Capítulo 14
—Si vuestra amiguita se ha despertado significa que podemos marcharnos, ¿no es así?— inquirió Dana sin apartar la vista de la puerta. La frialdad con la que lo expresó me hizo estremecer.
—Supongo... pero no creo que Olofson nos lo ponga tan fácil— informó Tristan preocupado.
—Bah, no me voy a quedar a comprobarlo.
Dana salió de la estancia y todos la seguimos. No había nadie por los pasillos. Ni rastro del profesor o cualquier otro empleado. ¿Qué clase de empresa era aquella? Parecía más una tapadera que un lugar albergando trabajadores.
June caminaba con cierta dificultad, apoyándose en las paredes. Estaba pálida y parecía que estaba mareada.
—¿Te encuentras bien?— le pregunté preocupada. Ella sonrió.
—Sí, tranquila. Es sólo un mareo sin importancia.
Pero sabía perfectamente que no estaba bien. Dareh se acercó y sin decir nada la tomó en brazos. Ella no protestó. Debía estar realmente mal para no decir nada.
Nos dirigimos a la puerta giratoria y allí, junto a la gran mesa de cristal estaba Olofson con media sonrisa en sus finos labios.
—Sabéis que será cuestión de tiempo que la Tierra vuelva a ser sólo nuestra, ¿verdad?— alzó la voz para que pudiéramos oírle— Huid, pero pronto se acabará todo. No os equivoquéis de bando.
Me detuve a observarle unos instantes. Realmente estaba convencido de que estaba haciendo lo correcto. ¿Cómo podía hacer algo así? ¿No sabía que estaba a punto de acabar con todo? Quise ir hacia él y desahogar toda la frustración que tenía por dentro, pero Styan me agarró de la mano y tiró de mí, sacándome a toda prisa del edificio.
—¿Qué crees que estás haciendo?— preguntó molesto.
—Todo es su culpa. Si pudiera hacerle entrar en razón, tal vez...
—¡No!— miré a Styan sorprendida. Entre todos, creí que él sería precisamente quien me apoyaría. —Ese hombre es un monstruo. Si es capaz de hacer lo que hizo... o lo que está a punto de hacer, es porque no tiene escrúpulos.
—Sólo quería... no puedo soportar la idea de que la Tierra se pierda. ¿Y si no somos capaces de recuperarla después?
—Ada, deja de intentar arreglar el mundo. Hay cosas que no podemos cambiar. Todo esto es parte de la historia y nosotros no somos héroes.
Sentí impotencia y un ardor detrás de los ojos anunciaba que lágrimas querían salir de ellos. Un nuevo tirón de la mano de Styan me sacó de mis cavilaciones y conseguí controlarlas.
Corrimos sin parar hasta que no pudimos más y nos perdimos por una calle un poco más concurrida, llena de transeúntes ajenos a lo que iba a pasar. Observé a las personas que caminaban ocupadas en varias direcciones.
—Gracias por ayudarme a correr, Styan. ¿Puedo recuperar mi mano?— protesté mientras intentaba soltarme. Él se rió, pero parecía nervioso.
—Lo siento, Dada... no me he dado cuenta. No te enfades conmigo. Sabes que es lo mejor.
—No sé Styan. Hace unos días todo era tan fácil...
—¿A qué te refieres con fácil?
—Sólo tenía que resignarme porque no podía hacer nada, pero que se me haya dado la posibilidad de cambiar todo y que sólo pueda mirar cómo ocurre... ¿Sabes cuántas veces he imaginado que podía evitar la guerra?
Styan pasó la mano por mi mejilla secando una lágrima que había caído sin que me diese cuenta.
—Es por cosas así que te quiero tanto...— murmuró. Me miraba con intensidad. Sus ojos azules me escrutaban, esperando una reacción, pero esta vez sus palabras habían sonado diferentes. No había rastro de la socarronería que normalmente le acompañaba. No sabía qué decir. —Maldita sea, Ada... di algo.
—No... no sé qué decir.
—Supongo que eso no es bueno— bajó la mirada y con una sonrisa apagada se dio la vuelta.
—Styan...— se giró y me miró.— Gracias.
—Tristan, ¿Cuánto va a tardar la muchachita en ser venenosa para nosotros?— preguntó Dana sin andarse con rodeos. No había caído en la cuenta de que Tristan había dicho que incluso podría ser mortal para los Naewat por vía aerea.
Dareh seguía con ella en brazos y empecé a preocuparme. No deseaba que le ocurriese nada a ninguno de los dos.
—No lo sé— contestó el aludido—, tal vez un mes, o una semana... o mañana. Lo que ellos tenían era un prototipo. Les dije que era inestable. ¿Para qué me contratan si luego no me hacen caso?— se quejó molesto.
—Malditos sean— masculló Dana apretando los puños. Inconscientemente se alejó de June. Si en algún momento el simple hecho de estar cerca de ella la volvía peligrosa, no estaría para verlo.
—Ahora entiendo el sueño— dije a Dareh pensativa— el monstruo que se tragaba a June debía ser una representación de lo que yo siento que es el Engel y de lo que acabará haciendo con ella. ¿Crees que la vamos a perder?
Él la miró y luego me miró a mí. No lograba descifrar su mirada. Desde que lo conocí, siempre había parecido tan seguro de sí mismo, burlón, haciéndome enfadar... sin embargo, este Dareh estaba preocupado. Él sabía algo más. Algo que seguía sin estar dispuesto a compartir conmigo.
Desde aquel día se desencadenó lo inevitable. Un acontecimiento detrás de otro se fueron sucediendo y no pudimos hacer nada por detenerlo. El Engel se dio a conocer al mundo y no tardó en comercializarse. Se atribuyó todo el mérito de su creación a Salazar, que de vez en cuando se le obligaba a asistir a ridículas galas y fiestas.
Los Naewat, viendo cómo los humanos habían abusado de su preciado tesoro, empezaron a hacer revueltas, pero, por supuesto, los medios de comunicación sólo mostraban a Naewat furiosos alterando el orden público y acusándolos de querer robar el Engel. La gente creyó lo que quería creer y pronto empezaron a encarcelarlos. Misteriosamente, caían enfermos y morían, pero nosotros sabíamos que se trataba de la bacteria. Era una masacre.
Por suerte, June había empezado a mejorar y, de algún modo, había empezado a creer que cabía la esperanza de que no le ocurriese nada y todo pudiera ser como antes. Ilusa de mí.
La Guerra comenzó. Los Naewat comenzaron a luchar, pero a estas alturas, tenían la batalla perdida. Todos los soldados humanos habían sido inyectados con el Engel, rejuvenecidos, fortalecidos y completamente venenosos. ¡Era injusto! ¿Qué clase de guerra era esa? Era un genocidio.
Viendo que no tenían cómo ganar, los Naewat se rindieron y empezaron a hacer inspecciones casa por casa para llevarlos a campos de concentración, donde los que se negaran a abandonar el planeta, serían exterminados.
Aquella mañana fue el turno de la casa de Tristan. Nos despertamoe sobresaltados al escuchar el terrible estruendo de un soldado llamando a la puerta.
—¡Abrid ahora mismo!— gritó la voz. Sonaba grave y potente—. Se va a realizar una inspección anti-naewat en la vivienda. Si no ocultan nada referente a ellos, no tienen que temer.
—¿Una inspección?— pregunté nerviosa. Los Naewat se tensaron.
—Dana, Dareh— los instó Tristan—. Tenéis que esconderos inmediatament... te— cuando dirigimos las miradas de nuevo hacia los Naewat, habían desaparecido. Ignoro dónde se escondieron, pero parecía que se habían esfumado en el aire. Nunca dejaría de sorprenderme la velocidad con la que se movían.
Styan abrió la puerta despacio, y antes de que nos pudiésemos dar cuenta, una serie de hombres uniformados invadió la estancia.
—Hola, caballeros. ¿En qué les podemos ayudar?— dijo Styan con un tono de voz burlón. El soldado lo miró impasible.
—Por la nueva normativa, publicada el pasado martes, se lleva a cabo una inspección en cada vivienda para tomar presos a todos los Naewat que se nieguen a ser repatriados a su planeta y/o a sus simpatizantes. Se ruega su colaboración voluntaria, o serán imputados como cómplices y, por tanto, condenados a cinco años de prisión, seguidos del exilio. ¿Consiente en que su vivienda sea examinada?
Styan miró a Tristan de reojo, que tenía cogido de la mano al pequeño Aarón.
