DOS
George Harrison era mi Beatle favorito y era un imbécil.
Pensé que la primera vez que me había visto en el armario de las escobas me reconocería. Pero no lo hizo ni en el último momento en que nos vimos, supongo que era porque la última vez que estuve en Liverpool yo tenía apenas 12 años.
Lo que no podía creer era que después de que lo ayudara a salir del hotel sin ser visto por ninguna fan, él habló con John así sobre mi. Si, admito que no era la persona más expresiva del mundo pero es que acaso él no se había dado cuenta que incluso él era conocido como "él Beatle callado" y eso era considerado un atributo, pero yo era la insípida.
Creí que tendría un lindo recuerdo por haber hablado con George Harrison, mi Beatle favorito, pero resultó que de cierta forma me deprimió un poco. No debía volver a verlo en toda la noche, o si no, le lanzaría un vaso de whiskey en la cara, y no me refería al líquido, sino al vaso en si.
Claro, actúe como si nada pasó cuando me dispuse a saludar a Romy, mi vieja amiga. No podía arruinarle su noche con mi tristeza.
–¡Feliz cumpleaños!– Sonreí ligeramente abrazándola.
–¡Jo!– Dejó de hablar con el grupo de personas con las que conversaba y se acercó a corresponderme el abrazo.– No puedo creer que hayas venido.
–No me perdería tu cumpleaños por nada.– Nos separamos para actualizarnos después de no habernos visto durante casi un año.
–¿Qué tal tu independencia? ¿No has vuelto a ver a tu padre?– preguntó con su característico acento francés.
–Para nada. Pero esto de dejar de ser una niña rica me está matando.– le confesé cansada. Hace pocos, casi una semana, tuve que abandonar la pensión en la que vivía y me había ocultado en el hotel en el que trabajaba de mucama. Al parecer, vivir a escondidas en un hotel de lujo no era tan glamoroso como lo imaginaba.– Pero cuéntame sobre ti y la película que harás. ¿Cómo está tu mamá?
–Ella te extraña como siempre.– Ambas reímos.– Voy a hacer esta película, Good Neighbor Sam, en parte me ayuda a distraerme. Ya sabes, dolió un poco terminar con Alain, pero supongo que lo estoy superando.– Se encogió de hombros.
–Era un idiota.
–Nunca lo conociste.– Se burló. Si bien, ella tenía razón, sabía que el chico era demasiado guapo, y yo opinaba que eso era sinónimo de demasiado idiota.
–No importa. Para mi todos son idiotas, ninguno te merece, Romy.
–Por favor, Jo. Debes entender que no todos son como Alexander.
–No me recuerdes al mayor idiota de todos.– me quejé rodando los ojos recordando a mi ex novio.
–¿Y ahora odias a los hombres por su culpa?
–No, por supuesto que no. Pero descubrí algo:– me acerqué a ella como si le contara un secreto.– Las relaciones largas estropean la felicidad. Por eso el matrimonio, diferente a lo que te enseñaron tus padres, en realidad es una cárcel.
Me miró impresionada un segundo–Jo, estás demente.– y como si nada empezó a reírse en mi cara. La miré mal.– Por favor, Jo, no estés molesta conmigo.
Suspiré profundo antes de responder.– Tú sabes que nunca podría enojarme contigo.
–Ven– me acercó a la barra.– Es una fiesta. Toma algo y deja que alguien te saque a bailar.
Unas chicas se acercaron a Romy, no cualquier tipo de chicas, eran famosas, las había visto en televisión o en el cine.–Romy, tienes que ver quien vino.
Ella me regresó a ver casi pidiendo permiso. ¿Permiso? Ya cumplía 26 años e incluso era mayor que yo, ya estaba un poco grande para pedir permiso. Aún así respondí:– Está bien, ve con ellas.
Me arrimé en la barra y decidí que para pasar el tiempo sería buena idea encender un cigarrillo. No podía creer que trabajaba más para conseguir comida y cigarrillos en vez de un hogar. Tal vez debía gastar menos en cigarrillos y tener más dinero, pero aquello solo aumentaba mis ansias que solo podía apaciguar con cigarrillos, y el ciclo seguía así.
–Señorita, no puede fumar aquí.– Regresé a ver al barman con el ceño fruncido.
–¿Disculpa?
–La barra y la pista del baile son áreas libres de humo.
–¿Qué clase de lugar es este?– pregunté un tanto molesta, mi niña mimada saliendo de mi interior.
