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Capítulo 23


Miré el reloj central de la zona común. Eran las cuatro de la tarde. En ocho horas el Naewat que se llamaba Hurit vendría a encontrarme allí. ¿Qué sería lo que tenía que decirme? ¿Y de qué fiesta hablaba?

—¡Ada!— Escuché la voz de Esaú llamándome. Corría hacia mí preocupado— Por lo que más quieras, no vuelvas a darme un susto así. ¡No puedes correr por aquí tú sola!

—Lo siento— murmuré avergonzada por mi comportamiento.

—Ven conmigo. Vayamos a las salas comunes para que os inscriban como supervivientes.

En seguida tomó su dispositivo de comunicación portátil y envió un mensaje a Dareh y los demás, avisándoles de que me había encontrado. Le seguí por los grandes e iluminados pasillos y llegamos a un elevador. Era espacioso. Nunca había visto uno de esos en Omega. Realmente esa ciudad orbital debía ser descomunal.

Descendimos unos cuantos niveles hasta llegar al andar B2. Cuando las puertas se abrieron, aquello parecía otro mundo. Había gente herida y nerviosa por todas partes. Hablaban todos a la vez intentando hacerse escuchar entre el incesante barullo de voces. Unos trabajadores de Alfa intentaban repartir suministros y se agolpaban para conseguirlos. En algunos departamentos pude ver varias camas con gente acostada en ellas y médicos cuidando de ellos. Un jovencito abrazaba a una niña llorando asustada. Todos estaban sucios y sus uniformes rotos o quemados.

—¿Qué es esto?— pregunté asombrada.

—¿No lo imaginas? Son los supervivientes de Omega. Niños, jóvenes y adolescentes asustados y preocupados que acaban de sufrir la peor experiencia de sus vidas.

Alcé la vista y mis ojos no alcanzaban a ver el final del mar de cabezas que había por todas partes. Andando de un lado para otro, sentados en esquinas, descansando, recuperándose, comiendo la extraña papilla...

—Ven conmigo. Debéis inscribiros en el censo de supervivientes.

—¿Dónde están los demás?

—Nos esperan por allí. Tranquila.

Agarré la mano de Esaú y él sonrió. Me llevó a través de los asustados jóvenes hasta una mesa que había en otro de los departamentos. Había una pequeña fila de niños siguiendo a una chica que tendría unos diecinueve años. Ella se había encargado de inscribirlos en el censo y cuidar de ellos. Uno de ellos lloraba. No tendría más de ocho años.

—¿Qué te pasa, pequeño?— pregunté preocupada, intentando consolarlo.

—No encuentro a mis amigos. Estoy asustado— se secaba las lágrimas con fuerza, como si de ese modo no fueran a salir más.

—No te preocupes— le acaricié la cabeza—, todo va a ir bien— le sonreí recordando las palabras de Hurit. No sabía lo que iban a hacer, pero sabía que eso daría una esperanza a todos estos niños que no tenían por qué estar sufriendo así.

Una vez censada e inscrita, seguí a Esaú hasta un pasillo donde había menos aglomeración de personas. Había puertas a ambos lados. Eran más departamentos.

Esaú se paró frente a uno de ellos y me dio una llave magnética.

—Este será tu departamento por ahora. —Miró su reloj. —En algo más de una hora debes estar lista. Habrá un banquete en honor a los supervivientes.

—¿Todas estas criaturas van a asistir?

—No— sonrió— en realidad es otra excusa de esos malditos burócratas para reunirse y darse una comilona. Sin embargo, hablé con el presidente y me dijo que podía invitaros en representación de las víctimas.

—¿Usted se relaciona con el presidente?— pregunté asombrada.

—Sí— parecía incómodo con la pregunta— Es una larga historia que ya te explicaré más adelante. Lo que importa es que asistirás junto a Dareh, Styan, Tristan y algunos otros supervivientes invitados por otras personas a la fiesta. Debes vestirte adecuadamente para la ocasión.

—¿Adecuadamente?

—Es una fiesta de etiqueta. Nunca has asistido a una pero...

—Estudiamos etiqueta en la academia. Sé cómo comportarme.

