Capítulo 49:
Gorka
Flashback
Llegamos a nuestra habitación después de un día muy ajetreado, y posteriormente nos dimos un baño —por separado, claro estaba y no porque yo lo eligiese— y antes de relajarnos en la cama.
—Gorka —Ingrid lucía despampanante con ese camisón de seda de color ámbar.
—Dime —me senté en una esquina de nuestra cama de matrimonio.
—Tengo algo que contarte —se sentó a mi lado y me miró.
—¿El qué? —seguí observándola de pies a cabeza.
Ingrid se sacó del sujetador un frasco pequeñito de una muestra —en ese instante creí que se trataba del último que cree yo— y me lo puso en una mano —escasos minutos antes, estiró la palma de una de mis muñecas y me puso el frasquito diminuto.
—Huélelo —me ordenó.
—No me digas que ya estuviste donde no debías y además cogiste una muestra —dije sin intención de regañarla.
—Primero olfatéalo y luego te cuento algo —volví a insistir.
Abrí la muestra y lo olfateé como ella me ordenó pero definitivamente, no era mi perfume. El aroma que desprendía estaba lleno de sensualidad, pasión y una cantidad de erotismo, que ni yo mismo pude descifrar. Sin duda, era perfecto.
—¿Y esto? —cerré el botecito y lo puse ante sus ojos—, ¿de dónde lo sacaste?
—Bueno, ahora agárrate que hay curvas —le conté desde que obligué a mi protegido a irse después de que me enseñara el pequeño laboratorio y me diese una copia de la llave, como fue que descubrí su perfume y para terminar, como me puse a hacer magia con toda aquella mezcla que encontraba en mi camino. Obviamente, omití la parte arrolladora que tuve con una de sus manos derechas y le hablé de la reacción que tuvo él al descubrirme donde se supone que no debía estar.
—¿Alguna vez habías creado un perfume? —le pregunté—. Tu tan autoritaria ya mandándole el primer día —me descojoné un poquito—. Ahí estaba mi Fer, defendiendo el patrimonio de su jefe —me sentí orgulloso de él.
—No, es la primera vez —admitió—. ¿No te molesta lo que hice? ¿Y qué tenga una llave?
—Para nada —negué con la cabeza y le di otro juego de llaves de todas las puertas de la empresa. Enseguida, la guardó en su bolso y volvió a mi vera—. Me gusta que seas así, te repito que eres también la dueña y debes de tomar decisiones. Si empiezas ahora, más rápido aprenderás.
Ingrid sonrió y guardó el frasquito en la mesita sin levantarse de mi lado.
—Es más, se me acaba de ocurrir una idea —aunque la verdad desde que lo descubrí lo tenía en mente.
—Anda, ¿es qué tú tienes de eso? —me provocó y yo arrugué la nariz.
—¿Me estás llamando analfabeto?
—Analfabeto no, pero poco culto si sino sabes hacer ni la o con un canuto —Ole ahí, ¡tan pancha ella!
—¿Perdona? ¿Qué te crees que el emporio que he construido ha sido por arte de magia? —fingí estar enfadado.
—Pues no me extrañaría —sonrió divertida.
—Te estas equivocando —la debatí—, tengo muy buenas ideas chavala.
—Claro, claro... —pestañeó sutilmente—. Venga va, suelta esa ejemplar idea no vaya a ser que se te vaya.
—Y ahora vejestorio por toda la cara —suspiré.
—Venga, joder —exclamó—. Como no lo digas ya me voy a dormir.
—¡Pero si eres tú la que me entretiene! —refunfuñé.
—A la de una... —Empezó a imitar al cronómetro con los dedos—, a la de dos y a la de...
—Quiero que presentemos los dos perfumes y que participes en la sesión de fotos —fui tan directo que la dejé con la boca abierta.
Una semana después estaba sentado en el set de fotografías, observando cómo le hacían fotos a Mar y a Daniel —la imagen de ll miracolo del amore (El milagro del amor) y Attesa libertá (Ansiada libertad)—. Una vez hecha la primera sesión de fotos, Ingrid posó con ellos y su perfume —o como ella lo llamaba. Su joya más preciada. Estaba seguro de que a largo plazo tendría mucho éxito si sacaba una línea de perfumes en nuestra empresa, porque si sin saber hizo algo tan increíble, no quería imaginarme lo que sería capaz de lograr si tuviese la formación necesaria.
