Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

(9) ¡¿Jean Joseph se desnuda en el balcón?!

«Eran cartas muy cortas, una especie de billetes, eran, sí, como llamadas lanzadas desde algún lugar imposible para vivir, mortal, una especie de desierto. Aquellos gritos eran de una belleza evidente».

Yann Andréa Steiner, Marguerite Duras. [*]


   ¿Por qué Jean Joseph no le contestaba el mensaje, después de lo bien que lo habían pasado juntos? ¿Estaría muy ocupado? ¿Le gustaba hacerse el interesante? Recordaba aquella ocasión en la que no la había reconocido o no la había querido saludar estando en la librería de Madame Lucien.

  Miró el ordenador. ¿Cuántos días llevaba esperando respuesta? No lo comprendía. ¡Qué extraño! El francés y Helena habían estado juntos dos horas, aproximadamente, hablando de banalidades y tomando varias tazas de café. Él no parecía tener ningún apuro por irse. ¿O sería que no se le ocurría ninguna excusa para hacerlo?... Se contuvo, no iba a mirar la carpeta de entrada. Quizás eso fue lo que lo asustó, que lo pasaran tan bien. Para ella el género masculino era muy sencillo. Los hombres sólo querían estar satisfechos sexualmente, con los menores inconvenientes posibles. En su opinión, no había ninguna historia secreta. Y, llegada determinada edad, se unían a otra persona que les gustara para facilitar el tema de los coitos y no tener que perder tanto tiempo buscando. Difería de la opinión de sus amigas, que decían que eran muy complicados. Helena compartía con ellos esa sencillez.

  Pensó en todo lo acontecido. Se habían despedido renuentes, prolongando el tiempo al máximo. Estaría muy ocupado o se había asustado. Recordó, también, la alegría que había sentido cuando reparó en que Jean Joseph había dejado olvidada la agenda en la cafetería: entre ellos quedaba un nexo, una conexión, la promesa de otra conversación. Estuvo a punto de llevársela personalmente, pero prefirió entregársela a Madame Bertrand y enviarle un e-mail, advirtiéndoselo, para que no pensase que la había extraviado. El correo electrónico estaba en el exterior. Se ponía en contacto con el hombre pero no parecía desesperada, pidiendo otro encuentro. Jean Joseph respondería a su mensaje, para agradecerle el gesto, y así, un acontecimiento llevaría a otro y volverían a verse, de manera premeditada. Ése era el guión.

  En la realidad, Helena no supo nada de él. Al día siguiente no lo vio en la biblioteca, aunque se enteró por la bibliotecaria de que sí había ido a buscar la agenda.

ᅳ«¡Qué tonta! Tenía que haberla mirado, antes de entregarla».

  ¿Por qué era tan poco curiosa y tan respetuosa de la privacidad de los demás? Excepto cuando dormía, ahí se enteraba de todo. Involuntariamente, claro. Estuvo montando guardia en el local durante unos días pero nada, ni rastro de él. Cogió la costumbre de sentarse en la Place des Arbres, al atardecer, muy cerca de donde Jean Joseph aparcaba el vehículo y de donde ella vivía. Inclusive, llegó a ver el coche estacionado ahí, muchas horas, varios días seguidos, algo inusual. Imaginó que estaba de viaje, puesto que no lo cambiaba de sitio. Así que olvidó sus resquemores y se concedió una doble alegría: eran vecinos. Él debía de vivir en el edificio que estaba pegado a la biblioteca. No se escabullía, estaba fuera de París... Volvió a mirar el ordenador. Nada, ningún e-mail.

