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O2O

CAPÍTULO VEINTE

La habitación se llenó de un pesado silencio, roto solo por los sollozos desgarradores de la madre de Geon. Sus lágrimas, como torrentes desbordados, empapaban el tejido floreado al que se aferraba con fuerza.

— No lo puedo creer… —sollozó entre susurros entrecortados— Mi niña... Mi niña está embarazada. —el peso de la desesperación colapsaba sobre sus hombros— ¿Cómo pudo suceder algo así? ¿Por qué Geon, cuando tenía todo un futuro por delante?

— Lo sigo teniendo, mamá. —interrumpió con una voz temblorosa, tratando de encontrar consuelo en medio del caos; su madre se sumergió aún más en su tormento emocional.

— Debías postularte para el equipo nacional femenino el próximo año, y ser la campeona distrital este mismo año. Si te quedas inactiva, nadie te notará. Encontrarán a muchas otras chicas... Oh, Geon, el sueño de tu vida se ha desvanecido…—las palabras se ahogaban en su llanto.

El padre de Geon suspiró, sintiendo decepción. Miró hacia JungKook, cuyos ojos contenían océanos de dolor no expresados. Intentó mantenerse firme frente a la familia Han, pero su corazón anhelaba desesperadamente consuelo en ese momento de desesperación.

Caminó hacia el silencioso JungKook, cuyos pensamientos parecían estar en otra parte. Una mano cálida se posó en su hombro tenso, sacándolo de su ensimismamiento. Levantó la cabeza, encontrando la mirada comprensiva del mayor.

— Señor Han —musitó, poniéndose de pie con una inclinación de respeto— Lamento las circunstancias en las que es dada esta noticia.

El padre lo miró fijamente— ¿Qué harás? —preguntó directamente, buscando respuestas rápidas. JungKook titubeó, y balbuceó, luchando por entender la pregunta— ¿Qué harás a partir de hoy con tu vida? —repitió con una claridad inquebrantable.

La atención de la habitación se centró en ellos. JungKook jugueteó nerviosamente con sus dedos, sintiendo la presión de la expectativa sobre sus hombros. A pesar de su fachada de dureza, en ese momento era solo un adolescente perdido en un mar de decisiones difíciles, aunque siempre se las dio de duro, e increíblemente calculador, en una situación de la vida real, donde nadie más que él mismo debe tomar una decisión que afectará el transcurso de su vida… es sólo un niño tembloroso en una sala donde todos esperan que responda algo mínimamente inteligente.

— No lo sé. —murmuró finalmente, sintiéndose perdido y vulnerable— Solo sé que no quiero dejarla sola.

El silencio se hizo eco en la habitación, solo interrumpido por los sollozos angustiados de la madre de Geon y el suave murmullo del director ofreciendo un pañuelo. Entre todo aquello, el pelinegro encontró una certeza: su deseo de estar al lado de Geon, pase lo que pase.

Hyung Jo volvió a posar su mano en el hombro del joven, transmitiendo una calidez y seguridad que nunca había recibido de sus propios padres.

— Cuídala.

— Lo haré, señor. —asintió.

El hombre volvió a su esposa— JeYi, es hora de volver al trabajo.

— ¡Pero…! —la severa expresión del contrario la hizo callar sus palabras de dramatismo— Geon, busca tus cosas, iremos al médico.

— Mamá… —temerosa de que sea eso que pensaba, se levantó para retroceder a donde el pelinegro se encuentra.

— No, eso no. Necesitas ir al hospital para un chequeo, ¿o piensas que crecerá un niño sano solo por amor? ¡Se necesitan vitaminas, inyecciones, suplementos, muchas cosas!

— Oh... —suspiró— ¿Vendrás con nosotros? —preguntó al Jeon.

— Imposible. —la temblorosa voz del Director se escuchó en la sala— E-Eh… Sin autorización de sus padres no puede retirarse de la institución, a menos que la enfermera lo envíe a casa para descansar, aunque ese sería otro caso. Además, me temo que el joven Jeon y yo tenemos una charla pendiente sobre sus actividades deportivas. Y Geon, hablaremos mejor mañana.

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