Encuentros
No hubo nunca ni un sólo asomo de remordimiento en aquel ser que se hacía llamar "Annatar" sobre la sucia pero deliciosa mentira a la que sumió a Celebrimbor. Tenía bien planteadas sus intenciones cuando su única opción, tras haber intentado en otros señoríos, fue a postrarse ante los pies de Mano de Plata.
Cuando por primera vez Annatar se le presentó a Celebrimbor, éste pensó inmediatamente en la belleza y seguridad que el extraño forastero despedía. El morocho cayó en la mentira de que Annatar fue enviado por los mismos Valar, e hizo caso omiso a las advertencias de Gil-galad y Galadriel, elfa de la que nunca pudo ser correspondido.
Celebrimbor cayó ciego ante el carisma y la amistad que con el tiempo se desarrolló con Annatar.
El elfo de hebras rubias le hubo prometido demasiados conocimientos en cuanto a la herrería, y por un momento, Celebrimbor pensó que gracias a las enseñanzas de Annatar podría superar por mucho a su abuelo Curufinwë.
Los días en los que sus caminos se cruzaron no eran exactamente los mejores de la Tierra Media, pero Celebrimbor vio en Annatar algo que lo atrajo, lo enamoró, y con simples palabras y promesas ya lo tenía en la bolsa.
Se piensa que Annatar no hubo hecho con ningún otro elfo, hombre o enano, lo que hizo como su pareja Celebrimbor. Y así tal vez, por un sólo instante, Annatar pudo haber sentido verdadero amor por el elfo, pero el fuego de sus intereses jamás se apagó, al contrario, se avivó aún más cuando Celebrimbor jadeaba postrado y sumiso, el nombre de su amado, su nombre; Annatar.
En cada noche en la que el elfo forastero se le presentaba, Celebrimbor quedaba aturdido por semejante perfección. Y aunque Celebrimbor intentara recordar cómo es que Annatar logró perforar en su corazón y hacerle olvidar a Galadriel, nunca encontró una respuesta clara y mucho menos el inicio del problema.
Fueron innumerables las situaciones del coqueteo por parte del rubio, los roces que él mismo provocaba en el trasero del moreno, y sus insinuaciones. Comenzaron entonces, una relación un poco extraña, porque Annatar sólo aparecía por la noche, mientras que por el día Celebrimbor contaba las horas para encontrarse con el alma que nunca hubo amado tanto en la Tierra Media.
Cuando el sol se hubo escondido por fin, Celebrimbor se aseguró de que nadie y absolutamente nadie, los podría interrumpir, y ordenó que dejaran el palacio vacío salvo con uno o dos sirvientes. Esperó en su habitación hasta que las puertas sonaron haciéndole levantar su mirada celeste; Annatar cruzó el lumbral con una suave expresión enigmática.
Las noches a parecer del rubio, han comenzado a hacerle un poco de daño porque su corazón respondía ante la inocente imagen de Celebrimbor sonriendo y daba saltos de alegría. Todo esto le enfermaba y molestaba, pero simplemente no podía dejar de aparecer por las noches. Aunque más de una vez lo intentó.
Sus pasos vacilaron un poco al ver cómo Celebrimbor se levantaba de la cama molesto, y con los brazos cruzados. Un "¡He vuelto!" no parecía ser conveniente, y por eso calló hasta tener enfrente el rostro molesto del moreno.
—Has tardado, de nuevo —se expresó Celebrimbor con obvio capricho en la voz.
Su contrario lanzó un suspiro burlón e intentó atrapar a Celebrimbor en un abrazo, pero esta vez el moreno no se lo dejaría tan fácil.
—¡¿Así nada más?! Annatar.
Celebrimbor dio un paso atrás, mismo que Annatar recuperó esta vez atrapándolo con fuerza de sus caderas.
—¿Esperabas otra cosa? —cuestionó meloso, pero aun burlón, dejando a Celebrimbor con un suave sonrojo—. Lamento el tiempo que perdemos, si es lo que quieres escuchar. Lo siento, ¿Deberíamos perder ahora el poco que tenemos?
—Querer una explicación de tu tardanza, no es perder el tiempo —atacó, aunque cayó en el juego, y tomó un mechón rubio para jugar con él.
Celebrimbor no soportaba la mirada tan penetrante pero hermosa del contrario y tenía miedo a morir frente a ella.
—Lo único que necesitas saber son mis deseos por escucharte llamar a mi nombre, por hacerte mío y disfrutar cada rincón de tu lascivo cuerpo.
