014. We fell in love in October
Lumity Beta Oneshot, +18
Basado en el Drabble de zzznwn
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Primavera
Lucía se encontraba en los pasillos del instituto Hexside, sentada en las escaleras que conducen al teatro, con un cigarrillo en la boca y un libro de apuntes en la mano.
Si lograba entregar ésta tarea antes del almuerzo, la mitad de sus problemas se resolverían. O al menos, así lo sentía.
Matemáticas era su némesis, su odio era mutuo.
Había estado toda la mañana resolviendo aquellos estúpidos problemas, y cuando ya solo le faltaban dos para terminar, escuchó la singular voz de su director, el señor Bump, y con practicada rapidez, apagó el cigarrillo, corriendo escaleras arriba hacia el salón vacío y fuera de la escena del crimen.
El señor Bump era un perro rastreando alumnos problemáticos y ella era una fanática de romper las reglas que en aquel momento se encontraba fuera de clases.
—A ella le encantará estar aquí, se lo garantizo— escuchó decir al señor Bump y, curiosa, asomó la cabeza hacia el pasillo.
—Eso espero. Mi hija es muy exigente— dijo una señora, tomando de los hombros a su hija, una chica de largo cabello castaño con las puntas teñidas de verde manzana, y, Lucía lo sabía muy bien, poniendo palabras en su boca.
Su madre también la había presentado como una chica modelo y terminó siendo una de las razones para jubilarse antes de tiempo del señor Bump.
—Mamá— escuchó susurrar a la chica, apartandose del agarré de su madre.
—Eso espero— comentó el director, caminando hacia su oficina. —Entonces solo queda firmar unos papeles más y el próximo semestre, Amelia Blight será una de nuestros estudiantes aquí en Hexside— le aseguró, abriendo la puerta e invitando a la señora Blight a pasar.
—Muchas gracias— dijo ella. —Amelia, espera aquí— le pidió a su hija, y luego la puerta se cerró.
La chica ni siquiera respondió. Su total atención estaba en la música que brotaba de sus audífonos.
Amelia. Su nombre le gustaba.
Parecía ser una chica divertida, incluso bajo su fachada de chica perfecta y su vestido rosa.
Parecía ser el tipo de chica a la que deseas invitar un viernes a la noche a tu casa y subir al techo para contar estrellas y compartir besos con alcohol.
Y cuando esa chica la miró a los ojos, ojos miel tormenta, su fantasía pareció ser compartida.
Su libreta, bolígrafo y encendedor resbalaron de sus manos, efecto del susto de ser descubierta, esparciendo hojas blancas que tapizaron toda la escalera y el pasillo más abajo. Avergonzada, Lucía corrió a recoger su desastre, pidiendo a cualquier dios en turno que abriera la tierra y la sepultará ahí mismo.
—Toma— dijo la chica, pasándole su encendedor, que había rodado hasta sus pies.
—Gracias— murmuró Lucía, guardandolo en el bolsillo de su chaqueta verde.
—¿Que hacías allá arriba?— preguntó la chica, con una sonrisa en el rostro y los audífonos fuera de sus orejas.
—Mmm, creo que me estaba escondiendo de Bump— respondió Lucía, apuntando a la oficina del director. —Me gusta el aire acondicionado pero no las tres horas de castigo— bromeó, y luego escuchó una suave risa emerger de aquella chica.
—Okay— dijo ella, colocando un mechón de su teñido cabello detrás de su oreja. —Soy Amelia— le dijo, tendiendole con algo de timidez su mano.
—Yo soy Lucía— respondió ella, aceptando su saludo.
Su pequeña mano entre sus dedos se sentía exitantemente increíble.
—¿Eres de segundo año?— le preguntó Amelia, a lo que Lucía asintió. —Entonces creo que en el siguiente curso seremos compañeras— le informó, soltando su mano.
—Oh, al fin una buena razón para aprobar matemáticas— exclamó Lucía, mirando al techo como si le estuviera agradeciendo por algo.
—¿Matemáticas? Eso es fácil— comentó Amelia.
