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Capítulo VII; Maniático.

La desesperación los invadió a ambos con una intensidad que se hacía evidente en el aire. Yoongi, con una destreza impresionante, guió al hombre que jadeaba, sintiendo cómo su mandíbula era recorrida por las suaves mordidas de un deseo que parecía no tener fin. Jimin, incapaz de resistir la fuerza de la atracción, se recostó completamente sobre el sofá, el cuerpo relajado pero el rostro aún marcado por la ansiedad, mientras Yoongi, implacable, se inclinaba hacia él para continuar su beso con una urgencia que parecía ir en aumento.

Era como si ambos fueran imanes, tan perfectamente alineados que no existiera ninguna fuerza capaz de separarlos. La conexión era tan profunda que resultaba imposible negar lo que ocurría entre ellos, y no podía evitar repetirse una y otra vez que, en cualquier escenario que los involucrara a Yoongi y a Jimin, ya fuera en una cama o, como en ese preciso momento, sobre un sofá, el resultado siempre sería el mismo: una tensión palpable y un deseo sin frenos.

—E-el... Mmh~ —dijo Jimin, su voz temblorosa, apenas audible, pues las palabras se veían interrumpidas por los jadeos incontrolables que escapaban de sus labios.

Yoongi, que había estado concentrado en la acción, frunció ligeramente el ceño al no comprender de inmediato.

— ¿Qué? —preguntó, sin despegar los labios de Jimin, pero con un tono que indicaba confusión.

— ¡El... seguro! ¡Carajo, Yoongi! —repitió Jimin, esta vez con una urgencia visible, sus ojos llenos de desesperación al observar a Yoongi sonreírle con una expresión ladina mientras señalaba la puerta ya asegurada—. Eres lento, idiota. —La frustración de Jimin era palpable, y aunque su cuerpo seguía atrapado en un torbellino de sensaciones, su mente aún se aferraba a detalles como este.

Yoongi, al percatarse finalmente de lo que Jimin señalaba, no pudo evitar una sonrisa más amplia, una que dejaba claro su divertimento ante la situación.

— ¿Cuál es tu problema? —dijo Yoongi, su tono juguetón pero con una pizca de molestia—. ¿A dónde quedó el “hyung”, eh? Y además, ¿por qué me insultas tanto? —preguntó con cierto desdén, sin apartarse de Jimin, como si no tuviera prisa por resolver el conflicto. Era como si el tiempo y el mundo entero pudieran detenerse, tan absorto estaba en él.

Jimin, sin perder tiempo, respondió con una dosis de hartazgo evidente en su voz, ahora un poco más calmada pero aún llena de impaciencia.

—Tómame y cállate, ¿podrías hacerlo o es mucho para tu estúpida boca? —La frustración se filtró en su tono, y aunque sus palabras fueron ásperas, también había un deseo claro, un llamado a la acción, a no perder más tiempo con palabras vacías.

Yoongi, lejos de sentirse ofendido, se permitió un pequeño resoplido y una sonrisa burlona. Estaba completamente fascinado por la pasión y la determinación de Jimin. Lo miró con una mezcla de diversión y deseo, y sin dudarlo un segundo más, se deshizo de la camiseta de Jimin con una rapidez que no dejaba espacio a la duda: estaba decidido a seguir el curso de sus más oscuros deseos.

—Eso fue cruel, pero no importa mucho cuando sé que te divertirás cuando mi boca cumpla tus deseos más sucios, doctor Park —se burló Yoongi, dejando que su voz grave y cargada de ironía llenara el espacio. Sus manos se deslizaron por el cuerpo de Jimin, con la familiaridad de quien conoce cada rincón y cada suspiro de su compañero. Había anhelado entre sueños frustrados la sensación de sus pectorales bajo su cuerpo, la suavidad de su piel, sus gemidos de placer, sus lágrimas nacidas de la sobreestimulación.

Pronto cambiaron de posiciones, dándose cuenta de que los jadeos y suspiros que escapaban de sus labios debido al roce de sus cuerpos comenzaban a llenar el ambiente. El aire se impregnaba de una mezcla de aromas que, sin necesidad de ser explicados, dejaban claro lo que sucedía dentro de esa habitación.

Jimin dejó escapar un jadeo al recostarse sobre las piernas de Yoongi, cuando unas manos frías rodearon su cintura con firmeza, apretándola con tal fuerza que le aseguraban marcas visibles con facilidad. Ese toque le provocó un escalofrío que recorrió su espina dorsal, haciéndolo temblar, mientras Yoongi observaba fascinado cómo su amante reaccionaba ante cada uno de sus movimientos.

Pero Jimin, sin dudar, tomó la iniciativa, apoderándose del cuello pálido de Yoongi y mordisqueando esa zona con intensidad, provocando que el otro emitiera jadeos roncos. Esta acción impulsó a Yoongi a seguir adelante, inclinándose hacia él y permitiendo que un gemido suave se escapara de sus labios, casi como un susurro en su oído. El cuerpo de Yoongi se tensó ante la cercanía y, sin dudarlo, bajó el pantalón de Jimin hasta donde fue posible, dejando al descubierto esa piel que ardía con deseo, una piel que anhelaba reconocer como suya una y otra vez.

—Tómame.

—Así no es cómo deberías pedírmelo, Jimin —respondió Yoongi con una sonrisa apenas perceptible, su voz profunda cargada de calma, aunque sus ojos reflejaban un apetito creciente por él.

—Tómame... Es una orden —replicó Jimin, con un deje de provocación en su tono, dejando clara su intención mientras lo miraba fijamente, seguro de sus palabras.

—Tampoco es la manera correcta —respondió Yoongi, su tono firme, aunque ligeramente afectado por la intensidad del momento—, pero, debo admitirlo, hay algo en cómo lo dices que no puedo resistir.

