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(No se olviden de dejarme un comentario, son un cariño al alma
y me están haciendo falta :c)


El chirriar de las chicharras posadas sobre árboles de vereda, ambientó la mañana veraniega cordobesa. Un gato se agazapó por uno de los tantos jardines de la cuadra y, con una habilidad impecable, saltó sobre su presa. Aunque la pobre lorita llegó a huir en el último segundo, dejando a un minino frustrado moviendo su cola. Al otro lado, un perro ladró a un distraído transeúnte que arrastraba un carrito de compras, el cual cayó sobre las baldosas grises debido al sobresalto. Insultó al animal, a los dueños y a los tomates dispersos por el suelo.

¡Señora! ¡El sodero! Exclamó alguien desde la vereda de su casa con una exagerada voz profunda. Aimar se quitó los auriculares de su walkman alertado por los ladridos de sus perros. Buscame los sifones, mi vida. Le pidió su madre desde la cocina. Su expresión tranquila y adormilada por una mañana calurosa de enero, se transformó en una ansiosa y casi asustada. ¿Lionel estaba en la puerta de su casa? Desde aquel sábado donde las hormonas lo traicionaron y dejó un beso mal interpretable sobre su mejilla, no se volvieron a cruzar. Pablo había evitado salir de su casa por cualquier medio. Había preferido ser albañil sin paga que trolo expuesto.

Acá están, . Informó a su madre dejando el cajón sobre la mesa del comedor diario, la cual presumía un mantel de goma de motivos frutales. Hijo, ¿no me ves haciendo algo? Cuestionó irónicamente señalando con ojos muy abiertos y cejas levantadas las cebollas que se encontraba picando para preparar unas empanadas de carne para el mediodía. Pero, . Trató de quejarse en vano haciendo un pequeño berrinche con sus gestos. Pasó ambas por la cara y luego resopló su pequeño flequillo ondulado en un infantil puchero cargado de una terrible frustración. Dale, agarra la plata y dejate de hacer el pelotudo. Lo regañó su madre preocupada por hacer esperar demasiado al hijo del sodero.

Resignado, Aimar tomó los sifones y, casi arrastrando los pies, caminó hasta el exterior de su hogar. Donde encontró a un Lionel Scaloni de musculosa negra bajo un ardiente sol cordobés. Su piel bronceada brillaba por las pequeñas gotitas de sudor que corrían por los músculos de su antebrazo. Sonriente, lo ayudó a abrir la puerta de la reja y le recibió el cajón de sifones para meterlo en la camioneta. Y cómo estuviste esta semana. Le preguntó Lionel rompiendo el silencio incómodo, aunque parecía ser Pablo el único que lo percibía de aquella manera. Bien, tenía que ayudar con los arreglos de la casa. Respondió raspando con la uña de su dedo pulgar la pintura descascarada de la reja.

—Che, y qué te parece si hoy... —trató Líonel de invitarlo a salir nuevamente, pero la voz de Riquelme lo interrumpió desde la camioneta.

—¡Hola! ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tenes? ¿Te gustan los fichines? —inquirió el morocho con gran energía—. No pude hablar con vos el sábado, las minas no te dejaban en paz —agregó con una sonrisa pícara.

—Hola... —saludó entre tímido y desanimado— Me llamó Pablo, y tengo diecisiete años.

—¿Diecisiete? Pensé que tenías como quince —comentó Lío bastante confundido. Aimar no acotó nada, simplemente se limitó a exponer su peor cara de desprecio, no soportaba cuando lo veían como a un niño tan solo por rostro juvenil o su cuerpo particularmente delgado. Aunque Scaloni hubiera dicho que había sido más por su altura que todo lo anterior mencionado.

—Cuando baje el sol vamos a jugar al fútbol con los pibes en la plaza de acá no más, venite así los conoces —finalmente lo invitó Riquelme antes que Lionel, este disimuló su descontento.

