Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

[3/?]

Un velo húmedo cubrió el césped de la plaza junto al club. Los ladridos de una jauría de perros se oyeron a la distancia. El viento comenzó a soplar con una timidez excepcional y la temperatura descendió considerablemente. "Córdoba", pensó el muchacho alto de dieciocho años sentado en un banco de concreto tratando de prender un cigarrillo. En Santa Fe el verano rara vez daba tregua, y la humedad era cada vez más insoportable. Pero en aquella ciudad, hasta en el día más caluroso, la oscuridad encontraba su rol antagónico. No procuraba ser una extensión de lo anterior, sino de marcar su particularidad sin siquiera reparar en aquellos individuos que se lamentarían por salir sin abrigo.

¿Cómo ser la noche? ¿Cómo ignorar las consecuencias de expresar su particularidad?

El pecho se le oprimió, otra vez esa horrible sensación de estar cayendo en el fondo de un pileta olímpica, donde sus brazos inútilmente luchaban por llegar a la superficie. "Como si finalmente supieras del engaño y en el fondo también vieras la cubierta del cielo", parafraseo entre murmullos el final de ese poema esloveno que alguna vez escuchó recitar a un profesor de Literatura a sus dieciséis años. ¿Qué mierda significa eso? Se preguntó en voz alta exhalando el humo de su cigarrillo.

—¿Qué cosa? —inquirió Pablo sentándose a su lado con un plato de sanguches de miga y otro de papitas saladas.

—Nada, un poema de un país que no sé ni dónde queda —respondió tomando el plato de papitas saladas—. Che, ¿y Riquelme te dejó llevarte todo esto? —le cuestionó antes de llevarse unas frituras a la boca.

—Qué sé yo, él estaba distraído y me los afané —contestó tomando el único sanguche de verdura del platito de plástico rojo, el cual dejó entre medio de ellos dos sobre el banco en el que se encontraban sentados.

Scaloni apagó su cigarrillo y continúo llevando aquellas crocantes papitas a su boca. Aimar le demandó que dejara algunas para él también, pero Lio le reclamó por comerse el único sanguchito de verduras. Angurriento, le dijo tratando de quitarle un pedazo del sanguche, pero Pablo se resistió porque no había nada que pudiera gustarle más que los sanguches de miga de jamón, queso, tomate, lechuga y huevo duro. Pero, a tal negativa, Lio tomó la pequeña fuente transparente de plástico llena de papitas saladas y se fue corriendo hacia las hamacas del parque que se encontraban enmarcadas por un extravagante triángulo de concreto.

—¡No, dame las papitas! —exclamó un Aimar con el ceño fruncido llevando consigo el plato de sanguches de miga—. Acá tenes estos de jamón y queso, no seas caprichoso, había uno solo de verdura —le dijo con sus labios abultados en mohín infantil que casi hace atragantar a Scaloni con las frituras.

—¡Bueno, toma! —gritó casi como un desahogo—. Te la perdono esta vez porque sos nuevo en el barrio —agregó derrotado, acercándo la fuente de papitas hacia su cuerpo cuando se sentó en la hamaca contigua.

Scaloni tomó uno de los sanguches de miga de jamón y queso y comenzó a comerlo a pequeños pedazos que tomaba con su diestra mientras mecía levemente su columpio amarillo. Aimar negó con su cabeza aún irritado por la pequeña pelea con Lionel, pero con llevarse un puñado de papitas saladas a la boca y morfar otro sanguchito de miga, ya volvía a encontrarse de buen humor. Una pequeña sonrisa asaltó sus labios y clavó su mirada en su acompañante que frunció el ceño al sentirse observado.

—¿Qué te pasa?—inquirió antes de comer las últimas papitas que quedan en el pequeño recipiente descartable transparente—. ¿Por qué me miras tanto? —agregó con la boca llena.

—Traga antes de hablar —lo regañó arrugando la punta de su nariz—. Me acordé que hace un rato hablabas de un poema. ¿Te acordas de cómo empezaba? —preguntó curioso apoyando su cabeza sobre su diestra que sostenía de la cadena del columpio. Scaloni terminó de masticar sus frituras y relamió sus pares cubiertos de sal para ofrecerles algo de humedad.

—No me acuerdo mucho, pero decía algo como "Esa música ruidosa tiene muchas variaciones. Paralelamente describe a un extranjero sobre calientes platos de hormigón y la crueldad inconsciente de los niños" —recitó con una voz levemente cargada de melancolía. "La crueldad inconsciente de los niños" repitió en su cabeza.

"Vos... no deberías ser así, por tu bien y por el de tu familia".

—¿Y qué mierda significa eso? Creo que entiendo más las canciones de Los Smiths que esa cosa —manifestó Pablo con una expresión de desagrado que hizo sonreír a Lionel.

