(23) Sueño premonitorio: Un ex presidente en la Guerra de las Galaxias.
«Y de improviso desapareció en ellos la última inhibición y el círculo se deshizo. Se abalanzaron sobre el ángel, cayeron encima de él, lo derribaron. Todos querían tocarlo, todos querían tener algo de él, una plumita, un ala, una chispa de su fuego maravilloso. Le rasgaron las ropas, le arrancaron cabellos, la piel del cuerpo, lo desplumaron, clavaron sus garras y dientes en su carne, cayeron sobre él como hienas».
El perfume, Patrick Süskind [1].
Al alba. Exactamente a la hora del alba, Helena, en compañía de Aureliano Buendía, divisa el horizonte. Observan a lo lejos, desde la cima de un monte de Finisterre. La antigua Finis Terrae. El sol está hundido en la cubierta del mar. Poco a poco, cubre de oro la superficie. Las gaviotas que juegan en la playa, de improviso, levantan vuelo. Se alejan, chillando. El agua se repliega un quilómetro o más. Entonces la ve...
Una ola monstruosa se acerca, bordeada por sombras grises, hechas, quizás, de partículas de espuma, angustias y decepciones. Parece el gigante Gerión, vengándose de Hércules, el que lo mató. Por la cabeza de la chica pasan los nombres de ciudades reales y míticas. Fukushima, Lhoknga, Banda Aceh, La Atlántida, Alcaián, Alcaparra de los Ancares, Antioquía, Borrón, la ciudad de las doncellas transparentes, Estebañón, Caifás, Trentiñán, Valverde, Vilachá.
Se escucha, no sé sabe desde dónde, la canción Sunday bloody Sunday, de U2:
And the battle's just begun
There's many lost, but tell me who has won
The trench is dug within our hearts
And mothers, children, brothers, sisters
Torn apart[2]
No se ve gente en la ciudad. Todos duermen. Diez metros... Quince metros... Veinte metros... La columna líquida crece y tapa el sol; la oscuridad lo inunda todo. Helena cierra los ojos. No ve cuando se deshace y empieza a barrer edificios, coches, puentes, el territorio ganado con anterioridad al mar.
ᅳ"El Océano Atlántico siempre reclama lo que es suyo" ᅳparece decir el tsunamiᅳ. "¿Osáis desafiarme, simples mortales?"
Pero no se conforma sólo con eso: se adentra en la tierra mucho más allá, hasta donde no llega la vista.
ᅳPuedes abrir los ojos, Helena, ya terminó ᅳdice Buendía, acariciándole la caraᅳ. Es una ola que barre la corrupción.
Levanta los párpados justo para ver al Titanic hundiéndose en la orilla. O, mejor dicho, una copia del barco en color rojo.
ᅳMira ᅳexpresa Aurelianoᅳ. Tengo un cartel.
Un irresponsable hablando de responsabilidad: el ex presidente se olvida de su deriva. ¿Necesita, OTRA VEZ, que se la recuerden en las urnas?
ᅳYa me he acostumbrado a ti, Aureliano ᅳmanifiesta la chicaᅳ.Creo que en el próximo sueño que haya niños, seguro que tú mismo te ofreces a cuidarlos. ¿Tienes otra pancarta?
ᅳSí ᅳresponde y se la muestra:
Era un partido de gobierno, hasta que pasé yo por ahí.
ᅳHoy limpiamos la corrupción y todas las injusticias ᅳafirma Valentín, detrás de ellaᅳ. No se pueden tener oportunidades si la corrupción lo engulle todo, hasta el futuro de los jóvenes. Muchos han tenido que emigrar y viven a más de un tiro de piedra de sus hogares.
ᅳ¡Por favor, miembras y miembros de este sitio! ¿Cómo podéis alentar desde aquí a que nos tiren piedras? ᅳpregunta una mujerᅳ. Me codeo con las estrellas de Tribeca, uno de los barrios más caros de Manhattan. Tuve que dejarlas al escuchar lo que usted decía. ¡Si hasta debí abandonar a Leonardo Di Caprio, por su culpa!
ᅳ¡¿Miembras?! ᅳpregunta, atónito, don Rigoberto, el personaje de Mario Vargas Llosaᅳ. Escuché ese dislate y tuve que escaparme del libro.
