Capítulo IV; Una faceta diferente.
—“Jiminnie, hola.” —La sonrisa de mi hermano apareció en la pantalla como un gesto automático, pero sus ojos mostraban un cansancio que me resultaba demasiado familiar.
—Hyung, no tengo mucho tiempo. Dime, ¿qué sucedió con papá esta vez?
De Park Seungcheol podía esperarse cualquier cosa. Con su Alzheimer empeorando día tras día, se volvía más impredecible, más violento y, a veces, incluso aterrador. Joongki, mi hermano mayor, y yo habíamos decidido hace tiempo que lo mejor era trasladarlo a un hogar adaptado para personas con esa enfermedad. Ninguno de los dos tenía las fuerzas ni la disposición de lidiar con él. No después de todo lo que había sucedido. No después de mamá.
—“No asesinó a nadie, por si eso te preocupa” —dijo con ironía, aunque el cansancio pesaba más en su voz que la broma—. “Pero fue lo de siempre: gritos, retrocesos al pasado... Estuvo hablando de mamá. Tuvo un ataque de nervios y creo que comenzó a alucinar otra vez con el accidente.”
Cerré los ojos un momento, sintiendo cómo una punzada incómoda se alojaba en mi pecho. Que ese acontecimiento regresara era como una herida abierta que nunca terminaba de sanar, una fibra rota de mi ser que no importaba cuánto intentara ignorar, seguía doliendo.
—“Será mejor que no te acerques” —continuó Joongki, con ese tono protector que solía adoptar conmigo—. “Sabes cómo se pone cuando alucina con el accidente de nuestra madre, Jimin. No quiero que vuelvas a sentirte mal.”
Asentí despacio, aunque él no podía verme a través de la pantalla.
—De acuerdo. Por este mes no me acercaré —murmuré, casi como una promesa a mí mismo—. Escucha, le prometí a Jungwon llevarlo a un partido de baloncesto. El evento es mañana por la noche.
—“¿Eso es un aviso o estás pidiéndome permiso?” —respondió, alzando una ceja—. “Si es lo último, por supuesto que puedes. Jungwon no ha hablado de otra cosa en toda la semana y Yeobeen está a punto de perder la paciencia.”
Una leve sonrisa apareció en mi rostro, más por la costumbre de escuchar a mi hermano que por sentirme realmente bien.
—Lo iré a recoger.
—“Está bien. ¿Tienes las entradas?” —preguntó. Negué, explicándole que las compraría más tarde.
—“No lo olvides entonces. Tengo que colgar, me espera una llamada de un cliente. Nos vemos, dongsaeng.”
—Adiós, hyung.
La llamada terminó y la pantalla quedó en negro, reflejando apenas mi rostro. Guardé el teléfono en mi casillero y sentí cómo el silencio de la sala se hacía opresivo. Necesitaba aire. Necesitaba espacio. Necesitaba escapar, aunque fuera unos minutos, de ese peso invisible que me aplastaba el pecho. Así que me dirigí a la azotea del hospital, donde sabía que el viento me recibiría con algo de consuelo.
Mientras subía, mi mente seguía atrapada en el mismo espiral: papá, su enfermedad, sus gritos. Lo que podría suceder si un día no lograban contenerlo. ¿Y si hacía daño a alguien? ¿Y si se hacía daño a sí mismo? Apretaba los puños sin darme cuenta, luchando contra el impulso de culparme otra vez. Porque, al final, todo seguía regresando a ese accidente. A mi madre.
Era un niño torpe, inconsciente. Si hubiera sido más cuidadoso, más atento... si tan solo no hubiera... La sombra de aquellos pensamientos, los mismos de siempre, volvió a envolverme. Respiré hondo mientras subía los últimos escalones, tratando de apartar el nudo que se instalaba en mi garganta.
