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i. satán y el equipo bravo


DAÑO COLATERAL,
capitulo uno: satán y el equipo bravo!



1998, 2 años después.

          JOY DEBÍA ADMITIR QUE SE SENTÍA BIEN, no mejor, pero bien. Cuando Albert Wesker logró consolidar el equipo Alfa junto con el equipo Bravo, se formó una pequeña familia que acogió a la muchacha de cabellos negros como su nueva integrante. Joy no podía sentirse tan agradecida de aquella nueva oportunidad, a pesar de que los demonios aún seguían rondando por su cabeza. Ser una policía era algo tranquilo, pero ella necesitaba aquel descanso de los helicópteros, las minas escondidas y los gritos de los soldados. Además de todo, ella llegó a extrañar el simple hecho de volar un avión militar, pero cuando Barry le contó que en un aeródromo él guardaba su avioneta, ella no tardó en ir para volar otra vez. Joy sonrió con nostalgia, al ver que Barry también la acompañaba, Jill algunas veces se acoplaba a ellos, ya que le divertía estar en compañía de la pelinegra. Ambas observaban al expiloto como si fuese una gran figura paterna y no se equivocaban, ambas conocieron a la familia de Barry y la muchacha Williams se preguntó si podía llegar a hacer eso alguna vez.

          Ahora, no lo haría, era algo joven.

          (Además de estar lidiando con su propia mierda.)

          Jill Valentine era una persona similar y diferente a ella al mismo tiempo, Joy siempre se preguntó por qué era así; la respuesta a eso era una completa incógnita, pero aún así, ella disfrutaba muchísimo de su compañía, además de disfrutar su actitud temeraria y su curiosidad sobre sus experiencias. Además de ser demasiado pulcra en un entorno que estaba siendo usado por hombres (los cual ella decía discretamente que ninguno tenía la decencia de mantener el orden público en la oficina, a clara excepción de Albert Wesker) y ser una gran compañera de charla. Jill empezó a darse cuenta de los episodios de PTSD que sufría Joy cuando pasaron los primeros cinco meses de su estadía en la estación de Raccoon City.

          Al principio, ella simplemente veía episodios pequeños, con síntomas manejables — los cuáles ella podría haber confundido como trastornos de ansiedad, pero Jill decidió no ir por ese camino de ignorancia.

          Joy era consciente de sus episodios.

          Pero, ¿para qué alarmar a alguien?

          (De todos modos, la única persona que era consciente de ello eran Wesker y la mismísima Joy Williams.)

          El primer episodio leve ocurrió en octubre del primer año que el equipo Alfa estaba activo. Era una misión de rutina siguiendo a un ladrón por los bosques, el capitán Wesker pidió a la muchacha de cabellos oscuros que lo acompañase. La misión sería fácil, ya que ambos tenían experiencia en terrenos boscosos y Joy lo tomó como si fuese una simple (y claramente bochornosa) misión de rutina en el entrenamiento del campamento SEAL, pero, en un claro, ella vio pasar un helicóptero — el cual se detuvo en su posición junto al capitán y ella, de forma súbita, empezó a temblar. Joy permaneció quieta y completamente congelada en su lugar, recordando como el helicóptero iluminaba su cuerpo de la misma forma que ocurrió el día que la salvaron del infierno africano. Las voces de sus compañeros robaron por su cabeza y eso logró que la muchacha de cabellos oscuros cerrase los ojos con fuerza. Su respiración se volvió errática y los recuerdos de su miserable tragedia se repitieron.

          Era un sentimiento insoportable.

          Ella intentó regular su respiración de forma deliberada, haciendo un mero intento de calmar aquel momento sofocante y enfocarse en la misión. Wesker no pasó eso por alto y le pidió al helicóptero que avanzara sin ellos. El hombre de cabellos rubios mantuvo sus pies en el suelo y miró a la ex agente SEAL fijamente. Varias lágrimas salieron inadvertidas de los orbes verdes de Joy y su respiración se agitó más. Wesker pasó por aquellos episodios años atrás, y aquello, de alguna forma, lo hizo muchísimo más frío y seguro. El capitán empezó a acercarse de forma lenta, mirando fijamente a Williams y habló en voz calma y gruesa:

          —Joy, mírame. Todo está bien.