ᅳSí, lo de "miembras" ha sido su gran aportación en el gobierno -expresa la muchacha.
ᅳMe han llegado rumores de que nos estás difamando ᅳmira a Helena, enfadada, taconeando.
ᅳNo ᅳse defiende la chicaᅳ. Sólo hacemos lo que hacen todos en la calle y en Internet, comentar las noticias. Lo que sucede es que vosotros nos dais mucho juego.
ᅳ¡¿Que os damos juego?! ᅳse enfada la otra.
ᅳDisculpe, yo también quiero jugar. Tengo algo que aportar a este entretenimiento ᅳmanifiesta un hombre de sonrisa bobaliconaᅳ. Soy un ex Presidente. Vivo en las ondas, ahora. En el espacio, usted me entiende.
ᅳ¿En la luna? ᅳpregunta Don Rigoberto, con ironía.
Helena piensa que el ex mandatario ha hecho bien en aclarar quién es, ya que se le ha deformado la cabeza, aunque su sonrisa es inconfundible. La vida en el satélite le ha dejado el rostro parecido al de ET. Como siempre sucede en el mundo del otro lado, comienza a escucharse música, en este caso la banda sonora que Jon Williams hizo para la película del extraterrestre.
ᅳ¿Cómo está? ᅳdice la chicaᅳ. ¿Lo tienen escondido?
ᅳSí, ¡vaya fastidio! Yo quería ir a todos los mítines ᅳle contesta él, molestoᅳ para explicar los logros de mi mandato pero me permiten ir a muy pocos.
ᅳNo creo que necesite explicarlos, a la vista están ᅳle contesta Helena, con sarcasmo; él no se entera y continúa hablando:
ᅳ¿Sabe por qué perdemos últimamente? Por no explicar lo que hemos hecho. Y encima, voy a tener que estar encerrado unos meses más. ¡Y yo que deseaba invitarlos a mi casa!
ᅳYa la vimos, en todos los periódicos ᅳdice don Rigobertoᅳ. Fue la sensación, la primera Urbanización Lunar... Igual que la otra, cuando lo asesoraron los arquitectos públicos y que le costó un millón de euros.
ᅳ¿Queréis que os la muestre personalmente? ᅳpregunta, con ilusiónᅳ. ¡Por favor, digan que sí! Últimamente no recibo demasiadas visitas.
ᅳPues vamos a ello ᅳmanifiesta don Rigobertoᅳ. ¿Verdad? Normalmente desalojo cinco óbolos cuando excreto. Pero por hoy puedo desalojar uno más, con todo el respeto del mundo, por supuesto.
Don Rigoberto, Valentín, que se les ha unido, Helena y el político, aparecen como por arte de magia en la Urbanización Lunar. Están en la puerta principal de un moderno chalé de cuatro plantas, con ascensor y garaje para varios coches.
ᅳEn el salón tengo un patio japonés ᅳdice el ex presidente con una sonrisa alegreᅳ. Para recordar lo de Fukushima y que las nucleares son muy malas.
ᅳ¡Y yo que pensé que era para recordar el tsunami electoral! Cuando lo barrieron del poder ᅳle susurra Helena a Don Rigobertoᅳ. No sé para qué hablo tan bajo. El tío no se entera de nada.
ᅳSon trescientos metros cuadrados construidos y lo mismo de parcela. La alquilé a cinco mil euros al mes, con opción de compra. Estoy juntando el millón de euros que piden por ella.
ᅳParece The Million Euros Man ᅳmusita la chica a Valentínᅳ. Por eso va a cualquier conferencia, aunque haga el ridículo. Le da igual que lo convoque un partido de ultraderecha, los curas o disertar sobre economía sin saber qué es.
ᅳSerá por la maldición que le echó el jefe ᅳle susurra Valentínᅳ. Puso pena de hundimiento a las empresas que lo contraten, igual que al otro ex presidente.
ᅳ¡¿No ves que no se enfada ni se entera de lo que se le dice?! ᅳalucina Helena, mirándolo-. Sólo da vueltas, en círculos, mirando la casa con esa sonrisa. Me está sacando de mis casillas.
ᅳYo no tengo nada que ver con esto, lo prometo y lo juro ᅳmanifiesta el portero Casillas, con una pelota de fútbol debajo del brazo y levantando su escafandra espacialᅳ. Vine para aclararlo y ya me voy.
