Capítulo 41: Insultos voladores.
Gorka sin parar de reírse fuertemente, recogió el baño y todo lo que había ensuciado. En segundo lugar, salió del cuarto del baño y la miró. La cabra loca estaba andurreando de un lado para el otro por toda la habitación.
—¿Vamos? —le señaló la puerta—, ¿o prefieres que me desnude y te haga un baile sexy?
Ingrid lo miró de forma agresiva, cogió el bolso con todo y salió de casa. Gorka risueño, se perfumó y la siguió hasta el coche.
—¿Abres tú la puerta corredera? —le preguntó ella, después de estar unos minutos sin hablar.
—Si —le abrió el coche para que entrase y seguidamente, abrió la puerta principal de salida para así sacar el coche.
Ingrid entró al coche y se puso el cinturón, acto seguido lo hizo él. En breve, se pusieron en marcha hasta la empresa, al rato aparcaron y se adentraron al despacho de Gorka sin decir nada.
—Gorka.
—Dime —se sentó en su asiento y empezó a hacer algunos pendientes que tenía.
—¿Puedo ir? —le preguntó—, es que me estoy aburriendo.
—¿A dónde? —respondió con una cuestión sin levantar los ojos de los documentos.
—No te hagas el tonto, dónde te dije antes.
—Ah eso —dijo mientras firmaba un papel—. Sí, pero déjame antes que haga una llamada.
—Ok. ¿A quién vas a llamar?
Gorka descolgó el teléfono fijo de la oficina e hizo una llamada de suma importancia.
—En cuanto te desocupes de lo que te mandé, entra a mi despacho —dio una orden—. Si, si tranquilo puedes entrar directamente. Aquí mismo te explicaré de quien se trata, ahora te veo —asintió y colgó el aparato.
—Ahora lo sabrás —siguió con sus cosas.
—¿Otra vez con tus misterios? —resopló.
—Ajam —asintió—, puedes sentarte si quieres. No te vayas a cansar de hacer tantas cosas a la vez.
—¡Gilipollas!
—¡Cabrona! —le siguió el rollo.
—¡Asqueroso! —le gritó—. Esto cuenta como deporte, porque también cansa el insultarte.
En ese instante se abrió la puerta del despacho y entró un hombre como de unos treinta años.
—Ostias, que fuerte me reciben —pegó una carcajada que retumbó hasta los papeles que se encontraban encima de la mesa. Cerró la puerta y se quedó mirándolos.
—¡Hola! —lo saludó Gorka con la mano.
Fer le dio la mano y miró a Ingrid.
—Hola señorita, encantado —le ofreció la mano educadamente—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Vigilar a esa fiera —señaló a Ingrid—, ah y lo de asqueroso no iba por ti —se empezó a reír.
Ingrid le tendió la mano a Fer para saludarlo.
—Fiera tu tía —le dijo a Gorka—. Hola, lo mismo.
—Lo imaginé, eres un poco asqueroso —se empezó a reir de coña.
—¿Ves? No soy la única que lo piensa —se burló de Gorka descaradamente.
—Tu calla, que me tienes contento —alzó una ceja—. Bueno, os presento. Fer e Ingrid, ella es mi esposa y él mi guardaespaldas. La tienes que acompañar a comprar no sé el que para los niños.
—Futura —tosió.
—Bueno, sea lo que sea —soltó Gorka.
—De acuerdo, lo haré —le sonrió a su jefe.
—No la dejes sola ni un segundo, ni para ir al baño. ¿Ok? —le informó—. Corre riesgo de fuga.
—Qué gracioso.. ay si pudiera —se le escapó a la jovenzuela y los dos hombres se quedaron mirándola.
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