Con movimientos controlados, Yoongi ajustó la tela de su ropa, dejando que el contacto entre ambos cuerpos hablara por sí mismo. Su respiración se hizo más pesada mientras se acercaba aún más, dejando que la cercanía alimentara el ambiente cargado de lujuria. Había algo magnético en la forma en que Jimin se ofrecía con tanta seguridad, algo que Yoongi encontraba irresistible, casi adictivo, totalmente hechizante.

—Eres consciente de lo que provocas en mí, ¿verdad? —murmuró Yoongi, sin poder evitar una leve sonrisa.

Era un pensamiento que cruzaba su mente con frecuencia, una especie de obsesión que lo dejaba sin palabras. Pero, al mismo tiempo, también había algo profundamente íntimo y cautivador en cómo sus mundos se encontraban en un instante como ese, donde el entendimiento entre ambos parecía hablar más que cualquier palabra, siendo la primera vez que algo así le ocurría a Yoongi.

Besó con dedicación los labios de Jimin, moviendo su cuerpo al compás del de su compañero, una sincronía que parecía natural entre ellos. Cada movimiento fluía como si ambos estuvieran conectados en un baile, una coreografía invisible que únicamente ellos comprendían. Saboreó su cavidad bucal con entusiasmo, explorando cada rincón con una intensidad que reflejaba la urgencia de sus deseos. Sus lenguas se entrelazaron con una suavidad que contrastaba con la pasión que impregnaba el aire a su alrededor, llevándolas a una danza casi innecesaria, pero que a ellos les parecía completamente necesaria, como si cada gesto, cada roce, hablara un idioma propio, más allá de las palabras.

Jimin se sintió vulnerable en ese momento, pero, a pesar de ello, disfrutaba de la sensación. Había algo intrigante en la idea de que, tal vez, alguien pudiera estar percibiendo lo que sucedía entre ellos, o en la manera en que el sofá se movía suavemente bajo ellos. Además, disfrutaba del control que sentía en ese instante, cuando enlazaba las manos de Yoongi y las llevaba por encima de su cabeza, impidiendo que el mayor continuara con sus caricias de forma libre. Era una sensación de poder que lo hacía sentirse más cerca de su amante, como si ambos pudieran compartir ese espacio a su manera, sin reservas. Y se rio de una manera que Yoongi percibió como un claro intento de coqueteo. A Jimin parecía fascinarle cada vez más la idea de ser quien disfrutara, una y otra vez, de aquel miembro grueso que el pelinegro rozaba en medio de sus mejillas traseras.

— ¿Cuánto más tendré que someterme a ti? —susurró el mayor, con voz cargada de emociones. Mientras tanto, Jimin se entretenía acariciando con las yemas de sus dedos las mejillas sonrojadas de Yoongi. Aprovechó el momento para analizar cada detalle de su rostro: la distribución de los lunares que decoraban su piel, los labios hinchados por la intensidad de sus besos, las cejas pobladas y los ojos que lo miraban con un brillo inconfundible de deseo.

Lo único que rompía el silencio eran las respiraciones entrecortadas del neurocirujano y los profundos jadeos que escapaban de sus labios, provocados por la tortuosa e imparable fricción que las curvas de Jimin ofrecían a su intimidad.

—Hasta que te quede claro que el único culo que realmente quieres follar es el mío, Yoongi.

— ¿Y cuándo piensas comenzar con mi lección? Estoy tomándome esto muy en serio, profesor Park —murmuró Yoongi con un deje de ironía antes de cerrar los ojos, entregándose por un instante a la sensación. Jimin, con una sonrisa apenas perceptible, dejó que su mano se deslizara con delicadeza, trazando un recorrido lento y cuidadoso sobre el glande, provocando un estremecimiento sutil en el mayor.

Si Park Jimin había buscado encenderlo, ya lo había conseguido desde hacía mucho tiempo, aunque Yoongi prefería guardar ese secreto para sí mismo. Por su parte, Jimin tampoco le confesaría cuánto le emocionaba que su hyung le llamara de esa forma. “Profesor Park” no dejaba de resonar en su mente, y admitía para sus adentros que tenía un encanto particular.

—A-ah, mierda, Park... —Dejó escapar Yoongi en un susurro grave, inclinando la cabeza hacia atrás por un breve instante, mientras Jimin, con una sonrisa traviesa, deleitado del efecto que lograba en él con una facilidad que lo dejaba asombrado—. No juegues así, Jiminnie.

La espera comenzaba a agotar su paciencia y ponía a prueba su control, pero Jimin, decidido a seguir adelante, tomó la iniciativa. Con cuidado, sujetó la virilidad, erguida, grande y venosa entre sus manos, elevó ligeramente sus caderas y cerró los ojos ante la punzada inicial que sintió al avanzar sin la preparación adecuada. Era una decisión que jamás había tomado antes, pero su impulso por experimentar algo nuevo lo llevó a intentarlo, aunque sabía que la impaciencia podría no ser su mejor aliada.

El resultado fue justo como temía: Yoongi no tardó en mostrar su preocupación, dejando claro que no estaba del todo de acuerdo con su impulso.

— ¿Has perdido la razón? Déjame prepararte, no quiero que te hagas daño —susurró Yoongi, con la preocupación reflejada en sus ojos mientras buscaba los de Jimin, tratando de transmitirle calma. Pero Jimin ya había tomado su decisión, y aunque la incomodidad inicial era evidente, comenzó a sentir cómo su cuerpo, con esfuerzo, se adaptaba a la presencia del mayor.

Mantuvo los labios entreabiertos, dejando escapar pequeños suspiros, y se detuvo a procesar las nuevas sensaciones. Aún no se sentía preparado para moverse, pero estaba dispuesto a tomarse su tiempo, buscando comprender cómo actuar en aquel momento tan íntimo.

Era mucho más intenso de lo que había especulado, pero Jimin, decidido y valiente, estaba dispuesto a soportarlo. Sólo serían unos pocos minutos y estaría totalmente preparado.