—Es que te falta lectura, sos un ignorante. No como yo, que soy todo un conocedor de la literatura internacional —decía Scaloni con aires soberbios que le recordaban Aimar por qué le había caído tan mal desde un principio.

—Andate a la mierda, pelotudo —espetó con bronca levantándose de la hamaca para subirse al pasamanos.

—Dale, no te calentés así, era una joda, boludo —se justificó siguiéndolo por detrás. Aimar no le dirigió la mirada y se aferró al primer caño del juego de parque con la intención de cruzarlo—. Sos caletón, eh. Tu vieja es tan linda, tan alegre y le salió un pibe cara de culo, eh —agregó Lionel con la única intención de echar más leña al fuego. El entrecejo fruncido de Pablito era desgraciadamente tan lindo como su sonrisa angelical. Era como tener a un ser celestial e infernal en un mismo cuerpo.

—¿Así haces amigos vos? —cuestionó antes de concentrarse en atravesar el pasamanos por mera distracción.

Scaloni volvió a copiar sus acciones y también se colgó de los fierros pintados de color rojo. Aunque al ser bastante más alto que Pablo tuvo que cruzar sus piernas en el aire para no tocar el suelo. Aimar notó aquello y decidió rápidamente soltarse para luego saltar y agarrar al mayor de los hombros hasta hacerlo caer por el propio peso de ambos cuerpos.

Culiado, murmuró Lionel sobre la tierra sobando su parte trasera, la cual había recibido todo el impacto de la caída. Te cabe por gil, le dijo Pablo regocijándose en su travesura. Al mayor no le quedó otra que suspirar y levantarse por su cuenta, no podía quejarse, él lo había provocado.

—¿Ahora te puedo hacer una pregunta yo? —inquirió sacudiendo la tierra de sus vaqueros oscuros—. ¿Por qué te fuiste de la fiesta? ¿No te cayeron bien las pibas de la zona? —arrojó finalmente para apaciguar aquella duda que había estado ocultando debajo de su lengua desde que Pablo había llegado a su lado con los sanguchitos de miga y las papitas saladas.

—Me parecieron copadas, pero no estoy interesado por ahora —respondió yendo nuevamente hacia el banco en el que habían estado sentados al principio—. Bah, qué sé yo, simplemente me sentí un poco fuera de lugar, todavía extraño Río Cuarto —confesó sin verlo a los ojos—. Además vos te habías ido y me sentí re solo, sos al único que conozco.

—Pero justamente tenías que aprovechar para conocer a más pibes del barrio —lo interrumpió algo sorprendido, aunque también se sentía algo conmovido por el apego de Pablo en lo poco que se conocían.

—Me estás presionando demasiado —rebatió Aimar con una sonrisa divertida que relajó el cuerpo de Lionel, incluso llegó a sentir una pequeña descarga eléctrica en su estómago, además de un cosquilleo placentero en su columna vertebral. Por más que se repitiera una y otra vez que ese tipo de cosas no las debía sentir por otro chico, su cuerpo simplemente no estaba de acuerdo con su razonamiento consciente.

Una lechuza ululó en una de las ramas más altas sobre sus coronas, luciérnagas bailaron enfrente de sus ojos y un perro hundió su hocico en un pozo junto a la acera para atrapar a un sapo que había quedado atrapado allí. Espesas nubes oscuras obstaculizaron la presencia del astro lunar, y las luces artificiales del parque parecieron hacerse más brillantes hasta iluminar el rostro de aquellos noctámbulos de barrio.

Otra sonrisa apareció entre ellos, aunque esta vez dibujada sobre los labios de Lionel, quien distraído observaba al escarabajo pelotero ir en busca de alimento para sus larvas. Pablo alzó su mirada y al encontrarse con esa mueca sincera del mayor, y no esa típica cargada de coquetería que había conocido hasta ahora, algo extraño sucedió dentro de él. Un sentimiento indescriptible se inyectó en su cerebro, unas ganas por abrazarlo e incluso depositar un beso en una de sus mejillas estaban invadiendo cada uno de sus nervios. El asco se dibujó por todo su rostro de tan solo pensar en ser tan mimoso. ¿Mimoso? ¿Quería ser mimoso con un pibe? ¿Quería ser mimoso?

Pablo estaba confundido, no sabía cuál era peor: ser trolo o ser mimoso.

—¿Te pasa algo, che? —inquirió Lionel sin hacer desaparecer esa expresión que estaba saturando su mente de pensamientos que nunca antes se habían paseado por su conciencia. ¡Tenía que detenerse! ¡No podía seguir sonriendo de esa manera tan amable, tan infantil y tan perfecta!

—¡Basta! —gritó antes de golpearlo en la cabeza.