Si, seguramente era una nerd encubierta.
—Mmm, ¿Me ayudas con algo?— preguntó Lucía. Sabía que era algo descarado de su parte aprovecharse de aquella chica, pero, en su defensa, en momentos cómo aquel optar por un empleo mediocre en un restaurante de comida rápida era más atractivo que continuar inmersa en problemas matemáticos.
Y aquella chica aceptó sin siquiera preguntar.
Lucía le mostró su hoja de apuntes, le explicó su dilema, y menos de cinco minutos, la respuesta estaba ahí, tan clara que no creyó que eso le había tomado tanto tiempo.
—Oh mierda te amo tanto— murmuró Lucía, resolviendo con el ejemplo que le había dado Amelia los problemas restantes. —Gracias, en serio, gracias— exclamó Lucía, conteniendose de darle un abrazo a la chica. —¿Cómo puedo agradecerte?— le preguntó.
—Bueno, podrías darme tu número y talvez salir conmigo este fin de semana— le dijo Amelia, pasándole su teléfono celular.
Lucía juraría que sus mejillas estaban rojas cuándo tomo el celular y escribió su número en él.
—Fué todo un placer conocerte, señorita Amelia— le dijo Lucía, regresandole su teléfono y despidiéndose.
—¿Te vas tan pronto?— le preguntó ella.
—Tengo que entregar esto o la maestra pedirá mi cabeza— explicó Lucía y, agitando su mano en el aire, desapareció entre aquellos pasillos.
Durante el resto del día, la cabeza de Lucía solo había logrado evocar a imagen de aquella increíble chica. Algo en su mente le decía que aquel encuentro no sería el único.
Esa chica seria su mundo.
Verano
A ella nunca le había importado su descuidado vestuario, ni siquiera entendía la moda; así que, cuando se paró frente al espejo de su habitación, preocupada porque no sabía que camiseta se le veía mejor, se siento de lo más extraña.
—Ahg, ¡Ni siquiera es nuestra primera cita!— se autoregaño, rindiendose en su fallida tarea. Tomó una de sus opciones descartadas, una camiseta blanca con la cita "BVB" en grandes letras rojas, y se vistió de una vez.
Se volvió a mirar en el espejo. Camiseta, jeans y chaqueta. No se veía taaan mal, y eso era suficiente para ella.
—¡Ya me voy mamá!— gritó Lucía cuándo salió de la casa, metiéndose en su coche y poniendo rumbo a su cita con Amelia, la chica de ojos dorados.
Cuando llegó al estacionamiento del cine, el clima había cambiado por completo, pasando de ser un tranquilo día soleado a ser una tarde de fuerte lluvia. ¿No sé suponía que aún era verano? Pensó mientras corría de manera bastante humillante bajo las gotas de agua.
Cuando cruzó las puertas y se topó de golpe con el aire acondicionado, se sintió empapada, y tiritó de frío bajo la tela húmeda de su chaqueta mientras buscaba a Amelia.
—¿Que te pasó?— preguntó una voz conocida a sus espaldas, y ella giró para encontrarse con su cita, la cuál ya estaba tomándola de la mano y llevándola hacia baño, buscando toallas de papel para poder secarla.
—La tormenta me tomó por sorpresa— murmuró la chica, quitándose la chaqueta.
—Ay no, pobrecita— río Amelia. —¿Tienes frío?— le preguntó.
—Oh si, mucho— admitió Lucía. —Pero ya se me pasará— le aseguro ella.
—Porque si quieres podemos volver, no hay problema— le dijo Amelia, quién no quería que la otra chica se enfermara.
—Estoy bien, te lo prometo— le respondió ella, prefieriendo morir de frío antes que cancelar su cita.
Ese verano había descubierto que a Amelia le gustaban los libros de misterio y fantasía oscura, que había comenzado a trabajar en la biblioteca de la cuidad, que en efecto era una nerd amante de las matemáticas y que le gustaban mucho las películas de terror.