–Lo siento, señorita. Solo sigo las órdenes de mis supervisores.– Respondió poniéndose nervioso. Esa frase me devolvió la poca humildad que tenía. Ahora que trabajaba de mucama sabía lo que eran los clientes difíciles, y no quería ser uno de esos horribles seres.
–Está bien, lo siento. ¿Dónde puedo fumar?– respondí de mala gana, después de haber sido reprendida por mi propia conciencia.
El chico apuntó a una puerta cerca de la salida de donde venía mucho humo. Me dirigí, encontrándome con algunas personas con atuendos elegantes fumando. La mayoría conversaba entre sí. Me senté en uno de los sofás verde oliva a tratar de fumar mi cigarrillo en paz, pero al parecer el universo conspiraba incluso contra mi tranquilidad.
–¿A ti también te exilió hasta aquí el barman?
Escuché la frase de alguien que acababa de sentarse al lado mío. Suspiré pidiendo fuerzas para tolerar lo que restaba de la noche. Me giré y me encontré con Paul McCartney.
Dos Beatles en una noche, debe significar suerte o algo por el estilo.
–De hecho sólo quería sentarme en estos bonitos sillones, y el requisito de entrada era fumar así que...– dejé las palabras en aire levantando mis hombros.
Soltó un risa con el cigarrillo entre sus labios. Le dio un calada y no murmuró más. Imité su silencio tratando de no hacer contacto visual con él, pero desistí al sentir su mirada en mi.– Yo te conozco.
–Y yo a ti.
–¿En serio?
–Bueno, creo que todo el mundo te conoce, Paul McCartney.– susurré lo último en el caso de que, al igual que George, estuviera evitando ser reconocido.
–¿Y tú no eres famosa?
–Lamentablemente mi lista de fans se reduce a nada.
–¿Entonces en dónde te he visto?– Preguntó riéndose por mi respuesta. Era una reacción extraña, porque no a todos les agradaba que respondiera con frases rebuscadas en lugar de "si", o "no".– ¿Cómo te llamas?
Sonreí brevemente. Al menos él me reconoció.– Josephine, Josephine Dempsie.
Le tomó un momento pero por fin abrió los ojos y exclamó:– Dempsie... Claro. Tú vivías en Liverpool hace algunos años. Tú papá tenía ese lindo Corvette rojo.
En ese momento no pude evitar sonreír. Aquel pedazo de chatarra al que mi padre siempre le demostró más amor que a su familia, por fin me había sido de ayuda.
–Si, esa soy yo.
–¿Y por qué te mudaste tan rápido? Creo que apenas te vi en la iglesia por un mes.
–Cierto, tú eras el niño de la fila delantera del coro de la iglesia.– La imagen del coro hace tantos años volvió a mi mente, era extraño pensar que me volvería a reencontrar con algún niño del coro cuando en ese entonces me parecían graciosos.– Bueno, no era algo nuevo para mi. Mi papá es comerciante y nos mudábamos muy seguido.
–Una lastima. Podríamos haber coincidido alguna vez si te hubieras quedado más tiempo.– Fruncí el ceño por su comentario. Pensaría que estaba intentando coquetear conmigo.
No era extraña a intentos de coqueteos, pero me parecía increíble que viniera de Paul McCartney. Si bien, George era mi Beatle favorito, sabía que Paul era probablemente mi segundo favorito. Tenía lindos ojos, los cuales combinaban con el resto de su cara, y, adicionalmente, era amable conmigo. Los medios no mentían, él era el "Beatle simpático".
Aquella noche fue increíble. Hablamos durante toda la fiesta, incluso cuando bailamos hasta el cansancio, y salimos a la mitad de la fiesta a caminar por la ciudad. Por alguna razón, escuchaba mis controvertidas ideas sobre la sociedad y la religión.
Paul era gracioso y agradable. También era caballeroso. Cuando pasamos por el parque Cavendish, arrancó algunas flores del césped y me las regaló. Y no pudo evitarlo, pero incluso en la solitaria calle empezó a cantar Try me de James Brown, si, a la mitad de la calle tan solo para hacerme bailar una vez más. Rodando los ojos le pedí que se detuviera, aún cuando en el fondo lo disfruté.
–¿Entonces qué quieres hacer?
–¿Volver al Langham?– respondí con sinceridad.– Tengo frió.
–¿Tú también te hospedas ahí?
–Algo así. Trabajo ahí y actualmente vivo ahí, pero a escondidas.– traté de resumir.
