Capítulo 2
Me apresuré todo lo que pude por llegar a la siguiente clase, pero ya había empezado. La profesora Simona, que impartía Historia de la Tierra, me miró con disgusto.
—Señorita Ada —dijo con su voz aguda y estridente. —Entiendo que usted goza de ciertos privilegios, ya que participa en la investigación del profesor Esaú referente a sus sueños, pero no consiento que siga usando mis horas lectivas con dicho propósito.
—Lo lamento —me limité a decir mientras caminaba despacio hacia mi pupitre.
—Yo también lamento decirle que hoy será reprendida. Vaya al pasillo y espere allí a que terminemos la lección de hoy.
—Pero... —empecé a protestar, pero la profesora Simona alzó una mano, haciéndome callar al instante.
—Si no aprende con palabras, aprenderá con castigos. Y no dude que le será retirado un punto de su carné escolar.
—Sí, profesora Simona.
Salí del aula decepcionada. Historia de la Tierra era una de mis asignaturas preferidas. Me hacía sentir un poco más cerca de mi planeta, a pesar de los incesantes esfuerzos de la profesora por hacer de ella una asignatura aburrida y tediosa. Para ella, se repetía lo mismo cada ciclo. Era lo mismo una generación tras otra. Su trabajo, después de todo. Sin embargo, a mí me gustaba imaginar cada detalle como si estuviera viviéndolo en primera persona. Las grandes batallas, conquistas y descubrimientos, aquellos personajes que sobresalieron del resto por sus logros y hazañas, tanto para bien, como para mal... Todo era fascinante. ¿Realmente era yo la única que lo veía de ese modo? Supuse que se debía a los sueños que me hacían evocarla de vez en cuando.
Al terminar la hora, June y Styan salieron y, sin perder ni un segundo, fuimos a tomar el primer almuerzo en la zona común. Era un lugar grande, lleno de diferentes establecimientos donde se suministraba la cantidad pertinente de nutrientes necesarios para seguir con nuestra jornada antes de agotar la ingesta anterior. En el centro de la estancia había mesas y sillas que rodeaban una fuente ornamental con una estatua de un delfín, donde la gente se sentaba para alimentarse.
—Definitivamente, esa mujer te odia —sentenció Styan con tono jocoso.
—No digas eso —le reprendí. —Ella sólo quiere mantener el orden. Yo debí haber sido más puntual esta mañana en mi reunión diaria con el profesor Esaú. Me habría ahorrado problemas con ella más tarde.
—Es probable —añadió June. —Pero nunca la he visto echar a nadie de la clase excepto a ti. Odio admitirlo, pero creo que debo dar la razón a Styan. La profesora Simona no te tiene mucho aprecio.
—¿Ves? ¡No soy el único que lo cree!
—¿Y qué tenía que hablar Esaú contigo que no podía esperar? —inquirió June mientras llenaba un cuenco con su dosis de papilla multivitamínica. Un mejunje que nos obligaban a ingerir para estar sanos y fuertes.
—Nada, en realidad —dije pensativa. —Sólo me preguntó por mi sueño y si había visto al Naewat que aparece en él. Me da la sensación de que cree que le oculto información.
—¿Y lo haces? —se aventuró a preguntar Styan con interés, esbozando una sonrisa.
—Por la órbita de Saturno, ¡por supuesto que no! —respondí molesta por sus dudas. —Jamás me atrevería a mentir con estas cosas.
Ocupamos una mesa vacía que había cerca de la fuente y procedimos con el almuerzo.
—Está bien, te creo —dijo mientras bebía un trago de los insípidos zumos multivitamínicos. En seguida lanzó un quejido de desagrado. —Odio estos batidos infernales. ¡Saben a rayos!
Todos asentimos en concordancia con su exclamación, aunque realmente no teníamos muchas opciones donde elegir. Y lo cierto era que no había otra cosa con la que comparar el sabor de los batidos de vitaminas. Habían sido diseñados para cubrir las necesidades de vitaminas y minerales específicas de nuestra etapa de crecimiento. Tampoco estaban tan malos. Styan era el único que se quejaba a todas horas.
—Buenos días, chicos —dijo Tara, una de nuestras compañeras, que tomó asiento en la misma mesa que nosotros. —Ada, vaya espectáculo has dado con la profesora Simona —se rio. —Parece que te odia.
