(37) El perfume del asesino.
«Jeanne ha creído siempre que los mensajes que verdaderamente cuentan están en algún momento más acá de toda palabra; quizás esas cifras digan más, sean más que cualquier discurso para el que las está escuchando atentamente, como para ella el perfume de Sonia, el roce de la palma de su mano en el hombro antes de marcharse han sido tanto más que las palabras de Sonia».
Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar [*].
ᅳUsted no se mueve del coche, madamoiselle, ¿vale? —le ordenó Jean Pierre—. Mi jefe se lo dejó muy claro. Prométamelo.
ᅳ¿Prometerlo? —le preguntó, mirando a su alrededor—. ¿A dónde voy a ir rodeada de Panteras Negras y policías como estoy?
El hombre se dio por satisfecho y le dijo:
ᅳNo quiero que te pase nada. Esta vez no vas a correr ningún riesgo. Yo no quería que estuvieras aquí.
ᅳYa lo sé, monsieur, me lo dejó muy claro —lo reprendió, pasándole la mano por la cara, antes de que él se pusiera el pasamontañas—. No se preocupe, todo va a salir bien. Creo que ahora no va a estar ahí el asesino pero no se deje guiar por lo que le digo, tenga mucho cuidado.
ᅳVale —le prometió él y se fue.
ᅳCuando nos descuidemos estamos todos viviendo juntos —se rió Jean Joseph, bajando del coche—. De hecho, casi lo estamos.
ᅳCuídate mucho, amor —y le palmeó la cabeza; escuchó un chiflido, suave, de los compañeros—. Bueno, metí la pata. Te van a hacer muchas bromas. Al menos no saben lo de nuestro ménage a tròis.
ᅳNo pasa nada —y le advirtió él también—: Quédate aquí, Helena.
Era de noche y estaban en Avrillé, en las afueras de Angers. En la Route de l'Adezière, a un quilómetro de una fábrica abandonada. Dentro de un bosque que, a su vez, contenía un pequeño lago. La fábrica figuraba a nombre de Albert Poisson, padre de Émile y abuelo de Louis, muerto hacía diez años. Cuando Helena recordó el nombre de la ciudad, comenzó una búsqueda frenética llevada a cabo por todos los cuerpos de seguridad, incluida la RAID. Primero, descartando nombres de la lista de sospechosos hasta que llegaron al de Émile Poisson, que resultó ser el único que guardaba relación con Angers. En segundo lugar, para dar con él.
Investigaron todo lo concerniente al hombre: entradas y salidas al país, tarjetas de crédito, cuentas bancarias. Pero nada, era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra hacía un par de años, más o menos. Lo que sí les llamó la atención a los investigadores, fue que alguien pagaba los impuestos y demás gastos relativos a la construcción abandonada en Avrillé. No tenían constancia de que existiera otro familiar.
ᅳTiene que ser él —había dicho el jefe de Jean Pierre, seguro.
La seguridad se la daba, además, que ella les hubiera proporcionado ese dato. Cada vez la iban tomando más en serio. Helena vio cómo el pequeño bosque iba engullendo a Jean Pierre y a todos sus compañeros, fuertemente armados.
ᅳ«Menos mal» —pensó, tenía miedo de que alguno se quedara allí, custodiándola—. «Quizá lo descartaron porque estamos un poco lejos».
Ahora empezaba su trabajo, debía estar atenta. Pasados diez minutos, decidió bajar del coche. Se escondió detrás de un eucalipto, en la sombra. Debía esperar: recordaba su sueño. Seguir al asesino hasta su escondite para regresar, sola, al día siguiente a la misma hora. No podía negar que le daba un poco de resquemor. Miedo, quizás. Pero, a la vez, lo veía como un acto de fe: sus amigos en todos sus años de vida jamás le habían fallado. Ahora le hacían un pedido y ella les respondía, sin dudar. El motivo tenía que ser sumamente importante, de lo contrario no la hubiesen hecho correr el riesgo.