  En la plaza, sentada debajo del ciprés, cuya sombra la inspiraba, Helena pensaba, escribía, corregía lo que había escrito y vivido, volvía a pensar y reflexionar, sacaba conclusiones. Sobre esa necesidad imperiosa de acercarse a Jean Joseph para protegerlo de la forma en que mejor sabía: con su don...Creía que la iba a necesitar, ¿sería una vez más, la dichosa sincronía?... No podía negar la evidencia. Conocía esa sensación, no en vano la había vivido durante sus treinta años de existencia. Si ella estaba cerca, nada le podría pasar. Siempre se mantenía alerta a las señales de peligro. Además, había ganado el Oscar a la mejor actriz de reparto Patricia Arquette, la protagonista de Médium, su serie preferida, otra señal, puesto que los sueños nocturnos del personaje al que daba vida, Allison DuBois, eran muy parecidos a los suyos.

  Llevaba varios atardeceres en ésas (Jean Joseph, Jean Joseph, Jean Joseph) cuando percibió que alguien la observaba. Levantó la vista y miró en esa dirección: un hombre moreno, musculoso, la estaba espiando desde una ventana de la tercera planta. No quiso ponerse en evidencia pero regresó, a eso de las diez de la noche y se puso a mirar a través del cristal desde una posición similar. Sí, el hombre se parecía a Jean Joseph y estaba trajinando en la cocina... No, no se parecía, ERA Jean Joseph. La camisa y el pantalón de vestir, negros, que ya conocía, el coche en la puerta... El suyo, por la matrícula. No podía haber el menor atisbo de duda. Dos más dos siempre son cuatro: había regresado de su viaje... Incluso, tal vez creyó que, como Helena le había dejado la agenda a Madame Bertrand, no tenía intención de volver a verlo. Lo había tomado como un rechazo. ¿Cómo era posible que fuera tan estúpido y no reparara en el interés de la chica? ¿Sería por timidez? Quizás malinterpretó sus señales y su carácter, parecía extrovertido, nada tímido... ¿No estaría haciendo como sus conocidas, acaso, que se inventaban las explicaciones más estrafalarias para lo que era obvio, es decir, que un hombre se estaba escabullendo porque no tenía interés?

  Helena creía que todos los tíos eran muy básicos. En ese momento a ella la embargaba la sensación de que esa manía suya de abreviar los conceptos al común denominador, le hacía dejar aspectos importantes fuera, sin considerarlos. Es decir, aquello de que los hombres normales no buscaban reinas sino mujeres, u hombres, dependiendo de su orientación, para disfrutar del sexo, y temía que en este caso concreto estuviese simplificando demasiado. Quizá este francés en concreto fuese un hombre complicado. Su instinto le decía que había algo oculto en Jean Joseph, que había mucho más de lo que parecía... Algo importante... Relacionado, quizás, con su profesión.

  Decidió redactar un nuevo mensaje, haciéndole ver que lo había pillado. Si no se lo contestaba habría que idear otra alternativa. El hombre éste sí que daba trabajo. Parecía un chiquillo. Quizás un e-mail corto e insinuante, pero sin ser provocativo en exceso. Le molestaba estar detrás de un tío. Siempre se había interesado por los hombres que iban detrás de ella, no tenía experiencia como conquistadora. Es más, le daba mucha pereza, era más fácil servirse de lo que se le ponía a tiro. Pero por él haría el esfuerzo. Se sentó en el ordenador y empezó a escribir:


   Pensó en cambiar lo del beso pero lo dejó así: hoy en día, por las redes sociales, todo el mundo estaba teniendo sexo en directo, un beso era algo muy suave... Esperó la respuesta durante varios días: otra vez nada de nada. Y, sin embargo, en los atardeceres, Jean Joseph detrás del cristal, mirándola en la distancia. Era tímido, uno de esos casos extraños que a veces surgían. Tímido cuando llegaba el momento de tener una mayor intimidad, un mecanismo de defensa. Tomó, entonces, la decisión de provocarlo un poco. Mientras leía en la plaza se agitaba el cabello. Desprendía varios botones de su camisa, a la altura de su abundante pecho. Jugaba con la medalla que pendía de la cadenita, en el cuello. Cruzaba las piernas con su pantalón ajustado, insinuante y le pareció escuchar que ponía la música a todo volumen. Pero, a la hora de la verdad, no había ningún mensaje. Decidió profundizar un tanto en el tono provocativo. Estaba harta de usar su vibrador.