La sosegada noche había sido interrumpida por los improperios de un muchacho santafecino en medio del parque principal de la zona. Varios perros de la cuadra ladraron casi a modo de coro, y algunos vecinos prendieron las luces de sus recámaras dispuestos a curiosear por sus ventanas lo que sucedía más allá de sus veredas.

—¿Por qué me pegaste, pelotudo? —cuestionó Scaloni sobándose la parte de atrás de su cabeza. Aimar había arremetido contra ella a mano abierta, pero con gran velocidad y excesiva fuerza—. ¡Estás re loco, culiado!

Pablo no respondió, su cuerpo había actuado por sí solo, un arranque repentino de violencia. Aunque fue su culpa, pensó apretando sus labios mientras no dejaba de mirarlo fijamente a los ojos como buscando comenzar algún tipo de pleito entre ellos. Pero Scaloni no se prestó para su juego, simplemente estiró su mano y apretó la punta de la pequeña y respingada nariz del menor. Sos un pelotudo importante, comentó antes de levantarse del banco para tratar de prender un cigarrillo.

—¡Ni se te ocurra prender esa mierda!—chilló Aimar poniendo a prueba la paciencia de Lionel—. Después voy a llegar a mi casa con olor a humo y mi vieja me va a cagar a pedos! —agregó de brazos cruzados sin siquiera voltear a verlo. Se estaba esforzando por ocultar una mueca de satisfacción que deseaba apoderarse de sus facciones al haber borrado esa expresión tan molesta del rostro ajeno.

—¡Ay, por favor! ¿Cómo te banca tu vieja? —espetó tirando toda la caja de cigarrillos al pozo donde el sapo seguía atrapado—. Vamos, te llevo a tu casa, no te soporto más —agregó dándole la espalda a Pablo para salir de la tierra y subir a la vereda que costeaba el parque.

Aimar le sacó la lengua como un chiquillo de primaria y se levantó de su lugar. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y con un puchero altanero sobre sus labios, siguió al mayor devuelta a su hogar.

En la vuelta no hablaron tanto como en la ida, tal vez sería porque todo estaba demasiado callado como para pasar inadvertidos; o sería tal vez que continuaban molestos por esas breves peleas que habían tenido en la plaza. Aunque ninguna de esas dos opciones era la correcta en Aimar, quien en realidad se había aferrado a un breve voto de silencio con la esperanza de controlar su cuerpo. El cual se hallaba especialmente sensible en aquella noche, la más leve brisa le producía cosquillas. Sus mejillas ardían, y sus labios pedían a gritos por abandonar ese tonto puchero soberbio, por una de sus más refrescantes sonrisas contagiosas.

Pero lo que más le preocupaba, eran sus terribles ganas de abrazar a Lionel o de tomar su mano aunque fuera por unas milésimas de segundos. ¡Nunca le había gustado una persona de ese modo! Todo aquello era demasiado nuevo para él, y era confuso, y molesto, y también muy lindo. Pero molesto, muy molesto. ¡Quiero golpearlo! Pensó cuando llegaron a la puerta de su casa. Si lo golpeaba ahora su madre se enteraría naturalmente y tendría serios problemas. Pero necesitaba hacer algo o sus nervios iban a estallar.

—¿Y? ¿La pasaste bien aunque estuviste la mitad del tiempo conmigo? —preguntó Lionel agarrando sus manos por detrás de sus espalda.

Pablo asintió levemente con su cabeza, no dejaba de mirar las baldosas rotas de su vereda. No debió tomar ese vaso de vodka con jugo que le ofrecieron las chicas, debía ser aquello lo que estaba desequilibrando todos sus pensamientos y todos sus sentimientos. Si, tenía que ser, no podía ser la imagen insistente de esa sonrisa distraída del hijo del sodero.

—Bueno, qué te pasa, decime algo, ¿no? —insistió Scaloni un poco más ansioso.

—Basta... —murmuró Pablo.

Lionel llegó a escucharlo, dio unos dos pasos hacia atrás temiendo ser nuevamente golpeado. Pero esta vez no fue así, sino todo lo contrario, había recibido un fugaz beso en su mejilla derecha a modo de despedida. Aimar había tenido que pararse sobre las puntas de sus pies, y sostenerse del antebrazo del mayor para llegar hasta su rostro.

Antes de que Lionel pudiera decir algo, Pablo desapareció tras las rejas negras del tres ochenta y dos y, sin mirar hacia atrás, se metió en su casa, corrió hasta su habitación y se tiró sobre su cama para gritar en su almohada.

_____________________________

Nota:

¡Perdón por tardarme un poco más de la cuenta esta semana! Espero que el capítulo compense la espera. ¡Muchas gracias por sus comentarios y votos! 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro