Capítulo 51:
Gorka
Flashback
Salí escopetado del edificio llorando como una parra —y si señores, los hombres también lloran— salí del recinto. Con la mente fría, me puse en frente de la parada del taxi decidido a largarme de este lugar para olvidar lo que mis ojos habían visto momentos después. Durante todo el trayecto hasta mi objetivo, la escuchaba gritar mi nombre y como me seguía pero, ya era hora de que recibiese de su propia medicina. Instantes después, me dispuse a parar a un taxi pero Ingrid me cogió del brazo y espantó el taxi —este se fue debido a la espantada que le dio la muy asquerosa—. Ni me volví a mirarla pero al ver que no obtuvo resultado, ella se plantó delante.
—Gorka, escúchame —me pidió y yo le volví la cara.
—¡No te quiero escuchar! —vociferé sin importarme que estaba en plena calle. Saqué las llaves del coche y se las puse en la palma de una mano—. Ahora que las tienes, pírate a donde se te dé la gana y a mí me dejas en paz. No me importa que te desaparezcas o que te tires a quinientos. ¿Sabes por qué? Porque nadie te va a querer como yo, ni te va a proteger de esta forma. Estoy cambiando por ti, te estoy dando miles de opciones y vas tú, y me pones los cuernos.
—Té no vas a ningún lado, vamos a casa necesitamos hablar —ella apretó el puño y me exigió que fuese con ella pero fíjate tú que no pensaba acceder ante esa petición.
—¿Quieres verlo? —la reté.
—Gorka, estaba pasada de copas y no sé qué mierdas hice —se excusó pero no me lo tragaba. Mentía, me mentía descaradamente.
—¿Pasadas de copas? —me reí lleno de dolor—, deja que me ría. Los efectos del alcohol no pasan de un momento a otro. ¿De verdad te piensas que estás hablando con un crio de quince años? Yo no me voy a tragar eso.
—Créeme... —¡Puta mentirosa!—. ¿Dónde piensas ir? Joder... vamos.
—Dónde no te pueda ver, ni oler ni mucho menos tocarte —paré un taxi y esta vez sí logré subirme—. Déjame, ah y te aviso que hoy no voy a volver —le ordené al conductor que arrancase una vez que forcejee con ella para cerrar la puerta y el taxista se puso rumbo al orfanato.
***
Después de la muerte de mis padres y mi pequeña, jamás había sufrido tanto —y menos por una maldita mujer, que por mí sentía un mojón más grande que el parque de atracciones de Disneyland—. ¿Qué carajos tuve qué hacer en otra vida? Primero los pierdo a ellos y por una puta vez que pierdo la cabeza y voy enserio con una mujer. La vida me paga así. Me maldigo por amarla y maldigo la vida que me tocó vivir.
Al cabo de un rato llegamos al orfanato —obviamente el taxista me dejó mucho antes para que no se pudiese quedarse con la dirección— y entré roto. El ruido de la puerta tan tarde alarmó a mi segunda madre, porque en cuanto me vio se acercó a mí y yo cerré la puerta.
—Gorka, ¿qué paso hijo? ¿Qué haces aquí a estas horas? —me abrazó y yo volví a romper a llorar.
—Te necesito, mamá —le susurré y ella me llevó a su cuarto una vez conseguimos dos tazas de té con canela—. ¿Puedo quedarme esta noche aquí?
—Claro, hijo —nos sentamos en la cama de ella y nos aseguramos de que la puerta estaba cerrada. Me ofreció una taza pero negué con la cabeza—. ¿Y Ingrid? ¿Qué ha pasado? —miró mi taza y luego a mí—. Por favor, estás destemplado. Te ayudará a calmarte.
La cogí compungido y me bebí todo el contenido de un trago. No me importaba que la garganta o la tráquea se me abrasasen, puse la taza en la mesita y acto seguido lo hizo ella —cuando se lo había terminado también.
—Gorka, empieza me tienes preocupada —insistió y cogí aire. Le conté todo lo que ocurrió y como fue, hasta el momento que le pegó a Belinda.
—¿Qué? —exclamó alucinada—. No puede ser, no debiste dejarla sola.
—Hasta creí que sentía algo por mí, ¡maldito estúpido de pacotilla!
—No eres un estúpido, simplemente en el corazón no se manda —argumentó.
—Yo quiero mandar en el mío —gruñí.
—¿Quieres qué sea sincera? —me preguntó.
—Ella te ama pero no lo quiere reconocer —me confesó—. Después de todo lo que habéis pasado, no esperes que te lo diga abiertamente.
—A una persona que se ama, no se le traiciona así —dije firme—. Madre, Belinda todo los putos días quiere acostarse conmigo y la he rechazado mil veces desde que estoy con Ingrid. Si quisiera, podría tirarme a la que me diese la gana como hacía antes pero no, la elegí a ella antes que a mi vida —le mencioné los aspectos que también para que estuviese a gusto.
—Despecho, esa es la palabra —espetó—. Ella te vio con otra y el camino más fácil, fue tener algo con un rival. ¿No le ves la lógica? Se venga y encima te da donde más te duele.
—No es una excusa, no la acepto —seguí en mi erre que erre.
—Quédate hasta que te tranquilices y vuelve con ella —miró mi bolsillo y se dio cuenta de que no paraba de sonar—. Esa seguro que es ella, así que hazme caso.
—No pienso volver esta noche, que se quede sola —silencié el teléfono sin sacarlo del bolsillo—. No me importa lo que haga o deje de hacer.
