El empleado no apartaba la vista de Gorka esperando una respuesta.

—Para empezar, don Gorka, por favor. Segundo, no soy su hermano, sino su futuro marido —le cogió la mano a Ingrid.

El chicuelo la miró y luego lo volvió a mirar.

—Perdón —le dio una disculpa falsa.

—De postre le pones lo mismo que a mí, tarta de frambuesas —añadió.

El camarero lo anotó sin rechistar, puesto que una queja de él le podía costar el trabajo.

—Y quiero, merluza rebozada con salsa de roquefort a las finas hierbas. De beber, agua también —terminó de pedir.

El sirviente terminó de anotar y cogió la carta.

—Ah y una última cosa —pronunció Gorka arrebatándole el papel a Ingrid dónde estaban los datos de él—. Que sea la última vez que le das algo así con mi mujer y menos coqueteas con ella delante de mis narices. Te juro que si se repite, hago que te arruinen la vida.

Ingrid intentó intervenir pero Gorka con tono severo no la dejó. Con un gesto brusco le ordenó al descarado que se marchase.

—¿Se puede saber qué demonios haces? No tienes derecho a tratarlo así —lo defendió.

—Y encima tienes el descaro de defenderlo, esto es para alucinar. Yo lo trato como quiero y da gracias, que no me he quejado ni te he hecho levantarte de esa maldita silla para irnos de aquí —dijo furioso.

—Lo has amenazado, te estás comportando como un verdadero imbécil. Además.. yo hago lo que quiero.

—Y yo amenazo a quién me sale de los huevos. Frente a todos eres mi mujer, así que a ver si lo vas asimilando ya —le reprochó.

—En la empresa, fuera de ella no —se quejó.

—Fuera y dentro, querida —dijo seguro de sus palabras.

—No te atrevas a hacerle nada a él, no tiene culpa de nada.

—Y tu no te atrevas a volverlo a defender ni a ligar delante de mí, pero ni detrás. ¿Ok? Además, tengo el suficiente poder para hacer lo que yo quiera. Mientras no se meta con lo que es mío, no correrá peligro. Si lo hace..me va a conocer —se detuvo un segundo—. Ah, y en vez de llamarlas putas, piensa si tu también vas a resultar una de ellas.