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Manigoldo y la doncella (y 3)

Ahora era la boca del caballero la que, sin dejar de acariciarle los dedos, avanzaba desde su muslo, dejando un rastro de saliva entre besos y mordiscos en su camino hacia el tobillo, cuyo hueso marcó con una inesperada dentellada que arrancó a Giuliana un genuino gemido de placer: la sensibilidad en aquella zona era exquisita y sorprendente y él, consciente de que había conseguido la reacción que deseaba, contorneó con los dientes el talón, delineando su delicada curva y soplando sobre la planta antes de morder el mayor de los dedos, mirándola con aire juguetón.

- Oye... eso es...

- ¿Morboso? ¿Excitante?

- Sí...

- Probemos de nuevo...

Manigoldo se sentó a los pies de la cama, sosteniendo en su regazo los pies de Giuliana, que le miraba, sonrojada y con el corazón acelerado. Todavía no conseguía asimilar que de verdad era él quien estaba junto a ella, con el magnífico tronco descubierto y la piel húmeda de sudor, besándole los pies y proporcionándole toda una plétora de sensaciones desconocidas para ella hasta ese momento. Con la misma sonrisa que hacía temblar a sus enemigos en el campo de batalla, lamió uno por uno los pequeños dedos, cuya poseedora gemía tenuemente, con la vista fija en él. Era en verdad maravillosa la forma en que estaba consiguiendo volverla loca solo con acariciar aquella parte de su cuerpo, pensó, permitiendo que su mente fuese dejando de lado la racionalidad.

Él continuaba mordisqueando y lamiendo el metatarso del pie derecho, mientras surcaba con las uñas la planta del izquierdo.

- Te gusta, ¿verdad? Tu cuerpo me lo dice... tienes las pupilas dilatadas, los pezones duros, el vello erizado... y esta mancha... estás empapada, linda -afirmó Manigoldo con arrogancia, apoyando su propio pie entre las piernas de la chica, que dio un respingo, avergonzada al notar la humedad de su cuerpo traspasando la ropa interior.

- Es que...

- ¿Nadie te había hecho algo así, Giuliana?

- No, y me gusta -reconoció ella, empujando el pie hacia la boca del caballero-. Sigue, por favor...

No se lo hizo repetir: apresando ambos tobillos, lamió y mordió, sin dar tregua a su compatriota, que movía las caderas con una cadencia tan evocadora que se sintió tentado de dar un paso más.

- Quítate eso, anda -pidió, con el brazo extendido hacia el calzón de la chica, pero ella negó con la cabeza y se incorporó sobre los codos hasta quedar sentada.

- No. Es tu turno de desnudarte y el mío de darte placer -declaró.

Impresionando a Manigoldo con su determinación, Giuliana elevó la pierna hasta que su pie quedó completamente apoyado sobre el miembro del caballero. Presionó con firmeza, esbozando una pequeña sonrisa al notar su calidez y dureza, apenas contenidas por la tela de su pantalón.

- De acuerdo, linda, como quieras...

Sin pudor, Manigoldo se puso de pie y aflojó las cordonaduras laterales de su pantalón para hacerlo caer al suelo. Giuliana contuvo un jadeo de asombro al contemplarle desnudo ante ella: toda su anatomía se componía de proporciones perfectas, por no hablar de aquella erección que saltó como un resorte en cuanto el pantalón bajó por sus caderas. Ya no cabía duda: iba a hacerlo con Manigoldo de Cáncer; era un hecho. Se aproximó de nuevo, pero ella le detuvo, estirando las piernas hacia él. Con el pie derecho, pegó el miembro al vientre del hombre, que le dirigió una elocuente mirada, y colocó el empeine del izquierdo bajo los testículos, moviéndolo igual que si los tanteara.

- ¿Vas a jugar así, preciosa? -Manigoldo ya no sonreía. Al contrario, la observaba con un brillo salvaje en los ojos, fascinado ante la osadía de la chica.

En silencio, Giuliana oprimió con la planta el sexo del caballero, asintiendo y buscando una reacción en su rostro o su cuerpo a sus caricias. Decidida a arrancarle un jadeo, lo atrapó entre ambos pies y se acodó en la cama, poniéndose cómoda para masturbarle en aquella postura.