—Estupendo. Mandaré unas estilistas al departamento y ellas se encargarán de prepararte para la fiesta.— Comenzó a salir por la puerta— Te veo luego.

—Profesor— Esaú se detuvo en la entrada y me miró— ¿Dónde están los demás?

Esta vez, Esaú frunció el ceño preocupado. No podía seguir ocultándomelo. Algo había ocurrido con ellos.

—Están bien, pero hubo un inconveniente al inscribirles. Se los llevaron prisioneros. Pero no te preocupes, conseguí mover hilos para que asistan a la fiesta de esta noche.


—¿Prisioneros? ¿Por qué?

—Un problema con sus identificaciones. Nada grave, pero ahora estamos en alerta por el reciente ataque y los rumores de rebelión, así que toman medidas que, en mi opinión, son innecesarias.

Al escuchar hablar sobre la rebelión me dio un vuelco el corazón. Intenté aparentar la mayor indiferencia posible, pero creo que Esaú lo notó, porque me miró entrecerrando los ojos unos instantes.

—Más tarde pasaré a recogerte. Ahora vendrán los estilistas. Ten cuidado, Ada.

Dicho esto, salió por la puerta y cuando se cerró me quedé completamente sola. Miré a mi alrededor. Todo era exactamente igual que mi departamento antes de lo ocurrido. Una cama, un pequeño aseo, un escritorio con una tableta... Me acerqué a ésta para echar un vistazo y contenía los mismos libros que tenía la mía. Golpeé la pantalla con rabia. No eran más que un montón de mentiras.

Me senté en la cama y al sentir su suave tacto, decidí recostarme durante unos minutos. El descanso no me vendría nada mal.

Creo que caí profundamente dormida, porque en seguida, unas voces me despertaron. Abrí los ojos y, asustada, me senté en la cama. ¿Quiénes eran esas personas?

En el centro del departamento había un vestido de fiesta azul oscuro con pedrería brillante sobre el pecho simulando las estrellas de la inmensidad del cosmos e iban formando hermosas formas según iban bajando por el torso y la falda. Ésta era de una tela vaporosa y con mucho volumen.

—¡Mira, se ha despertado!— dijo una de las chicas.

—¿Crees que habrá soñado algo?— susurró la otra. La primera le dio un codazo y ambas sonrieron.

Fruncí el ceño extrañada. ¿Ellas sabían de mi talento? ¿Sabían quién era yo?

—Buenas tardes, señorita Ada. Sea bienvenida a nuestra ciudad orbital Alfa— dijo la primera. Tenía el pelo cobrizo y corto, como si tuviera un casco. Ni un pelo se movía de su lugar.

—¿Señorita?— pregunté extrañada.

Ambas sonrieron ante mi desconcierto. ¿Qué me estaba perdiendo?

—Por favor, señorita Ada, quítese la ropa y la ayudaremos a ponerse el vestido— dijo la otra chica. Ésta tenía el pelo negro y con el mismo corte que la otra. ¿Acaso se trataba de una forma de distinguirlas del resto de la gente?

Obedecí algo avergonzada. Nunca había estado sin ropa delante de otra persona. En seguida me enfundaron el vestido y su tacto suave me sorprendió. Fue increíble la sensación de estar flotando. Di una vuelta sorprendida y ellas sonrieron satisfechas.

—¿Ves? He acertado con la talla— dijo una a la otra.

El vestido no tenía ningún tipo de sujeción en los hombros. Los tenía completamente descubiertos, y el corpiño me apretaba tanto que apenas podía respirar.

—Lo cierto es que esperaba que estuviese más delgada. Parece que le oprime demasiado el pecho, ¿no crees?— contestó la otra.

—Así parece que tiene más pecho y gustará más a los hombres— ambas mujeres rieron. Miré mi escote y, realmente mostraba mucho más de lo que estaba acostumbrada. Me cubrí con una mano.

—¿No vais a cubrirme con nada más? ¿Eso es todo?— pregunté avergonzada al pensar en salir así en público. Tanta tela abajo y arriba tan escasa. Ese vestido no tenía ninguna funcionalidad.