  Pero, los días pasaron y no obtuvo ninguna respuesta. Los movimientos detrás del cristal se hacían más frenéticos y Helena, cada vez más provocativa. ¿Qué le pasaba a este tío? ¿Su minifalda tampoco lo hacía devolver el mensaje? Se sintió tentada a mandar todo al diablo y olvidarse de las predicciones, del peligro que se cernía sobre él, de sus esperanzas... Pero no podía hacerlo, algo se lo impedía. No conseguía mantenerse indiferente y pensar en él como si fuese un extraño: debía protegerlo. Esa tarde Jean Joseph apareció en la ventana, totalmente desnudo o, al menos, de la cintura para arriba. Helena se quedó hirviendo como si le hubiese caído un rayo encima. ¿Era eso? ¿Estaría jugando? ¿Era ésa su fantasía? Si al final concretaban, por ella no habría problema. Cada persona tenía las suyas, la chica no era quién para juzgar a nadie. Sin duda la catalogó desde el principio. Era un buen psicólogo. Subió a su piso, se sentó frente al ordenador y escribió:



  Esperó un día, dos... nada. ¿A qué estaba jugando el muy capullo? Helena cogió un cabreo monumental, puesto que su coche continuaba aparcado y Jean Joseph, como todos los días, contemplándola desde la ventana. Se sentó en el ordenador y empezó a aporrear las teclas.



   Salió a dar unas vueltas, que tenía pendientes. Al llegar, lo primero que hizo fue ir al ordenador. Al fin, había un mensaje.  


    ¡¿Qué?! Quedó en shock. Se sentó a escribir enseguida.  



   No bien envió el mensaje se arrepintió de haberlo hecho.

ᅳ«¿Pero vamos a ver, pedazo de idiota? ¿No ves que el tío se ha estado descojonando de risa con tus mensajes? Por eso no te ha contestado, para que se los sigas enviando».

  Muy enfadada, se sentó frente al ordenador de nuevo, diez minutos después.

   Mintió, ¿cómo decirle que se había vuelto loca con tan poco? Lo envió. A los cinco minutos tenía respuesta. 



    Le contestó, empezando a divertirse, ¡al fin una respuesta rápida!:  




  Helena lanzó una carcajada. Se estaba entreteniendo. Si para que le hiciera caso tenía que mentir un poco, lo haría. La estrategia le había salido por casualidad y no pensaba soltarla tan pronto. Le gustó el toque victoriano, de dama en apuros. Siempre había sido muy capaz de resolver ella sola sus conflictos, pero le pareció que con ese argumento podría entrarle más fácil. Cuando una le comentaba un problema a un hombre, éste, de inmediato, se sentía impelido a resolverlo. Lo decía John Gray, que eran de Marte. Igual que ella, de Aries, Marte era su regente, por eso los entendía tan bien. ¡El tío era tan difícil!  




    Tuvo que hacer una pausa: las carcajadas no le permitían escribir.  




    ¡Qué gracioso! ¡Cómo se reía la chica! ¡Genial!, se lo tenía merecido por reírse de ella primero.  










GIFT IMAGINACIÓN: Helena imagina que sube al piso de Jean Joseph y él la recibe así.

[*] Página6, Salvat Editores, S.A, Barcelona, 1994.




NOTA.

     Arriba del todo, en multimedia, os dejo la canción de Katy Perry Dark Horse y en el vínculo externo está el enlace a la página de Facebook de esta novela.