          Joy sollozó en voz baja y miró a Wesker.

          —Estás a salvo, soldado, todo está bien.

          Uno, dos pasos.

          Joy sentía que el aire abandonaba sus pulmones, pero la voz de Wesker era segura h firme contra sus oídos.

          —Respira, Joy, respira hondo.

          Joy tenía sus mejillas tan mojadas por sus lágrimas y una angustia incesante.

          Tres, cuatro pasos.

          —Williams, te he dicho que me miraras.

          Joy lo miró.

          Ambos estaban siendo rodeados por muchísimos árboles y no había nadie más que ellos dos solos. Wesker le indicó silenciosamente que regulase su respiración, en bocanadas lentas y profundas — Joy no tardó en obedecer, al menos intentándolo una vez más. Inhaló y exhaló repetidas veces, sintiendo que el aire regresaba a sus pulmones y ella agradeció en voz muy baja. Sus lágrimas empezaron a cesar de a poco, la imagen frente a ella se hizo más clara que antes y repitió las órdenes del capitán Wesker sin rechistar. Le costó unos buenos quince minutos en volver a ser consciente de su entorno y el hombre de cabellos rubios posó una mano sobre su hombro — a forma de seguridad y comodidad.

          —¿Cómo te sientes?—preguntó Albert Wesker.

          Joy soltó un suspiro—Me siento como la mierda.

          —Al menos tu sentido del humor sigue intacto—respondió el capitán alzando una ceja mientras miraba a la muchacha de cabellos castaños—. ¿Cuándo empezaste con tus episodios?—Joy alzó una ceja—. Creo que te he dicho que no me subestimes, Williams. Reconozco un episodio de Síndrome de Estrés Postraumático cuando lo veo. ¿Cuándo empezaste con tus episodios?

          Repentinamente, Joy sintió como si tuviese diez años otra vez. Como si fuese una niña que se metió en problemas.

          ¿Acaso ella tenía alguna otra opción?

          —Empezaron al mes de mi estadía inoportuna en África, después de que asesinaran a mi pelotón.

          —¿Has buscado ayuda?

          —Una niña africana, Nadia, me ayudó cuando me detuve en una ciudad en ruinas—respondió la muchacha de cabellos oscuros antes de chasquear su lengua—. Cuando me rescataron, me llevaron a una base militar en Sudáfrica y allí me trató una médica psiquiatra, pensó en medicarme con pastillas.

          —Pero eso no serviría.

          Joy sólo se limitó a asentir.

          —Cuando terminemos esta misión, te enviaré con la psicóloga del RPD, podría ayudarte—respondió Wesker antes de indicarle silenciosamente que siguieran con la tarea a mano.

          La muchacha de cabellos oscuros no se quejó ante aquel comentario y se limitó a seguir al capitán por el bosque, intentando encontrar la poca dignidad que le quedaba y el criminal que buscaban. En el camino pensó que aquella idea que dio el hombre rubio no era tan mala, después de todo, ya que la ayuda de la psicóloga era más que suficiente para seguir moviéndose en la ciudad manteniendo el orden de la pequeña sociedad que había allí.

          (Además de ayudarla a regular su respiración.)

          Jill fue consciente de un aparente segundo episodio en noviembre, a pesar de que Joy sufrió muchos más en los meses anteriores, cuando estaban de patrulla una noche de sábado — Barry decidió irse con su familia mientras que varios del equipo se habían esparcido por la ciudad y las hojas del otoño estaban empezando a caer por las calles, reflejando que el invierno se estaba acercando más y más rápido conforme pasaban los días. Joy y Jill estaban caminando por una de las calles, observando el entorno con sus propios ojos, mientras que las calles estaban algo vacías por la negrura de la noche. Las pocas personas que rondaban seguramente irían al centro, por lo que todo estaba muy tranquilo. La muchacha de cabellos oscuros miró atentamente por la avenida mientras que Jill inspeccionaba las casas con una calma imperturbable. Joy, al mirar al frente, permaneció quieta en su lugar — mirando atentamente hacia el frente.

          La avenida terminaba en un lugar oscuro.

          Como la oscuridad que Joy vio en sus días conviviendo en el desierto.