—¿Tú también lo crees? —dejé caer la cabeza sobre mis brazos apoyados en la mesa, lamentándome de mi mala fortuna. No había hecho nada para merecer la aversión de la profesora, pero al parecer, a nadie le había pasado desapercibido que había algo más profundo que una simple llamada de atención.
De repente, se formó un revuelo entre los estudiantes. La gente empezó a ponerse en pie y a agolparse alrededor de una de las mesas.
—¿Qué está ocurriendo? —inquirió Styan con curiosidad.
—¿No os habéis enterado? —se sorprendió Tara.
—¿De qué?
—Parece ser que han transferido a un estudiante nuevo a nuestra sección —dijo bajando la voz, como si no quisiera ser escuchada.
—Un estudiante... ¿Y qué tiene eso de extraordinario? —preguntó Styan frunciendo el ceño. —A mí sólo me interesa si es una chica guapa.
—A ti te da igual si es guapa o no, mientras sea chica —se burló June.
Lo cierto era que Styan tenía debilidad por las mujeres. Casi todas habían pasado por sus brazos en algún momento en los últimos dos años. Supuse que esa era otra forma de desafiar al sistema, pues había ciertas normas estrictas sobre las relaciones con el sexo opuesto que, obviamente él no respetaba.
—¿Cómo te atreves? —replicó él fingiendo estar ofendido. —Para mí no hay nadie más especial que vosotras, y lo sabéis...
—Sí, sí... ve a otra con ese cuento —se rio June rodando los ojos.
—¿Y qué ocurre con el estudiante transferido? ¿Por qué llama tanto la atención? —volví a interesarme.
—Pues... —Tara volvió a bajar la voz para no ser escuchada, obligándonos a acercarnos a ella. —Parece ser que es un Naewat.
—¡¿Qué?! — exclamamos los tres a la vez.
—¿Estás segura de lo que dices? —pregunté, sintiendo que mi corazón se aceleraba. ¿Sería él? ¿Acaso era posible?
—Yo no lo he visto de cerca —dijo encogiéndose de hombros, —pero estoy casi segura de que es Naewat. Su cabello es blanco y sus ojos... Ah, ¡Qué ojos! —exclamó embelesada.
—Bah... eso son bobadas —bufó Styan molesto. —Esos gatos no son de fiar. Tienen ojos mentirosos.
—Son tan guapos...— suspiró Tara ignorando las protestas de Styan.
—Sí que lo son...— June se unió a ella.— No sé por qué los tienen separados de nosotros. Deberíamos poder relacionarnos. Al fin y al cabo, aunque seamos de diferentes razas somos casi iguales, ¿no?— ambas se rieron.
—¿Queréis parar de hablar marranadas?— Styan alzó la voz asqueado.
—¡No seas aguafiestas! — se quejó Tara. Se escucharon algunos gritos de chicas y nuestra compañera devolvió la atención al tumulto de gente que se agrupaba alrededor de una de las mesas. —Creo que voy a intentar acercarme para verlo mejor. Dicen que es espectacular...
Sin esperar una respuesta, la joven se marchó, perdiéndose entre los curiosos que querían ver a ese Naewat de cerca.
—No entiendo por qué lo han trasladado a nuestra zona —protestó Styan sin apartar la mirada del grupo de gente. —Ellos tienen su sitio. Debe de tratarse de algún tipo de experimento social, o algo así.
—Aquí hay alguien que parece estar un poco celoso —se burló June.
—¿Celoso? ¿¡Yo!? —La voz de Styan sonó tan aguda que rompimos a reír. —Venga ya, chicas. ¿De verdad esos adefesios os parecen atractivos? No son más que clones de un estereotipo que pasará de moda antes o después. En serio. No son para tanto cuando te acostumbras a verlos. Me han dicho que incluso les salen granos durante la pubertad.
—Styan, ¿Quieres dejar de decir esas cosas?— se quejó June aguantando la risa. —Si tienes envidia, tal vez deberías parecerte un poco más a ellos. Quizá, si cambias tu color de pelo...
—Paso. Me siento perfecto tal y como soy.
—Ya quisieras— June le dio un codazo amistoso en el brazo mientras se reía.
—Sinceramente, no os entiendo, pero la peor de todas es Ada— dijo entonces señalándome a mí, a pesar de que no había participado en la singular conversación de Tara y June. —¡No hace más que soñar con los malditos Naewat!
