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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

JungKook estaba muerto de frío, y el clima ni siquiera era tan ventoso. No podía parar de estornudar en la parada de bus, los otros estudiantes se le quedaban mirando con el ceño fruncido mientras trataban de alejarse más de él, con miedo a ser contagiados de su evidente resfriado.

— ¿Te sientes bien? —cuestiono la castaña, observando sus mejillas sonrojadas que después de diez minutos seguían del mismo color. Los ojos pesados del Jeon le daban una imagen desganada, como alguien enfermo. Acercó su mano a la frente de él— ¡Carajo! Estás hirviendo, ¿hace cuanto te sientes así, eh? ¿no pensabas decirme? tienes que ir a casa a descansar.

— Estoy bien, tengo que ir al trabajo.

— Por supuesto que no, tienes que descansar. —insistió— Siéntate y…

JungKook se negó. Claro, le duele la cabeza, sus huesos tiemblan del frío y tiene unas extremas ganas de dormir, sin embargo, apenas ha comenzado su nuevo trabajo y no puede faltar. Así que negándose a la sensación que ha mantenido durante todo el día, se quedó de pie bajo la sombrilla de brazos cruzados, sonando su nariz roja.

Pero aquello no duró mucho. Su pequeña rabieta de niño obstinado terminó cuando su visión comenzó a ser borrosa, y de la nada, sus rodillas tocaron el suelo húmedo.

— ¡JungKook!

( … )

Él, como cualquier niño campeón, competitivo y mimado, tenía la idea de que recibir ayuda de otras personas sería humillante. JungKook es de esa forma, le gusta hacerse cargo de sus asuntos por su cuenta, poniendo presión en si mismo hasta cumplir su meta. Había sido criado de esa forma, así que no le veía lo malo a hacerse cargo de sus asuntos. Pero, Young Geon es distinta, y aunque ella también disfruta de hacerse valer por su propia cuenta, también sabe cuándo aceptar una mano. Era esa delgada línea de diferencia entre ambos la que lo confundía. Ha pasado tanto tiempo insultandola que apenas se dio cuenta de lo muy compasiva que es con el resto.

Pese a su estado, ella no dudó ni un segundo en ayudarle a ponerse de pie. Pidió un taxi y tan pronto como pudieron, ya estaban en su casa.

Hirviendo en fiebre, fue recostado en su cama.

Pudo darse cuenta fácilmente que le pertenecía por ese exquisito aroma a perfume costoso, una fragancia entre vainilla y algún tipo de flor. Podría reconocerla a ochocientos kilómetros de distancia, sus facciones, sus toques, su olor… incluso con los ojos cerrados sabría que es Geon.

Por eso, la persona que en esos momentos corre el cabello húmedo de su frente, es ella, y lo sabe. No se fuerza en abrir los ojos ni por un segundos se mantiene cálido bajo las colchas disfrutando de unas caricias tan placenteras.

Cuando los toques se detuvieron, tuvo que abrirlos. Geon lo observa fijo, con una expresión de confusión y un leve sonrojo en sus mejillas regordetas. Parece consternada, como si acabase de darse cuenta de algo muy importante. Su mano que tiembla se aleja de su rostro, pero él, deseando más de ella, la toma y la acerca.

— N-No te detengas.

— Yo no quería…

— Está bien, me relaja. —admitio— Nunca nadie me había acariciado al dormir.

— Mí madre solía hacerlo cuando me enfermaba de niña, me ayudaba a dormir.

— Serás una gran madre, Geon. —tosió, debil y divagando aún por la fiebre.

Ella suspiró, y le fue inevitable no sonreír.

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