          (No le sorprendió sentir la arena dentro de sus botas.)

          —Joy—llamó Jill con curiosidad y la muchacha de cabellos largos no le respondió, así que decidió insistir—. Joy, ¿está todo bien?

          Joy no respondió.

          Ella quería responder, pero se sintió paralizada.

          Siento duda acerca de todo esto, declaró una voz en su cabeza.

          —¿Joy?

          General, dos aviones de combate se están acercando, cambio, otra voz.

          Las lágrimas no tardaron en llegar y Joy no pudo sentirse más inútil que antes. Jill se acercó lentamente a ella, a paso lento y ligero, para no asustarla o hacer que se sobresalte por un movimiento en absoluto, la muchacha de ojos azules se plantó frente a ella y observó su cara de angustia. ¿Acaso eso era lo que ocurría?¿Que Joy Williams estaba en una constante lucha para mantener a sus demonios bien hundidos en el suelo?¿Que ella peleaba para mantener su cordura? Jill Valentine había visto eso en muchísimos soldados y muchos de ellos no salían vivos de aquel limbo infernal en donde la guerra los llevaba cuando esta terminaba. Jill había visto hombres y mujeres morir por aquel estado, pero también había visto a muchos caminar con la cabeza en alto por las calles, sobreviviendo a esos horrores incesantes y ayudando a una sociedad tan rota como la misma.

          Joy podría seguir adelante.

          Valentine dio un paso más hacia adelante y chasqueó sus dedos frente a los orbes verdes de la pelinegra.

          Repentinamente, Joy volvió a Raccoon City.

          —Lo siento—dijo ella, luego de un largo y tortuoso momento de silencio.

          Jill sonrió de forma cordial y confiada—Está bien, al menos fue menos leve que los anteriores.

          —¿Anteriores...?

          Y fue como si alguien le diese una abofeteada seca contra su mejilla.

          Jill también lo sabía.

          ¿Pero cómo?¿Joy no era una persona tan precavida como ella quería?

          —Joy, puede que los otros idiotas no lo noten—replicó la muchacha de tez pálida como si fuese algo misterioso—. Pero he visto a hombres y mujeres pasar por lo que tú estás pasando—negó con la cabeza—. No me agrada verte así.

          —Wesker me envió con la psicóloga del RPD—se excusó la ex SEAL.

          —Oh, eso es bueno—Jill sonrió.

          —Pensé que no lo sabías.

          Pensé que nadie lo sabía, pensó Joy.

          —Soy muy observadora, pero supongo que eso ya lo sabías—añadió Jill codeándola ligeramente en el brazo—. Me alegra saber que estás recibiendo ayuda.

          Joy se sorprendió al ver la actitud tan positiva de la propia Jill y ella sonrió de forma cálida hacia la muchacha pálida — probablemente ambas podrían tener un buen futuro siendo amigas y Joy no se equivocó. A principios de diciembre, la joven Valentine se mudó con ella en la misma casa, al menos para tener un lugar para tener a la castaña cerca por si algo ocurría. Jill no tardó en sentir confianza hacia Joy, ya que en un principio ella se había demostrado algo distante (Joy no la culpaba, también ella era algo distante con sus compañeros al principio). Incluso algunas veces debatían en voz alta quien debía cocinar, algunas veces cocinaba Joy y otras Jill, hasta que se enteraron de que un miembro del equipo Bravo vivía a un par de cuadras, siempre iban allí al momento de la cena.

          Rebecca Chambers siempre fue un amor.

          La única médica de la unidad STARS, una joven demasiado inteligente para su propio bien, con un aroma jovial entre sus orbes claros y un cabello corto que Joy envidió por un momento. Rebecca era una muchacha algo baja pero cordial y no tardó en reconocer a las dos miembros del equipo Alfa cuando las vio caminar juntas por el barrio. Al invitarlas a comer, ellas dos se dieron cuenta del talento innato que esta poseía con la cocina (algo que Joy y Jill no eran tan buenas, pero no lo admitirían en voz alta). Un viernes por la tarde, Rebecca se dirigió a su casa para ayudarlas con la cena y algo que a Joy empezó a gustarle era el chisme de la estación.

