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Capítulo 34: A un paso de los niños.

A lo lejos del camino se empezó a ver una especie de mansión súper bonita y muy cuidada. Nada más aproximarse Gorka le hizo un gesto al guardia de seguridad para que le abriera la puerta de entrada. Después de tener la puerta abierta, el coche entró y tomó su parking mientras el guardia cerraba la corredera que daba a la calle.

—Ya hemos llegado —le anunció a Ingrid que seguía cruzada de brazos.

—¿Ya? Dudo que sea esto, no tiene ni nombre el orfanato ese que decías.

Ingrid miró la zona y vio una zona muy grande con juegos de niños, se confundió a la vez que se quedó más tranquila.

—No lo tiene puesto.

—¿Porqué? —le cuestionó.

—Porque sino no estarían tan protegidos como lo están. Además, gracias a eso todo está en paz.

—Mientras estén aquí.. el resto me da igual —dijo pasota—, total no me vas a dar más detalles.

Gorka paró el coche ignorándola un poquito, se bajó y le abrió la puerta. En ese instante el guardia se acercó.

—Hola don Gorka, cuánto tiempo sin verlo por aquí —le sonrió.

Ingrid se bajó y vio como le sonreía el guardia.

—Yo no sé cómo le sonríen con lo desagradable que es —dijo bajito pero suficientemente para que la oyeran.

—Hola Ricardo —tosió—. Si, he estado perdido desde que traje a mis pequeños.

—¿Desagradable él? Si es una persona de diez —se empezó a reír.

—Bueno...

—Ya me di cuenta —se dirigió a Gorka—. ¿Quién es ella?

—Mi mujer —respondió Gorka mientras cerraba el coche e hacía caso omiso al comentario de ella.

—Futura mujer —lo rectificó.

—Ay, encantado señora —le tendió la mano a Ingrid y ella se la dio.

—Encantada.

—Es preciosa Gorkita, no sé a dónde vas a por estos bombones.

Gorka se acercó a Ingrid y la cogió de la mano.

—Si tu supieras —se carcajeó.

—¿Y mis hijos? ¿Dónde están? —preguntó Ingrid.

—Dentro, en su habitación —respondió.

—¿Puede abrirme la puerta principal para ir?

—Ya te llevo yo, cariño —se ofreció Gorka.

—¿Cómo se portaron? ¿Bien? —se preocupó Gorka.

—Sí, aunque solo decían que querían ver a sus padres, sobretodo a una tal Ingrid.

—Esa soy yo —dijo orgullosa.

—Perdón, es que no sabía su nombre —se disculpó—. Yo me llamo Ricardo.

—No pasa nada —le aceptó las disculpas, lo único que quería era verlos.

—Volviendo a lo de antes, están genial. Son dos angelitos, te lo juro. Les he cogido mucho cariño —sonrió el guardia.

—Lo entiendo, son tan bonitos mis niños —Ingrid se enterneció—. Va Gorka, abre la puerta y no perdamos más tiempo.

—Por qué salieron a mi —se acercó de su mano a la puerta y la abrió con una de las llaves que guardaba en el bolsillo—. Ya puedes entrar.

Desde fuera Ricardo llamó la atención de Gorka.

—Ya me contarás y me presentarás otro bombón —le guiñó un ojo.

—¡Eso está hecho compadre! 

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