—Te insisto, déjame ayudarte con esto, por favor —gruñó el mayor, su voz cargada de frustración y deseo, mientras se esforzaba por mantener el control en medio de la creciente excitación entre ellos—. Jodido maniático.

Juntos impartieron un beso sucio. Yoongi succionó y mordió su labio inferior, y Jimin condujo su mano derecha por debajo de la mandíbula filosa del neurocirujano, ejerciendo una tenue presión en la zona que le robaba el poco oxígeno que ingresaba a sus pulmones mientras sus alientos se mezclaban entre sí. La boca de Yoongi tenía un sabor fresco, mentolado, pero la boca de Jimin sabía a fresas, contrastando con él.

Estaba tan absorto en el juego de sabores, tan privado de aire por la mano que restringía su respiración, tan excitado por la presión que se ejercía sobre su intimidad, atrapada en la calidez ajena.

—Qué amable de tu parte, hyung. Pero mejor guarda silencio y limita tu papel a hacer esto aún más placentero.

—Eso ya lo estás logrando tú.

Lo sorprendió la firmeza con la que Jimin rechazaba sus ofrecimientos, como si cada palabra de Yoongi fuera una invitación a un territorio desconocido que él no estaba dispuesto a explorar, porque sus propios movimientos ligeros lo estaban matando e impacientando. Había algo en su actitud que transmitía una seguridad inquebrantable, una barrera que no se dejaba derribar tan fácilmente, algo nuevo que ocasionó una sonrisa sutil en el neurocirujano. Sin embargo, después de un breve momento de reflexión e intercambios silenciosos de preocupaciones y pedidos, Yoongi vio en los ojos del menor una aceptación silenciosa, una rendición que no requería palabras. Jimin, con una mirada que desbordaba confianza, asintió finalmente, dándole su consentimiento sin reservas. Yoongi, al ver esa respuesta, sintió una llama encendiéndose en su vientre y algo más, una sensación indescriptible que lo impulsó a seguir adelante, como Jimin estaba haciendo. Porque, vamos, él quería tener follárselo y no dar inicio a una discusión con el maniático poco precavido que se encontraba empujando sádicamente sus caderas sobre su intimidad con una expresión que reflejaba el suplicio de sus acciones al inminente comienzo de un intenso goce cuando, de manera insospechada, de esos movimientos implacables sobrevino un prolongado y ruidoso gemido ocasionado por aquella precisión casi metódica de la virilidad de Yoongi estimuló ese punto que sacudió al menor.

Y a partir de ese momento, para ambos no hubo regreso posible.

Ambos amantes llevaban media hora enjaulados en el interior de sala de descanso, sobrepasados entre gemidos, gruñidos y jadeos breves, contenidos por cada roce de sus labios hinchados y lastimados, convirtiendo el salón donde sus colegas pasaban sus tiempos libres en un escenario de apetito sexual siendo saciada con impaciencia, desesperación y expectación. Yoongi y Jimin permanecían con los ojos abiertos, percibiendo mutuamente el disfrute en la dilatación de sus pupilas.

Unas grandes manos recorrieron suavemente las curvas que definían a Jimin, ocultas bajo el ajustado traje azul marino que Yoongi, con una mezcla de impaciencia y deseo, deshizo con sus dientes. Al levantarse para quitarse el ambo superior, dejando al descubierto su figura donde cada músculo se marcaba significativamente, y con un grosor considerable, permitiendo que la suavidad de su toque cayera sobre el cuerpo de Jimin, quien se acomodó en el sofá con una expresión de incertidumbre y curiosidad. Yoongi se situó entre sus piernas, y sonrió con una arrogancia que contrastaba con la intensidad del momento.

Yoongi realizó una nueva penetración de manera tortuosa, danzando sus caderas en círculos, apresando a su bonito colega lo suficiente para que sus torsos se rozaran o, más bien, para que el miembro extasiado de sobreestimulación de Jimin se deslizara contra su abdomen pálido, friccionándose deliciosamente. El movimiento le quitó el aliento a Jimin, mientras la yema de sus dedos recorría suavemente cada músculo, haciendo que la piel pálida se erizara al contacto.

Aunque Jimin a veces intentó detenerse para llenar de frustración a Yoongi, éste no se lo autorizó. Teniendo una facilidad notable, como quien no carecía de experiencia en el ámbito, se deshizo de la ropa sobrante, lanzándola hacia algún sector de la habitación sin apartar la intensidad de sus ojos oscuros, convirtiendo los movimientos apaciguados en movimientos fuertes y profundos, marcados por una velocidad calculada. consiguiendo que él simplemente no encontrara la manera de que su cuerpo le obedeciera a su cerebro.

Jimin se encontraba muy desbordado; sus ojos nublados, la boca entreabierta, porque su capacidad para hablar se limitaba a emitir sonidos entrecortados de jadeos y gemidos intermitentes; su interior estaba quemando ardientemente por los imparables roces, su trasero impactaba con la pelvis habilidosa de aquel neurocirujano. Unas manos firmes se apoderaron de la espalda de Yoongi, apretándola con fuerza mientras las uñas rasgaban suavemente la piel, trazando un rastro de líneas ardientes al rasgar su piel que impulsó un jadeo ronco, arrancándole una sonrisa satisfecha a Jimin, cuyos orbes se teñían de blanco en cada estocada, atinando a enredar sus brazos alrededor del cuello y la espalda del otro, atrayéndolo hacia su sudoroso cuerpo. Casi nada podía perturbar el ambiente, pero en ese pequeño porcentaje que sí podía hacerlo, el nombre de “Min Yoongi” estaba presente.

—No estamos usando preservativo.

Esas palabras rompieron la burbuja de placer que envolvía a ambos. El más joven lo miró, incapaz de creer lo que acababa de escuchar de esos labios que, momentos antes, se había empeñado en devorar.