          Nada tan malo, solo el drama de la estación podría mantenerla al margen por un rato.

          (Hasta incluso admitía que era mejor que las telenovelas de ese año.)

          —Le gustas a Forest—dijo Rebecca aquella tarde, al hacer contacto visual con Joy.

          Jill no tardó en escupir el agua.

          Joy se sonrojó mientras que Rebecca reía.

          —Diablos, no—dijo Joy horrorizada.

          Rebecca se encogió de hombros—Eso mismo fue lo que le dijo Chris cuando él se lo contó. Yo solo estaba de pasada.

          Joy no tardó en poner los ojos en blanco.

          Chris Redfield.

          Otro patán arrogante e incomprendido que Joy debía soportar. Un bastardo de metro ochenta, caucásico, cabellos castaños y ojos color marrón con un poco de verde, además de tener una puntería mejor que el resto de los cadetes, Joy se dio cuenta de que aquella pequeña rivalidad (como ellos le decían o un matrimonio joven, palabras de Jill) realmente era algo personal para Redfield. La muchacha Williams al principio no se mostró hostil con él, simplemente se limitó a la simple tarea de ignorarlo, como lo hizo con muchos chicos a lo largo de su vida (su padre no fue uno de ellos), pero con el pasar de los meses: empezó a ser algo personal.

          Joy sabía que tarde o temprano, ambos debían aprender a trabajar como equipo.

          Pero claro, ese momento no llegaba.

          (Así que ambos se limitaron a molestarse el uno al otro.)

          —Ese idiota terminará sin dientes algún día—murmuró Joy por lo bajo mientras que Jill rodaba los ojos.

          —Aquí vamos otra vez.

          Con el correr de los meses, Joy y Chris se ganaron el respeto de sus compañeros — además de la amistad, por supuesto — pero también ganaron apodos: Joy llamó a Chris por varios nombres, tanteando las aguas para poder romper aquella armonía que tanto le caracterizaba. Sin embargo, el nombre de "Tubo de Plomo" fue el mejor que se le pudo ocurrir luego de que su escopeta se trabase en un entrenamiento de rutina. Joy aún ríe cuando lo recuerda y Jill también se le une cuando ella se lo recuerda. Chris, por otro lado, empezó a llamarla "Satán", obviamente por que ella era la verdadera dueña de todo lo malo — y, por un momento, Joy sabía que se lo merecía.

          También era divertido.

          (¿Por qué no lo sería? Si ella misma vio el infierno que se desató hace meses en Irak.)

          Incluso Barry lo vio como algo divertido, a pesar de que ambos tenían sus claras diferencias y rivalidad competitiva asegurada.

          Así que aquellos dos años, a pesar de ser difíciles, Joy pudo encontrar un nuevo propósito. Y, probablemente, a un pequeño enemigo.




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          Joy sabía que algo andaba mal. La semana del 20 de julio, se habían reportado varios casos de desapariciones y de muertes muy siniestras para su propio gusto, ubicadas en el bosque donde se encontraban las montañas Arklay y el equipo STARS se puso en acción gracias a que el ayuntamiento de Raccoon pidió al RPD que fuesen a investigar. Enrico Marini fue el primero en ser enviado junto con el equipo Bravo para ver que era la cosa que provocaba tales crímenes siniestros. Joy no creía que fuesen tan leves, sin embargo, luego de ver las imágenes...ella esperó lo peor. ¿Qué estaba sucediendo?

          Cadáveres ensangrentados.

          Despedazados.

          ¿Eso era un animal o un simple demonio?

          El equipo Bravo partió sin despedirse y Joy sonrió a Rebecca una última vez antes de verla subir en un helicóptero rumbo a las montañas Arklay.

          (De paso, Chris la llamó blanda en voz baja y ella le pisó el pie con fuerza antes de retirarse.)

