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(21) Protegiendo a Jérémie.

«Que no sean enfermos mentales la mayoría de los maltratadores no significa que no tengan muchos e importantes problemas psicológicos, como la agresividad y los celos patológicos. Es más, por lo general, suelen estar afectados de lo que Echeburúa denomina "analfabetismo emocional", es decir, grandes dificultades, cuando no imposibilidad, de expresar sus sentimientos».

La violencia y sus claves, José Sanmartín[i]


  Estaban los tres, amontonados, dentro del coche alquilado, haciendo guardia frente a la casa de Jérémie Vien.

ᅳ¿Tenemos que estar escuchando este coñazo en latín? ᅳpreguntó Jean Pierre, enfadado, desde el asiento de atrás.

ᅳUsted siempre desconforme, monsieur. Ni siquiera es amable cuando echamos a la suerte quién conduce este vehículo. Su idea, le recuerdo ᅳexpresó Helena, molesta-. Los de adelante eligen la música, ya le tocará a usted en la rotación, mañana. Además no sé por qué se queja. Es Miraculum, de Enya. Habla de un viaje a la luz de la Luna, sobre el agua. Pensé que era muy apropiado, ya que estamos en la Costa Azul y es de noche. Sentí que nos daría fuerzas.

ᅳMuchas fuerzas, es verdad, madamoiselle. Y, ya que estamos, podría poner el Kyrie Eleison y aprovechamos para confesar nuestros pecados ᅳle replicó el hombre. 

ᅳ¡Pamplinas! Y deje de hacerse el sarcástico. Son cosas que pasan. La vie nous surprenons toujours...[ii] ᅳlo calmó ella. 

ᅳ¡Ha debido de estar muy bien, madamoiselle, si terminó hablando en francés! ᅳse enfadó Jean Pierreᅳ. ¿Tendremos que organizarnos para hacer rotaciones con usted? ¿Tiramos una moneda, también?

ᅳYa vale, Jean Pierre ᅳlo cortó el hermanoᅳ. No vamos a seguir hablando de lo mismo. Tenemos que estar pendientes del niño.

ᅳComo ustedes dos hoy de tarde ᅳle recordó Jean Pierreᅳ. Seguro que hablasteis mucho de Jérémie.

C'est la vie, monsieur ᅳmanifestó Helenaᅳ. No puede culpar a las fuerzas mecánicas y tecnológicas. Y menos cuando se alían para que este tipo de acontecimientos tengan lugar.

ᅳNo tengo ningún problema con las máquinas ni con la tecnología, madamoiselle, sólo con el polvo que se echaron los dos en el ascensor ᅳchilló élᅳ. Los estuve esperando durante tres horas en el Café Turín. Comenzaba a pensar que el asesino había dado cuenta de mi hermano y de usted.

ᅳPues tendría que haber vuelto antes, entonces ᅳdijo ella, señalándolo con el índiceᅳ. ¿Cómo pudo esperar tres horas? ¿Y si se le hubiera dado por esperar seis? Todavía seguiríamos allí... Podríamos poner Heroes, de David Bowie, para motivarnos esta noche.

Mon Dieu! ᅳmanifestó, poniéndose la mano sobre la frenteᅳ. ¡Esta mujer me desespera! Silencio, ahí viene un hombre.

  La chica se abalanzó sobre los prismáticos con visión nocturna que le había prestado Jean Pierre. No había visto al asesino y, el único dato que podía proporcionar, la voz, no ayudaba en ese momento. A pesar de ello, se sentía muy inquieta, como cuando estaba a punto de materializarse alguno de sus sueños premonitorios. Necesitaba ocupar el tiempo. Los tres siguieron, sin parpadear, los movimientos de un hombre mayor que pasaba por la puerta del niño en esos instantes. No reparó en ellos. Tampoco se detuvo.

ᅳNada, falsa alarma ᅳdijo Jean Joseph.