—En esta casa no hay nada que esconder— dijo Tristan desafiante. Era consciente de que los soldados sabían de sobra quién era y quién le acompañaba en la casa. Aquello no era más que una excusa para atacar.
—¿Qué ocurre, tete? ¿Quién son esos hombres?— susurró el pequeño, que agarraba a su hermano de la mano.
—No te preocupes, Aarón. Quédate con Ada mientras hablamos con ellos, ¿de acuerdo?— el pequeño asintió y obedientemente se acercó a mí y me cogió de la mano.
Yo me agaché hasta ponerme a su altura y le abracé, tratando de brindarle el consuelo que yo misma necesitaba.
Uno de los soldados, tan alto y corpulento como los demás, se encargó de pasar un escáner de retina por nuestros ojos. ¿Qué estaría haciendo?
—Menos mal que esto es voluntario— murmuró Styan.
Uno de los soldados recibió una llamada telefónica, tras lo cual, sin previo aviso, intensificaron su búsqueda, llegando a ser un tanto violentos. La inspección era tan exhaustiva que por un momento temí que encontrarían a Dana y Dareh. ¿Dónde se habían metido?
—¡Eh! Tened cuidado con eso— protestó Tristan, mientras uno de los soldados abría la parte de atrás del televisor.— ¿Realmente eso es necesario?
Otro soldado tecleaba algo en un dispositivo táctil y se acercó a Styan, a June y a mí.
—Necesito que me den sus nombres.
—Sí, claro... somos Styan, Ada y June.
—Y ahora sus números de identificación y catastro.
—¿El qué?— preguntó Styan confundido.
Tristan cerró los ojos derrotado y supe que estábamos perdidos. El soldado empezó a teclear en su dispositivo durante un rato.
—¿De qué distrito sois vosotros?— preguntó al fin—. No aparecéis en nuestra base de datos.
El soldado miró a su superior que le dio una orden con un leve asentimiento.
—Tenéis que acompañarnos— dijo el soldado.
—¿Y qué pasa si nos negamos?— desafió Styan.
—Cállate, o nos meterás en problemas— bufé. No quería que le pasara nada a Aarón, que me apretaba con fuerza la mano.
—Ya estamos en problemas— dijo Tristan cuando la puerta del laboratorio fue descubierta.
Tan pronto como consiguieron abrirla, aparecieron los Naewat en su interior y los soldados nos esposaron, incluido a Aarón, apuntándonos con sus armas. Aquello era excesivo. Había un niño entre nosotros, pero no tuvieron escrúpulos. Incluso él tenía a un soldado apuntándolo con un arma.
Dareh y Dana salieron esposados del laboratorio de Salazar. Un soldado empujó a ésta última para forzarla a salir más rápido, tras lo cual, ella, a pesar de tener las manos atadas a la espalda, con una elegancia felina, digna de un Naewat y casi sin despeinarse, le dio un codazo y le rompió el tabique nasal.
—¡Serás desgraciada! ¡Maldita gata, te vas a enterar!— replicó el soldado furioso, mientras le apuntaba con su arma.
Ella le dio una patada a la pistola, lanzándola por los aires, y con un ligero movimiento, la agarró por detrás. Ágilmente consiguió pasar las piernas por encima de sus manos esposadas y cuando pudo disponer de ellas, empezó a golpear soldados a diestro y siniestro con el cañón del arma.
Dareh se unió a ella y antes de que ninguno pudiera reaccionar para apuntar y disparar su arma, acabaron con ellos fácilmente.
—Increíble...— musitó Tristan—. Incluso con esposas... —sonrió incrédulo.
—¡¡Cuidado!! Necesitamos refuerzos— exclamó otro soldado que se había asomado a la puerta. Un nuevo grupo de soldados entraron en la estancia.
—Ada, June, llevaos a Aarón de aquí— dijo Tristan mientras agarraba un arma en el suelo para mantener a los soldados que acababan de entrar ocupados. Luego se dirigió a su hermano—. Enano, guíalas por donde tú y yo sabemos— el pequeño asintió y aprovechando el barullo, con dificultad nos escabullimos, y entramos al laboratorio. Nos condujo hasta una trampilla que había en el suelo. Olía todavía peor que las calles, pero era la única escapatoria que teníamos.
