Capítulo 58:
Ingrid
No podía permitir que se lo llevaran en esas condiciones, estaba segura de que todo de lo que le acusaban no era cierto y era un plan de sus enemigos. Corrí con todas mis fuerzas y entré en la sala de juntas donde se encontraba una tercera parte de los que buscaba.
—Por favor, ayúdame —dije agitada y sin fuerzas.
—¿Qué pasa? —Patri se levantó del asiento.
—¿Ocurrió algo? —preguntó Alex levantándose de la silla.
—La policía —mencioné con la voz entre cortadas—, corred por favor.
—¿Qué pasa con ellos? —se acercó Alex a mí.
—Han detenido a Gorka y están metiéndolo en el coche, ¡daros prisa! —les grité.
—¡No puede ser! —exclamó agitada Patri.
Alex salió corriendo y cuando me dispuse a seguirlo, Patri me detuvo.
—Todo saldrá bien —me abrazó—, lo sacaremos de ahí.
—No pueden llevárselo así —musité entre lágrimas.
—Tranquila —me cogió de la mano y echamos a correr.
Cuando llegamos él ya estaba metido dentro del coche, el contacto de nuestros ojos se cruzaron empezamos a llorar más y Alex estaba lidiando con ellos. Esta era la sensación extraña que noté cuando me lo cedió todo, ¡No podía ser!
—¿Qué está pasando? —se nos acercaron de pronto mi padrino y Fer.
—No estoy segura, ahora nos lo dirá Alex —Patri miró a Fer—. Quedaros con ella, porfa —se acercó a su marido y se presentó también como defensa.
—Todo es mi culpa —dije entre sollozos y Fer me abrazó.
—No digas eso, mi niña —me susurró mi tío.
El coche policía arrancó y miré a Gorka por el cristal de la ventanilla —me vio abrazada a Fer y se quedó pálido—. Él me dijo moviendo los labios un te amo y fue lo último que pude leer porque el coche salió pitando. Me aparté de Fer y me eché a correr detrás del coche, seguidamente me siguieron los cuatro hasta que Alex me alcanzó y me abrazó.
—Tranquila, quédate con Fer y tu padrino —los miró y los pobres estaban confundidos—. Patri y yo tenemos que ir a comisaria urgente.
—No, yo me voy con vosotros —les comuniqué nerviosa.
—¿Pero se puede saber qué cojones está pasando? —intervino Fer.
Patri nos explicó a todos la situación y mi padrino fue a por el bolso de mi amiga y el mío.
—Nosotros también vamos —nos informaron Fer y mi padrino.
—Vamos, no hay que perder el tiempo —nos metió prisa Alex yendo a toda mecha hasta su coche.
—Vente con nosotros —me propuso Patri.
—No, id vosotros yo iré con ellos dos —participó en la decisión Fer.
—Si vamos todos en el mismo coche, iremos más rápido así que seguirme que cabemos todos.
Los cuatro nos subimos al coche de Alex y nos dirigimos a la policía. Unas horas después nos encontrábamos esperando en el pasillo Fer, mi padrino y yo —delante del despacho del policía principal—. Fer no paraba de andar de un lado a otro y nosotros estábamos que nos mordíamos hasta las uñas. Un buen rato después, salieron del despacho Patri y Alex.
—Para ser sinceros, la cosa pinta mal porque dos de los asesinatos hay pruebas de que si fue el —empezó Alex—. Estamos a la espera de que dejen entrar a alguien de vosotros, nosotros ya lo vimos.
—Y del tercero, también lo cometió hace unos días —cogió aire—. Concretamente el día que tuvo la reunión, en verdad había quedado con el individuo. Él en defensa propia, lo empujó hasta las llamas de la casa. —relató todos los hechos del primero y tercero.
—Por eso tardó tanto esa noche —empecé a atar cabos—. Si lo hubiese sabido, lo hubiera impedido —Fer y yo nos miramos con cargos de conciencia.
—¿Pero no podéis buscar evidencias de que fue en defensa propia? En las tres ocasiones, yo he visto como lo amenazaban ostia puta —vociferó Fer.
—Esa es la arma que vamos a usar —alegó Patri—, si termina siendo acusado injustamente haremos lo posible para que no la cumpla toda y que salga en libertad.
—¿Y del segundo? ¿No sabéis nada? —mi padrino se interesó.
—No —negó con la cabeza Patri.
—Yo si lo sé —no podía callarlo más, él no podía pagar por ese que no cometió. Fuese por defensa propia o por defenderlo a él, pero yo fui quien disparó ese día—. Él no lo mató.
—¿Cómo dices? —me miró con los ojos abiertos Alex—. Vamos fuera, necesitamos saber todo lo que sepas.
—¿Cómo estás tan segura? —me sugestionó Patri
Todos salimos del edificio e hicimos un corrillo.
—Porque quien lo mató fui yo, pero él se quiere culpar de algo que no cometió —les relaté como sucedieron los hechos—, tengo que entregarme y confesar la verdad.
Fer me cogió por los hombros tras mi confesión y me miró a los ojos.
—¿Ni se te ocurra me has entendido? No voy a permitir que termines en la cárcel —me miró con desesperación y determinación.
—¿Y qué pase más años por mi culpa en ese infierno? Ni loca lo pienso permitir.
—No vas a hacerlo —manifestó mi padrino.
