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Dareh: Conociendo a Ada

Todo acontecía según lo previsto. Tal y como mi padre me dijo que ocurriría, así fue.

Hacía una semana que había sido admitido en la academia Omega, y poco a poco me habituaba a las miradas de la gente. Si en mi época todo era difícil por la falta de unión entre Naewat y humanos, en esta época se consideraba delito.

En mi caso, yo no tenía la culpa de haber nacido siendo lo que era, pero buscaron exhaustivamente a mis padres. Buena suerte.

Aunque yo sabía que mi padre había vivido todo aquello, no dejaba de sorprenderme la precisión con la que me describió todo. Horas, fechas, lugares... ¿Cómo podía saberlo todo tan bien? Deduje que, de algún modo, debía de tener un don del que no había hablado a nadie.

Me enfadaba que siempre fuese tan críptico, pero tengo que admitir que al final acabé pareciéndome a él.

Ahora me tocaba cumplir con la parte que me resultaba más difícil de todas. Mi padre insistió mucho en su diario que debía enamorar a Ada... La misma Ada que me había consolado tantas veces cuando era pequeño. Esa Ada imaginaria que había resultado no ser imaginaria. Más adelante supe que en realidad ella existía, pero vivía en otro lugar. Entre nosotros había una conexión especial y por eso yo podía verla siempre que la buscaba a pesar de la distancia. Nunca entendí el porqué, sin embargo ahí estaba... y ahora la conocería de verdad. En persona. Con mi edad... Diablos. ¿Cómo se supone que iba a lograr que se enamorase de mí?

Había llegado la fecha que me había indicado mi padre en el diario en que la vería por primera vez. Me pidió que la mirara como si fuera una persona diferente, y no la Ada que yo conocía. Complicado, pero al menos trataría de hacer mi parte.

Pasé toda la noche en el centro común, escondido, intentando descansar. No sabía a qué hora aparecería, pero sabía dónde y por qué. Ya llevaba varias horas sentado en una silla, cuando percibí que una sombra se movía entre la penumbra del gran centro. Sabía que era ella, pues a nadie se le permitía salir a aquellas horas, y por lo general, las personas eran obedientes a las normas que se establecían. Desde luego no decía nada bueno de ella que estuviese allí, aunque viniendo de ella, no me sorprendía.

Me agazapé entre unas plantas de plástico y la observé unos instantes. Estaba sentada en un banco frente a una fuente. Miraba absorta la estatua del delfín que estaba en el centro. ¿Qué estaría pasando por su mente en aquel momento? Despacio me acerqué a ella. Su pelo era oscuro y muy largo, parecía suave, muy diferente al pelo corto que tenía en mi época.

Tenía que hablar con ella, no podía limitarme a mirarla. Al fin y al cabo era Ada. Desde pequeño siempre habíamos hablado a todas horas. Ella me contaba historias de una forma tan interesante que no podía esperar a que llegase el día siguiente para que me contara otra.

Sin embargo, allí estaba yo. Plantado detrás de ella, como si fuera una desconocida. Sabiendo lo que tenía que hacer, pero incapaz de hacerlo. ¿Qué me ocurría? Aquello no era propio de mí.

—Es muy bonita, ¿verdad? —Fue lo único que acerté a decir. Ella se giró nerviosa y me miró desconcertada. Sus grandes ojos oscuros me embaucaron en un instante y sentí que las piernas me temblaban. ¿Qué me estaba pasando? ¡Por todos los cielos, era Ada!

—Tú...— murmuró. Me observaba detenidamente, pero no con repulsión o curiosidad, como hacían los demás. Ella me miraba con fascinación. Empecé a ponerme nervioso por su silencio.

—No deberías estar aquí a esta hora. Podrían llamarte la atención.

—Tú me has mandado venir— dijo. Eso me dejó desconcertado, sin embargo no quería demostrarlo. Debía aparentar que sabía muy bien lo que hacía.

—¿Yo? ¿De qué hablas?— sonreí confiado.

—Es más... tú tampoco deberías estar aquí.

La observé unos segundos molesto. Quizá la había juzgado mal y sí le molestaba mi mezcla de razas.

—Si lo dices porque soy un Naewat, estás equivocada. Tengo tanto derecho como tú de estar en la academia, y eso lo demuestra mi 80% de ADN humano.

—O sea, que es cierto. Eres un híbrido.

Me incomodaba que lo resaltara tan a la ligera. No era algo de lo que me gustaba hablar.

—¿Y qué importa eso?

