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Capítulo III

Para volverte a encontrar pasó la misma cantidad de tiempo.

Era mi cumpleaños número quince, los chicos habían comenzado a atraerme más que las muñecas, las mismas caricaturas de antes ya no eran tan graciosas, las discusiones con mi papá eran más frecuentes, ya había tenido mi período y la ropa que me servía a los trece en el pecho ya no lo hacía.

Tenía varias amigas con las que pasaba el rato, ellas me habían tratado de convencer de que para ese día invitará a algunos chicos mayores de la escuela para que nos divirtiéramos; mi padre no estaba en casa, había tenido un cambio de horario y tuvo que marcharse, estaba enojada con él, quería pasar ese día especial con él, pero eso no evitó que pensará en su advertencias sobre el sexo y las ETS. Les dije a mis amigas que tenía dolor de estómago y que me quedaría en mi habitación toda la noche, ellas se quejaron pero acordaron que celebrarían en mi nombre en la casa de alguna de ellas. Algunos meses después me enteré de que dos estaban embarazadas.

Aquel día le había mandado un mensaje a papá diciéndole que iría a ver una película nueva al cine con mis amigas, que luego comeríamos una pizza; le mentí, no quería que supiera que lo iba a hacer sola, no necesitaba esa culpa.

Me puse un vestido que había comprado hacía meses pero que aún no había utilizado, me quedaba un poco apretado en el pecho, como toda mi ropa; de todos modos me lo puse y oculté mis senos con mi largo cabello castaño, me coloqué un poco de maquillaje, también me puse mis zapatillas favoritas. Me sentía linda, casi creía que una estrella de pop se iba a fijar en mí.

Cuando llegué al cine y compré la boleta me dí cuenta de lo lamentable que era mi situación. Sola, el día de mi cumpleaños. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba a punto de romper el estúpido pedazo de papel que solo ponía en evidencia la miserable vida que tenía cuando una mano cálida me detuvo.

— ¡Ey! No seas tan ruda, me dijeron que es una buena película. — dijiste con una sonrisa boba.

Ya no tenías el mismo rostro de cuando te ví por última vez, esta vez era más varonil, como la de los protagonistas de las series que tanto me gustaba ver o como me imaginaba a mis personajes literarios favoritos, pero tus ojos, esos preciosos ojos marrones, aún eran tan brillantes e inocentes como recordaba.

Te diste cuenta que estaba a punto de llorar y trataste de consolarme desesperadamente, me hiciste sentar en un banco del parque delante del cine, había llovido ese día por lo que no podíamos sentarnos sin mojarnos pero no te importó, tomaste tu chaqueta y la utilizaste como toalla.

Me dijiste que te llamabas Dean, yo te dije que me llamaba Blaire. Me preguntaste porque estaba triste y te lo conté, me sentía cómoda contigo.

Durante toda esa noche te dedicaste a hacer de ese mi mejor cumpleaños, así de fácil eran las cosas para tí. Me invitaste a cenar a un restaurante donde los meseros iban vestidos de super héroes, así como cuando nos conocimos, pero sabía que no lo recordabas. Luego me convenciste de ir a un club de salsa, aún cuando te dije que no sabía; para el final de la noche ya me dolían los pies de tanto bailar.

Esa noche me divertí como nunca, tú eras tan divertido y alocado. Tus ojos marrones se abrían con entusiasmo mientras me hablabas de los maravillosos lugares que podíamos visitar en la ciudad, yo solo me dedicaba a mirarte con ese sentimiento extraño que desde hacía tiempo iba creciendo dentro de mí.

Sin embargo tuve que decirte que debía irme, que ya era tarde. Me observaste con esos preciosos ojos cafés llenos de tristeza, no querías que me fuera, pero no podrías detenerme.

Me acompañaste hasta mi calle, quería que lo hicieras hasta mi puerta.

Me miraste durante tres largos y benditos segundos, supe que ibas a besarme, yo quería que lo hicieras. Te acercaste muy lentamente, como dándome tiempo a que me alejará o que corriera despavorida, no lo hice, en lugar de eso cerré los ojos, cuando tus labios rozaron los míos fue sólo eso, un roce, un roce suave y delicado, pero que para mí había suficiente. Habías sido mi primer beso.

Cuando me fui a la cama ese día encontré la boleta del cine para la película que jamás ví, la tomé con mucho cuidado mientras sonreía recordando todos los acontecimientos de esa noche.

Aún guardo aquella boleta.  

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