Celebrimbor enmudeció y rodó la mirada, nervioso; el cortejo de Annatar había comenzado, y él gustoso se dejaba llevar hasta sentirse completo y satisfecho.
—¿Acaso los orcos se han comido tu lengua? —en un movimiento travieso, logró susurrar tan seductor al oído de Celebrimbor que el calor de la habitación parecía ir en aumento.
Las sensaciones que el azabache experimentaba, sabía que sólo Annatar era el único que podía provocarlas. Sintió la diestra de Annatar comenzando con un lento y suave vaivén en sus nalgas, mientras intentaba aún mantenerse cuerdo, pero fue tarde para Celebrimbor. Todo juego comenzó a tomar sentido cuando un dolor colosal se hizo presente en su entre pierna.
Y dejándose enloquecer, Celebrimbor cayó cual hermoso y colorido pétalo en otoño a su cama seguido por una bestia dominante que le brindaba caricias y besos por todo su cuello en exceso. Celebrimbor por momentos creyó haber olvidado cómo hablar, vio las estrellas mientras cerraba sus ojos y se concentraba en sentir y reprimir sus bufidos.
Y dijo en un pobre intento de recuperar la charla:
—No es ese el caso...
Incluso Annatar atónito quedó ante la fuerza de voluntad de Celebrimbor al querer seguir hablando. Pero esto duraría muy poco, sus manos habían ya explorado por segundos casi todo el cuerpo de Celebrimbor; había viajado debajo de sus ropas a sus pezones, hasta sus caderas, a sus muslos, y claramente a su linda y suave intimidad.
—Mírate —se irguió un poco para admirar la belleza en la que ahora Celebrimbor nadaba con una mirada asustada pero llena de placer.
Bajó sus ropas y tras un tiempo, a ambos los despojó de ellas observando la perfecta curvatura de Celebrimbor. Lamió sus propios dedos, saboreó y provocó ruidos incómodos con ellos, todo a burla de la triste y desesperación de su compañero
—Con esa expresión solo estas provocándome. Cállate de una vez, y dame el honor de ser yo quien devore de nuevo todo tu ser.
Esa noche en especial, los ojos de Annatar tomaron un color rojo más vivo, semejante a la sangre, intimidando aún más a Celebrimbor pero lejos de sospechar algo, se sintió atraído. El morocho se rindió ante el débil deseo carnal, se levantó un tanto y atrapó a Annatar por el cuello evocando un beso.
El vaivén comenzó dentro de sus bocas y aunque Celebrimbor intentaba domar los astutos movimientos de Annatar, terminó siendo guiado. Recibió bastante placer como para que sólo haya sido un beso. Y cuando se hubieron de separar no por falta de aire, sino por ideas nuevas, un fino hilo de saliva los mantenía aún unidos.
Annatar bajó la mirada, observó de nuevo emocionado y deseoso, la tremenda rigidez del miembro de Celebrimbor, quien con vergüenza intentó cubrirla con su diestra.
—¿Qué haces?
Annatar volvió a burlarse, pero sus jadeos parecieron deformar la risa. Entonces atacó de nuevo a Celebrimbor con un rápido beso en los labios y bajó a su cuello, sitio donde se aseguró de dejar un par de marcas semejantes a las que ya había pintado en su pecho.
—No entiendo —dijo divertido, pues él no tenía ni un poco de vergüenza en mostrar su erección. Tomó la diestra del moreno y con poca fuerza logró retirarla—. ¿Para qué ocultarme lo que tanto deseo?
Fue suficiente para Celebrimbor, quien se sentía humillado; no se dignó a responder sino a observar a Annatar de forma reprobatoria. De cualquier forma, Annatar no encontraba razones para disculparse y mucho menos para retroceder; besó nuevamente a Celebrimbor con la intensión de no liberarlo, y con su mano comenzó a estimularlo en el glande con suaves pero repetidos golpecitos.
El moreno por inercia suavemente levantaba sus caderas, y le pareció molesto el hecho de que él mismo estimulaba su entrada. Deseaba ya tener a Annatar dentro, quería ya terminar y sentir aquellos repetidos espasmos.
A pesar de ir bastante bien, Annatar comenzó a jugar; sus movimientos los volvió lentos para enloquecer a Celebrimbor, quien bruscamente se levantó sobre sus propios codos y dijo molesto:
—No comiences de nuevo... No esta vez... Annatar —gemía y sus palabras eran tan ligeras que bien no pudieron llegar a lo oídos sordos del mencionado.