          Sin embargo, aquella tarde del 24 de julio, las cosas estaban demasiado inquietas. Joy bajó las escaleras vistiendo su uniforme de STARS mientras que Jill estaba cerrando la bolsa de la basura. La muchacha de cabellos castaños se había hecho un corte hace tiempo y a Joy le gustaba como Jill podía hacer cosas sin que nadie le dijese nada — eso no significaba que la muchacha de cabellos oscuros no podía. Pero le quedaba bien y Joy era demasiado exigente con permanecer con su cabello largo. Esta vez lo trenzó en forma de una corona y lo recogió en su cabeza, rodeando la corona de forma delicada antes de asegurarla contra su nuca. Al ponerse la boina, escuchó que alguien tocaba la puerta, descuidadamente, ella se acercó y Jill se quedó con la boca abierta: claramente a punto de decir algo importante.

          Joy abrió la puerta y la figura de Chris estaba en el umbral.

          Ni un hola.

          Ni una sonrisa.

          Simplemente se la cerró en la cara.

          —¡UGH!—lo escuchó quejarse al otro lado.

          Volvió a golpear otra vez, más fuerte que antes.

          —¡Aquí no hay nadie, vuelva después!—gritó Joy desde la cocina, mientras que Jill estaba riéndose en silencio junto al cubo de basura.

          —¿Así tratas a tus vecinos?—exclamó Chris desde el otro lado—. ¡Por eso nadie te soporta!

          Joy se recostó contra la puerta de la entrada—Tú no eres un vecino, si no un forastero, idiota arrogante.

          —Eres insoportable.

          —Y tú, un presumido.

          —Mocosa.

          —Imbécil.

          —Satán.

          —Tubo de Plomo.

          Jill sacó a Joy de la puerta y la abrió de par en par, dejando la entrada libre para Chris y le tendió la bolsa de basura a él — mientras que este accedió a regañadientes y se dirigió al cubo de basura que estaba cerca de la calle. Joy y Jill lo miraron desde la entrada, observando como el muchacho alto tiraba la bolsa dentro del contenedor sin rechistar. De paso, Joy se dio cuenta de que este tenía una motocicleta y eso, a Joy, le sorprendió bastante. Las dos mujeres miraron atentamente al muchacho y este alzó una ceja.

          —¿Algo más, milady?

          Jill se encogió los hombros—¿Cómo supiste dónde vivíamos?

           —Los registros de cada miembro de la unidad—respondió Chris acercándose a las escaleras de la entrada—. Rebecca me dijo que te habías mudado con Satán a fines del año pasado, entonces no dudé en buscar el archivo de esta mocosa.

          —Si algún día ves humo en la ciudad, ten por seguro que esa seré yo en tu casa—replicó Joy cruzándose de brazos—. ¿Qué haces aquí, de todas formas? No es que necesitáramos un chaperón o un hombre para protegernos.

          Chris le miró con sorna—Deja de ser tan grosera y algún día te lo diré.

          —Ya corta con esa mierda, Redfield—insistió la muchacha Williams—. Dinos a qué viniste.

          Chris apretó los labios tenuemente y Joy podía ver que él estaba tan tenso como ella en aquel momento—Barry acaba de llamarme, nos necesitan en el RPD ahora mismo.

          Las dos chicas se miraron y Joy entró para recoger sus armas, al apagar las luces, ella cerró la puerta principal con llave y se dirigió a su motocicleta. Jill y Chris partieron rápidamente, dejándola atrás y la muchacha de cabellos negros encendió el vehículo para seguirles el rastro sin problemas. El trío condujo por las calles hasta la comisaría del RPD a paso rápido, ya que para la situación no podían estar haciendo rodeos. Al estacionar, ella se encontró con Brad Vickers y Joseph Frost entrando juntos por la entrada, mientras que Chris estacionaba a su lado. Se bajaron de las motocicletas, dirigiéndose hacia la entrada con rapidez. El vestíbulo no estaba tan concurrido, pero se encontró en completo funcionamiento y los miembros del equipo estaban llegando hacia las oficinas. Cuando llegaron, Joy se encontró con un Barry algo preocupado y Wesker se encontraba sentado en el escritorio que pertenecía a Brad.

          A su lado había un hombre que era un poco más bajo que él y algo gordo, también.

          Joy lo conoció como el jefe Irons, a pesar de que su reputación no era tan buena. Sin embargo, nunca tuvo problemas con su superior durante el corto período de estadía en el equipo STARS. La única persona que le traía problemas con tan solo mirarla era Chris, así que ella estaba entretenida con otro idiota.

