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Capítulo 13


Aquella mañana, Tristan se encargó de perfeccionar nuestros atuendos para pasar desapercibidos. Trajo ropas un poco más discretas y unos extraños sombreros, que llamó gorras, para los Naewat. Era importante mantenerlos ocultos. Si los veía algún soldado seguro que comenzaría algún altercado peligroso.

—Creo que será más o menos de vuestra talla— nos señaló a mí y a Dana.

—Gracias... creo— dije mientras sacaba un suéter viejo y un pantalón enorme. Me los puse por encima de mi uniforme. Al menos no pasaría frío. Dana sacó otro suéter, tan maltrecho como el mío.

—Es de mi vecina. Estas son las ropas que usan las mujeres aquí ¡no pongáis esa cara! No se usa ropa que pueda provocar a los ladrones, entendedlo.

—Preferiría evitar tener que usar esto— protestó Dana con cara de asco después de oler la ropa que le había entregado Tristan.

—Venga, seguro que te queda muy bien— la animó Styan.

—Cállate, idiota.

—No estamos aquí para ir a un desfile de moda. Hay que salir y sobrevivir. Eso es todo— espetó Tristan malhumorado.

Supuse que no le gustaba la idea de tener que ayudarnos a salvar a June. Él ya había conseguido salvar a su hermano y ahora estaba volviendo a arriesgar sus vidas por intentar salvar a mi amiga.

Un sonido desconocido llamó mi atención. El sonido cesó cuando Tristan se puso un dispositivo en la oreja.

—¿Diga?— dijo preocupado.

No volvió a decir nada más. Sólo frunció el ceño y se limitó a cerrar los ojos preocupado. Unos segundos después se quitó el artefacto de la oreja y nos miró turbado.

—Era Olofson. Dice que June está con él y que desea que vayamos. Todos— añadió mirando a los Naewat.

—Que así sea— contestó Dareh.

Llegamos al edificio de espejos, tan imponente como la última vez que estuvimos allí y nos adentramos en él. La secretaria, que anteriormente se mostró reacia a abrirnos el paso, nos miró recelosa mientras pasábamos por los accesos y nos acercábamos a unas puertas metálicas que Tristan llamó ascensores.

Cuando éstas se abrieron, dieron paso a un pequeño cubículo donde había dos personas. Uno de ellos, era el familiar gigante tatuado que se había llevado a June. Adivinando mis intenciones, Dareh me sostuvo de los hombros cuando estuve a punto de abalanzarme sobre él para preguntarle por June.

El acompañante del hombre tatuado era tan grande como éste, pero tenía una barba abundante y greñosa, y una apariencia sucia. Su barriga era protuberante, sin embargo, grandes músculos se podían entender debajo de sus ropas andrajosas.

—¡Vaya! ¡Qué casualidad! Ahora mismo íbamos a hacerte una visita. ¡Frank! Mira quién ha venido a visitarnos.

El hombre de la gran barba greñuda empezó a reírse.

—Pero si es Tristón Salazar. ¡Qué bien! Vamos a ahorrarnos el trabajo de ir hasta su casa, Fred.

—El jefe no está contento contigo, Salazar y eso le ha puesto de mal humor. Ven con nosotros. Vamos a arreglar cuentas— ambos gigantes se hicieron a sendos lados del ascensor y nos abrieron paso.

Entramos en el pequeño habitáculo y los gigantes miraron con repulsión a los Naewat que venían con nosotros.

—Tenéis con vosotros a una persona que no debería estar aquí. Hemos venido a por ella— dije sin pensar en las posibles consecuencias de mi osadía— ¡¡Devolvedme a June!!— grité abalanzándome contra el pecho del gigante calvo tatuado y golpeándole tan fuerte como pude.

No conseguí más que arrancar una sonrisa socarrona del grandullón, pero en seguida unos brazos fuertes me sostuvieron por la cintura apartándome de él. Dareh apoyó su barbilla sobre mi hombro y susurró en mi oído.

—Tranquila, pequeña. Todo va a ir bien.

Respiré aceleradamente hasta que conseguí calmarme. Las lágrimas caían abundantemente por mis mejillas y me abracé a Dareh, apoyando mi mejilla sobre su fuerte pecho. Estaba desesperada. El momento que tanto había temido estaba cada vez más cerca. ¿Vería al horrible monstruo de mi sueño? ¿Estaría allí para hacer daño a June?

Styan se aclaró la garganta incómodo y Dana chasqueó la lengua disgustada.

Las puertas volvieron a abrirse y el lugar en el que estábamos era diferente. Salí con curiosidad buscando a June por todas partes, pero sólo vi largos y sobrios pasillos blancos.

—¡Párate ahí!— gritó el calvo contra el que había arremetido. —¿Acaso crees que te puedes ir así como así? Hoy en día hay mucha gente que cree que puede reírse de nosotros y no recibir su merecido— Frank se golpeó la palma de la mano con el puño. Yo me sobresalté ligeramente. No estaba acostumbrada a la hostilidad y no sabía muy bien cómo manejarla.

—Será mejor que dejéis a la señorita en paz— Styan se puso delante de mí.

—¿Qué señorita? Yo no veo ninguna señorita. ¿Tú ves a alguna, Frank?

—No, Fred. Sólo veo escoria por todas partes— escupió las palabras mirando a Dana.

Fred, emocionado ante la perspectiva de una pelea, depositó su atención en Styan.

—¿No recibiste suficiente anoche, enano?— dijo el calvo tatuado, mientras asestaba un empujón a Styan, que cayó al suelo estrepitosamente.

El dichoso y enorme Frank me agarró de un brazo y me zarandeó. El olor corporal que desprendía me hizo estremecer. Apretó mi brazo hasta que clamé de dolor. Me hizo bastante daño, y me lanzó al suelo. Al final estaba resultando más complicado, incluso, de lo que había pensado.

Cuando levanté la mirada, vi que Dareh comenzaba a caminar hacia el enorme Fred, pero Styan se adelantó y le dio un puñetazo. El matón ni se inmutó. Al contrario. Agarró la mano de Styan y empezó a apretar. Posiblemente se la habría roto si una voz familiar no hubiera puesto paz.

—Por favor. Un poco de calma... Chicos, así no vamos a ninguna parte.

Todos miramos en la dirección de la voz y me cubrí la boca con ambas manos sorprendida. ¡Aquél era el presidente general de la Academia! ¿Qué demonios estaba haciendo ahí?

—Oloffson— murmuró Tristan, clavando su mirada azul en los arrugados ojos negros del hombre frente a nosotros. Éste sonrió.

—Bienvenidos, jóvenes. Por favor, venid por aquí— señaló una puerta en uno de los pasillos.

Le seguimos y vi que hacía un ademán a los gigantes que, sumisos, agacharon la cabeza y se marcharon de allí por el ascensor en el que habíamos venido. Me pareció curioso que un hombre tan débil y demacrado como él pudiera mandar sobre unos gorilas como Frank y Fred. Interesante.

La sala en la que entramos era tan sencilla como el resto del edificio, pero algo llamó mi atención sobre todas las cosas.

—¡June!— grité mientras me abalanzaba sobre mi amiga que estaba recostada sobre una camilla y cubierta desde los hombros hasta las rodillas con una sábana blanca.

—¿Qué le habéis hecho, monstruos?— dijo Styan lleno de resentimiento.

—Ah, por favor— dijo Oloffson haciendo un ademán con las manos para calmar el estado de ánimos de Styan— No me gusta la violencia. ¡Yo no he hecho nada malo! Soy un científico y necesito especímenes para mis experimentos. Esta joven no tenía chip identificativo y tampoco una familia que la echaría de menos.

—¿Qué dice? Ella es un ser humano, igual que usted— Tristan estaba escandalizado. Se pasaba las manos por la cabeza una y otra vez desesperado.

—Lo sé— se rió— pero entiende que lo que nos proporcionaste era un prototipo que necesitaba ser probado.—Se acercó a June y le puso la mano en la frente— Ha estado toda la mañana en observación y de momento parece estable. La bacteria no ha infectado toda su sangre todavía, es algo lenta en los humanos, así que no podemos dar por concluido el periodo de observación.

—¿Qué le has hecho a June?— dije cada palabra muy despacio, intentando controlarme para no volver a perder los estribos.

—Entonces el sujeto se llama June, ¿cierto? Lo anotaremos.

—¡¡No es un sujeto!!— grité avanzando hacia él, pero de nuevo, Dareh me agarró y me lo impidió. —¡Dejadme en paz! Dejadme en paz... Dejadme... —mi voz se fue apagando, hasta que me rendí y caí de rodillas en el suelo derrotada. No pude impedir que las lágrimas vinieran de nuevo a mis ojos. Estaba a punto de perder a June. Lo sabía. Era algo que había sabido desde el momento en el que había tenido aquel maldito sueño y que, por mucho que me esforzara, no iba a ser capaz de evitar.

Styan avanzó hasta donde estaba June y empezó a desconectar cables y a deslizar sus manos por debajo de su frágil cuerpo.

—Yo de ti no haría eso— dijo Oloffson sin aparentar un ápice de inquietud—. Si te la llevas ahora puede que muera de inmediato... o puede que no. ¿Te arriesgarías? Ahora mismo, eso de ahí respira por ella— señaló una máquina que estaba junto a Styan, mientras se reía con un débil sonido, como si lo que acababa de decir fuese gracioso.

—Si no podemos llevárnosla, ¿para qué me has mandado llamar?— preguntó Tristan molesto.

El hombre clavó su mirada escondida detrás de unas gafas con muchísimo aumento, en Tristan, sin perder la sonrisa de autosuficiencia que tienen sólo los que tienen un as guardado en la manga.

—Cierto. Sólo deseaba que estuvieseis presentes cuando despertara. Es un momento único.

