Capítulo 31
Corrimos por el pasillo hacia la zona común. Se aproximaba la hora de la cena, y tuvimos que esperar escondidas a que todo se llenara de gente para poder buscar a Styan y Esaú.
—Según mi horario— conecté el dispositivo móvil que tenía insertado en la manga del uniforme mientras ojeaba los horarios de clase—, Styan debería estar saliendo ahora de la clase de Literatura con Doña Estela, pero Esaú no sé dónde está.
—¿No es ese de allí?— preguntó Dana señalando una mesa que había junto a la fuente del centro.
—Ah, así es— musité sorprendida por la casualidad. Comencé a andar para ir a su encuentro, pero Dana me agarró del brazo.
—Espera. Yo llamo demasiado la atención, y Esaú cree tú estás indispuesta en tu departamento. Podría enfadarse si te ve.— Miró a la tímida jovencita que nos observaba con los ojos muy abiertos— Dalila, será mejor que vayas tú y lo atraigas hacia aquí como sea.
Ella nos miró asustada, suplicando con la mirada que no la obligásemos a hacer algo así, pero agachó la cabeza resignada y empezó a caminar hacia el profesor, que bebía algo ajeno a todo. Parecía triste.
Dalila se paró frente a él y le dijo algo que no logré entender. Lo tomó de la mano y lo condujo hasta donde estábamos nosotras. Al verme allí, como Dana había predicho, Esaú frunció el ceño enfadado.
—¡Ada! ¿Qué estás haciendo aquí? Creí que estabas guardando reposo. Vamos, ve a tu departamento inmediatamente, antes de que...
—No, tienes que escucharnos— dije suplicante. Entrecerró los ojos molesto por mi reacción y luego posó su mirada sobre Dana, que no se había pronunciado todavía.
—¿Y qué hace aquí esta gata? ¿De dónde ha salido? Los de su especie deberían estar en la planta inferior...
—Dalila, por favor, devuelve los recuerdos a Esaú antes de que lo mate con mis propias manos— dijo contestó la aludida apretando los dientes.
La jovencita agarró de la mano a Esaú y tiró de él para que se agachara y se pusiera a su altura. Le puso las manos sobre la cabeza y, de nuevo, las manos se iluminaron. Los ojos de Esaú se abrieron de par en par, y confuso, miró a su alrededor.
Cuando la pequeña retiró las manos de su cabeza, él se puso en pie y me miró con una expresión muy diferente. Una mezcla de alivio y arrepentimiento.
—¡Ada! Gracias al cielo, estás bien— me abrazó—. Lo siento, lo siento tanto...
—No te preocupes, Esaú. Todo va bien. Lo entiendo.
—No pude hacer nada por evitarlo. Me apresaron cuando me hirieron y borraron todos mis recuerdos referentes a lo ocurrido.
—No tenemos tiempo que perder— apremió Dana mientras escaneaba con la mirada alrededor. La gente estaba empezando a agolparse en los establecimientos de comida para pedir su ración diaria y junto a una joven de cabello rubio y rizado, estaba Styan, conversando alegremente. —¡Allí está! Ada, esta vez debes ir tú a buscarle.
Asentí y caminé con discreción, como si fuera una estudiante más. Me acerqué a la pareja. Styan había puesto el brazo sobre los hombros de la chica que sonreía coqueta. Por alguna razón no me agradó lo que veía. Me sentía extrañamente traicionada.
—Styan— llamé su atención cuando me paré frente a él y me miró distraído. La sonrisa se borró de su boca y en seguida retiró el brazo de los hombros de la muchacha.
—Ada...— se aclaró la garganta claramente incómodo. La chica lo miró molesta y se marchó ofendida. —¡Te llamaré! — le dijo, pero estaba claro que ella no quería saber nada más. —¡Mira! Me has estropeado la cita— gruñó.
—Tenemos cosas más importantes en las que pensar— sonreí. Él me miró confuso.
—Si te refieres a los estudios, lo siento, princesa. Soy demasiado bueno para eso— me guiñó un ojo y yo me reí. Styan era incorregible.
—Vamos a salvar el mundo.
Su sonrisa se borró de los labios y frunció el ceño extrañado.
—Hoy me he estado sintiendo extraño todo el día, como si hubiera algo importante que tengo que hacer y que he olvidado...— dijo bajando la voz pensativo.
