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Capítulo 44: Volviendo loco a cualquiera.

Ingrid

Tras cerrar la puerta del establecimiento, Fer y yo empezamos a andar hasta la Passione Prohibita, no sabía qué carajo le había pasado al de los huevos colgando, pero estaba más callado de costumbre.

—¿No vas a decir nada más? —intenté llamar su atención por todos los medios.

—¿Es qué... tengo algo que decir? —me preguntó mirándome de reojo pero aunque no se diese cuenta de mi actitud avispada, pude darme cuenta de cómo me había mirado de arriba a abajo.

—Quizás —me mordí el labio y me acaricié el cabello.

—Estás preciosa, podrías volver loco y conseguir a cualquier hombre si te lo propusieras —espetó sin mirarme esta vez.

—¿Tú crees? —me planté delante de él y le puse mis manos sobre sus hombros, ¿a ti también? —intenté provocarlo con una sonrisa resplandeciente.

—Estoy totalmente seguro —no se atrevió a mirarme directamente a los ojos.

—No me has respondido a mi otra pregunta —le recordé con insistencia.

—¿A cuál? —se hizo el loco y yo lo arrastré hasta una esquina que había medio escondida.

—Anda, no te hagas el inocente. Sé perfectamente que lo has pillado —intentó poner él distancia conmigo pero cada vez pegaba más su cuerpo al mío.

—A mí no, no eres mi tipo —me mintió en mi cara.

—¿Seguro? —sonreí acercando mi rostro más al suyo—. Fer, estamos solos. Lo que pase aquí, aquí se queda.

—Como aquí no va a pasar nada, aquí no se quedará nada —me miró a los ojos por primera vez después de un largo rato.

Lo empotré contra una pared y noté como tenía el control de la situación.

—Mírame a los ojos y niégame que no se te mueve ni un pelo del brazo con solo tenerme tan cerca —lo desafié.

—No se me mueve nada, ¡basta ya! —sacudió los brazos con las bolsas incluidas.

Lo estaba poniendo nervioso, su cuerpo lo delataba. —Eso a mí me encantaba y me daba más fuerzas para seguir.

—No te creo —añadí con firmeza.

—Nunca me fijaría en la mujer de mi jefe ni mucho menos en la de mi amigo, ¿estamos? —me miró con furia pero pude notar lo nervioso que estaba.

—Si tú lo dices —no me quedé para nada conforme pero, así no me iba a quedar.

Fer consiguió poner distancias entre nosotros y a mí eso me hizo pensar en el siguiente camino que podía escoger.

—Como sigas con tus gilipolleces me vas a cabrear y que sepas se lo pienso decir todo a Gorka —intentó intimidarme pero la verdad fue que no pudo. No me asustó ni un poquito—. Te puedo asegurar que él no va a tener la misma paciencia que estoy teniendo yo contigo.

—¿Y qué le vas a decir? ¿Qué desde que me viste estás babeando por mí? —él se dio la espalda incómodo y yo lo rodeé por la cintura con mis brazos—, ¿qué si él no estuviera por medio, me harías el amor aquí mismo sin importarte el lugar?

—Recapacita, estás diciendo una sarta de tonterías que no te las estás creyendo ni tú —intentó defenderse—. Te lo digo por última vez, olvida tus palabras y vámonos a reunirnos con Gorka, ¡ya! —su rostro empezó a cambiar de color hasta llegar a un rojo llamativo—. Todo eso que has dicho, ¡es mentira! ¿Me has entendido?

—El problema de aquí, es que quién niega lo evidente eres tú y solamente tú, pero bueno tiempo al tiempo, me darás la razón —tú, tú, tú y solamente tú. Me taladró la cabeza una de las canciones de Pablo Alborán. ¡Lástima que todos los guapos fuesen gays, me cachis! Ahora solo quedan calzonazos que no son capaces de admitir la evidencia y asesinos en serie. ¡Perfecto, el mundo va sobre ruedas! Ojalá venga una nave espacial y se los llevase a todos porque a más de una les haría un favor.

—Paso de seguir discutiendo contigo —salió del callejón y empezó a andar con pasos gigantescos.

Cogí velocidad y —aunque llevase tacones— lo alcancé. Me puse a su altura y no dejé de mirarlo. Al llegar a la altura de un semáforo nos vimos obligados a parar. Ese preciso instante era el bueno, así que debía de actuar pero ya.

—Fer... —tomé aire e intenté desviar su mirada hacía mí—. Mírame, estoy avergonzada —mentira cochina, de mis actos próximos jamás me iba a dar el lujo de arrepentirme—. Siento mi actitud de hace nada, lo siento —volví a mentirle aunque él aún no me miraba.

—Haces bien en hacerlo —me contestó distante y más seco que unas bragas de esparto. De ese material que te raspas el trasero y es inevitable ese quejido famoso ¡Ay!

—Mírame, por favor —arrugué la nariz y gracias a esto, conseguí que él me mirase a la cara.

El semáforo se puso en verde pero nosotros lo ignoramos completamente.

—¿Qué pasa, Ingrid? —me preguntó aturdido.

—Nada, don Fer —moví la cabeza de un lado para el otro para ver el tráfico que había.

—Pues si no pasa nada, crucemos —me informó y cuando fue a poner un pie en el paso de peatones. Tiré de él con fuerza y lo besé con fiereza durante unos segundos y lo empuje hacia la calzada—. Ahora sí que podemos pasar —sonreí triunfadora.

Crucé la calle hasta situarme frente al emporio. Me di la vuelta y vi como él cruzaba la calle con los labios muy hinchados. Se puso delante de mí y me miró con enfado.

—No vuelvas a hacer eso, ¿está claro? —me prohibió indignado y no entendía por qué. Podría haberse apartado y la realidad era que no tuvo un buen par para hacerlo. A Fer le gustaba y yo tenía que aprovecharme de ello.

—A mi tu no me vas a dar órdenes, ¿ok? Pudiste haberte apartado —intenté darle dónde más le dolía.

En ese momento apareció Gorka por detrás de mí.

—Fer, ¿se puede saber con quién discutes?

No pude ver si me miraba por detrás pero aunque lo hiciera, no me iba a reconocer. Salí de una forma y volví completamente de otra. Fernando lo miró y sacudió la cabeza.

—Con nadie —mintió.

—Pues eso no era lo que parecía, ¿eh? —el condenado tenía razón y supo interpretar a la perfección el tono de nuestras voces. Miró a los lados y supuse que no me vio, aunque no vi su expresión pude notar que empezaba a cabrearse poco a poco—. ¿Dónde cojones está Ingrid? ¿No te había dicho que la cuidaras?

—Y eso es lo que he hecho —le hizo un gesto para que me mirara y luego me miró.

—Pues no estoy tan seguro, yo no la veo por ningún lado —refunfuñó.

—Pues la tienes delante —noté como clavaba su mirada de arriba a abajo.

—No me tomes el pelo, esto es imposible. Ella no tiene tan buen gusto como para vestirse con tanta clase —seguía mirándome—. ¿Y esos labios tan hinchados? ¿Qué te pasó?

«Lo besé y me besó a mí, solamente a mí. Ay, si lo supieras. ¿Perdón? ¿Qué yo no tenía buen gusto? Imbécil».

—Me di un golpe en una puerta —mintió. «Excusa más mala, no podía existir».

—Con la de la tienda, ¿no? —se puso a reír—. Porque parece que has comprado la tienda entera —se acercó a él e intentó meter la mano en una de las bolsas para ver que era—. Ahora en serio, tío. ¿Dónde está la fiera?

—La fiera tiene nombre —intervine—. Ah, y mis cosas no las toques. No invadas mi privacidad, haz el favor.

—Qué... coño —miró a Fer y sacó la mano de la bolsa, al menos hasta donde había llegado.

—Te lo dije —asintió Fernando.

Gorka se dio la vuelta y quedó justo enfrente de mí. Entreabrió los labios patitieso del asombro, —debido al impacto de verme con otro aspecto mucho más salvaje, maduro y distinto— y me cogió de la mano para darme una vueltecita.

—Fer, ya me puedes decir la estilista de quien le hizo este cambio tan radical porque de verdad que se merece un monumento —«Qué ostia le daba, si no estuviésemos en mitad de la calle. Lo mataba a mamporrazos como se debe»—. ¿Really? Ha evolucionado como un pokémon —empezó a babear—. Está para... darle un buen revolcón.

—¡Qué asco! Ya te gustaría —me quejé aunque tenía claro el plan perfectamente calculado que tenía para hoy—. ¿Cómo un pokémon? ¿Y tú que eres? ¿El hermano mayor de los tres cerditos? —me enfrenté a él soltando nuestras manos que habían quedado unidas después de darme la vueltecita.

Fernando soltó una carcajada bien grande pero en el fondo estaba un poco incómodo y yo sabía el porqué.

—No te resistas, bombón si tarde o temprano vas a ser mía —me guiñó el ojo y me pegó a él. Me daba asco hasta el contacto de una simple caricia, imagínate cuerpo con cuerpo.

Miré a Fer y evité sonreírle para que no comenzase Gorka con su cantaleta.

—Bla, bla, bla... —tarareé para no tener que contestar.

—Bueno, intuyo que todo eso es tuyo —señaló las bolsas—. Pobre Fer, lo usas de perchero y encima lo haces trabajar como un negro.

—Bueno, la verdad es que un poco morenito estoy —dijo divertido.

—Oye, yo no uso a nadie que para eso le pagas —miré a Gorka, en cambio Fer evitó mirarme.

—No lo estás tanto —le susurré y le guiñé un ojo con sutileza para que don marrano no se diese cuenta.

—Pues también es verdad —miró a su amigo y luego a mí, respondiendo con eso a los dos—. Bueno, ya terminé por hoy —nos informó.

—Más pronto que de costumbre —dijo Fer.

—Sí, hoy tengo prisa porque debemos de estar la señora Arizmendi y yo en la mansión en menos de una hora —lo miré y enarqué una ceja.

—¿Y eso? —preguntó Fer.

—Ya te contaré, no quiero que se entere hasta que lleguemos —sonrió.

—Oye, ya lo puedes ir soltando —le pedí.

Gorka negó con la cabeza y nos miró.

—Trae las bolsas, anda —se acercó a él y las cogió—. Tómate el resto del día libre, ya has tenido suficiente trabajo con aguantarla —se recochineó.

—¡Cabronazo! —le di una colleja y un golpe en el hombro—. Al menos él es agradable, no como tú.

—Gracias, amigo —le dio un abrazo y se rió sin mirarme. «Joder, ¿tanto lo he intimidado con tan solo un beso? Pues no me quiero imaginar, si llega a ser un polvo. La verdad es que tiene uno bueno, pero que digo pero que muy bueno»—. Nos vemos —se despidió con un apretón de mano y de mí con una sonrisa.

—Hasta otro rato, si te necesito te llamo —le recordó a su amigo.

—Guay —sonrió y se despidió de nuevo pero esta vez con la mano—. Chao, pareja. —«¿Pareja, cómo qué pareja? Mira Fer... con lo bien que me has caído ahora no la cagues».

Gorka cogió las bolsas y Fernando pasó por mi lado. Sin que el guarro se diese cuenta le susurré «Cuando quieras, repetimos», lo acompañé con un guiño y desapareció entre los coches.

—Bueno, vamos —me cogió de la mano que tenía libre y me llevó hasta el coche.

—¿No íbamos a comer antes? —pregunté porque según recordaba esos eran los planes de hoy.

—Claro, pero en casa —me susurró—. Por cierto, bonito vestido, bonitas curvas y espectacular cabello.

—¿Te gusta? —intenté provocarlo con una mirada bastante picara.

—Tienes un meneo impresionante —intensificó la última palabra lo más que pudo.

Tragué saliva a estrangis para que no se me notase el plan que tenía trazado. Si quería vengarme de él, tendría que sacrificar muchas cosas y además, debía de hacer un enorme sacrificio. La venganza se servía fría y era algo de lo que estaba totalmente segura.

«Puto asco me da, con tan solo pronunciar todo lo que me haría me dan náuseas».

—Lo mismo digo —dije sin más y él pestañeó un par de veces.

—Uy, como me gusta ese cambio —me dio una palmada en el culo pero intenté no estremecerme lo más mínimo—. Si lo llego a saber, te mando antes.

Abrió su coche, metió las bolsas y seguidamente me abrió la puerta. Con una sonrisa falsa entré y tomé asiento, luego lo hizo él, arrancó el coche y nos dirigimos hasta nuestra maravillosa casa.

—¿A qué si? —respondí con ironía—. Tengo una duda.

—¿Cuál? —intentó curiosear—. Definitivamente.

—¿No me dijiste que íbamos a hacer después lo que yo quisiese? —me apoyé en el reposabrazos—, pues no lo has cumplido.

—Lo sé y soy un hombre de palabra —se excusó.

—Pues no lo demuestras, dices una cosa y ahora otra —argumenté.

—Tienes razón, pero esto te aseguro que te va a gustar y me lo vas a agradecer más que ir a un restaurante de los pijos.

—¿Tan seguro estás de qué eso será verdad? —intenté provocarlo para que me dijese su propósito.

—Te aseguro que sí —cogió la última salida para coger nuestro camino y siguió conduciendo—. Como hay más días que longaniza, ya haremos mañana lo que tú quieras.

—Sino cambias de opinión, claro —le reproché.

—Verás que no, ¿alguna sugerencia para mañana? —me cuestionó.

—Quiero conocer cada rincón de la Passione prohibita, ¿podrá ser? —imité la pronunciación estupendamente y le propuse eso para ver si colaba. Además, ya me había dicho que tarde o temprano tendría que conocer cada rincón de la empresa. Al fin y al cabo, era de mi propiedad también si tenía que estar con él. «Oye, no hay mal que por bien no venga».

—Me parece una gran idea —balbuceó—, así podré comunicarte un acontecimiento que sucederá pronto. Me vendrá como anillo al dedo.

—¿Y no puede ser ahora? —me cachis, ya me picó la curiosidad. ¿Qué será?

—El mes que viene es el aniversario de la empresa, cumplimos cinco años y bueno, justo en esa fecha la inauguramos —empezó a explicarme.

—Ajá, sigue —lo incité a que continuase—. ¿Tienes planeado alguna fiesta o algo, no?

—Efectivamente, por ese motivo vendrán dos modelos de perfumes para hacer una exclusiva con el nuevo perfume, por si no te has enterado —llegamos a la mansión, entramos y cerramos la puerta corredera. Por último aparcamos el coche y me fijé que había aparcado un coche desconocido—, la empresa es una fábrica de perfumes.

—Lo he imaginado —comenté—. Bueno, ¿y qué más?

—A parte de eso, montaremos un escenario dónde se subirán cantantes internacionales y bailarines que darán un espectáculo digno de la celebración —se bajó del coche y abrió mi puerta—. Daremos una cena, pondremos videos comerciales y presentaremos a las dos personas que protagonizaran nuestro videoclip del perfume.

—¿Videoclip? —me interesé mientras bajaba el coche con mi bolso. Me quedé mirando el coche el cual no conocía. «La cosa se pone interesante».

—Sí, bueno como un mini spot o documental, como lo quieras llamar —abrió el maletero y sacó las bolsas, a continuación las cogió y cerró el coche completo con el mando a distancia.

—Mola, ¿los protagonistas serán los modelos?

—Seguramente sí, teníamos otros pero creo que no les hicieron el contrato al final —comentó.

—Ah, ¿por qué? —le cuestioné y lo miré.

—Bueno, estos eran menos conocidos y mundialmente ya sabes lo que funciona —me cogió de la mano y con la otra llevaba las bolsas—. Si son famosos, mucho mejor y más triunfo se tiene.

—Eso sí, es una decisión acertada —asentí—. Por cierto, ¿de quién es ese coche? ¿No estamos solos? ¿Es el coche de Fer?

—No, no es su coche y no estamos solos —una vez estábamos a la altura de la majestuosa puerta, sacó la llave y abrió.

Me dejó pasar y tras de mí, lo hizo él.

—Ya estamos aquí —les informó a dos voces que se escuchaban. Por lo que escuché, se trataba de una voz masculina y otra femenina.

—¿Vamos? —le preguntó la voz masculina.

—No, ya vamos nosotros —guardó las llaves y me miró—. Te acompaño a dejar todo y bajamos.

—No me has dicho que teníamos invitados —me quejé.

—Lo sé pero tranquila, ahora te enteraras de todo —subió el primer escalón y me miró—. ¿Subes?

—Sí, si quédate —me puse a su altura en la escalera y él me miró—. Puedo llevarlas sola.

—Insisto —se adelantó y en cero comas ya había subido la escalinata. Desapareció de mi vista y seguro fue para adentrarse en nuestra habitación.

Cabezón es.

Aceleré el paso y me dirigí hasta nuestra habitación. Efectivamente, la puerta estaba entreabierta y él estaba en su interior. Acto seguido entré y él ya había dejado todas las bolsas a un lado. Luego se giró y me miró.

—Voy con ellos, no tardes —me dio un beso en la frente.

—¿Es necesario que baje? —dije a la misma vez que dejaba el bolso. Me fijé que en una esquina había un tocador que antes no estaba. Lo acaricié con delicadeza y luego lo miré—. ¿Y esto? Antes no estaba.

—Muy necesario, nos incluye a los dos —miró el tocador—. Mande que te lo trajeran, es algo esencial para una mujer —me sonrió—, ¿o no?

—Está bien, en breve bajo —miré el tocador—. Qué detalle, gracias.

—Aunque bueno antes no le darías uso pero ahora solo hay que verte —me devoró con la mirada.

—Supongo —lo miré malamente a lo Rosalía Style—. Gracias, igualmente.

—Milagrazo del copón, en un solo día las veces que me has agradecido algo —me guiñó el ojo derecho.

—Vete si no quieres que te rompa los dientes —rugí y lo advertí.

—Raro era que estuvieses un ratito simpática, bueno voy con ellos —se giró y una vez fuera del cuarto, entornó los ojos para poder mirarme de reojo—. No te quites ese vestidito color verdecillo, te queda de muerte y te espero con el puesto.

Huyó de mi vista, coloqué las cosas que había comprado, guardé las bolsas y acto seguido me dirigí hasta el tocador. Una vez allí, me retoqué el maquillaje y me arreglé el pelo. Me pinté los labios y me di una fina capa de colorete —anteriormente lo había comprado en el salón de belleza—. Choqué mis labios para corroborar que había perfecta y salí del cuarto con mucha seguridad y poderío.

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