—Eres un...— a falta de un insulto lo suficientemente cruel como para describir a aquél personaje, preferí guardar silencio.

—En estos momentos, vuestra amiga es el primer ser humano en probar en su cuerpo el nuevo Engel. Disfrutará de una larga y saludable vida llena de juventud y excesos, y nos ayudará a deshacernos de los gatos, quienes, por cierto, es muy oportuno que estén aquí. Estudiaremos cómo le afecta a ella y a tus amigos, y si es viable en los seres humanos, lo comercializaremos al público.

—No puedo creer que estés experimentando con humanos. Se supone que se usaría sólo en los Naewat. ¿Y si es peligroso?

El hombre volvió a mirar a Salazar alzando una ceja y una pequeña sonrisa de satisfacción se dibujó en su boca.

—Para eso lo probamos, querido— dijo volviendo la vista a June—. Cuando vuestra amiga despierte, será una de las personas más perfectas inmunológicamente hablando del mundo. Ninguna enfermedad podrá hacerle daño, y sus células envejecerán diez veces más despacio de lo normal. Tendrá mucho que agradecernos dentro de ochenta años. Por no hablar de las ventajas añadidas...

—Eres un enfermo— espetó Tristan con cara de asco.

El hombre empezó a quitarse los guantes y se acercó a Tristan, que lo miraba lleno de rabia.

—Ya lo verás... Doctor Salazar. Hemos creado una obra maestra. Dejadla reposar— dijo antes de salir por la puerta—, está muy medicada, y puede que cuando se despierte esté un poco aturdida. Pero tranquilos, seguirá siendo una chica normal hasta que la bacteria se haya extendido por todo su cuerpo... después de eso, ya veremos.

—Mi pobre June...— dije mientras acariciaba sus rizos dorados, ahora despeinados. No quería imaginar cuánto habría sufrido.

El hombre salió de la habitación y me pareció escucharlo reírse. Me habría lanzado a darle golpes hasta que cayera al suelo inconsciente, pero miré a June, tan pálida y necesitada, que no me moví de su lado.

—¿Se puede saber quién era ese enfermo mental?— exclamó Styan mientras se acercaba a June.

—Es el presidente de la Montreal. Él mismo se encarga de este tipo de cosas. Es un célebre científico, pero se vale de perdedores como yo para cargar con las culpas de lo que sale mal— se lamentó Tristan.

Lloré sobre el cuerpo de mi amiga y agarré su mano. Todo había sido culpa mía. Tenía que haberla protegido mejor. ¿Por qué no fui capaz de hacer nada? Lo había visto en una visión y no hice nada para impedirlo.

—Lo siento tanto...— agarré su mano y me sorprendí cuando percibí que ella estrechó la mía.

—¿Qué es lo que sientes, Ada?— preguntó mientras empezaba a incorporarse poco a poco. La miré impresionada y ella me sonrió.

—¡June! Estás despierta— dije aún sin poder creérmelo. En un impulso me lancé a abrazarla, pero su cuerpo estaba muy frío.

—¿Cómo te sientes?— preguntó Tristan, acercándose a ella. Le puso la mano en la frente, le tomó el pulso y le miró la dilatación de las pupilas, tal y como había hecho el hombre de antes—. Parece que te recuperas deprisa.

—La verdad... me siento perfectamente. ¿Qué ha pasado?

—Te secuestraron y te han usado como conejillo de indias.

—¿Qué? ¿Qué me han hecho?

—Te han inyectado una dosis del Engel adulterado— informó Tristan.

—¿El Engel adulterado? ¿No es eso lo que destruyó la Tierra? ¿Soy yo la que lo propaga?— preguntó June asustada.

—En realidad, no pensé que lo usarían así, pero en teoría, cuando la bacteria se haya extendido por todo tu cuerpo acabarás con todos los Naewat cercanos a ti. Tú no deberías sufrir daños, aunque desconozco los efectos de la bacteria inyectada directamente en sangre... Tal vez podría hacerte algunas pruebas más y...

—Olvídalo. Yo me voy de aquí...— dijo mientras intentaba incorporarse, envolviéndose con la sábana. Se puso pálida y con la misma rapidez que se había puesto en pie, se volvió a acostar en la camilla—. De acuerdo, creo que puedo esperar un poco más.

—Ahora, todo lo que me dijisteis tiene sentido— observó Tristan—. Destruyen a los Naewat con el virus sin que nadie se entere, y se quedan el Engel. Aprovechando que la gente no lo conoce, afirman que nosotros lo hemos inventado.

—Que lo has inventado— puntualizó Styan—. Te recuerdo que eres el salvador de la humanidad, el inventor del Engel y otras historias fantásticas que nos han contado.

Tristan agachó la cabeza. Se sentía culpable.

—Somos unos ingenuos por creerles— dijo Styan furioso.

—No teníamos motivos para pensar que mentían, Styan— traté de consolarlo, aunque yo estaba tan enfadada como él.

—Lo que ellos no saben es que todo esto se les va a escapar de las manos— añadió.

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