Lo peor fueron los zapatos. Unos altísimos zapatos que sólo había visto antes en libros de texto. Tenían una prominente elevación en la parte del talón que me hizo parecer al menos diez centímetros más alta. Si no me mataba desde ahí arriba, sería un milagro. Podía intentar permanecer quieta todo el tiempo. Lo que tenía claro era que no sería capaz de andar de esa manera.

—Ahora la vamos a maquillar, señorita, así que siéntese y relájese.

Hice caso y empezaron a pasar algodones, cremas, tirar de mis pelos faciales hasta arrancarlos. ¿Qué diablos me estaban haciendo? Protesté varias veces, pero sólo conseguía arrancar risitas estúpidas de esas chicas.

Después de un buen rato, me miré en el espejo y me quedé sin habla. No podía creer que esa fuera yo. Mi cara había cambiado completamente y aunque me molestara admitirlo, me gustaba lo que veía.

Las chicas salieron sin dejar de murmurar y reírse entre ellas, cuando apareció una mujer menuda, con el pelo rubio platino, recogido en un moño. El pelo tiraba tanto que las incipientes arrugas de sus ojos apenas se notaban.

Caminó con elegancia hasta ponerse frente a mí. Usaba un vestido hasta las rodillas hecho con la misma malla polimérica que mi uniforme. Sus zapatos, tal vez incluso más elevados que los míos, la hacían parecer más estilizada.

—Mi nombre es Neena— dijo con voz aguda y estudiada. —Estoy aquí para ser tu guía de etiqueta mientras estés participando del evento de esta noche.

Me tomó por la barbilla y giró mi cabeza de un lado a otro.

—Por todos los cielos, ¿no van a hacer nada con esa manta de pelo?— Neena pulsó un código en su comunicador portátil y en seguida contestó una voz masculina.

—¿En qué puedo servirle hoy?

—Por favor, necesito un servicio de peluquería urgentemente. ¡Lo quiero para ayer!— Neena parecía exasperada.

—Así será.

La comunicación se cortó y Neena dejó su tableta sobre la mesa, tras actualizar algunos datos.

—Ada, ¿cierto?— me miró esperando una confirmación y yo asentí nerviosa. —Bien, déjame decirte que el evento de esta noche es muy importante para nuestra imagen. Se retransmitirá en directo, no sólo en toda la ciudad orbital, sino también en la Tierra— guardó silencio esperando mi reacción de sorpresa y sonrió al ver que ésta no llegaba—. Veo que estás informada. Bien. Me ahorraré eso.

La puerta del departamento se abrió y un chico con un extraño peinado, tan inmóvil como el de las chicas que me vistieron y me maquillaron, se acercó hasta mí. Aproximó una silla para que tomase asiento y empezó a darme tirones de pelo.

—Mientras el slaaf trabaja, te explicaré en qué consiste el evento y lo que se espera de ti.— El chico tiraba, peinaba, cortaba, ataba, pinchaba y destrozaba mi cuero cabelludo. ¡Por todos los cielos! ¿Cómo iba a poder prestar atención así? —Bien, querida. Tu función, esta noche, no es otra que sonreír, entretener al público, tanto a los comensales, como a los espectadores y contar tu experiencia de cómo sobreviviste a la catástrofe que esos monstruos sin escrúpulos han llevado a cabo. No es muy difícil, ¿cierto?

—¡Auch!— un tirón especialmente incómodo me hizo soltar un gemido de dolor. —Sí, señora...— murmuré.

—Por favor, no hables así. Pareces una slaaf. A nadie le gustará hablarte si no eres interesante a pesar de tu apariencia atractiva— Neena se rió como si fuera divertido.— Tienes que ser enérgica y contundente. Que tu historia llegue al corazón de las personas. ¡Esto es un espectáculo! Que todos vean que a pesar de todo, seguimos bien.

Cuando el chico terminó de arreglar mi cabello y después de rociarme un spray fijador, Neena sonrió satisfecha.

—Estás lista. Ven, sígueme.

