforzado de la cámara en la que se encontraba Dalila. Se quedó atontada durante unos instantes y yo aproveché para agarrar un objeto contundente y golpearla. Cerré los ojos, pues no soportaba ver el dolor que le estaba produciendo, y más al saber que en algún momento aquella bestia fue un ser humano.
Sentí algo caliente salpicándome en la cara y me di cuenta de que le había roto el cuello. Me detuve y miré lo que había hecho. Mis manos estaban ensangrentadas y mi respiración estaba acelerada por causa de la adrenalina.
—Ada, ¿estás bien?— Esaú se aproximó a mí y me abrazó preocupado.
—Yo sí, pero él... o ella...— señalé a la bestia inerte que yacía frente al cristal donde estaba Dalila observando todo asustada.
La pequeña nos apremió para que pusiéramos la máquina en marcha. Miré a Esaú y luego ambos miramos hacia Neena que me observaba sorprendida.
—Eres la primera humana que conozco capaz de matar a un crood. Felicidades. Es una pena que tengas que morir. De verdad, me caías bien. ¡Matadla!— exclamó.
Una de las bestias empezó a acecharnos dispuesta a realizar la labor que la otra no había sido capaz de realizar, sin embargo, la bestia que era June permanecía inmóvil. Neena, molesta, se aproximó a ella y la golpeó en la cara. Me sobresalté al escuchar los gruñidos de la bestia.
—¡Vamos, bestia estúpida! Cuando yo hablo, tú obedeces— Neena continuó golpeándola hasta que de repente la bestia rugió y le dio un zarpazo, lanzándola a la otra punta de la sala y chocando con una pared.
Miré a lo que una vez fue mi amiga esperanzada. La otra bestia dejó de prestarnos atención para centrarse en June y rugió con fuerza. Ese fue el instante en el que Esaú aprovechó para correr hacia el panel de control e intentar conectar la máquina en la que estaba Dalila sentada.
El enfrentamiento entre ambas bestias no se hizo de rogar, los soldados que las habían escoltado hacia allí salieron despavoridos de la sala, dejándonos allí a merced de las bestias, que se peleaban como dos lobos salvajes, rugiendo con fuerza. Me cubrí los oídos asustada y me cobijé junto a la pared más lejana.
—Dareh, ven cuanto antes, por favor...
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Por fin puedo actualizar!! XDD Espero que el capítulo os haya gustado. No queda mucho para el final :D Pero sí os puedo decir que nos esperan capítulos movidos.
¿Qué os parece cómo va la historia? Dejad vuestros votos y comentarios para que yo sepa vuestra opinión.
Un saludo :D y Gracias por seguir Engel hasta ahora.
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