—Ha pasado bastante tiempo ¿por qué no comienzas tú? Después de todo... —de nuevo formó aquella media sonrisa que retaba de sobremanera a Celebrimbor—. Quién parece más necesitado eres tú ¡muéstrame lo que necesitas!
Celebrimbor apretó con fuerza sus labios en un leve puchero, empujó del pecho a Annatar bajándolo de sí. No iba a caer en su trampa de nuevo, se decía una y otra vez, Annatar vería lo mucho que lo necesitaba.
Entonces, sus acciones hablaron a lo contrario de sus pensamientos y Celebrimbor, con notable vergüenza en su expresión, se levantó y arrastró por las sábanas.
En el acto, pudo haber tirado algunas almohadas, pero eso poco tuvo de relevancia cuando el Noldo, haciendo caso a las palabras y bajo la mirada de Annatar, se postró frente a él en cuatro. Suspiró y con su zurda separó levemente sus nalgas exhibiéndose por completo.
—¿No... Te parece obvio lo que necesito? —inquirió ofendido mientras esperaba con el ceño fruncido alguna respuesta de Annatar.
El rubio antes de hacer cualquier otro movimiento idiota o haber dicho algo que pudiese arruinar el momento, atrapó las nalgas de Celebrimbor en sus manos y ejerciendo más fuerza de la necesaria, introdujo sólo la punta.
Celebrimbor cerró los ojos. Su entrada al parecer había olvidado el tamaño del pene de Annatar, pero no representaba ningún problema. Entonces, Annatar tras haber recibido la aprobación de Celebrimbor, entró por completo al momento que el Noldo dejó escapar un melodioso gemido.
A cada estocada fuerte y sin demora que Celebrimbor recibía, un atrevido sonido aparecía producido por el choque de ambos cuerpos y las pobres fuerzas del Noldo disminuían a cambio de placer. Pero en el límite de la locura, se sorprendió cuando en el cuerpo de su pene se sintió aprisionado por dos delgados dedos.
Annatar tuvo consideración por primera vez después de tantas noches, se decidió masturbar a Celebrimbor mientras lo hacían, dándole una sensación más placentera. El elfo de hebras morochas arqueaba su espalda sin reconocer el dolor más que la excitación en su cuerpo.
—No hagas... Eso... Se siente... Extraño —alcanzó a decir mientras sus brazos temblaban y sus rodillas tiritaban.
—¿Extraño? Sólo se siente bien, no temas.
Annatar aumentó la velocidad de su mano, comenzó a sentir húmedo y pegajoso el lugar, pero él también recibía satisfacción. Pudo haber sido más agresivo y abusivo que otras noches, pero esta vez comenzó por ser considerado con su amado, a pesar de haberse burlado lo suficiente.
Fue tanto el tiempo en que Annatar se perdió en sus pensamientos que cuando se percató, Celebrimbor ya se había corrido en su mano y poco tiempo después, lanzando un ronco gemido, mismo Annatar se corrió dentro de Celebrimbor. Aunque quiso hacerlo fuera, el morocho no se lo permitió.
Celebrimbor fue portador de abismales espasmos y ahora sí, agotado, se dejó caer en la cómoda cama abrazando almohadas a su paso. Y observó a Annatar que aún con energía, se mantenía erguido sobre sus rodillas como esperando el momento preciso para algo.
—¿Qué sucede? —cuestionó levantándose un poco hasta sentarse frente a Annatar.
El rubio levantó su mano sucia hasta los dedos por el delicioso elixir que produjo Celebrimbor hace no mucho. El azabache enrojeció, y avergonzado intentó taclear al rubio para atrapar su mano y limpiarla, pero fueron lentos sus movimientos.
—¡Límpialo! ¡Voy a limpiarlo!
Entonces Annatar ignorando la orden y mirada severa de Celebrimbor, sonrió de oreja a oreja poniéndole los pelos de punta; y uno a uno, lamió sus dedos. Tan bien le sabían que gustoso y satisfecho parecía en semejanza a cuando le hacía sexo oral al Noldo.
—Ya quiero que sea mañana —dijo Annatar.
El morocho en el extremo de la vergüenza, se cubrió el rostro con sus manos. Annatar no sólo deseaba que fuera mañana, sino que la noche no acabase para estar aún más tiempo con Celebrimbor. Lo último que escuchó antes de comenzar de nuevo, fueron algunas vagas palabras del moreno.
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