—Venid por aquí— dijo mientras se introducía por el hueco oscuro con dificultad. Intenté entrar por el hueco, pero mi ropa se enganchaba por todas partes.
—Maldita sea...— me quité el suéter. Menos mal que llevaba debajo mi uniforme. Esta vez conseguí entrar con facilidad y June me siguió.
Aarón encendió una pequeña linterna. Estábamos en un túnel oscuro. No se podía ver absolutamente nada, excepto lo que iluminaba la pequeña linterna y no era mucho. Empecé a sentirme mareada. Había leído en un libro de psicología que a la sensación de pánico cuando se está en lugares cerrados y pequeños se llamaba claustrofobia. Sin embargo no recordaba cómo se llamaba el miedo a la oscuridad absoluta. ¿Nictofobia? Me estremecí y empecé a sentir sudores fríos. Tenía que salir de allí cuanto antes.
—¿Qué pasa con los demás?— preguntó June arrastrando un poco las palabras. ¿Qué le pasaba?
—Estarán bien, June.
—Mi hermano y yo tenemos un plan de evacuación desde que comenzó la guerra— explicó el pequeño—, si ocurriese algo en la casa, yo tengo que venir por aquí y esperar en la salida del túnel hasta que él llegue. Esta linterna la tengo escondida junto a la trampilla.
—Perfecto. Entonces vamos— repliqué. No soportaba estar allí metida ni un minuto más.
Caminamos durante una media hora, pero para mí fue eterno. El olor era insoportable, la batería de la linterna empezaba a fallar y ya no iluminaba demasiado y yo empezaba a hiperventilar. Por suerte, empezamos a ver un poco de luz reflejada en las paredes del final del túnel.
—¡Mirad! Es por ahí— dijo el pequeño, que empezó a correr. Me sentí aliviada.
Al salir del túnel, la luz del sol nos cegó, pero en cuanto se acostumbró la vista, se me partió el corazón al ver tantos árboles sin hojas. La estampa era triste, muy triste. Aquello nada tenía que ver con los bosques que yo soñaba, o los que me había mostrado Dareh.
—¿Qué le ha pasado a los árboles?— pregunté sobrecogida.
—Esto está a las afueras de la ciudad. En verano los árboles se ponen más verdes, pero en esta época se caen todas las hojas— informó Aarón—. Venid. Vamos junto a aquel árbol grande.
Salimos de la boca del túnel y fui consciente de cuánta falta me hacía ahora el suéter que había dejado en casa de Tristan. Me agarré al brazo de June, intentando darnos calor la una a la otra y me sentí francamente mejor. Ella desprendía mucho calor. Nos acercamos a un gran roble con el tronco más grande que jamás hubiera imaginado y cuya base estaba cubierta, como una gran manta marrón y gris, de todas las hojas que había perdido aquel gigante inmóvil y los restos de nieve. Sentí la humedad entre todas aquellas hojas secas, que crujían bajo mis pies.
—Tenemos que escondernos dentro del tronco y esperar. Si pasan muchas horas y mi hermano no viene, entonces regresaremos a casa— dijo Aarón.
Le hicimos caso y nos acercamos a una pequeña oquedad que había en el lateral del tronco, lo suficientemente grande para que nos metiéramos los tres sin problemas.
—No sé por qué, pero me siento como si no hubiera dormido en semanas— dijo June, mientras se masajeaba la sien.
—¿Estás bien?— pregunté preocupada.
—Creo que sí...
—Deberías dormir— dijo Aarón—. Cuando yo estoy malito, mi hermano siempre me manda estar en la cama, y en seguida me curo.
—Gracias, peque— June forzó una sonrisa y pasó la mano por el pelo castaño del pequeño Aarón.
Se hizo el silencio de repente.
—Espero que los demás estén bien— dije preocupada. Sabía que Dareh y Dana podían defenderse bien solos, pero ¿y el resto? Nunca había visto a Styan pelearse con nadie. ¿Sabría arremeter contra aquellos soldados gigantes entrenados para la lucha cuerpo a cuerpo? Cierto que habíamos tenido clases de defensa personal, pero la teoría era una cosa y la práctica otra muy diferente.