  Helena estaba harta de las falsas alarmas. Perdió la cuenta de todas las que habían tenido, la mayoría al ocultarse el sol. Menos mal que estaban en temporada baja y que hacía un poco de frío, no había mucha gente. De cualquier manera, a medida que iban pasando las horas, el número de paseantes se iba reduciendo hasta que casi eran ellos los únicos en permanecer fuera de casa en esa zona.

ᅳ¿Y? ¿Qué tal estuvo? ᅳpreguntó Jean Pierre.

ᅳNo sé... Bien, creo... Es la primera vez que utilizo unos con visión nocturna ᅳle respondió Helena.

ᅳ¡Bufff! ᅳdijo él.

  Jean Joseph largó una carcajada.

ᅳ¿De qué te ríes? ᅳle preguntó el hermano, enfadado.

ᅳDe nada ᅳle contestóᅳ. Bueno, sí... de que Helena, a veces, es demasiado inocente...

ᅳ¡Pamplinas! ᅳdijo ella, sin perder de vista, con los binoculares, la entrada de la vivienda de Jérémie.

  El niño vivía con los padres y un hermano mayor, Alain, en una casa de clase media, situada a dos calles de la Promenade des Anglais. La rodeaba un pequeño jardín. Era una de las pocas que quedaban, por no decir la única, en el medio de una maraña de edificios, lo que facilitaba el control del acceso. Ya habían investigado la parte de atrás, pero no había forma de que alguien se colara por allí.

ᅳ¿Cómo pasaron? ᅳpreguntó, otra vez, Jean Pierre.

  Helena no sabía qué responder. Le gustaría ser como Catherine Millet, una mujer moderna. Así, haría un par de comentarios como si lo sucedido fuera, para ella, el pan de cada día. No se arrepentía. Pero una cosa era la teoría y otra la práctica: siempre se había comportado de una manera convencional, para que la tomaran en serio en su profesión. Desde que vivía en París era como si estuviera en el mundo del revés. Además, aunque no creía que Jean Pierre sintiese algo por ella, no deseaba hacerle daño.

ᅳ«¡Pero qué digo!» ᅳpensó, rectificándoseᅳ. «No somos nada».

ᅳ¿Por qué lo preguntas? ᅳinquirió Helena; Jean Joseph sólo sonreía.

ᅳPor nada... para saber... Curiosidad ᅳrespondió él.

ᅳVale, pues estuvo increíble.

ᅳ¿Nada más? ᅳsiguió preguntando.

ᅳY natural. Estuve maquinándolo durante semanas... o meses, incluso... y pasó cuando menos me lo esperaba ᅳle dijo ella, reticente.

  Se quedaron callados los tres.

ᅳPasó un ángel, también... ¿Tendremos que hacer terapia, quizás? ᅳse rió la chica, después de unos minutos de silencio incómodoᅳ. ¿Por qué no nos psicoanalizas tú, Jean Joseph?

ᅳYo ya no sirvo ᅳmanifestó él, lanzando una carcajadaᅳ. Ahora también soy parte.

  A Helena le hubiera gustado introducirse en la cabeza de los dos hombres para saber qué estaban pensando.

ᅳNo creo que sea necesario, madamoiselle ᅳaclaró Jean Pierreᅳ. Cuando volvamos a París, esta incomodidad ya se habrá acabado.

ᅳ¡Qué bien! Se lo recordaré, monsieur, cuando usted me golpeé la pared porque le moleste el ruido que haga con su hermano.

Mon Dieu! ¿Es que se ha propuesto sacarme de mis casillas? ᅳse enfadó Jean Pierre.

ᅳNo, monsieur, sólo cerrarle la boca cuando dice boludeces ᅳle contestó ella, cortante.

  Jean Joseph soltó otra carcajada.

ᅳ¿Y a ti? ¿Qué te pasa? ¿Vas a estar con esa risa estúpida toda la noche? ᅳle reclamó al gemeloᅳ. Ni que fuera la primera ocasión en la que te echas un polvo en un ascensor.

  Otra vez se hizo un silencio molesto que, más que cortar el aire, parecía cortar la noche. Volvieron a ver a otro individuo, después de varias horas de espera: eran las tres de la madrugada.

ᅳHay algo que me inquieta ᅳexpresó Jean Josephᅳ. Lleva guantes. Estamos en otoño, no hace tanto frío. No sé...

ᅳEs verdad ᅳdijo Jean Pierreᅳ. Tú quédate aquí, vigilando. Yo lo sigo.

  Jean Pierre esperó a que el hombre pasara. Luego, muy despacio y sin hacer ruido, abrió la puerta del vehículo y bajó.

ᅳ Ahí va Hércules Poirot ᅳsusurró Helenaᅳ. Él solo contra los malos. Espero que no nos salga un Inspector Clouseau.

  Jean Joseph sonrió. Mientras, el gemelo se subió la solapa de la cazadora de cuero negra y, con sigilo, se sumergió en la oscuridad.

ᅳEs un poco raro que en esta zona esté tan oscuro. En otras está mucho más iluminado. ¿No habrá sido el propio asesino el que se encargó de inutilizar las luces de por aquí?

ᅳNo sé. Yo lo único que sé es que no nos vamos a mover de aquí hasta que demos con él ᅳmanifestó Jean Joseph.

   Le cogió la mano a Helena y le dio un beso en la mejilla.

ᅳGracias. Otro estaría cuestionando por qué hacemos esto. Después de todo, Jérémie está encerrado en casa. Protegido.

ᅳTodos estaban encerrados en casa y protegidos ᅳle recordó élᅳ. Hasta que desaparecieron.

ᅳNo sé, es muy extraño... Si hubiesen estado jugando, por la tarde, en algún sitio. ¿Pero esfumarse, de esa forma, por la noche, sin dejar rastro?

ᅳMuy extraño... ¿Qué es eso?

ᅳ¿Eso? ¿Qué? ¿Dónde? ᅳpreguntó ella enseguida.

ᅳAllí, detrás de aquel árbol. Coge los binoculares ᅳle pidió Jean Joseph, haciendo lo mismo.

  Helena los cogió: había un niño, mirando a la ventana del primer piso de la casa de Jérémie.

ᅳEse niño está controlando la ventana de Jérémie. ¡Qué extraño! Un niño solo a esta hora... Ya no lo veo.

ᅳQuédate aquí. Tengo que ir a inspeccionar. Por favor, no te muevas de acá ᅳy le estampó otro beso en la mejilla.

  Helena suspiró mientras Jean Joseph, como minutos antes el hermano, abandonaba el coche y se iba en la dirección contraria, por donde vieron al niño por última vez. La chica se quedó con los prismáticos en la mano, mirando en todas las direcciones: a la izquierda, por donde se había ido Jean Pierre, a la derecha, intentando ver a Jean Joseph y al centro, observando la vivienda de Jérémie. Estaba impaciente pero no asustada. Lo suyo no era la espera. Le pareció que la cortina de la habitación de la primera planta se movía. El movimiento fue tan rápido que Helena no estuvo segura de que hubiera ocurrido. Pasaron un par de segundos y, otra vez: ahora sí que no tuvo la menor duda. Reparó en una cabeza pequeña, posiblemente infantil, a través del cristal, rápida como una ráfaga. Sintió una descarga de adrenalina.

  La chica bajó del coche, desoyendo el ruego de Jean Joseph. Estaba segura de que Jérémie saldría a la calle. Con mucho cuidado, abrió despacio la puerta. Despacito. Poco a poco se deslizó fuera del vehículo. Vestida totalmente de negro permitió que las tinieblas la engulleran. Casi reptando, se escurrió por los sitios más oscuros. Pasito a pasito. Cuando estuvo pegada a la pared exterior de la casa de Jérémie esperó. Un minuto. Dos minutos. Tres minutos. Cuatro minutos... Ocho minutos. Comenzaba a sentirse muy extraña.

ᅳ«Debería estar sentada en mi bufete de Barcelona» ᅳpensó, fastidiadaᅳ «en lugar de hacer el tonto en Niza».

  El sonido de los cerrojos de la puerta principal la hizo poner en guardia. Jérémie Vien asomó la cabeza. Helena vio que, del edificio de al lado, un hombre se dirigía hacia el chico. Ni se lo pensó: cogió al pequeño de la mano y salió corriendo con él, en dirección a la Promenade des Anglais.

Tu ne parle pas, Jérémie! Cet homme est très mauvaise! Vite! Vite! ᅳle pidió la chica.[iii]

   Jérémie no desconfió de Helena: simplemente se echó a correr.

ᅳ¡Ven aquí, venid los dos! ᅳgritaba el asesino, en francés, con su acento peculiarᅳ. ¡No os voy a hacer daño!

ᅳEs mentira. ¡Corre, por favor! ᅳle imploró la chica, hablando siempre en el idioma del niño.

  Los pies de ambos parecían tener alas. Pero detrás seguían escuchándose los pasos pesados del asesino. Otra vez una sombra sin rostro. Sólo una voz, la misma de sus sueños.

ᅳ¡Venid aquí, muchachos, vamos a jugar! ᅳgritaba.

  Helena corría. Rezaba. Suplicaba que Jean Pierre y Jean Joseph escucharan al hombre gritando. ¡La calle era un desierto! Pensó en bramar «fuego, fuego, fuego». Decían que la gente respondía por temor a un incendio, de lo contrario ni se molestaban.

ᅳNo puedo más. ¡Estoy cansado! ᅳimploró Jérémie.

ᅳ¡Sólo un poquito más, mi amor! Tenemos que ir ahí, en dirección a la Baie des Anges. ¡Rápido! ¡Ese hombre es muy malo, le ha hecho daño a muchos niños!

    Jérémie miró hacia atrás.

ᅳNo pierdas tiempo, cariño. ¡Corre! ¡Vamos hacia allí!

ᅳ¡¡Venid aquí, malditos niños!! ¡¡Cuando os pille ya veréis lo que os voy a hacer!! ᅳgritaba, la voz se escuchaba un poco más distante.

ᅳCuando nos acerquemos al agua ᅳdijo Helena, corriendoᅳ tenemos que nadar hacia las rocas. ¿Podrás?

ᅳSí ᅳdijo el niño.

  Al llegar al mar, tal como habían acordado, los dos se sumergieron. Empezaron a nadar, Helena siguiendo el ritmo del pequeño, hacia las rocas que había en la Baie des Anges.

ᅳNada y no mires atrás, Jérémie. Te juro que en las rocas estaremos a salvo ᅳle prometió, intentando que su voz sonara tranquila, a pesar de la carreraᅳ. No hables, pequeño, sólo nada. Vengo con dos amigos, son policías. ¿Sabes? Son panteras negras, de la RAID.

ᅳ¡Qué bien! ᅳexclamó.

ᅳNo hables y sigue nadando. Imagina que somos dos delfines jugando en el agua... Dos delfines son más fuertes que un tiburón...


Como los delfines.




[i] Página 59, Editorial Ariel, S.A, Barcelona, 2000.

[ii] La vida nos sorprende todos los días.

[iii] No hables, Jérémie! Ese hombre es muy malo! Rápido! Rápido!


NOTA.

    Os dejo unas estrofas traducidas de la canción Heroes, de David Bowie, que está arriba del todo en multimedia.

Yo, yo desearía que pudieras nadar

como los delfines, como nadan los delfines.

Aunque nada, nada nos mantendrá juntos,

podemos derrotarles, para siempre.

Podemos ser héroes, solo por un día.

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