—Claro que no, la policía sabrá todo lo contrario de la versión real, ¿de acuerdo? —me miró Alex.
—Si él está ahí, a mí no me importaría tampoco estar entre rejas —dije sin pensar.
—¿Pero de verdad te estas escuchando? —me miró a los ojos Fer con pánico. Sabía que le dolía en el alma lo que acababa de escuchar—. ¡Me niego!
—Piensa en los niños, si entráis los dos a la cárcel ya os podéis olvidar de la adopción —me hizo recapacitar mi tío.
—Hazlo por ellos —me suplicó Fer.
—¿De verdad merece la pena perderlo todo cuando estáis a un paso de conseguirlo? —me miró Patri, me soltó del agarre de Fer y me abrazó.
Me quería morir en ese instante, ellos tenían razón. Tenía que cumplir la promesa que les hice, no podía dejarlos desamparados así que me vi obligada a recapacitar.
—Únicamente, por ellos —abracé a Patri con fuerza y el resto respiraron aliviados.
Un policía salió hasta el punto donde estábamos y se reunió con nosotros.
—He conseguido un permiso para que alguien entre, ¿quién lo hará?
Todos me miraron y yo di un paso al frente.
—Soy su mujer, quiero ir a verlo —le comuniqué firme.
—Vamos —me dio paso el policía y lo seguí. Después de andar durante unos minutos, entramos a la zona de las celdas y cuando lo vi detrás de una me derrumbé.
—Tenéis dos minutos —el guardia nos dejó solos y Gorka se acercó a la reja. Yo lo hice también y como pudimos nos cogimos de las manos.
—¿Por qué lo confesaste? No tienes el derecho de culparte por algo que no cometiste.
—Los niños te necesitan, ¿vale? —me recordó—. Si tú estás aquí dentro, ¿qué será de ellos? Dime.
—Lo mismo dijeron ellos, ahora entiendo porque la necesidad de tanta firma y de que todo estuviese a mi nombre, ¿lo predecías?
—Si, por eso necesitaba moverlo todo lo más rápido posible —reconoció—. Muy pronto, estaremos juntos.
—No quiero un pronto, te quiero ya con nosotros —lo miré a los ojos—. Juro por lo que más quiero que te voy a sacar de aquí cueste lo que me cueste.
—Estoy seguro de que lo vais a conseguir, nos queda mucha vida por delante —empezó a derramar más lágrimas y yo se las arrebaté con la yema de un dedo—. Ingrid, nunca pensé que te diría esto pero...
—¿Pero qué?
—Por todo el amor que siento por ti, esta es tu oportunidad —siguió hablando.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté confundida—. ¿Oportunidad, para qué?
—Te dejo en libertad, sino quieres esperarme y estar conmigo —mencionó con la voz entrecortada—, puedes irte con tu familia para siempre. Estoy dispuesto a firmarte el divorcio para que seas feliz. Al fin y al cabo, mi destino está escrito. Es quedarme entre rejas por muchísimos años. Aunque me duela, no te voy a retener ni un minuto más junto a mí. Solo te pido que cuides a los pequeños o me dejes verlos de vez en cuando. Ellos se han convertido en mis hijos aunque no lleven nuestra sangre.
Cuando fui a responderle, el guardia volvió y nos advirtió de que la visita ya había acabado.
—Te amo —me gritó él a todo pulmón y yo dibujé un corazoncito con mis manos. Entre medias de las rejas selló la despedida con un beso.
—Lucharemos, te lo juro —por orden del policía, salí y me reuní fuera del edificio junto a mi familia.
—¿Qué te ocurre, pasó algo? —me abrazó mi padrino.
—Me ha dicho algo que podría cambiarlo todo en este momento —les hice saber.
—¿El qué? —preguntó Patri.
—Me ha concedido la libertad, si quiero irme de su lado puedo —comuniqué triste.
—¿Eso es bueno? —preguntó Fer.
—¿Te irás? —me cuestionó el abogado—. La verdad es que si te firma el divorcio, siendo la dueña de todo poco te ataría a él. Solo las decisiones.
—No pienso irme, está decidido —solté una bocanada de aire—. Todos conocéis la historia desde el primer suspiro, él hizo cosas malas pero también buenas. Los niños, mi padrino y ahora esto. No lo voy a dejar solo.
—Piénsalo bien, hija —me dio opción a elegir.
—Ya está decidido —vi como Fer empezó a alejarse con las manos en los bolsillos.
—¿Pero... qué ha pasado? —lo miró Patri.
—Si no ha dicho nada malo —añadió mi padrino.
—Al contrario, es algo bueno —dio un paso hacia adelante con intención de seguirlo—. Voy a ver qué le pasa, puede tener muchas emociones encontradas.
Lo detuve poniéndome en medio de su paso.
—Deja que lo haga yo.
—¿Segura? —me preguntó confundido.
Asentí y corrí detrás de él, me interpuse en su camino y lo cogí de los hombros.
—Fer...
—Dime, ¿en qué plano quedo yo, eh? —me reprochó—. Vete con ellos, yo iré en taxi a por mi coche.
—Escúchame —le pedí a través de los ojos—. Vente con nosotros.
—No tengo nada que escuchar así que, adiós Ingrid —me apartó de su camino y desapareció entre la multitud.
Así me quedé. Enfrentando una mentira, sin una mitad como lo era Fer y sin la otra que lo era Gorka. En dos palabras: Estaba rota.
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