- Voy a jugar y lo vas a disfrutar, Manigoldo... -aseveró.

Estaba bastante segura de sí misma: era consciente de su atractivo y de su habilidad para complacer a la persona que compartía su cuerpo y su tiempo. Sabía que podía colmar las expectativas de Manigoldo y su idea se vio confirmada cuando, al iniciar un lento vaivén en torno a su erección -cuyo tamaño y grosor eran acordes a la generosa estatura del hombre-, le vio apretar los labios y entornar los párpados.

- ¿Nadie te había hecho algo así, Manigoldo? -con cierta sorna, imitó la entonación con la que él había pronunciado aquella misma frase poco tiempo antes.

- Sigue... -demandó, con voz ronca, rodeándole los talones con los dedos para ofrecerle un punto de apoyo que le evitase cansarse demasiado pronto.

Pendiente de cualquier gesto que la ayudase a encontrar el ritmo y la presión perfectos, Giuliana continuó masajeando el miembro del hombre en el hueco de sus plantas, frotándolo con energía y gozando de aquella impresión de poder que siempre le proporcionaba el ser capaz de dar placer a otro.

- Así, bonita...

Él mismo se hizo cargo de su propio goce, sujetando los empeines de la chica y moviendo la pelvis entre jadeos cada vez más indiscretos. Una intensa mirada les mantenía conectados mientras Giuliana era testigo de cómo Manigoldo se acercaba al orgasmo y explotaba, derramando toda su semilla sobre sus pies.

- Me has ensuciado...

- Lo arreglaremos enseguida, preciosa -prometió él, abalanzándose sobre aquellos dedos manchados de esperma y lamiéndolos hasta dejarlos impolutos.

- Quiero más de ti, Manigoldo de Cáncer. Me juego mi puesto de trabajo, así que hagamos que valga la pena.

La chica acompañó su exigencia con un guiño, al tiempo que se levantaba para despojarse de todas las prendas que aún la cubrían. Él admiró su cuerpo firme y curtido por el trabajo físico y la curva que discurría entre su cintura y sus caderas, la abrazó durante un breve instante, besando su frente con dulzura, y se recostó en la cama, haciendo un gesto incitante que ella obedeció. Se lamió dos dedos, los dirigió a su entrepierna y los pasó entre aquellos labios cálidos que enseguida cedieron a la presión, separándose sutilmente para darle acceso a los empapados pliegues que protegían y revelando la delicada bolita rosada que no perdió tiempo en comenzar a  acariciar.

- Mojada y caliente en mi cama, así te he soñado tantas noches, muñeca...

- Así me tienes ahora -gimió ella, con la boca pegada a la de él en un beso interminable.

La espalda de Giuliana se arqueaba para darle el mejor ángulo; con las mejillas coloreadas y el cabello esparcido en un ovillo deshecho sobre la almohada, Manigoldo la encontraba increíblemente hermosa y deseable. En un movimiento fluido, introdujo un dedo en su cuerpo, que ella apresó con fuerza.

- Vaya -manifestó, complacido-, me pregunto qué serás capaz de hacer cuando tengas dentro esto... -tomó la mano de la chica y la colocó rodeando su miembro, que comenzaba a erguirse de nuevo tras el clímax.

- Te llevaré al olimpo y verás a la mismísima Afrodita ante ti... -balbuceó ella, acariciándole.

- Lo comprobaremos, pero solo después de que hayas gritado para mí...

Un segundo dedo se adentró en la intimidad de Giuliana, robándole un gemido. Pendiente y atento, el caballero colocó el pulgar sobre el clítoris, decidido a estimularla de todas las formas posibles, y siguió rozándolo, guiándose por sus reacciones para variar el ritmo de sus caricias. La boca de la chica se abrió en un llamativo jadeo cuando él añadió el tercer dedo; por fin, sí, se sentía llena, invadida por completo, y su cuerpo lo manifestaba: moviendo violentamente las caderas al encuentro de los dedos de Manigoldo, se dejó arrastrar hasta el éxtasis, al tiempo que le mordía la boca y se aferraba a su muñeca para impedirle cualquier intento de retirar la mano.