—Ven conmigo.
Lo tomé de la mano y lo llevé hasta donde estaban los demás. Al principio se mostró sorprendido por el grupo variopinto. No era lógico ver a un profesor junto a una Naewat como si fuesen amigos. Me miró confuso.
—Te presento a Dalila— tomé a la pequeña de los hombros y la paré frente a él. Ella se sonrojó y él me miró alzando una ceja.
—Es muy joven para mí. Me gustan más...— empezó a decir y yo le di un golpe en el brazo.
—¿Cuándo aprenderás a cerrar esa boca?— le reprendí y él se rió.— Ella va a ayudarte a recordar eso tan importante que tienes que hacer.
La pequeña, tomó el rostro de Styan entre sus manos y cerró los ojos. Parecía totalmente ruborizada.
—Tu mente es diferente— dijo con su dulce y aguda voz de niña. —Pero puedo ayudarte.
Sus manos, que no se habían movido de la cara de Styan, empezaron a iluminarse, y una luz, tan brillante que empezó a llamar la atención de los estudiantes alrededor, se propagó por toda la estancia.
Me cubrí los ojos, pues el brillo era tan fuerte, que no fui capaz de mantener la mirada.
Cuando volví a mirar, los ojos de Styan estaban llenos de lágrimas. Me preocupé un poco.
—¿Estás bien?— pregunté. Él asintió con la cabeza.
—Recuerdo todo, Ada... Recuerdo a mi hermano... recuerdo a mi padre... Recuerdo haberos conocido en el pasado... Todo...
—¿Entonces tu teoría es cierta? ¿Eres Aarón?
—¡Sí!
Styan, llevado por la euforia, abrazó a Dalila, levantándola en el aire y dando vueltas. Ella parecía incómoda, pero no pudo evitar sonreír. En seguida la dejó en el suelo y le agarró las manos.
—Gracias, pequeña. Gracias por lo que acabas de hacer por mí...
La niña se encogió de hombros y sonrió.
—De nada.
—Me alegro de que hayas podido recordar. ¿Cómo tenemos que llamarte ahora? ¿Styan o Aarón?— dije sonriendo.
—Llámame Styan. Siempre seré Styan.
Lo abracé feliz. Por fin había logrado su sueño. Él me devolvió el abrazo y me apretó fuertemente. Cuando intenté soltarme, no me lo permitió y lo escuché sollozar. En el fondo, seguía siendo el pequeño Aarón.
—¿Dónde está mi hermano?— preguntó con la voz entrecortada.
—Estamos llamando demasiado la atención. Tened cuidado— dijo Esaú mientras observaba a la gente a nuestro alrededor.
—Enhorabuena, bobo— me sorprendió ver sonreír a Dana. Era guapísima. Lástima que siempre estuviese de mal humor—. Tu hermano está con Dareh y Hurit, a la espera de actuar.
—Gracias, Dana...— dijo Styan poniéndole la mano sobre el hombro. Ella asintió con la cabeza.
—Dareh dijo que vendría esta noche— recordé nuestro encuentro unas horas atrás en aquel mismo lugar.
—Así es. Tenemos que ir hacia el puesto de berlinas. Allí le encontraremos— informó Dana.
Ansiosa por volver a ver a Dareh me adelanté al resto del grupo y comencé a caminar aceleradamente.
—¡Joven!— escuché la voz de Doña Lucrecia, de nuevo, llamar mi atención. Me giré y la vi parada junto a una mesa con una comida—. Veo que se encuentra mucho mejor— dijo entrecerrando los ojos—. Espero que no se olvide que el toque de queda será dentro de veinte minutos exactamente.
—Sí, Doña Lucrecia— contesté, más por costumbre.
—No se preocupe, Lucrecia. Ella está conmigo.— Esaú apareció en el momento adecuado. —Tenemos que hacer unas investigaciones sobre otro de los sueños que ha tenido.
Al ver a Esaú, la profesora sonrió. Él era de los más jóvenes entre el profesorado y todas sentían cierta atracción por él. Me reí al ver la cara de la profesora, quien se dio cuenta de mi indiscreción y cambió su expresión por una molesta.
—Está bien, Esaú. Pero no deberías fomentar que los alumnos falten al toque de queda.