     Por si no se abre el contenido multimedia dentro del texto dejo aquí el intercambio entre Jean Joseph y Helena:

Jean Joseph:

  ¿Estás aburrido y no tienes nada que hacer? Se me ocurren un millón de posibilidades como alternativa a lo que estás haciendo en este momento: es un poco absurdo perder el tiempo de esa manera. Los dos somos mayorcitos. ¿No prefieres, acaso, que te invente algo con lo que puedas distraerte? Por favor, no seas niño, no te escondas detrás de tu ventana. Se disfruta más la cercanía que la distancia. Un beso, Helena Halper.


Mon cher voyer:

  ¿Por qué ser tan tímido y preferir mirar a hacer? ¿Para qué utilizar la música a todo volumen si, como el otro día, resultan más atractivas las palabras? Además, si así lo prefieres, no es necesario ni siquiera hablar, basta sentir...Liberarse, diría yo.... Prefiero todos los verbos que se te puedan ocurrir y que indiquen acción. ¿Te imaginas lo que te estoy proponiendo o te lo tengo que decir claramente? Deja tu ventana y hagamos algo. Para que te inspire, te transcribo algunas palabras de nuestro amigo común, Baudelaire:

Ces serments, ces parfums, ces baisers infinis,

Renaîtront-ils d'un gouffre interdit à nos sondes[i]

  Aunque, en honor a la verdad, el único juramento que necesito es que me vas a hacer el amor todo el día y, si sigues con fuerzas, toda la noche. Vamos, atrévete y deja de espiarme. Otro beso, Helena. 


[i] Juramentos, perfumes y besos infinitos,

volverán de un abismo prohibido a nuestras sondas


Mr.James Bond:

  This night I saw you in your window...This night when I saw you in your window without your clothes, I wanted you. In this moment, I'm seeing you yet. In this moment, I want you yet...

  You are my fantasy. You are my obsession. I like yours lips, your hair, yours hands. I like all in you. For me you are perfect. Please, tell me that you want me too, Miss Helen Halper.[ii]


[ii] Mr.James Bond:

  Esta noche te vi en la ventana ... Esta noche, cuando te vi en la ventana sin ropa, te deseaba.En este momento, te estoy viendo todavía. En este momento, te deseo todavía ...

  Tú eres mi fantasía . Tú eres mi obsesión. Me gustan tus labios, tu pelo, tus manos. Me gusta todo en ti. Para mí eres perfecto. Por favor, dime que me deseas también, Miss Helen Halper.


 JJ.

    ¿Me puedes explicar a qué coño estás jugando? Porque yo no lo entiendo. No me pareciste un capullo, aunque, teniendo presente tus últimas estupideces, estoy comenzando a pensar que me equivoqué contigo.

   He decidido darte una última oportunidad en aras de las diferencias culturales. Te lo voy a decir clarísimo y con todas las letras, para que no haya confusiones: soy una persona normal, con fantasías y deseos que llegan hasta las nubes pero, desgraciadamente, no hasta la tercera planta de tu edificio.

    Por lo tanto, es necesario que bajes o me dejes subir, salvo que lo tuyo sea meneártela en solitario. Si es así, no cuentes conmigo y ponte en Internet, está lleno de pajeros. ¿Entiendes lo que te digo? Lo repito para que no exista ni el menor asomo de duda y perdona que sea un tanto bruta: me gusta disfrutar del sexo real, el contacto, si sólo quieres hacerte una paja mirándome, no soy tu chica. ¿Crees que me gusta ver tu cabeza rebotando por la ventana? Es ridículo.

   Envíame un mensaje y dime de una vez qué quieres o déjame en paz. Te estoy dando tu última oportunidad: envíame ese puñetero mensaje o enciende y apaga la luz tres veces, que yo iré. Tienes de plazo hasta las 24:00 de esta noche. Después, tírate desnudo por la ventana que yo sólo me apartaré para que no te me caigas encima. Se te habrá pasado el tren, amigo. Hombres y mujeres hay muchos y yo no estoy para perder el tiempo ni para hacértelo perder a ti, Helena.