—Bueno... —susurró casi por obligación. Miró una vez más al alto y luego extendió su mano con el dinero para el nuevo cajón de sifones que tenía que dejar en su casa. Cada facción de su cara pedía disimuladamente algún comentario o invitación extra del santafecino, pero éste no captó el mensaje subliminal y tan solo dejó el cajón con los nuevos sifones de soda y el vuelto sobre uno ellos.

Nos vemos, dijo antes de subirse nuevamente en la chata para continuar con su recorrido. Aimar sintió como el corazón se le había quedado en una mano esperando por algo que no sabía muy bien qué era, ni por qué lo quería. Otra vez la disyuntiva entre no saber qué era peor: ser homosexual o ser algún tipo de oso cariñoso suelto por la ciudad.

***

Lionel Scaloni rezongó al volante de su camioneta, metió tercera y en el movimiento en "L", aprovechó para golpear "sin querer" la pierna de su compañero de reparto, quien instantáneamente se quejó sobando su rodilla. "Y bueno, correte, pelotudo", le dijo conteniendo una sonrisita burlona que habría delatado sus malas intenciones. Riquelme amagó devolverle el favor, pero decidió ignorarlo y prenderse otro pucho. Su cabeza había vuelto a proyectar el rostro de ese pibe nuevo del tres ochenta y dos. "Parece casi una mina", pensó al recordar ese lunar tan bien ubicado justo en su mejilla izquierda, tan cerca de una boca de labios finos y húmedos.

El santafecino llegó a percibir que su compañero estaba distraído con algo, pero no le interesaba indagar en el asunto cuando su cabeza gritaba Pablo Aimar por todas partes. Aún sentía el calor de aquel beso repentino que el menor había dejado sobre su mejilla derecha. Aunque suponía que había sido un mero impulso a causa del alcohol presente en su torrente sanguíneo, pero que aún así lo había dejado dando vueltas por su cama, escuchando algunas baladas de Sergio Denis y una que otra de cumbia santafecina. Sin embargo, al día siguiente las palabras de Sorín lo habían perseguido como filosas puntas de flechas que se clavaban en el centro de su pecho.

La mañana laboral se le hizo excesivamente lenta. Volvió a su hogar con un tortuoso dolor de cabeza. Buscó en uno de los cajones del mueble de comedor algún analgésico para ello, pero tan solo halló una tira de mejoralitos. Miró hacia ambos lados y al confirmar que no había nadie cerca de él, se guardó las pastillas en el bolsillo de su bermuda y, disimuladamente, se fue a su cuarto para encerrarse allí y disfrutar de aquel medicamento de un inigualable sabor a frutilla.

Naturalmente, el dolor de cabeza cedió, pero en su lugar, un pesado sueño se hizo con su cuerpo hasta quedar completamente inmovilizado con su boca abierta, desbordándose desde el lado derecho de ésta, un espeso hilo de saliva que iba humedeciendo su rostro y almohada. Ni siquiera los ruidos de su hermana jugando con el gato al otro lado de la puerta lograron despertarlo. La posición del sol iba mutando, y las horas del día se perdían en un constante tic tac del reloj despertador junto a su cama.

***

Su padre, que recién llegaba del trabajo, puso una pava en el fuego y se sentó a la mesa con una de esas guías telefónicas que pesaban lo suficiente para sostener una puerta en medio de un huracán. Qué buscas, viejo, preguntó al hombre que con unos lentes al borde del dorso de su nariz trataba de leer aquellas pequeñas letras negras sobre amarillas páginas. No veo un pomo, pero quiero encontrar el número de algún plomero o persona que pueda hacer varios arreglitos que faltan en la casa. Vos sos medio boludo así que no te los encargo. Respondió con demasiada sinceridad. Gracias, . Arrojó Pablito llenándose la boca con una gallinita rellena que le había traído su vieja del quiosco de la esquina, para no decir otra cosa.