—¿Y si se va para siempre? —me intentó hacer cambiar de opinión—. Necesitáis hablar. Además, no te crees ni tu eso que dices. Si te importa, no lo niegues.
—Si se va, viviré sin ella —intenté convencerme para hacerme más fuerte—. Ni se le ocurra pensar que podrá llevarse a los niños porque ellos se van a quedar conmigo.
—Y así te quieres vengar de ella —suspiró triste—, ese no es el camino. No la pierdas, no te pido que la perdones pero afronta la realidad y hablad.
—Tengo más métodos —solté dolido—, si no puedo quedarme me iré a algún hotel.
—De eso nada, tú esta noche no te vas —me advirtió—. Esta es tu casa, así que ahora mismo te voy a preparar un dormitorio —se levantó de la cama y ahora fue a ella a la que le sonó el teléfono—. No quiero que te suceda nada.
—No voy a cometer ninguna locura —admití siendo sincero.
—No me arriesgo.
Ella lo miró y era Ingrid. Me enseñó la pantallita y yo hice un gesto de negación.
—Cógelo tú —estiró el móvil hacia a mí—, sino lo haré yo.
—Responde la llamada pero no le digas que estoy aquí, miéntele con cualquier cosa —abrió la boca para protestar pero enseguida intervine—. Por favor.
—No me gusta mentirle —Volvió a suspirar y le respondió. Estuvieron hablando durante unos minutos, luego colgó y guardó el teléfono.
Me levanté y me dirigí con las tazas en la mano hasta la puerta.
—Gracias, voy a llevar esto y a dormir —le informé—. Quédate aquí, mañana te aviso cuando me vaya.
—Pero déjame prepararte un dormitorio —no la dejé levantarse.
—Dormiré con los niños, mañana seguro que se alegraran de verme con ellos —medité.
—Pero te preguntaran por Ingrid —me recordó.
—Le diré que tuvo algún viaje imprevisto o algo —abrí la puerta y puse un pie fuera—. ¿Necesitas algo? Buenas noches.
—Está bien... buenas noches —suspiró—. Avísame si te vas antes y no, estoy bien. Si te da hambre, ve a la cocina. Ah, pijamas tienes donde siempre.
Le lancé un beso y le sonreí.
—Trato hecho —le cerré la puerta, dejé las cosas a la cocina y entré en la habitación de los niños. Estaban dormiditos como unos angelitos, así que sin hacer ruido les di un beso a cada uno y terminé tumbándome con ellos.
La noche transcurrió y yo no fui capaz ni de pegar un ojo.
***
Al día siguiente, amanecí junto a ellos y me llenaron de besos. Les expliqué la mentirijilla piadosa y los acompañé a desayunar.
—Porfa, porfa ven luego con mamá —insistió Vera.
—Amores, está de vacaciones pero os prometo que vendré en cuanto regrese —me dolía ocultarles la verdad pero era algo que no debían de saber.
—Jo... —se pusieron ambos tristes y los abracé—, venga ahora a estudiar que vuestros compañeritos están en sus clases. Ni se os ocurra estar tristes, ¿vale? —les sonreí y los achuché, ellos en cambio asintieron.
—Si te vieras en el padrazo en el que te has convertido —musitó mi madre me miró apenada y recogió todo nada más terminar. Al oír eso se me iluminó la vida —bueno, media vida más bien.
—Solo trato de ser el mejor para ellos, bueno vamos pequeñajos —me cogieron de la pierna.
—Y lo estás siendo, ¿te irás ya?
—Sí, los acompaño y voy a trabajar —moviendo los labios le dije también que estuviese tranquila y que Ingrid estuvo insistiendo toda la noche.
—Avísame con lo que sea, he llamado a Fer para que venga a por ti —le di un beso en la frente.
—Estás en todo, ni siquiera lo avisé anoche para que fuera con ella.
—Lo supuse, hasta luego —se despidió de nosotros. Dejé a los niños en clases y me reuní con Fer en la puerta de salida.
—Tío, ¿qué ha ocurrido? —me preguntó preocupado—. ¿Por qué pasaste la noche aquí?
—En el camino te cuento, a la Passione Prohibita —nos subimos al coche y le fui contando todo.
—Ingrid te está esperando desde temprano —me avisó—. Está preocupada por ti, hermano.
—Bien que le está —seguía enfurruñado—, ¿hablaste con ella?
—Muy poco, cuando me llamó para que viniese a por ti se quedó encerrada en tu despacho —llegamos a la PP y aparcó justo al lado de mi coche.
—Deberías de hablar con ella —salimos del coche y Fer lo cerró con llave.
—El trabajo es lo primero, a la noche ya se verá si decido hacerlo —caminé a paso firme con él siguiéndome los pasos.
—Voy a hacer unas cosas, te veo luego y hazle caso a la voz de la experiencia —me dio un codazo refiriéndose a mi madre.
Asentí y entré a mi despachó. Lo primero que vi fue a Ingrid con la puerta abierta y sentada a su despacho —al parecer, Belinda había acatado las órdenes al pie de la letra porque no había ni rastro de ella—. Nada más verme se acercó a mí, yo me senté y la ignoré. Intentó hablar de nuevo conmigo pero debido a la cantidad de trabajo que tenía, no le hice ni puto caso —aunque no se separó de mi vista en ningún momento, ni para comer que en realidad. Ninguno probamos bocado.
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