  Salió a dar unas vueltas, que tenía pendientes. Al llegar, lo primero que hizo fue ir al ordenador. Al fin, había un mensaje.

Helena:

  No tengo por costumbre acosar mujeres, desnudo, desde mi ventana. Ni vestido tampoco. Tienes otro admirador, no soy yo. Espero que soluciones tu problema, Jean Joseph.

  ¡¿Qué?! Quedó en shock. Se sentó a escribir enseguida.

Jean Joseph:

  Siento terriblemente la confusión. ¡Qué bochorno! Ha sido imperdonable, espero que me perdones. La persona es muy parecida a ti. No te molesto más, Helena.

  No bien envió el mensaje se arrepintió de haberlo hecho.

ᅳ«¿Pero vamos a ver, pedazo de idiota? ¿No ves que el tío se ha estado descojonando de risa con tus mensajes? Por eso no te ha contestado, para que se los sigas enviando».

  Muy enfadada, se sentó frente al ordenador de nuevo, diez minutos después.

J. J:

  Olvídate de mis disculpas anteriores. Te mereces una buena reprimenda. ¿Por qué no me has informado antes del error? Era normal que pensase que tú eras el que me estaba espiando y enviando flores, cartas, regalos.Habíamos estado conversando frente a un café, nos veíamos en la biblioteca.

    Mintió, ¿cómo decirle que se había vuelto loca con tan poco?  Lo envió. A los cinco minutos tenía respuesta.

H:

¿Te han estado enviando regalos? Tienes que ir a la policía.

  Le contestó, empezando a divertirse, ¡al fin una respuesta rápida!:

J.J:

  No quiero saber nada de la policía. Soy extranjera, no hablo bien el idioma y no tengo a nadie que pueda dar referencias de mí, además de mi casera. La persona más cercana a la que podría pedirle ayuda es a ti, pero no creo que sea necesario por tan poca cosa. El que me mira está en la tercera ventana (contando desde la derecha), de la tercera planta. Creo que las fuerzas de seguridad perderían el tiempo por nada. Un saludo, H.

  Helena lanzó una carcajada. Se estaba entreteniendo. Si para que le hiciera caso tenía que mentir un poco, lo haría. La estrategia le había salido por casualidad y no pensaba soltarla tan pronto. Le gustó el toque victoriano, de dama en apuros. Siempre había sido muy capaz de resolver ella sola sus conflictos, pero le pareció que con ese argumento podría entrarle más fácil. Cuando una le comentaba un problema a un hombre, éste, de inmediato, se sentía impelido a resolverlo. Lo decía John Gray, que eran de Marte. Igual que ella, de Aries, Marte era su regente, por eso los entendía tan bien. ¡El tío era tan difícil!

Helena:

  ¡No es una pérdida de tiempo! Este tipo de situaciones hay que tomarlas en serio.

Primero: ¡¡Deja de mirar esa maldita ventana!! No puedes seguir alentando a ese degenerado. Ese hombre puede ser muy peligroso. O esos hombres, parece que fueran dos, en lugar de uno. No concuerda el perfil con uno solo.

Segundo: Entiendo que no vayas a la policía pero, al menos, permite que yo te ayude y dame algunos datos más, J.J.

Jean Joseph:

  Me has dejado muy inquieta. Y encima yo, aquí, sola en París... Es increíble, ¿tanta historia por estar escribiendo o leyendo en una plaza? Pensé que los franceses eran mucho más fríos. ¿Tú crees que puede ser un psicópata? ¿O dos psicópatas, peor aún? Aterrador.