Salimos del departamento y caminé con muchísima dificultad tras ella. Me asombraba ver la soltura con la que ponía un pie frente a otro. Era como si hubiera nacido con esos zapatos. Yo, en cambio, parecía un bebé aprendiendo a andar. Mis tobillos temblaban sin cesar y en un par de ocasiones casi perdí el equilibrio.


Llegamos a una sala enorme. Era como un mundo completamente distinto con una decoración excesivamente barroca y ostentosa. Miré hacia atrás, donde el sobrio pasillo asomaba al otro lado de la puerta y luego volví a recorrer con la mirada las paredes cargadas de cortinas y tapices con florituras doradas. Brillantes lámparas de araña de cristal iluminaban toda la longitud de la estancia. Recordaba haber visto una imagen similar en la clase de Historia de la Tierra. Era una réplica de la sala de los espejos del Palacio de Versalles.

—El profesor Esaú te espera frente a la chimenea— indicó dándome paso para que avanzara. —Disfruta de la velada, pero recuerda que estaré pendiente de ti. No seas indecorosa. No queremos espectáculos.

Asentí y comencé a andar con paso inseguro por la sala. Ya había varias personas conversando risueñas, comentando lo felices que estaban por las vidas que se habían salvado. Me mordí el labio impotente. Quería decirles todas las verdades que sabía, que no eran más que falsos e hipócritas y que sus absurdas fiestas no solucionarían los auténticos problemas que habían, pero al volver la mirada, los gélidos ojos azules de Neena me observaban impasibles.

Seguí avanzando hasta que, aproximadamente en el centro de la estancia, a la izquierda, encontré una enorme chimenea, y frente a esta, a Esaú. Otra vez Esaú. ¿Dónde demonios estaban Dareh y los demás? Empezaba a impacientarme. Él lucía un elegante esmoquin negro.

—¡Vaya, estás bellísima!— exclamó sonriente al verme.

Me tomó de la mano y me llevó hasta una enorme mesa llena de platos, copas y cubiertos. Algunos comensales ya habían tomado asiento, y entre otros, vi a Dareh, elegantemente vestido con un esmoquin gris, que levantó la mirada y me vio. Sonrió y me saludó con la mano. En seguida, fueron Styan y Tristan quienes me vieron, y aunque sonrieron al verme, parecían preocupados.

Me senté frente a ellos con dificultad, pues la pomposa falda del vestido me entorpecía incómodamente, y miré a ambos lados de la mesa. Ya había algunas personas sentadas, pero apenas veía a gente joven. La mayoría eran personas que pasaban de los sesenta años. Todos conversaban alegremente produciendo un incesante murmullo que comenzaba a irritarme.

A nuestro alrededor, como si fueran los silenciosos hilos que manejan una marioneta, se movían los que supuse que eran slaafs que había mencionado Neena. Todos con el mismo corte de pelo que había visto en el departamento y con extraños uniformes, iguales que los de cualquier habitante, pero de un blanco sumamente inmaculado. Servían comida y bebida silenciosos, sin atreverse a mirar a la gente a la cara o a dirigirles la palabra.

—Oh, Dada— dijo Styan sorprendido atrayendo mi atención—, han hecho un buen trabajo contigo, no pareces la misma. Estás increíble.

—¿Eso debo interpretarlo como un cumplido?— fruncí el ceño provocando las risas de quienes estaban alrededor.

De repente, todos los invitados enmudecieron y los que estaban sentados se pusieron de pie. Me molestó, pues ya había sido difícil tomar asiento con semejante burbuja y no quería volver a hacerlo, pero al ver que comenzaban a anunciar al presidente, me puse en pie.

Escoltado por soldados delante y detrás de él, un hombre anciano y menudo caminaba con dificultad hacia una de las esquinas de la mesa, desde donde presidiría la gala. Su cara me era familiar.

Cuando se paró en su sitio, miró hacia nosotros con una blanquísima sonrisa, claramente de dientes postizos. Saludó con su huesuda y arrugada mano a todos que irrumpieron en aplausos, y luego tomó asiento.

—Yo conozco a ese tipo— susurré .

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No os asustéis, hoy estoy de subidón y voy a subir varios capis... (o mejor dicho, lo que me de el sueño) jeje

Paz y amor!

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