Elevó la mirada y encontró que el reloj de pared marcaba las cinco y cuarto de la tarde. Apurado, se levantó de su silla y buscó en la heladera una caja de leche; luego un tarro de plástico con tapa en la alacena en donde guardaban el cacao. Con ambos ingredientes se preparó una chocolatada fría y robó del bajo mesada un paquete de galletas surtidas. Su padre preguntó por lo que estaba haciendo y simplemente contestó que planeaba merendar en su cuarto antes de irse a jugar a la pelota con los pibes. Pero la respuesta había hecho surgir un nuevo interrogante en la cabeza de su progenitor: —¿y por qué tiene que ser en tu pieza? ¿Por qué no te quedas acá mientras me tomo unos mates? Vas a ser un enchastre en el escritorio—.

Pablo levantó sus párpados lo máximo que podía, y luego parpadeó repetidas veces pensando en alguna justificación lo suficientemente convincente para su padre. "Deja de hinchar, viejo. Deja que el nene tome su merienda donde quiera", enunció su madre para su salvación. Sonrió aliviado y su vieja le guiñó el ojo izquierdo antes de que desapareciera en el interior de su cuarto. Al estar allí, velozmente dejó las cosas sobre la mesa de luz y tomó el control del televisor para sintonizar una de sus programas favoritos que estaba a punto de empezar.

"Perdona si no puedo ser sincera
Solo en mis sueños te lo confieso..."

Repitió Aimar casi en susurró la canción de apertura de la serie, específicamente del anime de chicas mágicas del que había quedado "vergonzosamente" enganchado hacía varios meses. Al terminar la canción, tomó un trago de su leche chocolatada y pasó la punta de su lengua por el bigote de leche que había quedado sobre sus labios. Luego volvió su atención al pequeño televisor de color de veinte pulgadas. Se sorprendió al notar que uno de los personajes de su serie favorita tenía cierto parecido a una persona de su entorno. "Darien santafecino", concluyó antes de tomar un nuevo trago de su leche chocolatada.

***

Un viento proveniente del sur se levantó a eso de las siete de la tarde. Las altas temperaturas del mediodía descendieron rápidamente hasta casi motivar el uso de alguna campera o saco liviano. El murmullo de los árboles contrastó con los eufóricos gritos de los jóvenes que se hallaban jugando un muy desorganizado partido de fútbol. Aimar, quien los observaba de lejos, esbozó una pequeña sonrisa sincera. Hacía mucho que no sentía ese ambiente juvenil y enérgico de su querido Río Cuarto.

Riquelme llegó a reconocerlo desde la cancha, otra vez pensó que era demasiado lindo para ser un hombre, parecía una mina y encima debía ser la más hermosa de todo el barrio. "En qué anda pensando si tiene una sorpresita entre las piernas", se dijo a sí mismo para dejar de prestar atención a la sonrisa preciosa que tenía el riocuartense sobre sus labios. Pero con la falta de Lionel en la plaza, si no se acercaba él, se quedaría mirando desde afuera como niño que no había sido invitado a jugar.

—¡Hola! ¡Viniste! —exclamó como si no estuviera incómodo con su presencia.

—Si, tengo ganas de jugar —dijo mirando la pelota con ilusión.

—Bueno, dale, entra.

—¿Y Lío? —inquirió al dar una rápido vistazo por el parque.

—No sé, vendrá más tarde

Aimar se sintió bastante decepcionado por la ausencia de la única persona con la que se había acercado en el barrio. Aunque tal vez estuviera más triste que decepcionado, pero le costaba diferenciar sus emociones o simplemente quería evitarlo. Sin darle más vueltas al asunto, entró al partido como centrocampista, y tan solo diez minutos más tarde, ya había hecho su primer gol, en el cual el porteño había aprovechado para abrazarlo y, posteriormente, palmear uno de sus glúteos de forma amistosa, sin intenciones, en un supuesto código heterosexual.

Scaloni, que había llegado a los tropezones hasta la plaza, ya que aún se encontraba algo somnoliento por culpa de las pastillas, llegó a ver aquella atrevida acción de su compañero de trabajo. Inmediatamente se metió a la cancha, y estuvo a punto de llevarse al riocuartense lejos de allí, pero sabía que sería extraño y se prestaría a los malos chismes. Así que, en cambio, optó por ingresar al partido y tener como único objetivo a Juan Román Riquelme. 

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Nota: 

Hola, espero les haya gustado, perdón la demora. 

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