Nada más terminar, a mí también me hicieron fotos junto a los modelos y a Ingrid incluyendo nuestras dos fragancias. En ese momento la prensa acaparó toda nuestra atención y nos hicieron una larga rueda de prensa —lo único que me apetecía era terminar e irme a casa. Ya no recordaba lo mucho que podía agotar tener tantas sesiones, entrevistas y ruedas de prensa—. Un rato después, me acerqué a Ingrid y la rodee por la cintura.
—Has estado radiante, pequeña —la besé sonriente.
—Y tú, cariño —fingió ante todas las miradas que nos acechaban.
Se acercaron un par de paparazzis, que de eso no tenían nada porque los cazamos al vuelo y le dimos oportunidad de que si lo admitían, conseguirían un par de fotos y unas palabras nuestras. Para que luego digan, que no soy enrollado. Una vez que cumplí con mi palabra volví la mirada a la mujer de mi vida.
—¿Qué te parece si nos escapamos un rato? —le propuse juguetón agarrándole la cintura.
—Sí, por favor —aceptó—. Necesito sentarme, estos tacones me están matando.
—Vamos al camerino y ya nos vamos, ¿te parece?
Ella asintió y justo cuando íbamos a huir, Fer nos interrumpió.
—Gorka, tienes que ir al despacho —me avisó—. Tienes que firmar no sé qué... —se quedó pensativo—, irá un accionista de otra fábrica. Yo iré a supervisar mientras algo —me comunicó—, más bien para que esta noche esté todo perfecto.
—Venga, te veo luego hermano —me despedí de él con un choque de puños.
—Nos vemos —le dijo a Ingrid y ella le sonrió.
—Bueno, amor —cogí de la mano a Ingrid.
—Voy a ir a cambiarme, ¿vale? —espetó—. Nada más termine, me reúno allí contigo.
—De acuerdo, por la sombra rubia —le di un azote en el trasero y me dirigí hacia mi despacho.
Repentinamente apareció Bel y se enganchó de mi brazo.
—Señor, te estaba buscando —me informó.
—Ya me dijo algo Fer —al llegar, abrí la puerta y la dejé pasar—. Encárgate de que todo lo recojan, ¿ok? —le ordené.
Entré en el interior y me senté en mi silla de escritorio para buscar lo que debía de firmar y así hacer tiempo para recibir la visita. Mientras tanto, Bel cerró la puerta y cuando estaba firmando tiró de mi silla hacia atrás para subirse sobre mi regazo, empezó a lamerme el cuello y yo la detuve.
—Bel, ya está bien —dije serio.
—Hazme el amor encima de la mesa —se arrancó la blusa y el sujetador.
—No —giré la cabeza para no mirarla y evitarla pero ella me desató la corbata. Claramente, me puso a la altura de los ojos los pechos cuando me obligó a mirarla.
—Recordemos los viejos tiempos, bomboncito —escupió su aliento en mi cara—. No te imaginas las ganas que tengo de volver a fornicar contigo.
—Belinda, ¿es qué no entiendes que soy un hombre casado? —puse mala cara.
—No me importa, quiero verle los cuernos a esa zorra —dijo con desprecio.
—Que sea la última vez que la llamas así —la amenacé. Aquí la zorra eres tú, guarra.
—Tú eres mío y esa tía se metió en medio —siguió mal entonada—. Nos íbamos a casar
—Eh, eh primero yo no soy tuyo y mucho menos me iba a casar contigo —le hablé claro—. Nosotros solo follabamos, nada nos ataba así que no confundas las cosas que te avisé desde el principio. Segundo, Ingrid consiguió algo que tu jamás habías logrado, que te quede claro que la AMO y no voy a arriesgar lo que tengo por volver a lo de antes, me da igual que seas tú o miss universo. Mi mujer no se metió en medio porque tú y yo no éramos NADA.
—Te juro que como no te divorcies de ella, voy a sacar todas las fotos y vídeos pornográficos que tengo guardados —me golpeó el pecho—. Te aseguro de que esa imagen de ejecutivo respetable se va a ir al traste.
—Hazlo, Ingrid no le importa mi pasado así que no me vas a hacer ningún daño —respondí seguro de mí mismo—. Aquí la única zorra eres tú y así quedarías si expones todo eso, porque no solo perderías tu reputación sino también tu trabajo. No juegues conmigo Belinda, tienes todas las de perder y ni en el prostíbulo te contratarían. A mí no me amenaza, ni tú, ni NADIE.
—Hijo de puta —se pegó a mí y me tiró del pelo—. Te juro que me las vas a pagar.
Sin darme cuenta la puerta se abrió y era ella, mi salvadora.
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