— ¿Los preservativos están presentes cuando te acuestas con otras personas? —preguntó Jimin cuando aún estaba recuperando el aliento, su tono serio, pero curioso. Yoongi asintió sin vacilar, sin dejar de mirarlo—. Yo también los uso. Entonces, no hay nada de lo que preocuparnos.

—Lo sé, pero... —empezó Yoongi, su voz más baja, como si aún dudara. La incertidumbre lo envolvía, pero el menor lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

— ¿Confiamos en el otro o no? —murmuró, firme, pero con una pizca de impaciencia cuando, simultáneamente a haber formulado su pregunta, Yoongi introdujo en un único movimiento su miembro, permitiéndole experimentar a Jimin centímetro a centímetro las venas violáceas y verdes, la fluidez brindada por el líquido preseminal, absolutamente cada detalle que tocaba un nuevo rincón desconocido para él.

—Mírate, dulzura, extasiado de mi —Su voz, arrogante, poseída por una profunda sensualidad y lascivia mientras el placer lo cegaba y Jimin absorbía cada embestida con una sonrisa ensimismada—. Es auténtico placer proclamarte como mío, Minnie —Sonrío, casi luciendo cínico con la frente bañada en sudor. Jimin abrió aún más sus piernas, presintiendo su propia culminación en cualquier instante—. Porque ahora eres mío, ¿entendiste? Totalmente —Embistió por última vez, certero y profundo, apresado por una contracción involuntaria provocada por el orgasmo inminente de su amante que encerró su ansiado apogeo dentro, sintiendo una calidez incomparable de unas largas tiras de semen esparciéndose en su abdomen, Jimin asintiendo fuera de sí mismo—... mío.

Después de recuperar el aliento, Yoongi dejó un beso en el hombro desnudo de Jimin, trazando un camino de caricias pausadas y meticulosas hasta que sus labios volvieron a encontrarse con los del menor. Esta vez, el beso fue lento, lleno de una ternura que contrastaba con la intensidad de los momentos previos. La dulzura de aquel gesto arrancó una suave risa de Jimin, quien no pudo evitar sonreír ante el cambio repentino de ritmo.

—Ríete ahora, porque más tarde, cuando esté con un bisturí en la mano, puede que lo último que veas sea tu carótida expuesta, mocoso —gruñó Yoongi con fingida severidad, aunque sus ojos brillaban con un destello cómplice.

Jimin rió de nuevo, dejando que su cabeza descansara ligeramente hacia atrás, en una pequeña almohada de aquel sofá, mientras Yoongi continuaba depositando pequeños besos en su mandíbula y cuello. Cada roce de su aliento cálido provocaba un cosquilleo que le hacía sonreír involuntariamente.

—Aunque, deberías enojarte más seguido —susurró contra los labios de Jimin, una sonrisa pícara danzando en su rostro.

—Créeme, nunca querrás que eso pase —respondió el más joven, entrecerrando los ojos como si le lanzara un desafío silencioso.

—Quizá tengas razón, pero confía en mí, soy un experto en administrar las dosis justas de un calmante natural —replicó el neurocirujano, permitiéndose un tono coqueto y seguro mientras lamía suavemente el labio inferior de Jimin.

— ¿Lo prometes? —inquirió.

—Puedo ser el calmante natural que necesitas cuando y donde sea, el tiempo que quieras y, sobre todo, hasta cuando tú quieras —Le aseguró, con una confianza desbordante que hizo que Jimin levantara una ceja, curioso.

—No entiendo.

—Con esto quiero decir que eres libre de apartarme cuando consideres que ya no te soy útil. Aunque, si soy completamente honesto, dudo que eso ocurra. O, si lo prefieres, puedes hacerlo simplemente cuando decidas que ya no deseas tenerme a tu lado. Es tan sencillo como eso.

Jimin parpadeó, asimilando las palabras. Había escuchado de las estrictas condiciones que Yoongi imponía en sus “relaciones” —si es que se les podía llamar así—. Una de ellas, la más inamovible, era que los sentimientos quedaban fuera. Sin embargo, un pensamiento cruzó fugazmente por su mente: ¿Qué ocurriría si el que rompiera esa regla fuera Yoongi?

—Entiendo. Creo que está bien —respondió Jimin con calma, aunque internamente luchaba por descifrar qué significaban realmente aquellas palabras.

— ¿Puedo besarte? —preguntó Yoongi, y su tono era tan inesperadamente formal que Jimin no pudo evitar arquear una ceja.

— ¿Ahora decides pedir permiso cuando ya te has tomado demasiadas libertades? —replicó Jimin con sarcasmo.

—Nunca dije dónde iba a darte el beso —respondió Yoongi con una sonrisa astuta, dejando escapar una carcajada que resonó en la habitación.

Jimin suspiró con exasperación y le propinó un ligero zape en la espalda.

—Eres un descarado —masculló, tratando de mantener la compostura.

—Y tú, un literalista empedernido, Minnie —replicó Yoongi, disfrutando de la expresión confundida en el rostro de Jimin.

— ¿Minnie? —repitió Jimin, incrédulo—. No lo había escuchado antes.

—Sí. Es un apodo exclusivo y patentado. Solo yo puedo llamarte así.

—Sonó a una orden.

—Porque lo es, bonito —contestó Yoongi, su tono deliberadamente autoritario.

—No eres mi padre para ordenarme nada.

—Gracias al cielo que no lo soy, porque si lo fuera... bueno, no podríamos hacer esto —Yoongi pausó para dejar que su mirada recorriera la figura de Jimin, quien, al notar el cambio en sus ojos, se sonrojó instantáneamente.

—De acuerdo, no hace falta que sigas. Entendí perfectamente —murmuró Jimin, tratando de desviar la conversación.

Yoongi aprovechó el momento para acercarse aún más. Con un movimiento ágil, rompió cualquier espacio entre ellos y, antes de que Jimin pudiera reaccionar, se encontró con Yoongi acomodado entre sus piernas, rodeándolo en un abrazo firme. La cabeza de Yoongi descansaba sobre el pecho de Jimin, mientras su respiración pausada y cálida se deslizaba sobre la piel de su cuello. Cada exhalación provocaba un leve estremecimiento en Jimin, quien no podía evitar un escalofrío que recorría su espalda, un testimonio silencioso de lo profundamente que ese contacto le afectaba.

—No tenemos tiempo para una siesta. ¿Recuerdas que tenemos un paciente en común? —intentó razonar Jimin, aunque su voz sonaba más débil de lo esperado.

—Lo sé, pero solo unos minutos más, Minnie —suplicó Yoongi, cerrando los ojos mientras hundía su rostro en el cuello de Jimin, mientras se dejaba llevar por el calor del otro. Finalmente, ambos cedieron completamente al abrazo, y al inevitable cansancio que los reclamaba.

ALGUNOS DÍAS DESPUÉS.

Cuando la señorita Hwang comenzó a relatar su historia, no pude evitar sentir una ligera anticipación. Había algo en su tono animado y en el brillo de sus ojos que delataba que lo que venía no sería nada ordinario. Su manera de narrar, siempre cargada de dramatismo y humor, solía convertirse en el centro de atención, arrancando carcajadas incluso en los momentos más serios.

— ¿Y sabe qué les dije? —preguntó con un destello travieso en la mirada, como si estuviera a punto de revelar un secreto cuidadosamente guardado.

— ¿Qué fue lo que dijo? —respondí, inclinando ligeramente la cabeza mientras dejaba el bolígrafo sobre la mesa. Ya anticipaba que su respuesta sería algo tan irreverente como divertido.

—Que no los soportaba, los mandé al carajo y me retiré de la clase. —Hizo una pausa, disfrutando del efecto dramático de sus palabras, antes de continuar—. Mi hermano Hyunjin, indignado, me inscribió a unas clases de modales. ¡Y por si fuera poco, tuve que cumplir un castigo de trabajo de caridad! ¿Qué tal eso?

Estalló en una risa tan auténtica que resultaba contagiosa, y aunque intenté mantener la compostura, me encontré negando suavemente con la cabeza mientras sostenía el puente de mi nariz. Su falta de cohibición al conversar siempre lograba sacarme de mi ritmo habitual.

Hyunjin, por su parte, se mantuvo callado, pero pude notar el sutil temblor en la línea de su mandíbula, como si estuviera esforzándose por no regañarla frente a mí. Su paciencia, aunque admirable, tenía un límite que claramente estaba cerca de alcanzarse.

—Sin embargo, debo decir que esas clases no parecen haber surtido mucho efecto —comenté con una leve sonrisa, permitiéndome un tono más relajado de lo habitual.

—Tiene toda la razón, doctor Min —intervino Hyunjin, finalmente soltando un suspiro antes de levantarse del sofá. Caminó hacia la camilla y, con un gesto lleno de afecto fraternal, se inclinó para abrazar a su hermana—. Pero, a estas alturas, creo que eso ya no importa demasiado.

Sentí que era el momento oportuno para concluir la consulta, así que tomé mi agenda y me dispuse a cerrar la conversación.

—De acuerdo, señorita Hwang, la veré más tarde. —Le dediqué una breve inclinación de cabeza antes de dirigir mi mirada a Hyunjin—. Confío en que la cuidará mientras regreso.

— ¡Puede estar tranquilo, hyung! —respondió con su habitual entusiasmo, casi rebotando en su lugar.

Decidí redirigir mi atención hacia lo que parecía ser el Everest de tareas que me aguardaba en mi escritorio. La interminable pila de documentos estaba allí, inmensa y majestuosa, con su presencia casi opresiva, como una nube gris que se cierne sobre el alma de cualquiera que la contemple. Mis dedos rozaron las hojas con desgano, apenas tocándolas como si pudieran morderme si me acercaba demasiado. Era un trabajo necesario, por supuesto, pero igualmente abrumadoramente tedioso. Sin embargo, la rutina se impuso, y no había otra forma de avanzar que no fuera enfrentar esa montaña de papeles con una mezcla de resignación y esperanza de que algún milagro hiciera que desaparecieran por arte de magia.

Mientras me sumergía en el caos ordenado de las anotaciones y las firmas, escuché un sonido que logró hacer que mi mente se despejara, aunque fuera solo por un segundo. Miré al frente y observé a Jin, quien estaba de pie, de manera casi solemne, abriendo un bote diminuto de helado. En ese mismo instante, Jungkook se encontraba a su lado, lamiéndose los labios con una intensidad que delataba un hambre mucho mayor que la que cualquier batido podría haber satisfecho, a pesar de haber disfrutado de uno pocas horas antes. Sus ojos brillaban con un propósito casi calculado. Claro, porque el batido había desaparecido, y ahora su única misión en la vida era conseguir un poco de ese helado.

Me abstengo de preguntarme por qué diablos estaban invadiendo mi oficina; ellos simplemente... lo hacían, y no importaba lo que pensara al respecto. Había escuchado que, cuando tenían algo de tiempo libre, se reunían y jugaban como niños a piedra, papel o tijera para decidir si se aventuraban a poner a prueba la paciencia de los hombres con menos tolerancia jamás conocidos. Y sí, me refería a Hoseok y a mí, pero, a diferencia de mi querido compañero, que explotaba como dinamita ante la más mínima provocación, yo trataba de tomarlo con humor o, mejor aún, empeorarlo solo para hacerlos sentir incómodos, como si no tuvieran nada mejor que hacer que fastidiar la vida de los demás solo por diversión.

— ¿Me das un poco, Jin hyung? —preguntó Jungkook con una mezcla de dulzura y necesidad desesperada, como si estuviera pidiendo una pieza de oro. Lo curioso es que no me sorprendió en lo más mínimo, aunque la teatralidad de su actuación me hizo preguntarme cuántas veces más caería en ese tipo de peticiones. No importaba lo absurdo que fuera, él siempre estaba dispuesto a cumplir.

Desde donde me encontraba, concentrado en revisar unas anotaciones, pude escuchar perfectamente todo lo que pasaba. Jin, siempre tan serio en su comportamiento, no tardó en responder con su acostumbrada tranquilidad.

—Primero di “mu”. Ya sabes, el sonido de las vacas —dijo con una gravedad tan rotunda que me vi obligado a levantar la vista. La seriedad en su tono fue tal que me costó no soltar una risa. Levanté las cejas, conteniendo el impulso de soltar una carcajada ante semejante exigencia.

No era la primera vez que Jungkook caía en las peticiones más insólitas de Jin solo por un poco de comida. Si pensaba en ello un momento más, me di cuenta de que había algo fascinante en su habilidad para hacer cualquier cosa por un trozo de alimento.

—Mu —alargó la “u”, pronunciándola con la misma seriedad que podría tener alguien al intentar convocar a una vaca mística. Aparentemente, esa imitación no fue suficiente para Jin hyung, quien, sin inmutarse, dio una respuesta que dejó claro que estaba jugando el papel de árbitro en este juego absurdo.

—No está mal, pero hazlo otra vez —ordenó, con un tono ligeramente más exigente, como si estuviera dirigiendo una orquesta y Jungkook fuera su instrumento principal. Jungkook, siempre dispuesto, obedeció al instante, y, por supuesto, el sonido que hizo, alargado y con un toque de comedia, provocó que ambos estallaran en risas ahogadas. La escena no pasó desapercibida para el resto del personal, quienes no podían evitar lanzar miradas curiosas y, probablemente, inquietantes sobre lo que estaba sucediendo.

Jin, con su siempre simpática autoridad, cumplió su palabra y, con una cuchara de plástico en mano, tomó una generosa porción de helado y la acercó a la boca de Jungkook, que no pudo evitar la expresión de satisfacción ante la recompensa de su esfuerzo. Después, con total indiferencia a las convenciones sociales, se sirvió también una buena cantidad para él mismo, como si lo hubiera ganado con méritos propios.

—Ven con nosotros, Yoongi. No te quedes ahí —Me llamó Jin, con una voz ligeramente alzada, como si intentara hacerme sentir que estaba siendo un espectador demasiado distante. Mi rostro se ruborizó por un momento, sintiéndome como si estuviera atrapado en una escena que no debía observar, pero no me quedó más remedio que acercarme. A fin de cuentas, las órdenes de Jin hyung eran algo difíciles de ignorar.

¿Alguna vez han tenido a alguien a quien, por alguna extraña razón, le tenían un respeto casi reverencial? En mi caso, esa persona era Seokjin hyung. Claro, teniendo en cuenta que es la única persona en todo el planeta a la que alguna vez llamé “hyung”. Desde el primer día en la universidad, él me adoptó como su primogénito, su primer hijo, para luego sumar cuatro más (¿en serio, Seokjin? ¿No te bastaba con uno?). A regañadientes acepté que fuera una especie de figura paternal. A pesar de ser, en su mayoría, un gigoló con más historias de lo que un hombre debería, poseía una sabiduría que haría que cualquier anciano coreano con bastón se sintiera intimidado.

— ¿Otra vez faltando al protocolo, doctor Min? —bromeó Jin, con esa sonrisa traviesa que siempre lo acompañaba cuando se sentía ganador. Su expresión, entre divertida y desafiante, me hizo soltar un suspiro. Estaba claro que disfrutaba más de esta situación de lo que era necesario. ¿Qué podía decir? Poseíamos el mismo humor que cierto cirujano pediátrico detestaba con todas las fuerzas de su alma.

Observé detenidamente el cabello de Seokjin hyung antes de responder, cuyas puntas aún estaban ligeramente húmedas, lo que indicaba que había estado ocupado en algo más antes de unirse a la pequeña reunión en la sala. Quizás había estado en algún procedimiento o en una actividad que le había hecho transitar rápidamente de un lugar a otro... Ustedes comprenderán. Sin embargo, decidí no profundizar en esas especulaciones. En lugar de eso, asentí en silencio, intentando mantener una compostura que sabía que estaba a punto de desmoronarse debido a la divertida escena que se desarrollaba frente a mí. Mientras tanto, Jungkook, como siempre, no perdía la oportunidad de ser un niño travieso, revolviendo mi cabello de una manera tan despreocupada que me resultaba inevitablemente gracioso. No pude evitar reprimir una sonrisa mientras sentía sus dedos revoloteando por mi cuero cabelludo.

—Sólo hago mi trabajo, Jin hyung. Si es parte del reglamento, no me importa. El primer objetivo en mi forma de trabajar siempre será la seguridad y confianza de mis pacientes, ante todo —respondí, manteniendo un tono serio que, siendo sincero, ya comenzaba a perder fuerza debido al entusiasmo de Jungkook y la atmósfera tan relajada que se había formado. Intentaba con todas mis fuerzas mantener la compostura, pero admitámoslo, estaba perdiendo la batalla con cada segundo que pasaba.

—Por pensamientos como esos, es que debería bajarte el sueldo —bromeó Jin, y la chispa en su mirada no dejaba lugar a dudas de que esperaba una respuesta divertida. No pude evitar soltar una risa a carcajadas, uniéndome al escándalo que se formaba entre Jin y yo. La risa, espontánea y sin reservas, llenó la habitación, hasta que nuestros estallidos fueron tan contagiosos que temí que alguien viniera a regañarnos por lo ruidosos que nos habíamos vuelto. Sin embargo, me sentía tan a gusto en ese momento que no me importaba en lo más mínimo porque, con las semanas que estaba atravesando en casa cuidando de Jihyo, encontrarme en una situación en mi lugar de trabajo era... satisfactorio, casi como una liberación.

Jungkook, por otro lado, mantenía su ceja adornada con un piercing perfectamente alineado, que se alzaba de manera cómica, como si estuviera evaluando nuestra madurez... o la evidente falta de ella. No me sorprendió, porque lo conocía bien. A veces, Jungkook podía ser más maduro que nosotros, pero había momentos en los que estaba claro que compartíamos la misma esencia de travesura.

Definitivamente, el trabajo podía esperar un poco más. De hecho, ya sabían que si podía evitar el trabajo, lo haría.

El ambiente en la sala se mantenía cálido y tranquilo, con una atmósfera relajada que invitaba a la conversación. Pero claro, en cuanto Seokjin decidió abrir la boca, todo cambió. Parecía tener una habilidad especial para transformar una situación tranquila en un interrogatorio al más puro estilo policial. Siempre encontraba la manera de revolver un poco las cosas, y esta vez no iba a ser la excepción.

—A ver, Jungkook... últimamente te he visto muy cerca de Taehyung —comentó Jin, con un tono casual, pero su sonrisa ladeada ya delataba sus intenciones. Estaba a punto de lanzar una de esas preguntas incómodas que todos sabíamos que no traían buena respuesta. Su tono era tan relajado que, en comparación, mi tensión aumentaba a medida que veía cómo se preparaba para hacer la pregunta que todos en la sala sabíamos que no necesitábamos. —Dime, ¿es que acaso están pensando en... ya sabes, empezar algo? Habla ahora, o mejor cállate para siempre —sentenció con una sonrisa tan traviesa que, honestamente, me sorprendió que Jungkook no hubiera huido de inmediato.

Alzando la vista desde mi batido de fresa, me encontré justo a tiempo para ver cómo Jungkook tragaba saliva con visibilidad nerviosa. No podía culparlo, sabíamos que Jin tenía esa capacidad de intimidar con una sola mirada. Sin embargo, lo que realmente me hizo arquear las cejas fue el rubor que comenzó a extenderse por las mejillas de Jungkook. Y ahí fue cuando me di cuenta de lo que estaba pasando.

—Eh... bueno, hyung... —Jungkook comenzó a titubear, claramente incómodo. Su nerviosismo era palpable, y a pesar de su esfuerzo por mantenerse calmado, algo en su tono me indicó que las palabras se le atascaban en la garganta. Yo, con una mirada fija, lo observaba con una intensidad tal que si las miradas pudieran matar, el chico ya estaría fuera de combate—. Es que... Taehyung y yo nos estamos... —pausó brevemente, como si buscara el valor para continuar—. Nos estamos conociendo de otra manera.

La bomba estaba lanzada. Mis dedos, que sostenían el vaso de batido, se tensaron en torno a él de inmediato, casi rompiéndolo de la presión. No podía creer lo que acababa de escuchar. Sorbí un poco más de batido, no porque realmente lo quisiera, sino porque necesitaba ocupar mis manos en algo mientras evaluaba mentalmente cómo debía responder a tal declaración. Este tipo de noticias nunca llegaban en el momento más adecuado, y esta no iba a ser la excepción.

Decidí hacerlo de manera metódica, como siempre. Un par de respiraciones profundas me ayudaron a mantener la calma mientras lanzaba mi respuesta.

—Jungkook —dije con un tono neutral, como si nada fuera importante, pero mis ojos dejaban claro que no estaba del todo encantado con la situación—, tienes exactamente treinta segundos para correr y encontrar un buen escondite antes de que te clave varias agujas calibre dieciocho en el corazón.

Jungkook, visiblemente desconcertado, parpadeó como si no estuviera seguro de si lo decía en serio o si todo era una broma. Su risa nerviosa, sin embargo, confirmó que la idea de una aguja dieciocho le estaba sacudiendo más de lo que había anticipado. Y, aunque todo en mí pedía ponerme serio, no pude evitar soltar una pequeña sonrisa. Si algo sabía bien, es que a veces un toque de humor ácido era la única forma de mantener las cosas bajo control.

—No lo dice en serio, ¿verdad, Jin hyung? —preguntó Jungkook, buscando apoyo con una mirada tan inocente que casi podría haberme dado lástima, si no estuviera tan ocupado disfrutando de su evidente desconcierto. Se veía como un cachorro abandonado, claramente buscando refugio en alguien que pudiera salvarlo de la tormenta que acababa de desatarse. Jin, sin embargo, permaneció en silencio, con la mirada fija en algo lejano, como si de repente no pudiera escuchar el ruego en los ojos de Jungkook. Su silencio, en lugar de ser una forma de apoyo, solo empeoró las cosas, creando una atmósfera aún más tensa que la que ya se había formado.

El mocoso no tenía escapatoria... y todo gracias a mí y al bisturí guardado en mi cajonera, ese mismo que mi padre me regaló por Navidad cuando tenía ocho años. Un verdadero visionario, aunque algo irresponsable, ¿quién en su sano juicio le regala un kit quirúrgico a un niño tan pequeño?

— ¿Hyung? —repitió Jungkook, ahora mirando alternativamente a Jin y a mí, con el pavor pintado en su rostro. Podía ver la ansiedad reflejada en sus ojos, como si estuviera tratando de descifrar si realmente había cruzado una línea que no debía. Y, siendo sincero, sí la había cruzado. Lo sabía, y él también lo sabía. El chico tragó saliva con nerviosismo, y, como si hubiera visto la luz al final del túnel, salió corriendo de la habitación como si su vida dependiera de ello. En ese momento, no pude evitar reírme un poco por lo exagerado de la situación, aunque en el fondo sabía que Jungkook estaba tomando mi advertencia muy en serio.

Lo observé desaparecer por la puerta y, cuando ya no pude oír sus pasos acelerados, volví a centrar mi atención en Seokjin. El rostro de Jin mostraba una mezcla de incredulidad y algo de diversión contenida. Me miraba fijamente, como si estuviera tratando de procesar lo que acababa de suceder.

— ¿Eso fue una advertencia real? —preguntó después de un largo silencio, el tono de su voz indicaba que no estaba seguro si debía estar preocupado o impresionado por mi actitud.

Encogí los hombros con desdén, tomando un sorbo más de mi batido, mientras jugueteaba distraídamente con la pajilla, girándola entre mis dedos como si estuviera analizando algo más importante. De hecho, me parecía más entretenido que la conversación misma.

—No lo será por ahora —respondí con un aire de indiferencia, disfrutando de la simplicidad del momento—. Pero ya lo sospechaba. Hace semanas que no van a los entrenamientos de baloncesto como solían hacerlo religiosamente. Algo me decía que había algo más en su relación de lo que querían admitir, y lo que acaba de pasar lo confirmaba.

Jin asintió pensativamente, con el rostro ensombrecido por la concentración, como si estuviera jugando una partida de ajedrez y estuviera por hacer un movimiento crucial. Sin embargo, antes de que pudiera seguir con el hilo de la conversación, su mirada se desvió hacia mi vaso de batido, y sus cejas se alzaron, casi con la misma intensidad con la que un detective descubre un gran misterio.

—Espera un momento, ¿qué haces tú con un batido dulce? —preguntó, con esa expresión de desconcierto que solo un amigo cercano puede permitirse en momentos como este. Claramente, no podía creer lo que veía, y no lo culpo. A pesar de todo, mi imagen pública de hombre serio y algo gruñón no estaba alineada con la idea de estar tomando algo tan “infantil” como un batido de fresa.

Me conocía bien. Amo el café. Jin hyung sabía perfectamente que, si llegaba a los cuarenta años sin casarme con alguien, lo más probable es que acabara uniéndome en matrimonio con los granos de café que siempre estaban presentes en mi departamento, como la única constante en mi vida.

Sorbí un poco más antes de responder, disfrutando del desconcierto de Jin, que claramente no entendía la importancia del asunto. La confusión en su rostro era suficiente para hacerme saborear aún más el batido.

—Es de fresa —dije con total naturalidad, empujando el vaso hacia él como si estuviera ofreciendo un tesoro escondido—. Deberías probarlo.

Jin hyung me miró como si acabara de decir que la Tierra era plana, y no pude evitar sentir una risa divertida invadiendo mi pecho. El tono en su voz era tan incrédulo que casi pude ver cómo sus ojos se agrandaban por la sorpresa.

— ¿Tú? ¿Dulce? No puedo creer que estés tomando eso. —La incredulidad en su voz era palpable, y aunque yo intentaba mantener una expresión seria, no pude evitar soltar una pequeña sonrisa ante su asombro. Sabía que esto sería un choque para su sistema, y no podía resistir la tentación de disfrutarlo.

Intenté no reaccionar demasiado, pero en el fondo, sabía que no podía mentirle a Jin hyung sobre el origen de este súbito gusto por lo dulce. Pensé en esa sonrisa traviesa y en cómo los hábitos de cierta persona me habían cambiado más de lo que pensaba, en un tiempo récord. Sacudí la cabeza, desechando ese pensamiento que, honestamente, prefería no profundizar en ese momento. Sorbí otro poco del batido, ya casi por inercia, y encogí los hombros de manera casual, buscando mantener mi fachada de indiferencia.

—Las cosas cambian, Seokjin hyung —dije con tono despreocupado, aunque sabía que esa respuesta no sería suficiente para ocultar lo que había detrás de todo esto. Pero, por el momento, lo dejé así. Después de todo, no podía decirle la verdadera razón. Y lo sabía perfectamente. La culpa era de alguien más, de alguien con una sonrisa que se me aparecía en la mente más de lo que debería.

Alguien había hecho que mi teléfono se encendiera con un mensaje que revisé disimuladamente, sonriendo al leerlo:

Ven a mi departamento.”

A continuación, envió una fotografía que me tomó por sorpresa, y el teléfono se resbaló de mis manos como si tuviera mantequilla en los dedos, lo que hizo que tanto Jin hyung como yo saltáramos del susto.

— ¿¡Qué fue eso!? ¡¿Qué ocurrió?!

—Mi teléfono... resbaló.

—Oh, está bien. Ten cuidado, la torpeza no es atractiva, mi bonito primogénito.

¿“La torpeza no es atractiva”? Park Jimin es la definición misma de torpeza, y sin embargo, es desmesuradamente atractivo, mucho más de lo que cualquier diccionario podría describir.

Leí el siguiente mensaje:

Está leyendo mis mensajes, pero no me ha respondido. ¿No le gustó la fotografía, doctor Min?”

No podía describir cómo me hacía sentir esa fotografía de Jimin, sentado en su cama, con un encaje negro delicadamente perfilando su cuerpo acaramelado, marcado en innumerables ocasiones por mis labios y mis manos.

Con cierto esfuerzo, tomé nuevamente el teléfono y respondí:

Voy a arrancarte ese encaje con los dientes, Park Jimin. Espérame ahí, vamos a probar la fortaleza de tus caderas, dulzura.

Sexo, finalmente sexo. 

Sentí cosas de mujer con ese mensaje 🫦

Para que sepan, me demoré más de 14 horas escribiendo sólo 4000 palabras de puro sexo entre Jimin y Yoongi, sólo porque quería que fuera una versión mejorada y perfecta de la anterior. ¿Lo conseguí? Opinen ahre. 

Evaluando la situación, pienso agregar menciones de smut sin ser demasiado explícita (quiero que lleven la cuenta del tiempo que duraré cumpliendo eso) porque me demoraría AÑOS, aunque sea mi actividad preferida escribir cosas de este estilo.

Realmente espero que les haya gustado. 

ALEX.

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