ᅳEsta es la primera planta... Tres dormitorios y dos baños... ¿A que son bonitos? ᅳlos interroga el ex presidente y, luego, los lleva al sótanoᅳ. Esta es la zona de servicio... El cuarto de estar... El gimnasio... El gimnasio es imprescindible, estoy entrenándome para hacer medios maratones...
ᅳSí, lo vi disfrazado en uno ᅳmanifiesta Don Rigobertoᅳ. Hizo bien, así todos lo reconocíamos con esa gorra y esas gafas. La gente necesita reír. Tengo una curiosidad, ¿para qué se apuntó con un nombre falso si todos lo reconocíamos?
ᅳ¿Qué? ¿Quién dice esa tontería? Nadie sabía que era yo... Por favor, cojamos el ascensor así os muestro lo principal ᅳy al llegar al punto de destino, expresaᅳ: ¡Aquí está! ¿No es maravillosa esta piscina en la azotea?
ᅳNo quiero ser mala, pero sufro de incontinencia verbal ᅳse enfada Helenaᅳ. ¿No es capaz de ponerse en el lugar de todos los ciudadanos a los que usted dejó sin vivienda y sin negocios? ¿Sabe cuántos viven en la calle por su culpa? ¿Sabe cuántos se han suicidado, incluso de su partido? ¿No se siente culpable cuando recorre esta casa?
ᅳ¡Mentiras! Eso lo dicen los que están ahora porque lo hacen fatal ᅳexclama el ex presidente, moviendo la mano como si espantara cualquier pensamientoᅳ. Hace años que todos están viendo mis brotes verdes. ¿No ve qué bien crecen aquí mis plantas, al lado de la piscina? Los del otro partido siempre han sido unos envidiosos... Nuestros bancos eran y siguen siendo sólidos como un roble, igual que las cajas de ahorro, a diferencia de lo que ocurrió en otros sitios.
ᅳVámonos de aquí ᅳdice Vincent van Gogh, apareciendo de la nadaᅳ. Este tío está loco. Tengo que ir urgentemente a mi casa a cortarme el lóbulo de la otra oreja. Lo he escuchado y me ha desesperado. Ya me pasó la otra vez con Gauguin. Me desquició, igual que el tío de la sonrisa idiota. Volví a mi casa, me corté el lóbulo de la oreja e intenté parar la hemorragia con servilletas mojadas. Después me envolví la cabeza con una venda. Limpié la parte de la oreja que me podé y la metí en un sobre. Me puse un gorro y me fui por la calle Bout- d'Arlés al prostíbulo, La casa de tolerancia número uno, de Madame Virginie. Le di el sobre a Gaby y le dije: "Guarda este objeto como si fuera un tesoro, en recuerdo mío" y luego volví a casa a dormir. Dormí como un lirón[3].
ᅳNo me extraña que los holandeses estén locos y se junten con Alemania en las votaciones del Eurogrupo y demás ᅳle susurra Helena a Don Rigobertoᅳ.¡Y yo que me comparaba con van Gogh y decía que era un incomprendido!
ᅳ¡Incomprendida soy yo! ᅳdice la ex ministra, materializándoseᅳ. Nadie me entiende. Se ríen. ¡Todos me tiran a la cara lo de miembras, mi innovación idiomática feminista! Y ahora, encima, ¡el ex presidente no me invita a ver su casa!
ᅳMuévete muy lentamente y huyamos de aquí, Helen ᅳapremia Valentín a la chicaᅳ. Tiene toda la pinta de que estos dos nos van a encerrar en una habitación para que no nos vayamos, como al de la película Misery. A ti para que cambies el final de tu libro y a mí para que los vote. Al paso que van, como sigan los ex presidentes dando el coñazo, sería el único votante.
ᅳYo os ayudo ᅳmusita una ballena beluga.
ᅳHola, Noc[4] ᅳsaluda Valentínᅳ. ¿Cómo estás?
ᅳ¿Cómo voy a estar? Muy aburrido. En esta casa no vive ningún humano inteligente del que pueda aprender más palabras. ¿Me podéis volver a buscar después?
ᅳPrometido. Tú distráelos y yo vuelvo a buscarte más tarde ᅳle promete Valentín.
Aparece el autobús de siempre, en esta oportunidad flotando en el aire, en el extremo de la piscina en el que están Helena y Valentín. Parece la escena del aeroplano de la película Los Mercenarios uno, con la diferencia de que los dos se suben de un salto, mientras que Lee Christmas/Jason Statham y Barney Ross/Sylvester Stallone lo hacen por separado.
ᅳ¡Rápido! ᅳgrita Valentín, una vez dentroᅳ. ¡A la velocidad del sonido, por favor! Y tú, Gabriel, pon la banda sonora de Jon Williams, la de La guerra de las galaxias. Mira, Helen, cómo nos persiguen esos dos.
La chica está ocupada sujetándose para no caer: van tan rápido que teme descalabrarse en cualquier momento. Cuando puede, mira hacia atrás: los sigue una nave espacial. En el costado derecho, el que ella ve, dice:
El Imperio del Sol Contraataca.
El ex presidente, premio a la confusión.
ᅳ¿Sabes, Helen? La nave está pasando por el punto temporal en el que le dieron el Premio Confucio pero lo ha entendido mal. Le pasó igual que a aquella miss en aquel certamen, que dijo que Confucio fue el que inventó la confusión. Los chinos están encantados con él. Lo premian para que los jóvenes se entusiasmen y sigan sus derivas, así nos terminan de conquistar más rápido. ¡En ese partido lo que se necesita es gente nueva! Pero los veteranos no quieren soltar el poder y andan por ahí haciendo intrigas y sacando los puñales.
La conductora de la nave es la ex ministra, vestida igual que Han Solo. A su lado, el ex presidente, disfrazado de Chewbacca, lanza esos aullidos característicos tan fuerte, que lo escuchan desde el vehículo en fuga. La chica dice:
ᅳSi se hubiera vestido así para el medio maratón, no lo hubiésemos reconocido.
Valentín no le responde. Se ha puesto a los mandos de la nave, desplazando al conductor e intenta eludirlos haciendo piruetas. Helena se sujeta más fuerte. Aparece Aureliano Buendía, dentro del vehículo, con un letrero que dice:
El Ártico encoge
y los ex presidentes molestos desaparecen del panorama político,
al hacerles perder tantos votos al partido.
¡Por suerte no tenemos que verles más las caras!
ᅳ¿No ve, Aureliano, que justamente nos estamos escapando de esos políticos? ¡Sujétese, hombre, que se va a caer! ᅳél le hace caso y enseguida se sientaᅳ. ¿Por qué no lo pones, amigo, a la velocidad de la luz, mejor? ᅳle pide Helena a Valentínᅳ. Por un voto nos van a seguir dando el coñazo hasta el infinito y más allá. Y ahora que Aureliano está aquí, ni te digo, serían dos.
ᅳTienes razón, Helen, ¡¡abróchense los cinturones!! ᅳestá de acuerdo Valentínᅳ. ¡Para qué les habremos hablado! Te voy a esconder en un sitio seguro, Helen, a la vista de todos. Así ganamos tiempo. Te dejo con tu guardaespaldas en un casting al que me interesa que vayas ᅳle informa Valentín.
ᅳ¿Casting? ¿Guardaespaldas? ¿Desde cuándo tengo guardaespaldas? ¿Y a un casting, yo, que sólo quiero encerrarme a soñar y escribir?
ᅳLos inconvenientes de la vida moderna, Helen, si no gritas y peleas no te contratan. Nos vemos después. Voy a deshacerme de estos dos pesados.
Helena aparece ante la puerta de un edificio repleto de cristales y espejos. Mira a su lado: está Jean Joseph con ella, vestido con su traje negro de judo y el cinturón, también negro, de octavo Dan. En la mano porta una espada láser de color azul.
ᅳ¿Entramos? ᅳle pregunta ella.
ᅳNo, yo no puedo entrar. Me dijeron que te acompañara hasta aquí.
ᅳDe eso nada ᅳlo coge de la ropa y traspasan juntos el accesoᅳ. Esto te gusta mucho más que a mí. Además, estás muy guapo vestido así.
Helena se encuentra, de repente, sentada ante una mesa compartiendo un té con un hombre al que no conoce. El sitio, por la decoración étnica y multicultural, le recuerda a un bar-tetería de la calle Salvà de Barcelona. Encima de la mesa hay una tarta muy grande rellena de nata y una bolsa de tela, cerrada, repleta de algo.
ᅳ¡Qué envidia! ᅳle dice la señora encopetada de la mesa de al ladoᅳ. ¡Qué delicatessen!
Está vestida como para ir a tomar el té con la reina Elizabeth de Inglaterra. Sentada encima de unos almohadones rojos, casi a ras del suelo, la chica la encuentra totalmente fuera de lugar.
ᅳDelicatessen? ᅳpregunta, para entretenerse.
El hombre que acompaña a Helena está leyendo lo que parece ser su libro.
ᅳSí, ¿no ve cómo todos la estamos mirando? Envidia pura y dura ᅳmanifiesta la acompañante de la mujerᅳ. Es por lo que hay en la bolsa.
ᅳ¿Queréis alguno? ᅳles dice, picada por la curiosidad.
ᅳ¡Ay, qué generosa, claro que sí!
Helena coge el saco de tela entre las manos: pesa alrededor de seis o siete quilos. Le cuesta moverlo, es como si fuera creciendo. Quita el cierre. Contempla lo que hay dentro: está llena de unos bombones, semejantes a trufas, de chocolate blanco y chocolate negro.
ᅳServíos ᅳles pide, acercándose a ellas con la bolsaᅳ. Pero, por favor, apuraos porque pesa un montón.
ᅳVale ᅳy cogieron una cantidad.
ᅳSon unas aprovechadas ᅳle dice Jean Joseph y señala a un individuo con la espada láserᅳ. Igual que ese hombre. Mira.
Los dos están ahora en una casa, contemplando a una familia. Como si fuese una escena del libro de Charles Dickens, Un cuento de navidad. Helena se ve a sí misma en la otra habitación, escondida, escuchando.
ᅳ¿Cómo va a venir a vender la vivienda que nos ha prestado? ¿Después de seis años? ¿Qué se cree? ¡Yo le cambié la reja, cuando se estropeó! Tendría que haberla puesto a nuestro nombre. Estamos casados, después de todo. Somos familiares.
ᅳPero es que...
ᅳNada ᅳla interrumpeᅳ. Vienen a fastidiarnos, eso no lo consiento, por muy familia directa tuya que sean. Ya de por sí es una molestia que vengan y, encima, para esto. Y tú, chico, mándale un e-mail diciéndoles que dejamos la casa sin rejas, que eran nuestras. Para que se la ocupe cualquiera.
ᅳVale ᅳdice el pequeño, con voz tímida y cara de tristeza.
ᅳ¿Por qué no le muestras lo que puedes hacer? ᅳle suplica Jean Joseph a Helenaᅳ. ¡Enséñale a ese tío quién eres tú!
ᅳ¿Puedo enseñarle yo? ᅳle pregunta Nocᅳ. Así vosotros os vais. Me sacasteis de aquella casa de locos, estoy muy agradecido.
ᅳGracias, amigo beluga, pero esta vez nos toca a nosotros.
ᅳ¡¡Que la fuerza nos acompañe!! ᅳgrita Jean Joseph.
Mueve la espada de forma circular, hacia el lado derecho, hacia el lado izquierdo y, al final, la guarda en la saya que lleva colgada de la cintura. Luego, le da la mano a Helena.
Desde donde están, la chica empieza a hacer flotar las ollas, los platos con la comida dentro, las sillas, el ordenador portátil, un árbol que hay fuera de la casa. Mientras, el pequeño ríe a carcajadas, viendo el estupor reflejado en la cara de los mayores... De los grandes, Helena sólo puede ver las espaldas.
Helena en el Halcón Milenario.
[1] Página 238, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1998.
[2]Y la batalla no ha hecho más que comenzar.
Hay muchas pérdidas, pero ¿puede alguien
decirme quién ha ganado?
Las trincheras cavadas en nuestros corazones,
y los hijos de las madres, los hermanos, las
hermanas separados.
[3] La historia de cómo Vincent se cortó la oreja es verídica y aparece en la biografía de Pierre Leprohon.
[4] Aquí va mi homenaje a Noc, que murió en el 2007.
NOTAS.
Pongo en el vínculo externo un artículo acerca de Noc, la ballena beluga: podéis escuchar allí su voz.
No os olvidéis de que la estrella y los comentarios también existen, mis queridas lectoras y lectores. :)
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