—Cierto. Lo siento— dijo mientras me empujaba entre la gente— Nos veremos mañana— se despidió de ella y le guiñó un ojo haciendo volver la ridícula expresión de enamorada a su rostro.
Cuando nos alejamos un poco, no pude resistirme y le pregunté.
—¿Es que le gustas a Doña Lucrecia?
Esaú se rió.
—¿Qué creías? ¿Has visto la cara de fósiles que tienen todos los profesores aquí? Cuando llega alguien que es un poco más joven, llama la atención.
—Es cierto, pero ¿no te inyectaron el Engel al mismo tiempo que ellos? Deberías ser igual de viejo— dije confusa.
—Sí... bueno, creo que ahora que Styan recuerda, os puedo contar mi pequeño secreto.
Llegamos a una especie de estación donde había varias berlinas de transporte que iban y venían, cargando y descargando gente. Nos guarecimos en un lugar discreto donde no había mucha gente y Esaú llamó toda nuestra atención.
—¿Cuál es tu secreto?— le apremié.
Esaú se bajó la cremallera del uniforme de profesor que usaba y empezó a tirar de su piel. Un pellejo blanquecino empezó a levantarse, como si estuviese quitándose la piel de la cara y mientras él tiraba iba descubriendo otra piel debajo. En la parte de la incipiente barba le costó un poco más de trabajo quitársela, sin embargo, según lo hacía, más nos sorprendíamos. ¿Qué demonios pasaba?
Cuando terminó de retirarse la piel del rostro, lo que vimos nos dejó boquiabiertos.
—¡Tristan!— exclamamos Styan y yo al mismo tiempo.
—¿Qué demonios es esto?— Dana cogió la máscara. Parecía piel de verdad. —Es asqueroso.
—Tuve que hacerlo para poder infiltrarme. La única condición que me impuso Dareh cuando me dejó en Omega para cuidar de mi hermano, hace ya muchos años, era que él no podía saber que era yo.
—Todo este tiempo...— empecé a decir, pero estaba tan sorprendida que las palabras no llegaban a salir ordenadamente por mi boca. —Primero Aaron es Styan, ahora Esaú es Tristan... ¿Alguien más tiene una identidad secreta?
—Es lo que ocurre cuando te mezclas con viajeros del tiempo— de la nada apareció Dareh entre nosotros.
—¡Dareh!— Le abracé—. Por fin has llegado.
Styan miró fijamente a Dareh y asintió con la cabeza.
—Gracias por todo, gato. En el fondo eres buena persona.
—De nada— respondió sonriendo. — Ahora debemos movernos. Dana, da la señal y avisa que el paquete está recogido.
—Sí.
Del bolsillo de su chaleco sacó un pequeño dispositivo táctil y tecleó algo.
—Estamos listos— dijo cuando logró mantener el contacto.
—¿Cuáles son las instrucciones?— una voz procedente de su dispositivo llamó mi atención. Era Hurit. Me alegró saber que estaba bien y que él había podido escapar.
Dana miró a Dareh antes de contestar.
—Nos adentramos en la boca del lobo.
—Recibido.
La transmisión terminó y Dareh abrió la puerta de la berlina. Nos acomodamos en su interior y ésta, en seguida se puso en marcha, alcanzando la velocidad máxima en pocos segundos.
Observé a Esaú, o tal vez Tristan, ya no sabía cómo tenía que llamar a nadie. Todo era demasiado confuso. Él me devolvió la mirada y sonrió. Fruncí el ceño.
—¿Tristan lo sabe? Es decir, el Tristan joven. ¿Sabe que tú y él...?— Esaú negó con la cabeza.
—Lo sabrá. No te preocupes por eso— lanzó una mirada rápida a Dareh que sonrió.
—Él ya está donde debe estar. No te preocupes por él.
—Al híbrido le gustan el misterio y los secretos, ¿Qué le vamos a hacer?— bromeó Esaú.
—Lo heredé de mi padre— rió Dareh. —Era el rey de los secretos.
En seguida llegamos al hangar. Todo estaba infestado de soldados por todas partes. Se había dado una alarma silenciosa para que no cundiese el pánico y nos buscaban minuciosamente.
—Maldición. Va a ser más difícil de lo que pensaba— murmuró Esaú.