- Oh, Manigoldo... yo también he imaginado esto... tenerte conmigo...

Él le devolvió el beso, tomándola de la cadera hasta situarla sobre él.

- Demuéstrame cuánto me deseas, Giuliana -ordenó, ayudándola a descender sobre su miembro enhiesto y exhalando con fuerza cuando notó que su glande rozaba la entrada.

Saboreando todavía las últimas oleadas de su orgasmo, ella sonrió, deseosa de hacerle disfrutar, y acercó más la pelvis a la de él, dejando que la fuese penetrando poco a poco.

- Mejor que con los dedos, ¿verdad? -inquirió él al sentirse rodeado y aprisionado por la carne ardiente de la chica.

- Mil veces mejor...

Giuliana apoyó las palmas sobre el pecho de Manigoldo, concentrada por un instante en aquella gozosa sensación: le tenía en su interior, excitado, dispuesto a ser manejado por ella. No había nada mejor en el mundo que aquello, pensó, con la mente un tanto enturbiada por el placer. Danzando sobre él, ofreciendo el cuerpo a sus besos, la italiana sentía la fresca brisa en su espalda, que iba perlándose de sudor, y el sol de mediodía en los hombros. Él le apretaba los pechos y le besaba los pezones, acompañando con su cuerpo los movimientos de ella a la perfección.

- Dioses, estás tan duro... -gimió, con los brazos tensos y la cabeza hacia atrás.

- Preciosa, tú me pones así... pienso pasar el día devorándote, terminarás tan exhausta que tendré que bajarte en brazos a tu habitación... Me gustará ver cómo lo explicas...

La chica rio ante aquella improbable escena: Manigoldo, en la cabaña de las doncellas, metiéndola en la cama y arropándola con un beso, pero pronto él la devolvió a la realidad que estaba viviendo con un fugaz azote:

- No te distraigas, solo estamos los dos...

Obediente, Giuliana recuperó el ritmo, ayudada por las manos de él en torno a sus caderas. Manigoldo flexionó un tanto las piernas, encontrando un ángulo distinto que le proporcionaba a ella un delicioso roce en cada embestida. Ahora sí, sentía su interior trémulo, pronto a perderse en un nuevo orgasmo, y se lo hizo saber con una vehemente mirada que él captó al instante.

- Córrete, linda, déjame saber cuánto te gusta estar conmigo...

El erotizante susurro fue todo lo que ella necesitaba para alcanzar de nuevo la cumbre, clavándose sobre él con ímpetu, casi con rabia, y gritando su nombre sin preocuparse por la ventana abierta. Inconscientemente, le surcó el pecho con arañazos que él correspondió azotándola cada vez con más fuerza hasta correrse en su interior.

- Ah, Giuliana, ¡en verdad eres una delicia! -exclamó al dejarse ir en una última embestida que hizo a la chica exhalar de placer y de dolor.

Con los ojos cerrados, ella intentó recuperar el aliento, acariciando el torso del caballero al tiempo que la conciencia de lo que acababa de suceder invadía su cerebro. Iba a necesitar la prometida intercesión de él para no llevarse una buena reprimenda y conservar su puesto de trabajo, pero fuesen cuales fuesen las consecuencias que tuviese que arrostrar, merecían la pena a cambio de la experiencia de tener a Manigoldo entre sus piernas, tal como estaba ahora, incorporándose sobre los codos para tomarla por la nuca y besarla con la extraña mezcla de dominancia y dulzura que había surgido de manera espontánea entre ambos durante aquella mañana que habían pasado juntos.

- ¿En qué piensas, preciosa?

- En que a partir de ahora debería dedicar más tiempo y esmero a tu templo...

- Me parece una idea perfecta. Quizá me vuelva más desordenado, ahora que sé lo bien que puedes llegar a cuidar de mí... También yo pienso consentirte... Aunque tenga que ser un secreto entre los dos, Giuliana.

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