Al abrir la puerta, el viento fresco me golpeó el rostro y lo agradecí en silencio. La luna iluminaba el espacio vacío, o al menos lo que pensaba que estaba vacío, porque ahí, recargado en la barandilla con una taza de café en la mano, estaba Yoongi.
— ¿No puedes encontrar otro lugar para ser arrogante en paz? —solté, acercándome a un extremo de la barandilla sin mirarlo.
Yoongi giró la cabeza hacia mí con una sonrisa perezosa, esa que siempre parecía saber algo que yo no.
—Este es mi lugar favorito. Tendrás que compartirlo.
No respondí, solo me quedé ahí, mirando el horizonte en silencio. El viento arrastraba el ruido lejano del tráfico de la ciudad, pero aquí arriba todo parecía tan distante que por un instante pude respirar un poco mejor.
—Hoy tuve un tiempo y decidí pasear por los miradores del quirófano. Te observé. Salvaste al niño en la cirugía —dijo Yoongi de repente, rompiendo la calma.
Lo miré, sorprendido.
— ¿Eso es un halago? ¿De ti?
Asintió lentamente, su mirada fija en la mía. Una mirada que tenía un peso distinto, como si pudiera atravesarme. La misma mirada que me ofreció en el karaoke.
—Eres muy bueno en lo que haces, doctor Park. Lo sabes, y yo también lo sé. Es parte de lo que me atrae de ti.
Mis pensamientos se detuvieron por un instante, y un vuelco inesperado sacudió mi pecho. No sabía si era el peso de sus palabras, el tono de su voz suave y controlado, o la forma en que me miraba, como si fuera la única persona en ese momento. Todo a su alrededor desaparecía y, por un segundo, el aire se volvió más denso. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, pero mi mente, siempre lógica y traicionera, se adelantó.
«Solo está tratando de endulzar tu oído, como a todos los demás».
—Deberías dejar de decir cosas como esa —murmuré, tratando de recuperar el control de la situación, mi voz apenas un susurro.
Yoongi inclinó la cabeza ligeramente, su mirada fija en la mía. No se movió, pero la cercanía de su cuerpo, la tensión entre nosotros, se hizo más palpable.
— ¿Por qué?
Retrocedí un paso, como si ese espacio físico pudiera ayudar a romper la tensión que sentía entre nosotros, como si al alejarme pudiera reestablecer el control de la situación.
—Porque no pienso caer en tus juegos, Min. Sé lo que intentas, y te advierto que eso no funciona conmigo —respondí con firmeza, aunque, al final, mi voz traicionó mis palabras, perdiendo un poco de seguridad.
Él no respondió, solo me observó en silencio mientras me alejaba. Podía sentir su mirada en mi espalda, pesada y penetrante, como si supiera que había tocado algo en mí que preferiría haber dejado enterrado.
Antes de cerrar la puerta de la azotea, me detuve un segundo. Escuché el sonido de su teléfono vibrando en la mesa, pero él lo ignoró, sumido en sus pensamientos, mirando al vacío. Esa imagen de Yoongi, quieto y absorto bajo la luz de la luna, me resultó extraña y bonita al mismo tiempo.
—Doctor Min, su teléfono está vibrando desde hace rato —le dije, intentando desviar la atención hacia algo trivial.
—“¿Por qué demoraste tanto?” —El sollozo que liberó la voz de aquella mujer retumbó por mi mente. La expresión de Yoongi cambió, y el brillo que había en sus ojos se desvaneció tan rápido como su sonrisa, si es que alguna vez la tuvo. Y acabó colocando el teléfono en altavoz sin decir palabra.
—Estaba ocupado —dijo, con un tono que no dejaba espacio para más explicaciones. Luego, respondió con la misma calma que siempre lo caracterizaba—. ¿Qué sucede, Jihyo?
La mención de su hermana, Jihyo, hizo que mi corazón se acelerara ligeramente. No me molestaba, pero la familiaridad con la que Yoongi respondía a su hermana me recordaba que, detrás de todo lo que sucedía entre nosotros, había realidades que yo no entendía del todo.