Y por eso aquella lluviosa tarde estaban viendo una en aquel cine, con palomitas en la boca y con sus manos entrelazadas tímidamente sin ninguna palabra de por medio.
Aún no era su chica, pero ella ya sentía que era su mundo.
Cuando la película terminó, salieron de la sala decepcionadas; la película no había sido nada buena.
—Yo podría haberla hecho mejor con la cámara de mi celular— se quejó Lucía, abriéndole la puerta de su auto.
—¿Oh sí?— se burló Amelia, subiendo al coche.
—¡Por supuesto!— exclamó Lucía, poniendo el auto en marcha. —¿O tu crees que no?— preguntó, mirando a la chica a su lado.
Amelia sonrió al ver la expresión en su rostro. Lo decía tan en serio que era adorable.
—Creo que sería mucho mejor que la basura que acabamos de ver— le aseguró, guiñándole el ojo y provocando que la otra chica se ruborizara.
—No coquetees conmigo mientras conduzco, Blight— murmuró Lucía, saliendo del estacionamiento.
La tormenta se había convertido en una ligera llovizna cuando aparcó frente a su casa, dónde las luces apagadas indicaban que su madre había salido.
Las chicas salieron del auto y corrieron hasta la puerta, llenando de lodo la entrada. Dejaron sus zapatos junto a la puerta y en calcetines, subieron hasta la habitación de Lucía.
Amelia ya había estado ahí un par de veces antes, y ciertamente, era fan de las sábanas azules con dibujitos que la madre de Lucía insistía en comprarle, y sin necesidad de preguntar, se recostó sobre la cama, aspirando aquel aroma a detergente floral.
Desde ahí observó a Lu tomar una camiseta roja y seca de un montón que tenía tiradas frente al espejo y luego salir de la habitación, para volver unos minutos después ya cambiada con aquella prenda.
Era una lástima, aquella camiseta húmeda sobre su cuerpo había encendido una ilícita fantasía en su mente.
—¿Quieres un cigarrillo?— le preguntó Lucía, sacando una cajetilla de uno de sus cajones. La chica asintió, levantandose de la cama.
Lucía apunto con su cabeza hacia arriba y Amelia la siguió fuera de la habitación, hacia la azotea.
El cielo era gris, el otoño se acercaba rápidamente y las dos chicas, en un silencio casi absoluto, estaban al borde de la azotea, con un cigarrillo en sus manos y con la mirada perdida en la lejanía.
Había algo que tenían que decirse, algo que no podían fingir que no había sucedido, pero que por alguna razón, habían preferido no mencionar.
Un beso no miente, y ellas habían tenido más de uno.
Sin decir nada, Lucía se alejó, caminando hasta una esquina alejada de la azotea, sacando de su escondite una botella medio vacía de alcohol y volviendo al balcón, para luego abrir la botella y tomar un largo trago de aquel líquido. Secando su boca con la manga de su suéter rojo, le pasó la botella a Amelia, quién la tomó y bebió lo último que quedaba, dejando la botella de lado.
—Besos con alcohol— murmuró Lucía, recordando la primera vez que vió a Amelia y lo que pasó por su cabeza.
Amelia sintió un cálido rubor en sus mejillas al escuchar las palabras de Lucía, y cuándo giró su rostro para ver a la chica, está la estaba observando también; su mirada teñida de un brillo que ella desconocía.
Fué algo por instinto, magnético y mutuo como la primera vez que sus labios se unieron, cuando su segunda cita había terminado y ella la había dejado en la puerta de su casa, despidiéndose con un beso en su boca y murmurando un adiós.
Seis semanas después, ahí estaban, en la azotea bajo la intemperie, abrazadas contra el balcón, enredadas en un desenfrenado beso que sabía a humo y alcohol, y que aquella tarde no terminaría en una despedida.
De alguna manera, dejaron la azotea y bajaron la escalera, volviendo a la habitación de Lucía sin dejar de besarse, llenando de besos su boca, besos con sabor a alcohol.