—¡Hey! A mí déjame al margen —protesté, pero él no se detuvo.
—Siempre estás parloteando sobre tus sueños donde ves la Tierra y los Naewat en ella... pues déjame decirte que esos sueños nunca se cumplirán. Los Naewat serán expulsados en cuanto consigamos hacernos más fuertes. Es más, si fuera por mí, ejecutaría a los que quedan en las estaciones espaciales. ¡Es su culpa que perdiéramos nuestro planeta!
—¿Se puede saber qué te pasa? —inquirí molesta por las palabras soeces sobre mis sueños.
—¿A mí? ¡Nada! ¿Qué te pasa a ti, Ada? Estás tan obsesionada con tus sueños, la Tierra y los Naewat que empiezas a dar de lado a quienes estamos aquí de verdad.
—¿Y tú qué sabes de mis sueños, Styan? ¡No sabes nada!— contesté ofendida.
—No. Tienes razón. Yo no tengo el privilegio de ver el futuro en sueños como tú, pero déjame decirte una cosa. Nosotros no volveremos a la Tierra. ¿Entiendes eso? La Tierra está inhabitable. Si ponemos un pie en ella, morimos. Probablemente pasen siglos antes de que los humanos puedan volver allí. ¿Y sabes gracias a quién ha sido? Cortesía de esos Naewat que tanto le gustan a todo el mundo.
—Estás hablando como un cretino —repliqué furiosa, empezando a sentir que perdía los estribos.
—Pues todavía no he terminado. Despierta de una vez, Ada. Deja de vivir en los sueños y vive el presente. ¿Qué crees que habrá en la Tierra ahora? ¿Un campo de mariposas revoloteando despreocupadas?
—N-no...
—Entonces deja de soñar despierta...
Me sentía invadida, ridiculizada y herida. ¿Por qué Styan estaba haciendo eso? Mientras seguía hablando, me puse en pie y me marché de allí.
—¡Ada! —escuché su voz tras de mí. Cuando estaba a punto de llegar al pasillo que me llevaría a la siguiente clase, Styan me alcanzó y, agarrándome de un brazo, me giró, forzándome a mirarlo a la cara. —No quiero molestarte con lo que te he dicho. Sólo quiero que...
—¡Déjame en paz! —exclamé mientras le daba una bofetada, dejando salir la rabia que tenía dentro. Él tropezó con una silla y cayó al suelo. —No vuelvas a dirigirme la palabra. ¿Has entendido? —grité ignorando las miradas curiosas a nuestro alrededor.
De nuevo, me di la vuelta y lo dejé ahí tirado, mirándome desconcertado. En realidad no era mal chico, pero había dos cosas en las que jamás estaríamos de acuerdo. La primera era su falta de respeto hacia mis sueños, en especial cuando se referían a los Naewat. La otra, su afición por las mujeres. Eso había hecho que, a pesar de que todavía ocupaba el lugar de amigo, en los últimos meses, nuestra amistad se hubiera visto muy deteriorada. Parecía que, con los años, buscaba ser más rebelde y hacer daño.
Todavía faltaban quince minutos para la siguiente clase, pero entré en el aula y ocupé mi lugar, a la espera de que llegaran los demás. Las palabras de Styan daban vueltas una y otra vez en mi cabeza. ¿Y si tenía razón? ¿Y si no había esperanza y sólo nos quedaba aceptar que aquellas frías estaciones espaciales eran todo lo que le quedaba a la humanidad hasta su extinción? Tal vez, como él dijo, lo mejor era centrarme en mis amigos y seres queridos y esforzarme más en mis estudios, como hacían todos. Tal vez debía dejar de soñar... Puede que eso fuera lo mejor...
Sin embargo, y para mi sorpresa, cuanto más me forzaba a pensar así, un dolor agudo afligía mi pecho, como si algo dentro de mí me dijera que no podía perder la esperanza. ¿Realmente podría poner los pies en la Tierra alguna vez?
—¡Ada!— dijo June sacándome de mis pensamientos. —Por fin te encuentro.
No respondí. Las palabras de Styan me habían afectado mucho más de lo que podían imaginar. No era la primera vez que decía cosas así, sin embargo, mi desconcierto y no saber qué quería decir el insistente sueño me hacía estar más sensible de lo normal. Ella se limitó a observarme en silencio.