—Pensé que eso no podía existir. Al fin y al cabo, está prohibido relacionarse entre especies.

Me sorprendió que todavía no se supiera nada de los orígenes de los Naewat.

—No sabes nada, humana tonta. ¿Realmente crees que somos especies diferentes?

—¿Cómo que humana tonta?— protestó ofendida.

—Lo que ocurre es que vosotros tenéis envidia de que seamos más perfectos...—Intenté provocarla, sin embargo, ella era la que estaba causando un sinfín de sentimientos dentro de mí. ¿Qué era todo esto de lo que mi padre no me había hablado?

—¿Ahora te incluyes entre los Naewat? ¿Qué ocurre con tu 80% humano?— rebatió con media sonrisa y cruzándose de brazos.

Me molestó, para ser sincero. Aunque me molestó más sentir un cosquilleo en el estómago al ver cómo me miraba. Me observaba. Me escudriñaba. Deseaba salir corriendo y esconderme de su mirada escrutadora, pero no podía hacerlo. Según mi padre, aquél era un momento crucial y debía aguantar y dejar que todo siguiera su curso para que Ada acabase por enamorase de mí... pero, ¿qué pasaría si yo me enamoraba también?

—¿Cómo te llamas?— preguntó de repente.

—Mi nombre es Darehtoriansworerg.

—¿Puedes repetirlo?— preguntó confusa. Me reí por su reacción. A todos les ocurría igual.

—No esperaba que una mente humana limitada pudiera entender mi nombre a la primera. Los humanos me llaman Dareh.

—¿Mente limitada? ¿Qué pasa contigo?— Otra vez cruzó los brazos ofendida. Era preciosa cuando se enfadaba.

—Y tú eres...— fingí que no la concía.

—Mi nombre es Ada.

—Ada... Ada...— ella me miraba expectante mientras fingía que su nombre me era familiar. —¡Ah, ya sé de qué me suena tu nombre! Eres la que ve el futuro.

Sus mejillas pálidas se tiñeron de un suave color rosado y de nuevo volví a sentir un cosquilleo en el estómago. Maldita sea. Esperaba tenerlo controlado, pero iba a ser complicado.

—No te creas tan importante— añadí. —¿De qué te sirve saber el futuro si no puedes hacer nada por cambiarlo?— su expresión de dolor me hizo arrepentirme inmediatamente de mis palabras.

—Híbrido, empiezas a resultarme irritante. ¿Por qué me hablas de ese modo?

La observé unos instantes. Deseé poder contarle todo. Hacerla cómplice de mis secretos como lo había sido desde mi niñez. Quería que nuestra relación de confianza fuera como la que siempre habíamos tenido, sin embargo yo tenía que construir los cimientos de lo que seríamos el uno para el otro en el futuro... lo que me llevó a pensar. ¿Ella me amaba también en el futuro? ¿Era esa la conexión que nos había mantenido unidos toda mi vida? Sonreí ante el pensamiento.

—Lo sé. Soy encantador.

Ella bufó molesta.

—¿Y tú por qué me has llamado?— insistió. De nuevo, la intensidad de su mirada me hizo estremecer. Por alguna razón insistía en que yo la había hecho venir. Debía de ser a causa de un sueño del futuro.

—¿Qué te hace pensar que te he llamado?

—He tenido un sueño esta noche. Tú me llevabas hasta un delfín y me dijiste que...

—Tonterías— interrumpí sin pensar—. Yo estaba... tengo un trabajo de limpieza nocturna— fingí que limpiaba unas hojas de la planta artificial con un trapo cualquiera que había por ahí.

Ella me miró con desconfianza. Estaba claro que había percibido que mentía, sin embargo, un ruido llamó su atención y, sobresaltada, decidió poner fin a nuestra pequeña cita.

—Será mejor que me vaya a dormir. Ha sido un... mejor no, no ha sido un placer, Dareh.

Sin esperar respuesta, dio media vuelta y se marchó por donde había venido. La observé marcharse y me senté en una silla. Las rodillas me temblaban y el corazón me latía a mil por hora. Había sido un encuentro muy intenso para mí. Sin embargo, esperaba haber logrado mi cometido a pesar de mis palabras rudas. De lo que no cabía duda era de que ella había logrado robar mi corazón.

Haciendo uso de mi don, mi mente revivió una y otra vez aquel encuentro. Observé todos sus gestos, escudriñé sus palabras y estudié su linda mirada. Ahora sabía que enamorarla era lo que más me iba a gustar de aquella misión.

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