Meneó la cabeza riendo.–Eres una caja de sorpresas, Josephine.– bufé divertida ante la idea que tenía de mi.– Déjame adivinar, duermes en... la suite principal y trabajas... atendiendo las quejas de los clientes.
–Por supuesto que no.– Negué con mi cabeza riendo. Nos seguimos en caminando hacia el hotel con las manos en los bolsillos.– Es tierno que pienses tan bien de mi. Pero la verdad, vivo en un armario de escobas. Espero que pronto consiga un lugar de verdad.– Bufé molesta conmigo misma. Si, Paul era un encanto pero no debía contarle sobre mi poca digna situación.
–¿En un armario de escobas?– preguntó curioso. Era mi oportunidad de negarlo todo. Pero mi silencio delató mi verdadera situación.– Entonces ven a mi cuarto.
–¿Disculpa?– le pregunté claramente ofendida. Si, me gustaban los Beatles, pero no era como las niñas de 13 años que estaban dispuestas a vender mi alma para poder acostarse con Paul, o cualquiera de los otros.
–No, no me refiero a eso. Quiero decir. Mi habitación tiene dos camas.
–¿Y no la compartes con uno de tus amigos?
–John estará bien.
Y eso fue suficiente para que me convenciera para ir a su habitación y accidentalmente nos emborracháramos con la botella de whiskey del mini bar que había en la habitación. También, había influido mi añoranza a una cama de verdad.
–¿Puedes creerlo?– Exclamó con voz entre somnolienta y ebria.– Viajé y... y voy a viajar a muchos lugar que en la vida pensé que iría. Y tuve la suerte de coincidir en la misma fiesta que tú.– En ese momento besó mi mano con delicadeza y una risa tonta se escapó de mis labios.
–Está bien. Tal vez, volveremos a coincidir en alguna otra fiesta si vuelves a Londres. Tu vive mi sueño de viajar por el mundo.
–No, no, no lo entiendes, Jo.– dijo hundiendo su cara en su almohada. Reí suavemente apoyando mi cabeza sobre mi mano. Paul me había prestado una de sus pijamas, la cual me quedaba un tanto holgada, pero era mucho más cómoda que mi vestido. Ahora, yo me encontraba cómoda bajo las cobijas de la cama de John y seguía hablando con Paul y nos turnábamos para tomar sorbos de la botella de whiskey.– Te voy a extrañar mucho. Eres la persona más extraña y... y hermosa que conozco. Sería genial poder meterte en mi bolsillo y llevarte a conocer todos los lugares.
–Eso sería asombroso. ¿Pero qué harías si me caigo de tu bolsillo y me pierdo?– reí ante mi propio comentario. Dejé la botella en la mesa de noche al darme cuenta que probablemente ya había tomado demasiado.
–No pasaría, te cuidaría... en todos lados.– Me miró serio y se acercó a mi cama.– Déjame entrar, hace frío.
–Está bien. Pero manos donde pueda verlas, o te patearé de la cama.
–Lo prometo.– dijo alzando sus manos con las palmas bien abiertas. Me acomodé para hacerle espacio en la cama y abrí las cobijas para que se acostara a mi lado. Aún acostado apagó la luz y yo cerré mis ojos dispuesta a dormir. Cuando ya por fin sentía que me estaba quedando dormida, Paul me despertó.
–Josephine.– dijo mirándome con sus ojos tan bonitos. No faltó mucho para que alejara algunos cabellos de mi cara, se acercara mis labios y yo le correspondiera el beso.– Ven conmigo.
–¿A la gira?– pregunté sin poder creer lo que me pedía.– Estás loco.
–¿Por qué sería tan loco? Tú me encantas, no necesitas pedirle permiso a nadie, odias tu trabajo, y no tienes novio que me pueda pegar por robarte... ¿verdad?
–De hecho tengo ocho hijos esperándome en el armario de escobas, no puedo abandonarlos.– Ya no río, seguía con su mirada determinante a esperar una respuesta positiva de mi parte.– Si, no tengo novio.
–Ven conmigo. Te enseñaré el mundo.– Me aseguró con insistencia.
Lo medité un segundo. Tenía razón. Había huido de casa para precisamente esto, poder salir o estar con quien quisiera sin el permiso de nadie. Y el costo de esa independencia había sido alto. No podía arriesgarme a perder mi empleo.
–Buenas noches, Paul.
Ya se que no es relevante al desarrollo de la historia pero Romy Schneider y Alain Delon se veían tan preciosos y perfectos juntos.
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