Capítulo 40: Un trasquilado a la fuerza.
Ingrid salió de la cocina y se dirigió a la habitación, entró y guardó en el bolso las llaves. Cogió un peine y maquillaje, luego se peinó y maquilló lo mejor que pudo.
Un rato después, cuando ya estaba lista tocó la puerta del baño para averiguar qué carajo hacía Gorka.
—Oye, ¿es para hoy o mañana?
—¿Qué pasa? —empezó a canturrear el señorito.
—¿Estás sordo? —le dio un golpe a la puerta—, ¿qué haces qué no sales? Deja de cantar y vamos de una vez.
—¿Pero estas lista ya?
—Claro —respondió.
—¿Y dónde te arreglaste si estoy metido aquí? —le cuestionó.
—Pues en el espejo del cuarto. Como ya estaba vestida, solo me tenía que peinar.
—Ay, verdad si tu no eres de la que tardan tres horas. ¿Sabes porqué? Pues porque ni te arreglas ni nada, vas siempre como una ñañara —se carcajeó.
—No voy a caer en tus provocaciones, así que te puedes meter conmigo todo lo que te dé la gana —se puso chulita la niña.
Quién ríe último ríe mejor, pensó Ingrid.
—Oh, que pena —salió sin hacer ruido de la ducha—. ¿Me haces un favor?
—¿Cuál?
—En la cómoda, hay un peine de púas. ¿Me lo traes? —se empezó a descojonar flojito.
—Sal y te lo doy —le ordenó.
—Entra tu, tranquila estoy vestido —le mintió.
—Va, sal tu. —suspiró—. ¿Qué te cuesta?
—¿Lo mismo que a ti? —contestó divertido.
Ingrid se mordió flojito la lengua, bajó la mirada y fue abriendo la puerta del baño lentamente. Cuando estaba a medio entornar, metió la mano con el peine para que lo cogiese y así no tener que entrar.
—Cógelo, va.
—Voy —dijo mientras tiraba de su mano hacia adentro provocando que la puerta se abriese mejor y así pudiese entrar.
—Oye, ¿qué haces? —le cuestionó confundida.
—¿Coger el peine?
—Para eso no es necesario que estires de mí y me hagas entrar —al alzar la vista se dio cuenta de que el señorito estaba totalmente desnudo. Por un acto reflejo se tapó los ojos—. Ay mi madre, yo te mato.
Gorka comenzó a reírse y le quitó el peine de la mano. Se sentó en la taza del retrete y la sentó encima de sus piernas, empezó a trasquilarla con el peine y a peinarla más elegante.
—¡Ay, suéltame! Me estás haciendo daño —se levantó nerviosa y se giró para no verlo—. Vístete ya maldita sea.
Gorka se levantó riéndose y la abrazó por detrás.
—¿Te he puesto nerviosita o feliz, pequeña? —le acarició la espalda.
—¡De ninguna manera! —respondió ofendida
Gorka le besó el cuello mientras sus manos se deslizaban sobre su torso. En ese instante Ingrid se despegó de él y le lanzó sin girarse una toalla junto a la ropa.
—No me vuelvas a peinar de esa manera —le gritó.
—¿De cuál? Si solo quería dejarte bella, mi consentida —se burló.
Él cogió la toalla, se secó y luego se vistió. Unos instantes después, se peinó y dejó el peine en el cajón, Ingrid sin decir nada salió que echaba chispas del aseo.
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