— ¿Haz discutido con Félix?
Hice una mueca al recordar todo lo que Taehyung me había contado sobre ella: «Es su hermana menor, tiene dieciocho años. Lleva mucho tiempo luchando contra el cáncer, y el año pasado volvió a recaer. Viven juntos desde que Yoongi consiguió el departamento, más o menos desde sus veinticuatro o veinticinco. No me preguntes por sus padres, son unos monstruos, por eso Yoongi la cuida tanto, de hecho, se protegen mutuamente. Es la mujer más espontánea y divertida que podrías conocer, y si le caes mal, es por algo, porque a ella le agrada todo el mundo. A diferencia de hyung, Jihyo es más dulce y sociable. Son polos opuestos.»
La voz de Jihyo interrumpió mis pensamientos, cargada de dolor:
—“Te amo muchísimo, ¿l-lo sabes?” —dijo, antes de que un llanto aterrador brotara de su pecho, erizando mi piel. Fue entonces cuando Yoongi me miró, un rastro de miedo en sus ojos, como si ya supiera lo que iba a suceder.
—Jihyo, ¿qué ha pasado? Estás alterándome.
—“Todo se acabó, Yoongi.”
— ¿A qué te refieres?
—“Hoy acabaron mis quimioterapias y fui a ver a la doctora...” —Vi cómo luchaba por calmarse, respirando profundamente antes de continuar—. “Seis meses, o tal vez menos. Ese es mi límite de tiempo. El reloj ya empezó a correr, ya no hay nada más que hacer.”
«Mierda.» Era lo último que esperaba. Pero aún así, ahí estaba, la verdad cruel y desgarradora ante ese hombre que no hacía más que moverse inquieto.
Desde la azotea, observaba a las personas atravesar el estrecho camino del estacionamiento, rodeado por autos estacionados. La luz intermitente de las sirenas de las ambulancias me cegaba por momentos, mientras el cielo comenzaba a prepararse para la llegada de la noche. Un número incontable de estrellas brillantes hicieron su aparición, solo para ser rápidamente cubiertas por las nubes que avanzaban sin prisa.
Las mangas de mi sudadera envolvían mis manos frías y temblorosas, ofreciéndome algo de calor en medio del desasosiego. Un estruendo interrumpió mis pensamientos, y fue entonces cuando vi el teléfono de Yoongi caer al suelo húmedo, apagado y desorientado. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer, mientras observaba el teléfono de Yoongi sin poder decidir si debía acercarme a él o mantener la distancia.
A medida que el tiempo pasaba, en el rincón del estacionamiento, algo comenzó a deslizarse por mis mejillas. Supe que eran mis propias lágrimas, aunque pronto me di cuenta de que también eran las gotas de lluvia que empezaban a calar mi ropa. Me acerqué a él, recogí su teléfono y, con el poco impulso que tenía, me quité la sudadera para cubrirnos a ambos. Aunque no sirvió de mucho, ya que estábamos completamente empapados, fue lo único que pude hacer.
La tormenta explotó sin previo aviso, y yo estaba tan concentrado en la mirada perdida de Yoongi que ni siquiera me percaté del cambio repentino en el clima. Los rayos no tardaron en llegar, iluminando el caos a nuestro alrededor, y sus lamentos, quebrados, se unieron al rugido de la tormenta mientras permanecía apoyado en el barandal. En ese momento, supe que ya había procesado la información; el estado de shock había desaparecido y ahora solo quedaba un mar de emociones caóticas.
Me quedé en silencio, pensando: «Era una maldita adolescente aún, no merecía que el cáncer estuviera devorando su pequeño cuerpo».
Como alguien que pasaba gran parte de su tiempo cerca del área de oncología infantil, entendía perfectamente la difícil realidad de Jihyo. Las imágenes eran inevitables: niños pequeños, frágiles pero valientes, enfrentando una enfermedad implacable que no correspondía a su corta edad. También estaban los adolescentes, en plena transición hacia la vida adulta, obligados a pausar sueños y experiencias para luchar contra algo tan devastador como la muerte. Era un contraste desgarrador: por un lado, la pureza y la esperanza, y por el otro, el peso de una batalla que muchos adultos no sabrían cómo afrontar. Ver aquello me recordaba constantemente lo injusta que podía ser la vida, pero también lo increíblemente resiliente que puede ser el espíritu humano.
Observé la lluvia, el sonido de las gotas golpeando el techo de un automóvil cercano, mientras Yoongi lloraba aún más, destrozado, con el corazón latiendo tan rápido que parecía que iba a salirse de su pecho. Sus respiraciones eran erráticas, como si estuviera a punto de asfixiarse. Ya no podía quedarme ahí, inmóvil. Decidí actuar: lancé la sudadera al suelo y le ofrecí mis brazos, y, sorprendentemente, se dejó abrazar.
Tardó mucho en calmarse, pero finalmente su respiración se hizo más tranquila, aunque la lluvia seguía cayendo sobre nosotros con fuerza.
— ¿Yoongi? —Lo llamé en voz baja, pero sentí en mi hombro el temblor de su labio. Mi visión se nubló de repente cuando oí el sollozo que escapó de sus labios, un sonido tan profundo que me quebró por completo.
Lo detestaba un poco por lo irritante que podía ser, pero en ese momento, solo deseaba que su situación cambiara. Recuerdo cuando fui a su departamento y observé la relación entre Jihyo y él. Eran la típica pareja de hermanos que se peleaban por todo, pero a pesar de eso, el amor incondicional que compartían era evidente. Jihyo lo miraba con una mezcla de cariño y admiración, mientras que Yoongi la observaba con ternura y orgullo. Fuera de su faceta como neurocirujano egocéntrico y su personalidad humorística que a menudo me sacaba de quicio, en su departamento vi a otro hombre. Un hombre hogareño, que adoraba consentir a sus amigos y cuidaba de cada uno de ellos, incluso de mí, a pesar de ser el hombre al que quería llevar a la cama. Se comportó de manera ejemplar, haciendo lo posible por hacerme sentir cómodo y menos tenso entre tanta gente.
Y ahí estábamos, en medio de la tormenta. Sin embargo, él no quería que ese contacto inocente entre nosotros durara mucho más tiempo. Un par de minutos después, se separó de mi, me tomó de la mano y, con la otra, agarró mi sudadera, guiándome hacia el hospital. Caminamos por un atajo hacia el estacionamiento, donde sacó la llave de su auto, desbloqueó las puertas y abrió el lado del copiloto para que entrara. Yo lo hice sin pensarlo dos veces, y él me siguió, sentándose en el asiento del conductor.
Durante todo el trayecto, evitamos mirarnos a los ojos. De vez en cuando, lo veía frotarse la pierna y tomar respiraciones profundas. Un pensamiento pasó por mi mente: tal vez estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad.
—Yoongi, ¿quieres hablar? —pregunté, rompiendo el silencio.
— ¿De qué? ¿De que el cáncer está matando a mi hermana y ya no hay nada que pueda hacer? —respondió, su voz cargada de amargura.
—Entonces, ¿qué demonios haces aquí, cuando podrías estar disfrutando cada segundo junto a tu hermana menor? —sugerí, sintiendo la presión de la situación—. Deberías irte.
Él tomó mi consejo y, sin más, llamó a Jihyo para tranquilizarla, diciéndole que pronto estaría en casa. Yo seguía sentado en el copiloto, observándolo en silencio. Había algo en él, algo que no podía entender, pero que me inquietaba profundamente.
—No me mires, me pones nervioso —me dijo, mirando al frente.
—Entonces, seguiré mirándote, ahora que sé eso —respondí, sin apartar la vista de él.
—Si eres tú quien lo hace, entonces es un milagro y una fortuna —respondió, su tono cargado de sarcasmo.
—Nunca faltan tus comentarios estúpidos, ¿verdad? —repliqué, mientras él me sonreía sinceramente, la primera sonrisa genuina después de todo el caos—. Es lo único que traje para vestirme, hyung, ¿qué se supone que haga ahora? —Con una rapidez que me sorprendió, encendió la calefacción del auto.
—Yo no te pedí que te quedaras bajo la lluvia para consolarme —replicó en un tono más ligero, como burlón, mientras se estiraba para colocarme el cinturón, lo que me hizo sonrojar. Luego hizo lo mismo consigo mismo, encendió el auto y continuó—. Vamos a mi departamento. Te prestaré ropa y después te llevaré de vuelta al hospital. —No me dio opción a responder; salió rápidamente del estacionamiento y ya estaba en camino a su departamento. Sin darme cuenta, parecía que estaba siendo secuestrado por este loco.
El silencio nos envolvió incluso dentro de su departamento. Me dijo que podía esperar en su habitación. ¿Debía tomarlo como una invitación a sexo casual? Si era así, qué poco original. Afortunadamente, al observar su mirada y actitud, parecía distante, lo que me tranquilizó. Caminé hacia su habitación, la cual me indicó que estaba abajo. Yo lo seguí, y por un momento, me sentí como la presa de ese estúpido, aunque atractivo, depredador.
«Por todos los cielos, Jimin, qué pensamiento tan incoherente», me regañé a mí mismo.
—Escoge lo que quieras —me dijo, antes de irse hacia la habitación de Jihyo.
Fue sorprendente no oírla llorar, como solía hacerlo en las llamadas que recibí anteriormente. Pero me dio paz escucharla reír, y en cuanto lo hizo, mi cuerpo reaccionó, abandonando cualquier tensión y sonriendo de forma involuntaria. No entendía demasiado el cambio en su comportamiento. A pesar de sus ojos levemente hinchados, lucía radiante, como si no hubiera recibido la peor noticia de su vida ese día.
— ¡Haz vuelto! —Exclamó mientras me besaba la mejilla.
— ¿Cómo te sientes? —pregunté, aunque su actitud parecía una respuesta por sí sola.
La incertidumbre se reflejaba claramente en mi mirada, y, al notarlo, ella aclaró su garganta y se acomodó en el borde de su cama.
—No puedo estar triste —dijo, como si intentara convencerse a sí misma. Su tono era sereno, pero la fragilidad de sus palabras no pasó desapercibida—. Admito que es aterrador saberlo, pero Félix ha estado aquí hace un rato, y me hizo darme cuenta de que debo seguir con mi vida tal como hasta ahora. Es decir, no me detuve cuando supe que tenía cáncer, así que no lo haré ahora que sé que no me queda mucho tiempo.
—A veces admiro mucho tu valentía. Lo digo en serio. Aún sigue siendo tan injusto y-y... —Mi voz tembló, y mi labio se contrajo involuntariamente, como si las palabras estuvieran a punto de desbordarse.
—Oh, Yoonie. Ya no busques culpables. Dedícate a ser feliz junto a mí y a conseguir a alguien que te haga feliz una vez que yo me vaya... alguien como Jimin, por ejemplo —dijo con una sonrisa cómplice, una chispa de travesura en su mirada, como si quisiera llevarme a un terreno que nunca había explorado: hablar sobre el doctor Park, ese rubio que ahora mismo se encontraba merodeando en mi habitación.
— ¿Dices que no podré ser feliz una vez que...? —La frase quedó incompleta, como si el mero hecho de mencionar esa palabra me quemara por dentro, me aterrara.
—Digo que ya es hora de sentar cabeza. Tienes treinta años, Yoongi. Deberías enamorarte. No sabes lo que te estás perdiendo. —Al decir esto, sus ojos se iluminaron con una calidez indescriptible. Imaginé que, al hablar de amor, su mente volaba a Félix, y algo en mí se quebró al darme cuenta de que nunca había experimentado eso... Bueno, no desde Park Seungwan.
Y por un momento, me imaginé a mí mismo sintiendo eso que ella describía, esa especie de alegría que había olvidado.
De repente, su tono cambió, y su mirada se volvió suave.
—Hace un momento escuché la voz de Jimin, ¿o me equivoco? ¿Lo has traído para qué exactamente? ¿Es otro de tus amantes de una noche? Nunca haces esto, Yoongi. Nunca los traes aquí. Es raro, ¿acaso es especial? —La cantidad de preguntas me tomó por sorpresa.
—Es una larga historia, pero ya se irá. Hemos venido a cambiar de ropa —respondí, intentando restarle importancia a lo que no era más que un gesto sin grandes implicaciones.
—No te has dado cuenta, ¿cierto? —alzó una ceja, casi con diversión—. Min Yoongi, eres el hombre más reservado que conozco, y, sin rodeos, acabas de compartir detalles de tu vida íntima con Jimin. Taehyung me dijo que apenas lo conoces, y también dijo que él apenas te soporta, lo cual es... comprensible.
—Porque las cosas de dieron de esa manera, Jihyo. Nada más —contesté con una sonrisa tensa, consciente de que mi respuesta no era la más convincente.
—Siempre tienes una respuesta para todo, ¿no es así? —dijo, entrecerrando los ojos, antes de levantarse y salir de la habitación, llamando a Jimin en voz alta.
—Seguramente luce como un modelo estupendo, mientras tú luces como... —Me observó de arriba abajo y, con un gesto indignado, dijo—: ¡Uy! Necesitamos un estilista.
No dije nada, solo observé cómo se retiraba, conduciéndome escaleras abajo. Su voz retumbó en todo el departamento cuando volvió a llamar a Jimin con total confianza, y desde la parte superior de las escaleras, observé cómo él salía de la habitación, ahora con mi ropa puesta, su cabello seco y peinado con ese estilo despreocupado que tan bien le quedaba.
Abrí ligeramente la boca, formando una “o” perfecta de sorpresa.
¿Por qué Jimin se veía tan increíblemente hermoso con ese abrigo verde?
Jihyo descendía las escaleras con una energía que nunca logré entender de dónde sacaba. Cada paso ligero era acompañado por una sonrisa que iluminaba su rostro. Casi podía sentir cómo la temperatura de la sala subía un par de grados con su presencia. Al entrar, sus ojos encontraron a Jimin, quien parecía más interesado en analizar los cuadros de la pared que en darse cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir. Cuando su mirada se posó en él, su expresión se transformó, como si acabara de encontrarse con un viejo amigo perdido hace años.
— ¡Jimin! —exclamó con un entusiasmo tan desbordante que yo mismo me estremecí desde mi rincón. Sin darle tiempo a reaccionar, lo envolvió en un abrazo que seguramente dejó al pobre chico congelado.
Observé cómo Jimin se quedaba tieso durante un segundo antes de ceder y corresponder el gesto con una risa nerviosa. Aún con sus manos en los hombros de él, Jihyo lo miró de cerca, con ese aire de hermana mayor evaluadora que a mí siempre me había resultado un tanto irritante.
—Mírate —comentó, ladeando la cabeza mientras lo inspeccionaba con una mezcla de ternura y picardía—. ¿Cómo te trató la sesión de karaoke? Yo aún siento que mi cabeza va a explotar.
No pude evitar rodar los ojos. Claro, ella siempre tenía que sacar a relucir su resistencia casi inexistente al ruido.
Jimin soltó una risita educada, acompañada de un leve sonrojo que, debo admitir, le quedaba extrañamente bien.
—Afortunadamente, solo un pequeño revoltijo en el estómago y se acabó —respondía con una cortesía que me daba ganas de recordarle que no necesitaba ser tan perfecto todo el tiempo.
Jihyo soltó una carcajada ligera, claramente encantada con la respuesta. Sus ojos brillaron con un destello travieso mientras le echaba un vistazo completo, de arriba abajo, sin reparo alguno.
—Oh, qué suerte la tuya. Y debo decir que la ropa de mi hermano te queda espectacular.
En ese momento, sentí cómo mis orejas se calentaban. Solté un resoplido que claramente pretendía ser una advertencia, pero a Jihyo le importó poco o nada.
—Jihyo, basta —dije, cruzando los brazos y esperando que captara el mensaje.
Ella ni siquiera se molestó en voltear a verme.
—Oh, vamos, oppa —replicó, con ese tono descarado que me sacaba de quicio. Luego volvió su atención a Jimin, quien ahora me lanzaba una mirada de soslayo, claramente divertido con la situación—. Dime, ¿qué te trae por aquí, Jiminnie?
El doctor Park, demostrando una calma que yo nunca tendría en su lugar, sonrió suavemente antes de responder.
—Solo estamos aquí por ropa seca. Nada tan emocionante como parece.
— ¿Ropa seca? —repitió Jihyo, girándose finalmente hacia mí. Fue entonces que notó mi estado: el ambo mojado se adhería a mi cuerpo como una segunda piel, marcando cada músculo de manera evidente, haciéndome temblar de frío. Mi cabello, aún húmedo, estaba peinado hacia atrás, dándome un aire que, debo admitir, podía parecer despreocupado. O eso quería aparentar.
Por un instante, Jihyo se quedó inmóvil, antes de alzar las cejas y mirarme de reojo, como si no pudiera decidir si reírse o seguir burlándose.
Por un instante, Jihyo se quedó inmóvil, sus ojos danzando entre incredulidad y diversión antes de alzar las cejas y dedicarme una mirada de reojo. Parecía debatirse entre soltar una carcajada o continuar con sus comentarios burlones, pero finalmente optó por lo primero, porque claro, era Jihyo.
—Ah... entiendo —murmuró, retrocediendo un paso con las manos levantadas en señal de rendición, aunque en su sonrisa se dibujaba un aire travieso que no podía ocultar—. Fue un gusto saludarlos. Yo... me retiraré.
Con una risita que sabía demasiado bien cómo irritarme, se giró y salió de la sala, moviéndose con esa gracia estudiada que sólo ella podía manejar. La dejé ir, más que nada porque detenerla habría implicado más comentarios sarcásticos, y ya tenía suficiente.
Respiré hondo, tratando de recuperar algo de dignidad mientras volvía la mirada hacia Jimin. Él seguía de pie en el mismo lugar, con una sonrisa divertida, casi desafiante, como si hubiera encontrado una nueva fuente de entretenimiento en mi evidente incomodidad.
— ¿Estás listo? —pregunté al fin, con voz grave, intentando sonar casual, aunque en el fondo sentía que su presencia en mi departamento, vestido con mi ropa y probablemente oliendo a mi colonia, era un escenario demasiado extraño como para ignorarlo. Aunque, en el fondo, todo aquello no me pareció tan malo.
Jimin arqueó una ceja, y su sonrisa se amplió con una malicia que sólo podía describirse como peligrosa.
—Sí, pero usted al parecer no.
Fruncí el ceño, desconcertado por su respuesta, hasta que seguí su mirada y finalmente lo entendí: mi ropa mojada era un desastre absoluto. Mi aspecto me hizo sentir como un gato mojado que acababa de salir de una tormenta.
— ¿Tienes prisa o puedes esperar a que me dé una ducha rápida? —pregunté, dejando escapar un suspiro de fastidio.
—Hágalo, no tengo prisa —respondió con un tono despreocupado, aunque sus ojos brillaban con una chispa que no presagiaba nada bueno. Cuando ya estaba a punto de dar media vuelta para escapar al baño, añadió—: Pero antes necesito un favor.
Me detuve en seco y lo miré por encima del hombro, alzando una ceja. Había algo en su tono que me ponía alerta, como si estuviera a punto de pedirme algo que claramente iba a complicarme la vida.
—Los que quieras —dije, aunque probablemente iba a arrepentirme de esa respuesta.
Jimin sacó su teléfono del bolsillo y lo sostuvo frente a mí, mostrándome la pantalla como si estuviera presentándome evidencia en un juicio.
— ¿Tiene internet? Necesito entrar a la web para comprar unas entradas para un partido de baloncesto. Son para mi sobrino, y no tengo mucho tiempo. El evento es mañana.
Parpadeé, procesando su petición, antes de cruzar los brazos y mirarlo fijamente.
— ¿El partido contra Busan Sonicboom de mañana? —pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.
—Sí. ¿Puede darme la contraseña o no?
Suspiré profundamente, sacudiendo la cabeza con resignación.
—Lo siento, pero será una pérdida de tiempo. Esta mañana compré las últimas tres entradas para Hoseok, Taehyung y yo.
Jimin se quedó inmóvil por un segundo, asimilando mis palabras, antes de que una expresión de incredulidad se instalara en su rostro.
—Véndamelas —dijo finalmente, con un tono que rozaba la desesperación.
Solté una risa seca, sin molestarse en disimular mi negativa.
—Ja, no.
—No lo haga por mí. Hágalo por un niño de cinco años que está ilusionado por ese partido —insistió, su tono adoptando una súplica que seguramente funcionaba con otras personas, pero no conmigo.
Ladeé la cabeza, fingiendo pensarlo, y luego dejé escapar una sonrisa irónica.
—Lo haría por ti, no por un mocoso.
Jimin apretó los labios, claramente frustrado, y dio un paso hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros de una manera que debería haberme puesto incómodo, pero que, sorprendentemente, no lo hizo.
—Sólo por esta vez —murmuró, con una intensidad en la mirada que me hizo cuestionar si estaba hablando de las entradas o de algo más.
Suspiré, sabiendo que esta conversación iba a durar mucho más de lo que estaba dispuesto a tolerar.
—Es el último partido de la temporada. Mi respuesta sigue siendo no.
Entonces, Jimin decidió usar su arma secreta, y no, no me refiero a palabras persuasivas o a un argumento sólido. Ladeó ligeramente la cabeza, aleteó las pestañas de una manera casi cómica, y me lanzó una mirada que claramente estaba diseñada para desarmarme, como la noche de karaoke. Dio un paso más cerca, invadiendo mi espacio personal, y su proximidad me hizo tensar los hombros por puro reflejo.
—Entiendo que hagas esto porque ya he dejado en claro que quiero ir contigo a la cama —dije, mi voz ahora más baja mientras intentaba recuperar algo de control en la situación—. Pero no voy a ceder.
Estaba mintiendo; en realidad, había cecido hace tiempo, mucho antes de que usara su arma secreta, solo que necesitaba explorar hasta dónde podía llegar ese rubio bonito para conseguir lo que quería.
Jimin no respondió de inmediato, pero su sonrisa apenas perceptible me dijo que había conseguido exactamente lo que quería. Claro que podía darle lo que quería.
Finalmente, suspiré profundamente, como quien acepta lo inevitable.
—Qué interesado, no te imaginaba así, doctor Park. Le cancelaré a Hoseok y Taehyung. Considéralo un acto de bondad por esa cara bonita con la que has nacido.
Su sonrisa triunfante fue suficiente para confirmar que, una vez más, había perdido el control de la situación.
—Gracias, doctor Min.
Maldita sea, este hombre iba a ser mi perdición.
ALEX.
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