          —De acuerdo, todos están aquí—empezó el jefe Irons y miró de reojo al capitán Wesker para luego fijar su mirada en el resto del equipo—. La situación es la siguiente, hace 24 horas que no tenemos comunicación con su equipo compañero, el equipo Bravo y eso es un problema bastante serio. Su última ubicación son las coordenadas que les dimos antes de perder contacto con ellos, en las montañas Arklay—señalizó un mapa que estaba a su lado pegado en la pared y el equipo se acercó—. Al no tener respuesta, deberíamos suponer lo peor, pero los enviaré al lugar para averiguar qué fue lo que sucedió.

          —¿Y la misión es...?—preguntó Forest alzando ambas cejas.

          —Nuestra misión es ir a ver si hay sobrevivientes—declaró el capitán Wesker cruzándose de brazos—. Si alguno de los miembros del equipo Bravo sigue con vida, se convertirá en una misión de rescate.

          Irons miró al hombre de cabellos rubios—Dejo esto en sus manos, capitán. Buena suerte.

          Joy observó como el jefe salió de la oficina y permaneció mirando el mapa de Raccoon donde estaba la posible ubicación del equipo Bravo, donde la mente de Joy empezó a dar vueltas y vueltas. ¿Acaso estaba alguien vivo del equipo? Ella no creyó que la investigación sería algo tan drástico como para llegar al punto de perder comunicación — así que allí se dio cuenta de que esto no era una simple misión. Era algo más.

          (Y a Joy, para ser sinceros, no le agradaba nada en absoluto.)

          Wesker chasqueó su lengua antes de erguirse, mirando al equipo con sus lentes oscuros—Iremos todos, nadie, bajo ninguna circunstancia, se quedará aquí. Si estamos hablando de un rescate, necesitaremos todas las manos del equipo—él miró a Brad, quien se veía algo pálido, pero con algo de espíritu—. Vickers, tú serás el piloto del helicóptero, buscarás por aire. El resto del equipo buscarán conmigo por tierra. Barreremos todo el bosque como podamos e intentaremos encontrar sobrevivientes. ¿Está claro?

          Joy sentía que no podía respirar.

          Y eso no fue pasado por alto ni por Chris o Wesker.

          —Maldita sea—maldijo Joy en voz muy baja.

          Chris estaba a punto de hacer un comentario sobre Joy pero Jill le golpeó las costillas con fuerza para evitar que el hombre caucásico dijese algo estúpido para avergonzarla. El equipo fue saliendo lentamente de la oficina, dejando solos a Wesker y a Joy. La muchacha de cabellos oscuros no tenía miedo sobre lo que ocurría, tenía un mal presentimiento y aquello logró poner un poco de duda en la misión en sí. Sin embargo, nadie podía saber lo que iba a pasar hasta que ocurriese.

          —Mal presentimiento, ¿hmm?—inquirió Albert con tono curioso.

          —Probablemente.

          —Lo sé, pero nunca sabremos lo que pasa hasta que estemos allí.

          —Ya, ya—añadió la muchacha de cabellos oscuros—. Esta será una noche larga.

          —En eso estamos de acuerdo, entonces.

          Joy y Wesker salieron de la oficina, esta vez, apagando la luz — encaminándose a una plataforma que había cerca del pabellón descubierto de entrenamiento al fondo. Allí se encontraban Brad junto con Jill, Frost, Barry y Chris. Joy respiró hondo por la nariz, de algún modo para poder calmar sus nervios, y caminó hacia ellos. Wesker permaneció observando al equipo formado como si fuese una pintura del mismo Renacimiento y sintió una ola victoriosa trepando sobre él. Albert vio que la noche estaba empezando a asomarse en las montañas y que el cielo se oscurecía poco a poco. Él asintió y el equipo se subió al helicóptero rápidamente, Brad y Wesker en los asientos de los pilotos. Joy observó como Chris cerraba la puerta y el helicóptero se encendió.

          Joy aguantó su respiración, pero pronto se dio cuenta de que necesitaba el aire para vivir.

          —Será pan comido—dijo Joseph con aire superior.

          El helicóptero abandonó la plataforma de aterrizaje.

          Y Joy supo que aquella noche de verano iba a ser demasiado larga para su gusto.




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