—No hagas caso a Styan —dijo al fin. —Está de mal humor porque ha suspendido el examen de Historia de la Tierra y lo está pagando contigo, que sabe que te gusta tanto.
—Tal vez tenga razón. Tal vez me estoy dejando llevar por mis deseos de volver a la Tierra y eso está afectando a mis sueños. No es normal que, después de tanto tiempo, siga estancada en el mismo sueño.
June no dijo nada, solo sonrió mientras ponía mi tableta sobre la mesa. La había olvidado en la zona común. Por suerte, ella siempre estaba ahí para cuidar de mí. Sin embargo, sabía que ella, como cada vez más gente, opinaba igual que Styan: La Tierra no era salvable y teníamos que dejar de intentar volver a ella, aunque no se atrevía a decirlo tan abiertamente como él.
Por fin el día de clases terminó y no había vuelto a dirigir la palabra a Styan. La última hora había sido de Habilidades, donde teníamos que encontrar modos de potenciar nuestros talentos, pero el mío sólo se potenciaba durmiendo, y como no me lo permitían durante el día, en esa hora yo hacía educación física. No había nadie más con quien hacer ejercicio, por lo que podía escoger la materia que quisiera, y casi siempre escogía natación. Si cerraba los ojos, podía imaginarme que estaba en un mar de la Tierra, flotando, sintiendo la humedad, rodeada de toda clase de animales marinos... lo adoraba. Qué lástima que aquello sólo durase una hora.
Hacía tiempo, compartía esos momentos con Styan, pues entre todas sus rarezas, era el único de la academia que no poseía ningún talento. Cuando era más pequeño le afectaba sentirse tan distinto a los demás. Pasó mucho tiempo entre médicos y pruebas diagnósticas para saber sobre sus orígenes, pero nada dio respuesta al interrogante de su existencia. Con el tiempo, fue aceptado entre los demás como la anomalía, pero con su personalidad despreocupada y magnética, acabó por ganarse los corazones de quienes le rodeaban, especialmente de las chicas. Eso hizo que nos distanciáramos un poco y, con el tiempo, dejó de venir a nadar conmigo. Al principio agradecí que me permitiera disfrutar de esos momentos de reflexión intrapersonal, pero luego empecé a echarlo de menos. Casi sentía como si él mismo fuera el que estaba distanciándose de mí.
Salí de las duchas comunes mientras me sacudía el pelo, todavía mojado por el baño, cuando vi a June y Styan, que hablaban mientras me esperaban. Tomé aire y lo expulsé con un suspiro. Ya se me había pasado el enfado, por lo que no tenía sentido prolongar mi indignación. Tampoco era la primera vez que discutía así con Styan y, seguramente, tampoco sería la última. El problema era que las discusiones eran cada vez eran menos espaciadas y más intensas.
—Eh, Dada, ¿se te han refrescado ya las ideas? Mi cara no soportaría otro revés como ese —se rio. Él tampoco quería seguir en esa situación.
Me sonrojé. Lamentaba haber mostrado mis sentimientos agrediéndole de aquel modo, sin embargo no me arrepentía, así que no me disculpé.
—Sí, la verdad es que me siento bastante mejor— mentí. Me sacudí el pelo de nuevo mostrándome despreocupada. —Hoy me voy temprano a casa. No voy a quedarme a cenar.
—¿Por qué?— preguntó June extrañada.
—Es que quiero estudiar más a fondo el tema de mecánica cuántica —otra mentira. Sólo quería volver a mi departamento cuanto antes para que Styan no supiera que todavía estaba afectada por lo que me había dicho.
Comencé a andar en dirección a mi departamento, cuando sentí que alguien me agarraba suavemente del brazo.
—No estarás enfadada conmigo, ¿verdad? Sabes que esas cosas no las digo en serio. Solo me gusta molestarte.
Lo miré unos segundos mientras aplacaba una nueva oleada de ira. Para no decir esas cosas en serio, había dado de pleno en mi punto débil.
—¿Acaso crees que me afecta tanto lo que puedas decir? No eres tan importante —me forcé a sonreír para quitar seriedad a mis palabras.
—Menos mal... Ya pensaba que te había roto el corazón y que nunca te sobrepondrías.
Fruncí el ceño durante una fracción de segundo, pero no merecía la pena seguir discutiendo. Sólo quería volver a mi departamento y que el día terminase cuanto antes. Tal vez esperaba volver a mi sueño y estar de nuevo en ese relajante campo de mariposas.
—Olvídalo...— me reí, mientras le daba una palmada en el brazo.
—Bueno, bromas aparte. ¿Qué pasa con ese sueño de las maripositas para que te afecte tanto?
No estaba segura de querer compartirlo con él. Puede que ahora estuviese tranquilo y se mostrara comprensivo, pero sabía que si en otro momento decidiese enfadarse conmigo, lo usaría en mi contra.
—No tiene nada de especial. Como tú dices no son más que tonterías mezcladas con mis deseos de volver a la Tierra— susurré vencida.
Él sonrió complacido mientras asentía.
—Entiendo. —No entendía nada. —Lo único que necesitas es relajarte un poco. ¿por qué no vienes a cenar conmigo esta noche? Te llevaré al mejor restaurante de la zona común— bromeó.
—No, gracias. Estoy cansada.
—Tú te lo pierdes— dijo alzando las manos derrotado a la vez que sonreía y me guiñaba un ojo.
—Comemos y cenamos juntos cada día, Styan. ¿Qué tiene hoy de diferente para perdérmelo?
—Bueno, pensaba llevarte a Season— me mostró su mejor sonrisa a la vez que se acercaba invadiendo mi espacio personal.
—¿Al Season? ¿Es que estás loco?
Aquel era un restaurante especial para los jóvenes graduados que se dedicaban a encontrar parejas. Styan lo conocía porque alguna vez había salido con una chica graduada fingiendo que él también lo era. Por ser quien era, los profesores eran más permisivos con sus pequeños deslices.
—Loco no, Ada. Pero creo que tal vez deberías pensar en mí como algo más que un amigo. Ya nos queda poco para graduarnos y tenemos que empezar a plantearnos con quién queremos formar una familia. No sé... nos conocemos desde hace muchos años y nadie en toda la academia sabe de ti tanto como yo... Podríamos... si te parece bien... Ah, maldita sea, en mi cabeza esto parecía más fácil. —empezó a titubear. Esa actitud me extrañó viniendo del seguro-de-sí-mismo-Styan.
—No... no sé qué decir, Styan.
—Sólo que pensarás en ello.
—Pero somos demasiado jóvenes para pensar en ser pareja.
—¿Según qué normas? Tenemos sentimientos, ¿no? ¿Por qué reprimirlos y ocultarlos? Debemos dejarnos llevar... sinceramente, pensar en ti me vuelve loco, porque no consigo centrarme en los estudios...
—No me eches la culpa de tus malas notas, Styan. —fruncí el ceño. —¿Acaso soy la única que falta de tu interminable lista de féminas?
—¡No! Esto es diferente, Ada. Tú eres diferente de las demás.
—No sé qué decir. Esto me pilla totalmente desprevenida.
—Prométeme que lo pensarás— dijo suplicante.
—De acuerdo. Lo pensaré —cedí. Al menos así me dejaría en paz por el momento y podría volver a mi departamento.
—Y si tienes un sueño que te da la respuesta, ¿me lo dirás?
—Eso no funciona así, Styan.
—Lo sé, pero si ocurriese me lo contarías, ¿verdad?
—¿Qué esperas que sueñe?— pregunté con curiosidad.
—No sé... que por fin consigo robarte un beso o algo así...
Me sonrojé violentamente. Nunca me acostumbraría a aquella nueva faceta descarada de mi amigo. ¿Cómo se atrevía siquiera a insinuar algo así? Me moría de vergüenza sólo de pensarlo. Styan para mí era casi como un hermano.
—Me voy.
—Está bien, Dada, tú ganas. Mañana nos vemos en clase... ¡pero piénsalo!— gritó mientras me perdía de vista entre los pasillos de la academia.
Styan nunca cambiaría. No era la primera vez que sus insinuaciones pasaban a ser declaraciones, pero siempre obtenía el mismo resultado. No podía corresponderle como él esperaba. Éramos demasiado jóvenes e inmaduros para saber quién nos convenía para ser nuestra pareja en el futuro... de hecho, dudaba que alguna vez pudiera corresponderle.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro