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Capítulo V; Mecanismo de defensa.

El día empezó mal. Había dormido menos de lo recomendable para un ser humano funcional, mucho menos para un cirujano que debía estar completamente lúcido durante tres procedimientos quirúrgicos ese mismo día. Para colmo, Jihyo no había tenido una buena noche, y aunque su salud parecía estabilizarse, mi preocupación por ella era una constante que me carcomía por dentro. Al menos, después de verificar que estaba tranquila y dormida, Félix tuvo la decencia de mandarme un mensaje con una foto que destilaba alivio después de responder algunos de sus mensajes preguntándome por la salud de mi hermana menor. Eso, y su “Gracias, hyung”, me sacaron una pequeña sonrisa que no duró mucho.

Todo iba en esa línea de estrés manejable hasta que sonó el timbre de la puerta. Insistente, como si quien estuviera del otro lado creyera que mi tiempo no valía nada. Me apresuré, esperando tal vez un mensajero o, en el peor de los casos, un vecino con un problema innecesario, pero lo que encontré frente a mí superó mis expectativas en el peor sentido posible.

Mi madre estaba ahí. La misma mujer que, junto a mi padre, había brillado por su ausencia durante gran parte de mi vida. Llevaba su clásica elegancia a cuestas, como si se tratara de un escudo impenetrable. Bajó sus lentes de sol para mirarme de arriba a abajo, con esa expresión crítica que conocía demasiado bien.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté sin disimular mi molestia.

Ella sonrió con la condescendencia de quien cree que su mera presencia es un regalo.

— ¿No estás feliz de verme? Ha pasado mucho tiempo. Te ves... bien.

Había muchas formas en las que podía interpretar su comentario. Ninguna era positiva. Antes de que pudiera articular una respuesta adecuada, se quitó los zapatos, se puso las pantuflas que descansaban en la entrada —mis pantuflas, por cierto— y se adentró en mi departamento como si estuviera en casa. No, como si aún tuviera algún tipo de autoridad sobre mi vida.

— ¿Quieres que sea sincero contigo? —bufé, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria mientras la seguía al interior.

Ella comenzó a subir las escaleras, y fue entonces cuando el límite de mi paciencia alcanzó un punto crítico. Me adelanté y sostuve su brazo con firmeza, deteniéndola.

— ¿A dónde crees que vas?

—Quiero ver a mi hija —respondió con una tranquilidad irritante, como si aquello fuera la cosa más natural del mundo.

—Está descansando. Por favor, vete de aquí —respondí, con un tono que rozaba la súplica.

Por supuesto, me ignoró y trató de continuar subiendo. Tuve que detenerla nuevamente, esta vez arrastrándola suavemente hacia mi oficina. Cerré la puerta detrás de nosotros para evitar que su voz —porque, seamos honestos, iba a alzarla tarde o temprano— perturbara el descanso de Jihyo.

—¿Por qué no respondes los llamados de tu padre? —preguntó sin preámbulos, cruzando los brazos y mirándome como si yo fuera el adolescente rebelde y no el adulto que había aprendido a vivir sin ellos.

—Han desaparecido de nuestras vidas durante los últimos tres años. ¿Qué pretenden? ¿Regresar como si nada hubiera pasado? —repliqué, dejando que la irritación tiñera mis palabras—. Si acepté mantener una comunicación básica con ustedes fue exclusivamente porque Jihyo me lo pidió.

Mi madre suspiró, como si estuviera agotada de tener que justificarse.

—Queremos solucionar nuestros problemas, Yoongi. Incluso acabamos de comprar nuestra antigua casa en Daegu. No seas terco.

Hubo una época en la que ese tipo de comentarios me habrían conmovido. Una época en la que anhelaba cualquier señal de interés por su parte. Pero ya no. Ahora solo sentía enojo, mezclado con un dolor que no podía ignorar del todo.

— ¿Sabes qué sucede? —dije con calma forzada, cruzándome de brazos y mirándola directamente a los ojos—. Han llegado demasiado tarde, JooHee.

Ella abrió la boca para responder, pero levanté una mano para detenerla.

—Tus hijos ya han hecho sus vidas sin ustedes. Y nunca los necesitamos para lograrlo.

Con esas palabras, abrí la puerta y tomé su brazo con firmeza pero sin brusquedad. Esta vez, no se resistió mientras la guiaba hacia la entrada. Su silencio era ensordecedor, pero no me detuve hasta que cruzó el umbral.

—Cuida de ti misma, mamá. Pero hazlo lejos de aquí.

Y con eso, cerré la puerta, apoyándome contra ella mientras un pesado suspiro escapaba de mis labios. El agotamiento, la rabia y la tristeza se mezclaban en mi interior, pero no había tiempo para lidiar con ellos. Tenía pacientes esperando, y ellos, al menos, valoraban mi tiempo y mis esfuerzos.

Al entrar por urgencias, me recibió la mirada chistosa de Hoseok, quien no pudo evitar señalar mi estado un tanto desaliñado. El viento había hecho de las suyas, y mi cabello parecía haber tenido una pelea con un huracán y perdido. Aunque intenté alisarlo sin éxito, el comentario burlón de mi mejor amigo me sacó una leve risa que, inesperadamente, alivió un poco el malhumor que me había dejado la visita matutina de mi madre.

— ¿Qué te pasó? ¿Te peleaste con el viento o con un secador de pelo? —dijo Hoseok, riendo.

—Con ambos, y ninguno salió vivo de la batalla —respondí con tono seco, aunque se me escapó una sonrisa.

Caminé por los pasillos, saludando con pequeñas inclinaciones y sonrisas forzadas a quienes me deseaban buenos días. Mi mente iba por otro lado. Mi madre había llegado como un tifón emocional, y aunque ya estaba fuera de mi apartamento, su visita no salía de mi cabeza. Intenté sacudir esa sensación, concentrándome en la rutina: un café más, encontrar a mi residente, y dirigirnos a la primera cirugía del día.

Por supuesto, mi suerte ya parecía sellada. El destino, o lo que fuera, tenía otros planes para mí.

Mientras doblaba hacia un pasillo, chocamos de lleno. La fuerza del impacto me tiró al suelo, y antes de siquiera procesar lo ocurrido, escuché una voz joven y nerviosa:

— ¡Lo siento, doctor! ¿Podría sacarme de aprietos?

Alcé la mirada. Frente a mí estaba una chica de rostro sonrojado y expresión culpable, con una mirada que claramente suplicaba complicidad.

—Descuida. Pero... ¿a dónde pretendes ir exactamente? —indagué, alzando una ceja.

—A casa. No me gusta estar aquí. —Su tono era una mezcla de súplica y terquedad.

No pude evitar notar su uniforme a rayas. Era una paciente, y dejarla “escapar” no solo sería una locura, sino probablemente un problema legal.

— ¿Va a ayudarme o no? —insistió, cruzando los brazos.

—Primero, tu nombre. —Intenté mantener la compostura mientras me levantaba.

Antes de que pudiera responder, una tercera voz interrumpió la conversación.

— ¡Ahí estás!

Giré hacia la fuente del sonido. Un joven de complexión delgada, con un aire de hermano mayor desesperado, apareció señalando a la chica. Su parecido físico era innegable, y apostaba a que eran familia.

— ¡No corras! ¡Ven aquí, Hwang Yeji! —exclamó, agitado.

La chica, aparentemente más astuta, tomó otro camino y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. El joven y dos guardias de seguridad salieron corriendo tras ella. Me quedé allí, inmóvil, evaluando si lo que acababa de ocurrir era real o fruto de mi falta de sueño.

La jornada continuó con ese tono peculiar. Solo rogaba que el día terminara pronto. Mi intranquilidad por haber dejado a Jihyo sola en el apartamento no me dejaba trabajar en paz. Sin embargo, cuando el sol comenzaba a bajar, tomé cinco minutos para llamar a Félix, quien, para mi alivio, ya estaba con mi hermana.

—Doctor Min, debemos irnos. —La voz de Jisoo me sacó de mis pensamientos.

Guardé el teléfono y seguí a la residente hasta la habitación de nuestra última paciente del día. Al entrar, mi incredulidad se reflejó en una risa involuntaria.

—No puede ser... —murmuré.

— ¡Usted otra vez! —exclamó Yeji, la misma chica que había chocado conmigo esa mañana.

—Doctora Kim, presente el caso. —Recuperé mi tono profesional.

Jisoo empezó a hablar, pero la interrumpí con un gesto para terminar de leer el expediente rápidamente.

—Hwang Yeji, diecisiete años, con antecedentes de epilepsia frecuente —dije, cerrando el archivo. Miré a la joven con seriedad—. Señorita Hwang, sus episodios son un riesgo, y correr por el hospital no es precisamente lo más prudente. ¿Quién está a cargo de usted?

—Yo misma puedo cuidarme, gracias. —Sonrió con una seguridad que no sabía si admirar o cuestionar.

En ese momento, el joven que había aparecido más temprano entró con un pedazo de pastel en la mano.

—Perdón por la tardanza, doctor. Aquí estoy. —Colocó el pastel en la mesita junto a la cama de Yeji y le lanzó una mirada reprobatoria—. ¿Podrías dejar de meternos en problemas por un día?

Nunca imaginé que las rondas de aquel día terminarían de una forma tan peculiar. Yeji había demostrado ser una paciente con una habilidad innata para desafiar mi paciencia y mi lógica, algo que, sorprendentemente, disfruté. Me recordaba tanto a Jihyo que una parte de mí se preguntó cómo habría sido verlas juntas. Sin duda, congeniarían de una manera que me haría temer por mi sanidad mental. Aún así, esas distracciones habían sido un alivio inesperado en un día particularmente agotador.

Horas más tarde, mientras me vestía para salir, una sonrisa se formó en mis labios sin que pudiera evitarlo. Mis pensamientos vagaron hacia una imagen que apareció sin permiso en mi mente: Jimin, con esa sonrisa suave que lograba iluminar incluso los rincones más oscuros de mi día. Decidí que no había mejor manera de concluir la jornada que verlo, aunque eso significara enfrentar su personalidad contrastante con la mía. Recogí mi maleta y me dirigí al piso de pediatría con una determinación inusual.

Las puertas del ascensor se abrieron para revelar un mundo casi irreal. Niños corriendo con juguetes, enfermeros sonriendo con una calidez contagiosa, y un ambiente que me hizo comprender por qué Jimin y Taehyung adoraban tanto su especialidad. Sin embargo, mi ánimo se desplomó cuando mis ojos captaron una escena a unos cuantos pasos de distancia. Jimin estaba apoyado contra la pared, riendo con un sonrojo evidente en sus mejillas mientras conversaba con un hombre que, por el color de su ambo, debía ser un residente de pediatría.

— ¡Yoongi hyung!— El llamado de Taehyung me hizo dar un respingo, arrancándome de mi momentánea contemplación. Me giré hacia él, esperando que no hubiera notado mi expresión.

—TaeTae... ¿cómo estás?— saludé en un murmullo, intentando sonar casual mientras ocultaba mi incomodidad.

—Tengo mucho que contarte, hyung. Pero primero, ¿qué tanto mirabas? ¿Qué sucede? —preguntó, con una curiosidad tan directa que me hizo desviar la mirada.

—Nada importante, Taehyung. Hablamos después... —respondí rápidamente, aprovechando la oportunidad para escabullirme.

Bajé al estacionamiento, tratando de calmar mis pensamientos. Sin embargo, mis planes de escape fueron interrumpidos por una voz que reconocí al instante.

— ¡Doctor Min, espere! —exclamó Jimin, alcanzándome con rapidez, como si la urgencia de detenerme fuera cuestión de vida o muerte.

Allí estaba él, sosteniendo una bolsa de Gucci que parecía demasiado cara para el contexto. Extendió el brazo hacia mí, entregándome el paquete con un gesto que, a su manera, resultaba entrañable.

—Gracias por la amabilidad, hyung. Me di cuenta de que tenemos la misma talla, algo interesante, ¿no cree? —comentó con una sonrisa que parecía inofensiva, aunque había en ella un dejo de satisfacción, como si disfrutara de mi incomodidad.

Lo miré con expresión impasible mientras tomaba la bolsa y revisaba su contenido. Efectivamente, era la ropa que le había prestado días atrás. ¿Y ahora me estaba devolviendo esto con un análisis sobre nuestras tallas? Excelente manera de rematar mi día.

—Interesante, sí. Adiós, doctor Park —repuse con frialdad, cerrando la bolsa y girándome para continuar mi intento de fuga. Pero algo me detuvo, un impulso que no supe explicar. Me giré sobre mis talones, encontrándome nuevamente con su mirada expectante.

Me acerqué, invadiendo su espacio personal con una intención que ni yo mismo comprendía del todo. Algo en su expresión de sorpresa mezclada con confusión me resultó irresistiblemente divertido.

—Lo siento. ¿Has cenado, Jimin? —pregunté de repente, obligándolo a mantenerme la mirada.

Él negó lentamente, aunque su expresión mostraba una mezcla de desconcierto y algo más que no quise interpretar en ese momento.

—Vamos a cenar —dije con tono firme, como si fuera la decisión más lógica del mundo.

— ¿Qué le ocurre hoy? ¿Está bien o su última neurona decente dejó de funcionar? —replicó con una mezcla de incredulidad y sarcasmo. Su tono cauteloso, pero desafiante, me arrancó una sonrisa.

—Vamos a cenar. O serás mi cena. Tú eliges —respondí sin perder la compostura, aunque disfrutando enormemente de su reacción.

Sus ojos se abrieron como platos y, de pronto, empezó a protestar, gesticulando con frustración.

—Usted siempre tiene algo que decir para irritarme. ¿Es su pasatiempo favorito o simplemente no puede evitarlo? —me acusó, cruzándose de brazos.

— ¿Irritarte? Es parte del paquete cuando soy tu hyung. Y por cierto, me llamaste “hyung”, eso es nuevo —respondí con un tono deliberadamente burlón, sabiendo que eso lo sacaría de quicio.

La discusión continuó subiendo de tono, con Jimin lanzándome miradas fulminantes y palabras cargadas de indignación. Sin embargo, en un movimiento repentino que ni siquiera planifiqué del todo, lo sujeté por la cintura con un brazo y lo atraje hacia mí. La cercanía fue suficiente para hacerlo callar, y pude sentir cómo contenía la respiración, visiblemente desconcertado.

— ¿Qué... qué está haciendo? —logró preguntar, su voz apenas un susurro, mientras sus ojos se clavaban en los míos con una mezcla de temor y algo que no pude identificar.

Me incliné un poco más hacia él, como si fuera a besarlo, y vi cómo se tensaba, completamente paralizado. Sin embargo, en lugar de continuar con la ilusión, me giré bruscamente y lo cargué sobre mi hombro como si fuera un saco de papas.

— ¡Bájeme ahora mismo, doctor Min! ¡Esto es inaceptable! —gritó, golpeándome la espalda con las manos mientras yo me reía a carcajadas.

—Nunca me había divertido tanto en mis rondas —dije entre risas, caminando hacia mi auto con él sobre mi hombro—. Vamos, doctor Park, ya decidí por ti. Esta cena será memorable.

— ¡Tengo planes! ¡No puedo cenar con usted! —protestó, intentando zafarse.

— ¿Planes? ¿Qué planes podrían ser más importantes que cenar conmigo? —pregunté, sin detenerme.

—El partido de básquet de Busan Sonic. Mi sobrino me está esperando —admitió finalmente, aunque aún intentaba librarse de mi agarre.

De repente, recordé con claridad cómo él mismo había logrado que le vendiera las entradas para ese partido. En un principio, me negué rotundamente. Esas entradas eran para mí, Hoseok y Taehyung. Pero Jimin, con su mezcla de persistencia y encantos, había logrado doblegar mi voluntad. Su “artillería pesada” incluía sonrisas tentadoras y ojos de cachorro, lo que me llevó a ceder finalmente.

“Sí, te daré las malditas entradas”, pensé en mi mente con un suspiro exasperado, aunque en el fondo me alegró verlo sonreír como un niño con un juguete nuevo. Ni en sueños hubiera vendido esas entradas por un mocoso desconocido, pero por Jimin, lo hice.

—Perfecto, entonces iré contigo —dije con descaro, devolviéndome al presente.

—No, no puede ir. Los asientos ya están ocupados —mintió, aunque el leve titubeo en su voz lo delató.

— ¿Ah, sí? Tu sobrino, tú y... ¿quién más? —pregunté, alzando una ceja con obvia diversión.

—Esa información no es de su incumbencia —replicó, evitando mirarme a los ojos.

—Admite que hay un asiento libre, Jimin. Vamos, sé sincero. —Insistí, bajándolo finalmente al suelo para mirarlo de frente.

— ¡No sobra ningún asiento! —protestó, aunque su tono de voz lo hacía menos convincente.

—Entonces, ¿por qué te pones tan nervioso? —ataqué, disfrutando de su incomodidad.

Tras un largo suspiro de resignación, Jimin finalmente murmuró:

—Está bien, puede venir. Pero no arruine la noche.

Sonreí ampliamente, victorioso.

—Prometo portarme bien... más o menos. Anda, vamos, no quiero perder el inicio del partido.

Me acomodé en el asiento del auto, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, esperando mientras Jimin desaparecía hacia la entrada de un edificio para recoger a su sobrino. No pude evitar soltar un suspiro teatral, mirando el reloj de reojo. ¡Esto sería interesante! Después de todo, Jimin ya estaba lo suficientemente gruñón como para hacer que cualquier niño se sintiera intimidado, o eso pensaba yo.

Minutos después, vi a Jimin salir de la entrada junto a un pequeño que no podía tener más de cinco años. Tenía el cabello negro y ojos enormes que brillaban con una curiosidad traviesa. Me quedé observando mientras el niño sujetaba la mano de Jimin y caminaba con pasos ligeros hacia el auto. Noté cómo la expresión de Jimin se suavizaba ligeramente al hablar con él, y por un momento me pregunté si realmente estaba viendo al mismo doctor Park.

Subieron al auto, y Jimin hizo un ademán vago hacia mí.

—Jungwon, él es el doctor Min. Es un... conocido del trabajo —dijo, alargando innecesariamente la palabra "conocido", como si eso me degradara de algún modo.

— ¡Hola, doctor Min! ¿Usted también va al partido? —preguntó Jungwon con entusiasmo, inclinándose hacia adelante para mirarme mejor.

Me giré hacia el pequeño, ignorando deliberadamente a Jimin, y le sonreí con total naturalidad.

—Así es, Jungwon. Y puedes llamarme Yoongi. Estoy aquí para asegurarme de que tu tío no se duerma durante el partido. Ya sabes cómo es de aburrido.

Jimin me lanzó una mirada fulminante, pero antes de que pudiera replicar, el niño soltó una carcajada que me hizo sonreír aún más.

—Mi tío no es aburrido, pero sí se pone serio cuando los Sonic pierden —dijo Jungwon, ladeando la cabeza de una manera adorable.

— ¿Serio? ¿Y qué hace? ¿Llora? —pregunté, fingiendo sorpresa.

— ¡No! ¡Solo frunce el ceño y no habla por un rato! —exclamó Jungwon entre risas.

—Eso suena exactamente como él —murmuré con complicidad, guiñándole un ojo al pequeño.

Jimin rodó los ojos, pero optó por ignorarnos mientras arrancaba el auto. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar, abrí la puerta y bajé rápidamente para rodear el vehículo y ocupar el asiento trasero junto a Jungwon.

— ¿Qué está haciendo? —preguntó Jimin, mirándome por el retrovisor.

— No quiero contagiarme de tu mala cara. Jungwon es más agradable, y prefiero charlar con él —respondí con una sonrisa triunfal, acomodándome al lado del pequeño.

Jungwon me miró con ojos brillantes y asintió como si aprobara mi decisión, mientras Jimin bufaba por lo bajo.

—No me va a provocar, doctor Min —replicó, aunque noté que sus nudillos se tensaban ligeramente sobre el volante.

Durante el trayecto al estadio, Jungwon y yo nos enredamos en una conversación sobre los Busan Sonic y sus jugadores estrella. El pequeño sabía tanto sobre baloncesto que no pude evitar sentir una gran admiración por él. Resultó que compartíamos una pasión por el deporte, y pronto estábamos intercambiando anécdotas y datos curiosos.

— ¿Y usted juega baloncesto, doctor Min? —preguntó Jungwon en un momento, con una mezcla de curiosidad y entusiasmo.

—Lo hago, Jungwon. Jugué durante toda mi infancia y adolescencia. Incluso ahora intento jugar cuando tengo tiempo libre. ¿Sabes hacer un tiro libre? —le pregunté, intrigado.

— ¡Sí! Mi tío me enseñó. ¡Soy bueno! —respondó con orgullo.

Jimin, que había permanecido en silencio, finalmente intervino con una sonrisa apenas perceptible.

—Le gano cada vez que jugamos. No dejes que te engañe.

— ¿Ah, sí? Eso lo dudo —repuse, dirigiéndole una mirada desafiante por el retrovisor. Jungwon aplaudió, disfrutando de nuestra competencia verbal.

Al llegar al estadio, Jungwon estaba más emocionado que nunca. Nos dirigimos a nuestros asientos, y aunque inicialmente me senté junto a Jimin, pronto intercambié lugares con el pequeño, quien se había encariñado conmigo durante el viaje.

— ¡Este es mi jugador favorito, hyung! ¡Mira cómo lanza! —exclamó Jungwon, señalando hacia la cancha mientras el equipo calentaba.

El estadio estaba cargado de una energía contagiosa. La multitud rugía con cada jugada, y aunque Busan Sonic empezó llevando la delantera, el equipo contrario rápidamente niveló el marcador, intensificando la emoción del partido. Desde mi asiento, podía oír los comentarios acalorados de Yoongi, cada uno más mordaz que el anterior, dirigidos al árbitro con una mezcla de frustración y desprecio.

— ¡Eso fue una falta clarísima! ¿Acaso ese árbitro necesita gafas o una nueva profesión? —exclamó, golpeando con el puño el brazo del asiento, como si eso pudiera cambiar el rumbo del juego.

Rodé los ojos mientras le susurraba, intentando que bajara la voz:

—Hyung, por favor, no necesitamos que te escuchen hasta en la última fila.

— ¡Es inaceptable! Ese hombre debería estar vendiendo helados en un parque, no arruinando partidos de baloncesto. —Sus palabras, cargadas de sarcasmo, arrancaron una carcajada de Jungwon, quien parecía disfrutar más de las explosiones emocionales de Yoongi que del partido en sí.

Me permití sonreír al ver al pequeño tan divertido, aunque intenté mantener mi postura neutral. A decir verdad, había algo extrañamente encantador en ver a Yoongi tan apasionado por algo que no fuera su trabajo o su sarcasmo habitual.

El clímax llegó cuando Busan Sonic anotó el punto decisivo. La jugada fue impecable, y el estadio entero estalló en vítores y aplausos. Yoongi, en un arrebato de euforia, se puso de pie y alzó a Jungwon como si fuera el trofeo del campeonato.

— ¡Eso es! ¡Así se hace, Sonic! —gritó, riendo como un niño mientras Jungwon aplaudía y reía con él, disfrutando el momento como si acabaran de ganar el campeonato mundial.

Me quedé observando la escena, incapaz de apartar la vista. Había algo tan genuino en esa imagen que me hizo cuestionarme cómo podía ser el mismo hombre sarcástico e irritante que conocía. Finalmente, rompí el silencio con una broma que intentó sonar más casual de lo que realmente sentía.

—Hyung, ten cuidado, no querrás que el trofeo termine en el suelo.

—Ni en sueños, Park. Tengo mejor coordinación que ese árbitro. —Su respuesta, como era de esperar, no carecía de su característico tono mordaz.

Cuando el partido terminó, el estadio aún vibraba con la energía de los aficionados. Caminamos hacia el auto mientras Jungwon, cansado por toda la emoción, cabeceaba de sueño. Lo acomodé con cuidado en el asiento trasero, donde no tardó en quedarse profundamente dormido, abrazando su peluche favorito.

Yoongi, sin objeciones esta vez, tomó el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón con un suspiro satisfecho. Durante unos minutos, el silencio en el auto fue casi reconfortante, roto solo por la respiración acompasada de Jungwon. Sin embargo, mi curiosidad no me dejó permanecer callado mucho tiempo.

—Debo admitir que no te veía como alguien tan... agradable con los niños —comenté, lanzándole una mirada de reojo mientras arrancaba el auto.

Yoongi arqueó una ceja, aparentemente ofendido por mi comentario, pero su tono, como siempre, fue tan casual como cortante.

— ¿Y qué esperabas? ¿Que los asustara con mis sarcasmos? —Se inclinó ligeramente hacia la ventana, como si mis palabras no tuvieran importancia, pero pude notar una pequeña sonrisa asomándose en su rostro.

—No es eso. Es solo que... eres tan arrogante y frío la mayoría del tiempo que me sorprende que alguien de cinco años te considere divertido.

—Tal vez deberías aprender algo de tu sobrino. Parece que él tiene mejor gusto que tú, y no es juzgón.

Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír. Era extraño, pero esa noche, Yoongi parecía más humano, más accesible de lo habitual.

La conversación continuó mientras el auto avanzaba por las calles tranquilas de la ciudad. Hablar con Yoongi en ese tono, más relajado, casi amistoso, era un cambio refrescante. Cuando mencioné lo que sucedió en la azotea del hospital aquel día que recibió la llamada sobre Jihyo, su expresión cambió.

—Deja de ser tan prejuicioso, doctor Park —replicó Yoongi, arqueando una ceja con una expresión que oscilaba entre la burla y el reproche—. Especialmente después de lo que presenciaste aquel día en la azotea del hospital.

Sus palabras me tomaron completamente desprevenido. La imagen de Yoongi, aquel día en la azotea, volvió a inundar mi mente como un recuerdo indeleble. Había estado devastado, vulnerable de una forma tan cruda y real que me resultaba casi imposible asociarlo con el hombre altivo y mordaz que tenía frente a mí.

—Tienes razón —admití después de un breve momento de reflexión, sintiendo cómo la tensión aflojaba un poco en mi pecho—. Aquel día me preocupé genuinamente por ti. La verdad es que no sabía cómo calmarte. Luego recordé lo que hacía mi hermano Joongki cuando yo era niño y me invadía el llanto: simplemente me abrazaba y dejaba que todo fluyera. Decidí probar lo mismo contigo.

Yoongi permaneció en silencio durante unos instantes. Su mirada, fija en algún punto indeterminado, parecía analizar mis palabras con más profundidad de la que esperaba. Finalmente, dejó escapar una risa breve, ladeando ligeramente la cabeza para mirarme.

—Funcionó, ¿no es así? —dijo, con ese tono burlón que tanto me sacaba de quicio y que, al mismo tiempo, lograba arrancarme una sonrisa casi involuntaria.

—No quita que sigas siendo increíblemente irritante —respondí, rodando los ojos en un intento de minimizar lo mucho que sus palabras podían desestabilizarme. Luego añadí, en tono algo más serio—. Tampoco ayuda que cada vez que hablamos, sientas la necesidad de lanzar esas malditas insinuaciones. 

Él se encogió de hombros, como si mi observación careciera de importancia. Sin embargo, en su semblante aún podía distinguir esa chispa de diversión que parecía no apagarse nunca.

— ¿Qué esperabas que hiciera? —respondió con total tranquilidad—. Es increíblemente entretenido verte enojado, Jimin.

Era casi imposible no sentirme frustrado, pero había algo en su actitud que siempre lograba desarmarme. Intenté mantener mi tono neutral, aunque la curiosidad se filtró inevitablemente en mi pregunta:

— ¿Por qué eres así, Yoongi? Tan... difícil de leer, tan cínico.

Por un instante, pensé que mi pregunta quedaría sin respuesta. Su mirada permaneció fija en la carretera, mientras su brazo derecho, relajado pero firme, se mantenía inmóvil sobre la ventana de la puerta. La tensión en el aire era palpable, y estaba a punto de disculparme por haber sido tan directo, cuando finalmente giró el rostro hacia mí. Su expresión había cambiado. Había algo en sus ojos, una mezcla de vulnerabilidad y resignación que me dejó sin palabras.

—Porque la vida tiene una forma extraña de enseñarte lecciones —dijo finalmente, su voz más suave pero cargada de honestidad—. A veces es una mierda, Jimin —Me miró y apartó la mirada en cuestión de microsegundos—. Y cuando no puedes cambiarlo, solo te queda aprender a lidiar con ello. Este es mi mecanismo de defensa, aunque entiendo que no sea el más agradable para los demás.

La sinceridad de su respuesta me golpeó con una fuerza inesperada. Por un momento, el peso de sus palabras llenó el espacio entre nosotros, creando un silencio que no era incómodo, sino más bien reflexivo. Yoongi había bajado las barreras, aunque fuera solo un poco, y eso era algo que rara vez sucedía, al menos desde que accidentalmente nuestras vidas se alinearon a la par.

—Yoongi... —comencé a decir, pero él levantó una mano ligera, como si ya supiera lo que iba a decir.

—Déjame en el hospital —dijo con un tono más ligero, casi como si quisiera alejarse de la conversación. Señaló hacia la próxima esquina—. Mi auto está ahí.

Asentí en silencio, girando en la dirección que me indicó. El trayecto hasta el hospital fue tranquilo, con la respiración pausada de Jungwon llenando el aire mientras dormía profundamente en el asiento trasero. No intenté hablar de nuevo, pero tampoco sentí la necesidad de hacerlo. Había algo en el ambiente que hacía innecesarias las palabras.

Cuando detuve el auto frente al hospital, Yoongi desabrochó su cinturón con movimientos deliberados. Antes de bajar, se giró hacia mí y me dedicó una mirada que, aunque breve, contenía una intensidad difícil de ignorar.

—Gracias por permitirme acompañarlos, Jimin —dijo con una voz tranquila, pero cargada de matices que no pude descifrar de inmediato.

Lo observé mientras se alejaba hacia su auto, su figura perdiéndose en la penumbra de la noche. Me quedé ahí, en el auto, con las manos aún en el volante, reflexionando sobre lo mucho que Yoongi era capaz de mostrar y esconder al mismo tiempo. Era un hombre complejo, difícil de leer, pero había algo en él que me hacía querer intentarlo una y otra vez.

Feliz año nuevo 🤍

ALEX.

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