—Seguro que están perfectamente— dijo June —¿No has visto cómo se movían esos Naewat? Los soldados no tendrán nada que...— June palideció en cuestión de segundos—. Vaya. No me encuentro muy bien— dijo.
—¿Qué te ocurre?— pregunté preocupada.
—No lo sé. Me duele la cabeza y tengo náuseas.
—Recuéstate. Tal vez sea el cansancio y la emoción de estos días. No estamos acostumbradas a tanto ajetreo.
—Sí...— contestó fingiendo una sonrisa. Le puse la mano en la frente y estaba muy caliente. Parecía que tenía fiebre.
—Aarón, ¿qué te da tu hermano cuando te pones malito?— pregunté al pequeño.
—Pues me da una medicina de naranja que me gusta mucho, pero está en mi casa— contestó encogiéndose de hombros.
No podía dejarlos solos para ir a buscar la medicina, y tampoco cargar con los dos y caminar otra media hora hasta llegar a casa de Tristan. ¿Qué podíamos hacer? Si al menos pudiese comunicarme con Tristan o Dareh de algún modo...
La respiración de June estaba comenzando a acelerarse y percibí que estaba tiritando.
—June, tranquila— le dije, mientras la ayudaba a recostarse sobre un improvisado colchón de hojas secas—. Si te pones demasiado nerviosa, puede que la fiebre te suba.
—Ada...— mi amiga me agarró del brazo y apretó— Ada, me duele mucho la cabeza. Haz que pare, por favor...
—¿Qué ocurre June? Por favor, no me hagas esto.... ahora no...— empecé a decir nerviosa. Abracé a mi amiga y ella agarró mi brazo asustada.
En aquel instante vi una silueta aproximarse a nosotras. Oh, no. Nos escondimos un poco más y contuve la respiración para no hacer ni un solo ruido. June gimió a causa de la fiebre y llamó la atención de la persona que se acercaba, emprendiendo el camino en nuestra dirección. Sostuve el aliento y cerré los ojos, sintiendo cómo mi cuerpo empezaba a entrar en pánico.
—¡Dareh!— escuché al pequeño Aarón y mis ojos buscaron los suyos. Volví a respirar tranquila.
Se arrodilló a nuestro lado y me miró preocupado. No hacía falta las palabras para saber que algo no andaba bien con June.
—¿Qué le ha pasado?— preguntó.
—No lo sé. De repente palideció y estaba ardiendo por la fiebre...— finalmente me dejé vencer por las lágrimas, que habían cedido a la presión de los hechos—. No sé qué hacer.
—¿Dónde están los demás?— preguntó Aarón inquieto.
—Están despistando a los soldados que quedaban. Ahora nos busca media ciudad, pero aquí estamos a salvo.
Volví la mirada hacia mi amiga, que al final había perdido el conocimiento. Le acaricié la frente y ella se estremeció. Estaba totalmente encogida en posición fetal.
—No sé cómo ayudar a June. Estaba perfectamente y en cuestión de cinco minutos ha empeorado drásticamente.
—Deja que yo me encargue ahora— dijo mientras le bajaba un poco la cremallera de su chaqueta para refrescarla. Él abrió una pequeña bolsa que tenía atada al cinturón y sacó un artefacto extraño con una aguja y un líquido amarillento.
—Esto es un antitérmico. Encontré el botiquín de emergencia en el laboratorio de Tristan y pensé que podía ser útil.
—Pero si la bacteria se ha extendido por su cuerpo, puede ser peligroso para ti...
—No. Todavía no lo es. Cuando lo sea, te darás cuenta...— sonrió intentando calmarme, pero la sonrisa se borró de sus labios de golpe— y yo también.
Me aparté hacia un lado para dejar trabajar al "experto". Aarón se sentó a mi lado y se recostó sobre mis piernas.
—Gracias por cuidar de mí— dijo mientras me agarraba la mano. Consiguió arrancarme una sonrisa entre toda aquella tensión, lo cual, agradecí. Le acaricié el pelo y le pasé el brazo por encima de sus hombros. Era muy tierno. Al poco tiempo se quedó dormido.
—Esperemos un poco. El antitérmico no es suficiente para lo que su cuerpo está pasando. Es como poner una tirita cuando pierdes un brazo— dijo Dareh sentándose a mi otro lado. Su proximidad me puso tensa.— Pero al menos podrá descansar un rato.