A veces Helena tenía la sensación de ser la protagonista de una película de acción cuando seguía las señales y datos que le daban. El apellido del asesino, por ejemplo, hasta le parecía una broma: Poisson, pescado en español. ¿Acaso, en el primer intento de cogerlo, no se había ido Jean Pierre detrás del pescadero de Niza? Otra señal, además: Anger, sin la s final, significaba ira.
Comenzaba a impacientarse. El problema de siempre, no era una persona paciente. Para entretenerse y automotivarse tarareó en su cabeza la parte de la canción Y si fuera ella, de Alejandro Sanz, que más le gustaba:
Ella me peina el alma y me la enreda
Va conmigo pero no sé dónde va
Mi rival, mi compañera, que está tan dentro de mi vida
Y, a la vez, está tan fuera, sé que volveré a perderme
Y la encontraré de nuevo
Pero con otro rostro y otro nombre diferente y otro cuerpo
Pero sigue siendo ella, que otra vez me lleva,
Nunca me responde si, al girar la rueda...
Supuestamente, el tema hacía referencia a las elecciones amorosas que uno va haciendo a lo largo de la vida. La duda, cuando se conocía a alguien, de si estaremos permitiéndole entrar a la persona que no era la adecuada. La pregunta de si, cuando terminamos una relación, estaremos dejando partir al único o la única que nos hará feliz. A Helena, la canción le decía mucho más. La hacía reflexionar en ese girar de la rueda de la existencia. En el Karma, en el mandala, en la reencarnación. ¿Sería posible que, con otra cara y otro cuerpo, reconociéramos al amor de nuestra vida anterior, por ejemplo?
¿Sentiríamos nostalgia si no dábamos con él o ella?, ¿nos faltaría un trozo de nuestro cuerpo sin saber bien cuál?, ¿vagaríamos como almas en pena, buscando una gota de agua en un océano infinito? Claro que ella era práctica. Creía que había cientos o miles de personas con las que podíamos pasar buenos momentos o tener una vida bastante cercana a la plenitud. A la perfección nunca se podía llegar. Salvo en la vida sexual, puesto que la chica nunca sospechó que pudiera llegar a estas cotas de placer.
Sea lo que quiera Dios que sea
Mi delito es la torpeza de ignorar que hay quien no
tiene corazón
Y va quemando, va quemándome y me quema
Escuchó pasos, muy leves, en la oscuridad... Se agachó, muy despacio, sin hacer ruido. Y lo vio... Sólo una forma, que se iba materializando. Pero supo que era él. ¿Por qué? Por otra señal: estaba tarareando la parte que hablaba de la «gente que no tiene corazón». Los psicópatas no tienen corazón ni alma.
Pasó a su lado, bastante tranquilo. Seguramente habría visto que la policía accedía a la construcción por el extremo contrario. Helena se sumergió más en su hueco. No la percibió, pese a que casi la rozó. El asesino no estaba en el sitio cuando llegaron los de la RAID y demás agentes. Tuvo la oportunidad de librarse. Por eso sus amigos le habían pedido que vigilara, aunque ella no sabía muy bien dónde quedarse y lo dejó al azar. Debía seguirlo. A ver cómo le salía, asumía muchos riesgos, no debía fallar.
Se sacó los tenis. De manera muy sigilosa. Y comenzó a avanzar, detrás de él. Aparentemente, el hombre se sentía a salvo de todo, lo que le hacía sospechar a la chica que había algo de realidad en las suposiciones que habían hecho acerca de él. Se creía un demonio o el mismo diablo. O el mejor en lo suyo. Quizás porque había estado asesinando durante años sin que dieran con él. Iba siempre en medio de la oscuridad. Literalmente. Cuando el tiburón aparecía, la claridad se esfumaba como por arte de magia. Recordó Harry Potter y la piedra filosofal, cuando Albus Dumbledore iba con su Apagador, que parecía un encendedor de plata, y hacía que las luces de la calle dejaran de funcionar.
ᅳ«No puedo pensar eso» —se regañó Helena—. «Es un simple hombre, como cualquiera. Pero muy malo y con un defecto biológico. Y con un nombre tan vulgar como Émile Poisson. Un pescado. Pero un tiburón no, es una simple mojarrita. El poder lo tienen mis amigos, que me están ayudando a atraparlo».
El pensamiento hizo que el coraje se renovara y que sintiera una nueva oleada de adrenalina. Lo iban a atrapar y a poner donde debía estar, en la cárcel. Caminó, caminó y caminó. Detrás de él, siempre, siguiéndolo. No perdió su rastro, él se descuidaba. Cuando llegó al lago, vio que se paraba. Helena se tiró sobre la hierba.
El asesino miró a su alrededor, antes de levantar una especie de tapa en el suelo, cubierta de maleza. Esperó diez minutos. No volvió a salir. Tomó nota del sitio. Se fijó, atentamente, en todos los puntos de referencia. Tenía ganas de volver y avisar a la RAID para que lo atraparan pero, conteniéndose apenas, volvió al coche, después de recoger sus tenis. Hizo un croquis en un papel y se lo guardó en el bolsillo. Y esperó.
Quince minutos después, vio que uno de los gemelos venía. Debido a la oscuridad, no lo pudo reconocer.
ᅳ¡Encontramos el sitio! —exclamó Jean Joseph, dándole un abrazo—. Jean Pierre no ha podido venir. Ahí es donde Poisson asesinó a los niños. Hay fotos. Pero no hablemos de eso ahora. El jefe me dijo que nos fuéramos. El asesino no estaba. Dice que es mejor que nos vayamos a casa mientras hacen un rastreo exhaustivo de la zona. Cuando llegue Jean Pierre nos traerá más información.
Encendió el coche y éste comenzó a deslizarse por el pavimento. Cuando llegaron a la intersección entre la Route de l'Adeziére y Salvador Allende, vieron un hombre tendido en el pavimento. Una mujer se inclinaba sobre él.
ᅳVoy a decirle a una de las ambulancias que venga aquí —le comunicó Jean Joseph.
ᅳDile que venga urgente, le ha dado un infarto. Yo bajo a ver qué puedo hacer.
ᅳ¿Cómo... —y se detuvo—. Baja rápido.
Helena se acercó a ellos, velozmente. Le preguntó a la señora, en francés, mientras se arrodillaba al lado del hombre:
ᅳ¿Qué le ha pasado?
ᅳCreo que le ha dado un infarto. Tiene problemas cardíacos, está sin pulso —manifestó, llorando.
Helena comenzó a reanimarlo. No sabía muy bien cómo se hacía hasta que, después de tener aquel sueño con el jefe y el teléfono azul, se estuvo documentando sobre el tema.
ᅳ¡Creo que vuelve en sí! —exclamó la señora—. ¡Gracias a Dios!
Él abrió, lentamente, los ojos.
ᅳ¿Qué pasa? —preguntó.
ᅳPor favor, no hable y no se preocupe por nada, vamos a ayudarlos —le rogó la chica, y, más bajo a la mujer, para que el hombre no la escuchase—: ¿Vieron algo que lo haya podido poner así?
ᅳSí —le respondió ella—. Un hombre pegándole a un niño y arrastrándolo en esa dirección —y se la señaló.
No era la misma zona en la que ellos habían estado pero también estaba tupido de vegetación.
ᅳMi esposo le gritó pero el individuo corrió entre los árboles. Él intentó seguirlo... y le pasó esto...
ᅳNo se preocupe —y vio que Jean Joseph volvía a llamar por teléfono—. Está la policía rodeando toda esta zona. Louis va a estar bien. El niño y su marido van a estar bien.
Jean Joseph no le despegaba los ojos de encima. Atónito.
Mandala de arena hecho por monjes tibetanos.
[*] Extraído de la página 150 del libro Los relatos, 2. JUEGOS, Alianza Editorial, S.A, Madrid, 1999.
NOTA.
En multimedia dejo Y si fuera ella, de Alejandro Sanz y en el vínculo externo el enlace a la página de Facebook de esta novela.
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