—No te preocupes— Dareh observaba a unos soldados que se acercaban a nosotros mientras reconocían la zona. Todavía no estábamos en su campo visual, pero pronto lo estaríamos y si no hacíamos algo, llamarían la atención sobre nosotros y eso era lo último que queríamos.
Una alarma comenzó a hacer un ruido ensordecedor y los soldados, sorprendidos, comenzaron a correr en dirección a la puerta de salida del hangar. En pocos minutos sólo había dos soldados.
—¿Qué demonios está pasando?— preguntó Styan cubriéndose los oídos con las manos.
—Coloqué una bomba con temporizador en los controles de los hangares. Si no me equivoco acaba de explotar y ahora somos libres de entrar y salir a nuestro antojo— dijo Dareh mirándose el reloj del dispositivo móvil que tenía en la muñeca.
—Eres un diablillo— Styan se rió dándole un golpe amistoso en el hombro.
Rápidamente, sin apenas ser vistos, Dana y Dareh se abalanzaron contra los únicos soldados que quedaron vigilando una nave Pandae lista para abandonar la ciudad orbital y transportar mercancías. No tuvieron tiempo de apuntarles con sus armas. Los dos cayeron a tierra sin hacer ni un ruido. Corrimos hacia las compuertas abiertas de la Pandae y en seguida, Esaú y Dareh tomaron los controles de la nave.
La pequeña Dalila me miraba asustada.
—¿Están muertos?— preguntó mirándome con sus grandes ojos oscuros. Miré a Dana que desvió la mirada.
—No. Sólo se han desmayado por causa del fuerte golpe que recibieron— mentí.
—Les hemos roto el cuello. Están muertos— dijo Dana con frialdad sin quitarme la vista de encima. La niña la miró asustada.
—¡No es necesario que seas tan directa!— la reprendí.
—Y tú no tienes que mentirle para hacer a un ser débil que no puede soportar la muerte de unos desconocidos que nos habrían matado sin dudarlo— contestó más alterada de lo que cabía esperar.
—¿Se puede saber qué demonios te ocurre?— pregunté cansada de su actitud.
—¿Quieres saber qué me ocurre? Te lo diré. Estoy harta de que...
De repente la nave se tambaleó, interrumpiendo la respuesta de Dana, que, asustada, miró en todas direcciones.
—¡Nos disparan desde Alfa!— informó Esaú.
—¡No sabía que las ciudades orbitales tenían armas!— exclamé asustada.
—Sólo Alfa las tiene. Saben que tienen de qué protegerse, malditas ratas— bufó Esaú. —Omega es tan inofensiva como una casita en un árbol.
—Atención. A la nave Pandae número 369248. Solicitamos que desvíe su trayectoria. Repito. Desvíe su trayectoria— dijo una voz proveniente de un transmisor en el panel de control.
Styan soltó una carcajada sarcástica.
—No hemos llegado hasta aquí para detenernos ahora— dijo Dareh mientras pulsaba unos botones de la consola de mandos y Esaú aumentaba la velocidad.
Un nuevo disparo, esquivado con soltura, llamó nuestra atención, seguido de un nuevo aviso.
—Última advertencia Pandae 369248. Si no abandonan su trayectoria serán destruidos. Repito. Si no abandonan su trayectoria serán destruidos— dijo la estridente voz del transmisor.
—Eso habrá que verlo— sonrió Esaú. En seguida maniobró con la nave, aproximándose a un satélite artificial de la ciudad orbital, que nos escondería temporalmente.
—¿Qué vas a hacer?— dijo Styan.
—Ganar tiempo. Los Naewat tienen que estar a punto de llegar, y cuando ellos lleguen, se desatará tal infierno aquí que no podrán contenernos. Aprovecharemos el caos para entrar.
A lo lejos, por una de las ventanillas laterales, percibí que se aproximaban las naves Naewat procedentes de la Tierra. La caballería llegaba justo a tiempo.
—¡¡Allí están!!— exclamé.
De Alfa empezaron a salir pequeñas naves Eos preparadas para atacar. Formaron frente a la ciudad orbital, para esperar a los invasores y proteger a sus líderes.
El dispositivo de Dana empezó a sonar y lo sacó.
—Dana, estamos en posición. ¿Todo listo?
—Afirmativo. Esperamos el ataque para introducirnos en la boca del lobo.
—Recibido. Nos ponemos en marcha. Buena suerte.
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