  Tienes razón. Quizás deba preocuparme. Si hubiera recibido un solo objeto no sería tan grave. Pero he recibido decenas. Creyendo que venían de ti, no había problema, nos conocemos. Después de todo, pensé que un hombre que se echa encima, antes de salir a la calle, el frasco entero de perfume, no es precisamente una persona que desee pasar inadvertida. Perdona mi intromisión, y ya que estoy siendo sincera en todo, no te pongas tanta cantidad: una vez me provocó un desmayo en la biblioteca, puedes preguntarle a Madame Bertrand. Espero que no te ofendas, tampoco, si te digo que no he sido la única atacada por tu fragancia. ¡No me extraña que seas tan aficionado a Grenouille! Además, piensa en la capa de ozono, nuestro planeta no merece tanta contaminación. Por favor: no te eches tanto "Le Mâle". No sé si borrar lo que acabo de escribir. La preocupación hace que se me suelten las manos sobre las teclas.

  Tuvo que hacer una pausa: las carcajadas no le permitían escribir.

  No te ofendas, tampoco, si te digo que, aunque parecías una persona seria, creí que te gustaba jugar, como a mí. Para salir de la rutina. Soy americana. Nosotros hablamos claro, sin eufemismos. Tengo la mente abierta, será por eso por lo que me gusta escribir, hacer locuras, ser varias personas a un tiempo. Además, no soy la única: sé que los franceses son bastante raritos. Ahí tienes a Luis XV, con su Parque de los Ciervos. O Parque de las Ciervas, debería decir. ¿Qué era, ante eso, un simple desnudo, de medio cuerpo, en una ventana? ¿Tengo que sentirme culpable por haberte deseado? Te parecerá mal, pero no me arrepiento de nada, creía que eras tú.

  Como te decía antes, porque me estoy yendo por las ramas, recibí muchas cosas: cartas en todos los idiomas, inglés, francés, español, italiano, alemán (de este último no entendí ni pío, no lo hablo); rosas rojas, prendas de vestir. Algunos escritos citando a Baudelaire, nuestro tema de conversación. Y, lo más sorprendente de todo: recibí el libro. Una versión, del Siglo XVII, del Quijote de Miguel de Cervantes. En internet su valor rondaba los 2.500 Euros, aproximadamente. ¿A quién se le puede ocurrir, de buenas a primeras, desprenderse de ese dineral para dárselo a una extraña? Es una pena que lo dejara en ese sitio y no lo aceptara. Hubiera podido ayudarnos a localizar al psicópata. Bueno, no te molesto más. Un saludo, Helena.

¡Helena!:

  ¿¡Qué diablos pasa con mi perfume, mon Dieu!? ¿Qué es eso de que me echo frascos enteros? ¡Qué exageración! Sólo me echo dos gotitas, una detrás de cada oreja.

  Además, ¿cómo puedes venirme con todos esos tópicos acerca de los franceses? J:J

  ¡Qué gracioso! ¡Cómo se reía la chica! ¡Genial!, se lo tenía merecido por reírse de ella primero.

Jean Joseph:

  Lamento haberte molestado con lo de tu perfume. Disculpa mi sinceridad, otra vez, pero debo insistir: ¿seguro que tienes bien el olfato? No creo que tengas edad como para estar mal del pulso, aunque ya no eres ningún niño. Lo de las dos gotas, nada de nada. Si no es un frasco, medio frasco, entonces. Estaba esperando el momento de decírtelo, cuando tuviera más confianza. Ahora se me escapó pero me alegro de ello.

  Lo de los tópicos sí que no tiene excusas. Te pido perdón. Otro saludo, Helena.

Helena:

  Disculpas aceptadas. Quedamos hoy a las 17:00 horas en la cafetería del otro día, para hablar del asunto. Au revoir, J.J.

Jean Joseph:

  Me temo que hoy me resulta imposible. ¿Podría ser mañana a la misma hora?

Helena:

  Mañana, entonces, misma hora y mismo lugar. Pero del día de mañana no tiene que pasar: no puedes tomártelo a broma.  J.J

Jean Joseph:

  Hasta mañana. Gracias por todo. Nos vemos allí, Helena.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro