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(34) El Gouffre de Padirac.

    «Por su hermano, el clérigo se sometió y montó en la nuca del diablo. Éste lo llevó en poco tiempo hasta la puerta del infierno. El clérigo miró hacia dentro y vio lugares horrorosos y castigos de todo tipo, y también a un diablo de aspecto terrible, que estaba sentado sobre un agujero tapado».

Leyendas medievales, Hermann Hesse[*].

ᅳInsisto ᅳmanifestó el empleado del Gouffre de Padiracᅳ. Es imposible que alguien acceda sin que nosotros lo detectemos. Estamos perdiendo el tiempo. ¿Sabe la cantidad de gente que viene a esta hora?

ᅳPor eso mismo, con más razón. Se les puede haber colado alguien sin que se dieran cuenta. Lo que usted dice está muy bien ᅳmanifestó Jean Pierreᅳ. Pero nuestro informante nos dio el dato y tenemos que comprobarlo. ¿Le parece que la vida de niños sea menos importante que los turistas? Le moleste a quien le moleste vamos a recorrer esta cueva. Necesitamos al mejor de vuestros espeleólogos. Creo que ya se lo dijo mi jefe.

ᅳSí, esperen un momento que tengo que ir a avisarle. No hemos tenido demasiado tiempo pero lo hemos arreglado todo ᅳdijo, con un suspiro, mientras se iba.

  Estaban los tres impacientes así que prefirieron bajar por el ascensor, en lugar de utilizar las escaleras metálicas.

ᅳ¿Sabes? ᅳseñaló Jean Joseph en dirección al círculo abierto en el techoᅳ. La bóveda se cayó no se sabe cuándo. Hasta no hace mucho la gente no se atrevía a acercarse aquí. Decían que vivía el Diablo.

ᅳJusto estaba pensando que me recuerda a la Garganta del Diablo, de Cataratas del Iguazú. El agujero en la roca da la sensación de ser la boca, la laringe y la tráquea. ¿Por qué lo pensaban?

ᅳPorque decían que salía llamas desde el interior. Además hay quienes juran que el Diablo hizo el Gouffre de Padirac para desafiar a San Martín. Si el Santo lograba saltar el abismo, le entregaba las almas de los campesinos que estaban condenados a ir al Infierno. San Martín le pidió ayuda a Dios y apuró a la mula, que pudo pasar al otro lado. Dicen que aún se puede ver la marca del casco grabada en la roca.

ᅳTiene sentido, ¿no? ᅳmanifestó Jean Pierreᅳ. ¿Se creerá que es el mismo Demonio?

ᅳPrimero hay que esperar para comprobar si tengo razón ᅳlo recriminó Helenaᅳ. Luego sacaremos las conclusiones pertinentes, monsieur, ¿o acaso olvidó sus propias lecciones? Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.

ᅳLo que usted ha estado haciendo, madamoiselle, se nota a la legua ᅳironizó élᅳ. No se necesita esperar para sacar conclusiones.

ᅳ¿Noto algo de envidia en su voz, monsieur?, ¿acaso usted no tiene vía libre para hacer lo mismo y estar con otras personas?

ᅳYa, pero estuve muy ocupado con el caso, no como otros ᅳla regañó, mirando a su gemeloᅳ. Vale, no me lo digas, ya lo sé... Cambiemos de tema, mejor...

ᅳSí, mejor ᅳestuvo de acuerdo Jean Joseph, lanzando una carcajadaᅳ. Me hace gracia porque Helena no se entera.

ᅳ¿De qué me tengo que enterar? ᅳpreguntó la chica, con curiosidad.

ᅳDe nada ᅳdijo Jean Pierre, enseguidaᅳ. Mis entrañas me dicen, madamoiselle, que hoy vamos a encontrar algo. No creo que sea coincidencia. Cómo demora el espeleólogo, estoy deseando entrar.

ᅳHemos pedido al mejor. Y con muy poco tiempo. Sólo han protestado un poco. No nos han puesto impedimentos, a pesar del trastorno, así que no nos podemos quejar. Aunque debo reconocer que estoy muy ansioso. Yo también pienso que vamos a encontrar algo.

ᅳY yo también ᅳmanifestó Helenaᅳ. Coincido con vosotros.

  Los tres se quedaron unos minutos callados, mirando a su alrededor.

ᅳEs tal como la describiste ᅳcomentó Jean Joseph, rompiendo el silencio.

ᅳSí, pero me di cuenta de que había un ascensor. Estas escaleras, con el techo para que las gotas no mojen a los visitantes, también las vi. El musgo. Es un sitio particular... Inquietante...

ᅳAhí viene alguien, ¡al fin! ᅳmanifestó Jean Pierre.

ᅳ¿Qué tal? ᅳlos saludó el recién llegadoᅳ. Soy Jacques Aubriot.

ᅳYo soy Jean Pierre Dubois ᅳse presentóᅳ. Y ellos dos mi hermano, Jean Joseph y Helena Halper.

Se dieron la mano.

ᅳVamos al grano ᅳdijo Jacques, con firmezaᅳ. Por lo que me ha comentado vuestro jefe, el sector al que tenéis que ir es a partir de la última cascada. Justamente donde termina la zona explotada del Gouffre de Padirac.

ᅳCreemos que sí ᅳestuvo de acuerdo Jean Joseph.

ᅳBajemos por aquí, entonces ᅳlos invitó el espeleólogo.

  Comenzaron a adentrarse en el interior de la caverna. Descendieron por una escalera que estaba en una especie de pasadizo. A Helena le hubiera gustado poner en su Ipod la canción Los placeres de la pobreza, de Los héroes del silencio, aquello de:

nos arrastramos sin pensar,

a lomos del desierto hacia las cavernas,

las huellas del peregrino me guiarán,

mi ciudad estaba muerta antes de nacer,

  Se contuvo. Jean Pierre y el hermano estaban acostumbrados a la forma en que la música tejía sus redes en la vida de Helena, pero Jacques podría tomarlo como una falta de respeto. Además, no iba a alertar al asesino, si seguía por allí. Cuando terminaron de bajar los escalones se dirigieron hacia la zona del embarcadero.

ᅳEste sector está iluminado ᅳdijo el espeleólogoᅳ. Aquí traigo mi equipo con todo lo necesario para que accedamos a la otra parte, no se preocupen. Ya que están intenten disfrutar del recorrido. Es una belleza natural única... Las descubrió Édouard Martel en mil ochocientos ochenta y nueve.

ᅳNo lo puede evitar ᅳse rio Helenaᅳ. Se nota que le gusta lo que hace.

ᅳEs verdad ᅳconcordó élᅳ. Me fascinan. Por ellas me he mudado a este Departamento, antes de conseguir trabajo aquí.

  Subieron en la barca. Ellos tres sentados, mientras que Jacques permanecía de pie para guiarla con una especie de bichero de madera. Tenía una uña metálica en el extremo en el que se calzaba la mano y, en el que se sumergía en el agua, una pala.

ᅳEsta parte es bastante estrecha. Cuando lleguemos a la primera sala veréis que es mucho más ancho.

ᅳQuiero dejar algo claro ᅳdijo Jean Pierre mirando en dirección a Helenaᅳ. Vamos a estar los cuatro juntos. No podemos descartar que el asesino se encuentre aquí.

ᅳNo lo creo ᅳmanifestó Jacquesᅳ. Por aquí pasa muchísima gente todos los días y está muy vigilado. Quizás en la parte a la que no accedemos pero...

ᅳDe cualquier forma, hay que tener cuidado ᅳinsistió élᅳ. Sobre todo en la parte que no está iluminada y que iremos iluminando entre todos. Nosotros dos estamos preparados para eso pero ᅳy miró directamente a la muchachaᅳ no queremos que nadie explore por su cuenta. ¿Vale, Helena?

ᅳA mí no me mire, monsieur, los que soléis separaros sois vosotros dos.

  Jean Pierre la miró, con enfado. El hermano largó una carcajada.

ᅳEs verdad ᅳla apoyó él, cuando se calmó.

ᅳYa, pero también le dijimos a madamoiselle que esperara por nosotros ᅳinsistió Jean Pierre.

ᅳClaro que sí, monsieur. Y también sabemos qué hubiera sucedido si les hubiese hecho caso ᅳy lo miró con doble intención.

ᅳ¡Con esta mujer no puedo! ᅳse enfadó Jean Pierre, olvidándose de que estaba Jacques delanteᅳ. ¿Va a hacer caso sí o no?

ᅳEn principio, sí ᅳle prometió ella.

ᅳEn principio y al final, madamoiselle, no me desespere ᅳexpresó él.

  La chica se sentía extraña. No por la advertencia, el hombre siempre estaba dando la lata con lo mismo, sino porque recorría, en la realidad, un lugar que era exactamente igual al que había visto antes, cuando estaba en su piso. Dormida y despierta. Tenía la sensación de que iba en dirección a un acontecimiento inevitable. Sabía que se hallaba muy cerca... De qué, era una incógnita. Se daba cuenta de que cada vez tenía más práctica y era más eficiente porque confiaba en sí misma.

  Llegaron a la sala que había mencionado Jacques. Se podía recorrer a pie. Los muros estaban rodeados por una escalera.

ᅳAquí y con la visita al busto de Martel suele terminar el recorrido básico. Solemos bajar de la embarcación y caminamos por ahí ᅳy les señaló la zonaᅳ. Hoy seguiremos por el agua un poco más.

  Helena vio esas rocas y estalagmitas con forma de conchas. Los farolillos chinos y algunas formaciones que parecían medusas, moviendo sus tentáculos en dirección a ella. Estando dentro, se comprendía por qué los habitantes de ahí relacionaban la cueva con el Diablo y el Infierno...No sintió miedo. Sólo que la sensación se hizo más fuerte al ver las señales. Permanecieron en silencio los cuatro.

ᅳHace algún tiempo una expedición de expertos exploró durante una semana cuarenta quilómetros de galerías desconocidas. Aproximadamente son dos quilómetros los que están abiertos al público, para que os hagáis una idea. Estamos a punto de abandonar la zona más frecuentada.

ᅳSí, creo que esta es la parte ancha. ¿Podemos bajar y continuar a pie? ᅳpidió Helena.

ᅳPrimero hay que colocarse los equipos ᅳles ordenó Jacques, dándoselosᅳ. La luz del casco debe ir encendida siempre, pero usted y yo, madamoiselle, llevaremos esto en la mano para tener iluminación extra. Así vosotros tenéis las vuestras libres en caso de que nos encontremos con una sorpresa desagradable.

ᅳSí, es un individuo muy listo. Escurridizo como una anguila, además ᅳexplicó Jean Pierre mientras se vestíanᅳ. Pudo venir como un visitante normal y dejar todo preparado, sin que nadie se diera cuenta. Con tanta gente. Vaya a saberse cómo.

ᅳEspero que no les moleste ensuciarse ᅳmanifestó Jacques al ver que iban vestidos con chándalᅳ. Vamos a salir embarrados...

ᅳYa estoy acostumbrada ᅳdijo Helenaᅳ. Con este tío siempre termino calada hasta los huesos.

ᅳPero hoy no será así ᅳexpresó Jean Pierre, mandón como siempreᅳ. No hará falta que nade.

ᅳEsperemos que no. Agua hay bastante, monsieur ᅳbromeó.

  Comenzaron a deslizarse por el extremo derecho de la pared rocosa. Las estalactitas intentaban clavarse en sus cuerpos, como si pretendiesen asestarles puñaladas para defender al asesino.

ᅳParece que estuviéramos dentro de una novela gótica ᅳle susurró Helena a Jean Pierre, el que tenía más cercaᅳ. Está todo tan oscuro que nuestras luces crean esas formas fantasmagóricas. Mire ahí, Monsieur, cómo flotan de un sitio a otro. Qué pena que no tenga aquí mi agenda y el bolígrafo. Me encantaría describirlo. Describir, además, las sensaciones y sentimientos que me inundan.

ᅳCierre el pico, madamoiselle, o se lo cierro yo ᅳmusitó él, enfadadoᅳ. ¿Acaso piensa que la vida es una novela? Ahora no estamos como para pensar en Literatura con un asesino que, quizá, nos esté esperando.

ᅳNo creo que él nos espere, es una posibilidad muy lejana. Usted siempre poniéndole barreras a mi creatividad. Me desespera, monsieur ᅳvolvió a mascullar la chicaᅳ. ¿O, quizás, estaría más feliz si fuera una novela negra en la que usted fuese el héroe?

Mon Dieu! ᅳexclamó, Jean Pierre, muy bajoᅳ. Cierre el pico.

ᅳY usted cierre el suyo, porque yo no puedo ᅳcuchicheó Helenaᅳ. En esa entrada que se ve ahí hay que doblar a la derecha. Y ya estamos en el lugar. Intentaré callarme. Estoy muy excitada.

ᅳ¡No me venga con eso ahora! ᅳse enfadó Jean Pierreᅳ. ¿No ve que estamos acompañados? Además estas cuevas no son como para pensar en hacer el amor.

ᅳCualquier lugar es bueno ᅳlo contradijo Helenaᅳ. Pero no me refería a ese tipo de excitación. Sé que vamos a encontrar algo al girar ahí. Estoy preparándome psicológicamente... Descargando la ansiedad.

ᅳ¿Podéis dejar de susurrar? ᅳles pidió Jean Josephᅳ. Me ponéis nervioso. Y mirad debajo de vuestros pies u os vais a terminar cayendo al agua por discutir. Ya podréis pelear más tarde.

ᅳParad ᅳordenó Jean Pierreᅳ. Tenemos que doblar a la derecha en ese laberinto que está ahí ᅳy sacó el arma del bolsilloᅳ. ¿Jean Joseph?

  El gemelo hizo lo mismo. Helena cogió un trozo de roca del suelo.

ᅳ¿Y eso? ᅳpreguntó Jean Pierre.

ᅳUsted cállese y siga caminando, monsieur. Yo puedo con esto y con la luz. No intente desesperarme usted a mí.

ᅳVale ᅳaceptó él, susurrandoᅳ. Por favor, Jacques, usted y Helena vengan detrás de nosotros. Levanten el foco, así vemos mejor.

  Comenzaron a deslizarse, en silencio. Pararon y escucharon, antes de girar a la derecha. Nada extraño. Sólo se oía el sonido de las gotas de agua cayendo.

ᅳA la cuenta de tres giramos ᅳdispuso Jean Pierreᅳ. Uno... dos... y... tres...

  Doblaron a la derecha como si los cuatro fuesen uno. Como si estuvieran pegados con cola. Pero allí no había nada. Se detuvieron y volvieron a escuchar. Sólo silencio.

ᅳOs dije que aquí no podía estar ᅳsusurró Jacquesᅳ. Existen muchas medidas de seguridad en el Gouffre de Padirac. Es imposible superarlas.

ᅳCreo que tendremos que seguir un poco más adelante ᅳexpresó Helenaᅳ. Tiene que ser aquí. Estoy completamente segura. Esas formaciones en la roca son inconfundibles ᅳy se las señaló.

ᅳTodas las formaciones son parecidas ᅳle replicó Jean Pierreᅳ. Es difícil guiarse aquí dentro. Resulta muy sencillo confundirse.

ᅳ No me confundo ᅳinsistió Helenaᅳ. Tiene que ser un poco más adelante. Pero no tengo la menor duda de que es aquí.

ᅳYo también estoy seguro ᅳla apoyó Jean Josephᅳ. Seguiremos hacia adelante todo lo que haga falta ᅳy mirando a su hermano decretóᅳ: Vamos ya.

  Continuaron caminando muy lentamente. El pasillo era mucho más estrecho que el anterior.

ᅳSi alguien se perdiera aquí jamás lo encontrarían ᅳse horrorizó Jean Pierre.

ᅳPor eso esta parte no está abierta a los turistas ᅳ manifestó Jacquesᅳ. Yo mismo nunca he estado. ¿Qué fue eso?

  Todos escucharon el sonido. Parecía que lo hubiese emitido algún animalillo.

ᅳPor favor ᅳsusurró Jean Josephᅳ. Quedaos aquí.

ᅳDe eso nada, yo de vuestro lado no me muevo ᅳlo contradijo Helenaᅳ. Se necesita la luz.

  Jacques también permaneció firme. Siguieron avanzando, alertas, mirando a un lado y a otro.

ᅳ¿Qué es esto? ᅳpreguntó Jacques.

  Habían llegado a un recoveco hecho en la roca y veían una especie de atado de ropa.

ᅳNo es una cosa, es Paul ᅳse asombró Helena, arrodillándose a su lado y abrazándoloᅳ. Paul, ¿estás bien? No tengas miedo. Somos policías. Vamos a llevarte a casa con tus papás. Escucha mi voz, no dejes de escucharla. ¿Está el que te secuestró contigo?

ᅳN...o ᅳexpresó él, muy tenue.

  Jean Pierre y Jean Joseph, mientras, recorrían la zona, buscando señales del asesino. Pero no encontraron nada.

ᅳVas a estar bien ᅳcontinuó la chicaᅳ. Todos estamos contigo, ayudándote. No has estado solo nunca. Nunca vas a estar solo.

ᅳLo sé ᅳdijo Paul, muy despacitoᅳ. Una niña estaba conmigo. Pero ahora se fue. No recuerdo el nombre.

ᅳRaimunda... Raimundita estuvo contigo. Ella me ha ayudado a encontrarte. Es una niña muy buena.

   Los tres hombres miraban a su alrededor, asombrados. Ahí no había nadie.

ᅳRaimunda, sí ᅳla voz de Paul era cada vez más fuerteᅳ. Me pidió que te mandara un beso y que te diera esta flor. Y también que te dijera que Melusina me estuvo cuidando todo el tiempo...

  Paul sacó la mano de debajo de la manta para entregársela. Era una nomeolvides.


Le Gouffre de Padirac  filmado con drone, ¡impresionante!

https://youtu.be/8lppy9rBdbw


[*] Página 42, Dialogus miraculorum, de Caesarius de Heisterbach, exempla Visita al infierno. Bruguera, España, 1979.


NOTA.

  En multimedia, arriba del todo, cuelgo la canción de los Héroes del Silencio,  Los placeres de la pobreza, y en el vínculo externo dejo el enlace a la página de Facebook de esta novela. 

  ¡Gracias por vuestros votos y comentarios!

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