—No quiero que le pase nada malo.
—Sabes que ocurrirá.
Bajé la mirada triste.
—Prefiero no pensar en eso ahora y creer que se pondrá bien.
Miré a Dareh que me observaba. Su expresión no me transmitía nada. Simplemente me miraba. Era obvio que él no se iba a poner tan nervioso como yo por estar a mi lado.
—¿Qué ocurre?— Dareh volvió de su ensimismamiento y me sonrió negando con la cabeza.
—Sólo pensaba.
—¿En qué?
No contestó. Miró al suelo y agarró una hoja seca, que observaba distraído.
—Me gusta mirarte... me resulta divertido.
—¿Divertido?— me quedé desconcertada. Hubiera esperado cualquier cosa menos divertido.
—La Ada que yo conozco en el futuro me dobla en edad, y tenerte aquí, tan joven y tan... diferente... me resulta gracioso.
—¿No habías dicho que no había cambiado mucho?— sonreí.
—Quiero decir... en apariencia eres distinta, pero sigues siendo... tú misma...— contestó tenso. Me resultó curioso ver al impasible Dareh tan incómodo.
—Entonces aquellas experiencias no fueron sueños. ¿Realmente estuve en aquel lago contigo? ¿De verdad me contaste todas aquellas cosas?
—¿Por qué lo dudas?
—No lo sé. Cuando desperté todo estaba igual, y tú actuabas como si nada hubiera pasado. Eso me confundió. Pensé que había sido un sueño— por una parte me sentí decepcionada de que realmente fuese verdad. Eso significaba que realmente me había dicho que no podía enamorarse.
—Eres muy fácil de confundir.
—¿Y qué esperas, con una historia como la que me contaste? Viajas en el tiempo al pasado, que es mi presente, para llevarnos más al pasado, para que todo ocurra como debe ocurrir en el futuro... ¿no era algo de eso?
—Yo no lo hubiera dicho mejor— se rió.
—Me gustaría leer el diario de tu padre.
—Ya te dije que nadie debe leerlo.
—¿Pero por qué? Precisamente yo soy de fiar. ¡Tengo sueños que me dicen el futuro!
—No es lo mismo. Olvídalo. Ya he hablado de más.
No me gustaba conformarme con un no. Yo quería ver aquel diario. En él hablaba de situaciones concretas del futuro. En el caso de mis sueños era distinto. Yo tenía sueños que debía interpretar y aun así, ese futuro que yo veía podía cambiar, porque no estaba escrito. En cambio, lo que ponía en aquel diario era lo que iba a pasar, incluidos mis sueños, pues se había escrito después de que todo ocurriese. Era más concreto y preciso. Necesitaba saber. Intentaría encontrar una oportunidad para leerlo.
Dareh me acarició el brazo con la punta de los dedos desde el hombro hasta mi mano, haciéndome olvidar todos mis propósitos y acabó entrelazando sus dedos con los míos. El corazón se me disparó y me sentí ridícula por ponerme tan nerviosa, cuando él sólo era amable conmigo. Ese pensamiento tronó en mi mente haciéndome estremecer.
—Solo recuerda una cosa. Ocurra lo que ocurra, piensa que las cosas ocurrirán como deben ocurrir, porque así ocurrió y así ocurrirá.
—¿Qué?— me reí confusa.
Dareh se rió de nuevo y negó con la cabeza. Puso sus bonitos ojos verdes en el cielo que se veía a través del hueco del árbol y yo le imité. Aquel día el cielo no estaba tan encapotado como de costumbre. Había algunas nubes que se movían despacio, pero la inmensidad del cielo azul me maravilló. Cerré los ojos para disfrutar de aquel extraño olor a madera, mezclado con la humedad en el ambiente. Inspiré y expulsé el aire despacio. Me sentí completamente relajada. Todos los problemas pasaron a un segundo plano y poco a poco me dejé llevar por el cansancio.
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Y hasta aquí de momento :D
Espero que os guste el capítulo... Dareh puede ser idiota, pero tiene sus momentos tiernos :9 Aunque Ada sea tan pánfila que no sepa darse cuenta de lo que realmente está pasando... ¿No os ocurre que siempre que lo veis en tercera persona está más claro? jeje
Un saludo y gracias por leer!! :D
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