Ella enredó sus manos en su cuello cuando Lucía la presionó con la pared, besando sus labios con delirio mientras la chica ascendía por sus piernas, sus manos acariciándola con posesión y cariño.
«Sé una chica buena, sé mi chica mala, sé solamente mía, te lo ruego».
Paso a paso, entre besos descuidados y con la puerta cerrada, tropezaron hasta la cama, separandose solo un instante, conectando sus miradas en una pregunta que estaba vez no podían ignorar.
«Se mi chica, se mi mundo».
—¿Estás segura?— le preguntó Lucía, con las manos inseguras sobre su cintura y sus labios sexymente rojos.
—Muy segura— susurró Amelia, retirando con lentitud su camiseta, dejando al descubierto su torso y acariciando con la punta de sus dedos su vientre y su espalda.
Ese simple gesto envío una corriente de electricidad por todo su cuerpo y, volviendo a besarla, se dejó caer en aquel juego llamado amor.
Estaba irremediablemente enamorada de ella.
Otoño
Las hojas naranjizas y secas cubrían las calles, y mientras Lucía caminaba sobre ellas, no paraba de repetir su discurso una y otra vez en su cabeza.
Los nervios ni siquiera la habían dejado dormir la noche anterior.
Cuándo llegó al instituto, suspiró, armandose de todo el valor que no sentía y, jugando con la rosa que había comprado para ella, cruzó las puertas, buscando y no queriendo encontrarse con Amelia.
Camino por los pasillos de Hexside, aquellos en los que siempre se había sentido perdida, buscando con su mirada a la chica que la había encontrado incluso cuando se había escondido, y cuando finalmente la localizó, el discurso que tanto había practicado la noche anterior se borró de su cabeza, pues la vió sentada contra su casillero, vestida de rosa y negro, y leyendo un libro de N. Preston.
Era una vista tan linda, como sacada de uno de sus sueños.
Ella no le diría que no, ¿No?
—Linda camiseta— exclamó Amelia cuando la vió llegar, cerrando su libro y poniéndose de pie.
—Gracias... mi amor— respondió Lucía, dejando que las palabras se derramaran por si solas.
Amelia sonrió nerviosamente y guardo su libro. ¿Ella realmente le había dicho mi amor?
—Ten— exclamó Lucía, entregándole con ambas manos la rosa y volteando a ver a otro lado, incapaz de poder mirarla a los ojos.
Era tan cliché, pero las rosas eran sus favoritas, y Lucía lo sabía.
—Gracias— murmuró Amelia, aceptándola. Y luego besó su mejilla, haciéndola sonrojarse de forma muy notoria.
Lucía se negaba a entrar en pánico, no cuando estaban paradas a mitad del pasillo y rodeadas de alumnos, no cuando se suponía que debía ser valiente y declararse de una vez.
Tomó su mano, guardando sus nervios y dudas para, talvez, cuando se encontrará sola, y la llevo a las escaleras del teatro, el único lugar más o menos solitario dentro del instituto.
—Te amo— soltó Lucía, sintiendo su corazón a mil mientras en su boca se enredaban el resto de sus palabras, volviéndose incomprensibles.
Pero Amelia ya había entendido y, tomando a la chica de las mejillas, besó su frente, susurrando un suave shhh.
—Yo también te amo, Lucía— le dijo ella, buscando sus manos.
Podía sentir claramente su pulso rápido y latente bajo su tacto.
—Amelia, yo...— empezó Lucía, mirándola a los ojos. —Yo... quiero que seas mi chica— susurró, mordiendo su labio y tragando de una vez los malditos nervios.
—¿Tu chica?— repitió Amelia, sin poder evitar sonrojarse también.
Su chica, su novia, su mundo.
—Ssi— dijo Lucía, antes de sentir los labios de la otra chica sobre los suyos, robándole un beso.
—Si, si quiero— le dijo, sin dejar de abrazarla.
Otoño y besos, aquel día ambas se dejaron caer en el amor; dulce, arriesgado y delirico amor de octubre.
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Díganme con emojis que les pareció el cap 🍁🌹🖤🔥
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