Capítulo III; ¿Versos o besos?
El lugar era pequeño pero acogedor. Una sala privada en un karaoke del centro, con luces de neón titilando en tonos azul y rosa que transformaban las paredes en un espectáculo casi psicodélico. La mesa del centro estaba llena de vasos vacíos, botellas de soju y cajas de comida que nadie había terminado. Jungkook y Taehyung, visiblemente bebidos, habían tomado posesión del micrófono y llevaban casi una hora cantando cualquier canción que se les cruzara por la mente, sin importarles los reclamos de Jihyo por su turno.
— ¡Basta! ¡Déjenle el micrófono a alguien que cante de verdad, como yo, por ejemplo! —gritó Jihyo, entre risas, mientras intentaba quitarle el micrófono a Taehyung, que se aferraba a él como si su vida dependiera de eso.
Yoongi, por su parte, estaba en una esquina del sofá, con un vaso entre las manos y una expresión neutral en el rostro. Bebía lentamente, dejando que el soju hiciera efecto apenas lo justo como para sentirse ligero. Al otro extremo del sofá, Jimin estaba en la misma posición, mirando su propio vaso con una sonrisa ausente. Era evidente que ambos compartían la misma falta de entusiasmo por el caos que reinaba en la sala.
—Ustedes dos son unos aburridos —Se quejó Jungkook, señalándolos con un dedo acusador mientras su voz se arrastraba por el efecto del alcohol.
— ¡Sí, eso mismo! —secundó Taehyung, que había logrado recuperar su micrófono—. ¿Para qué nos acompañan si solo van a quedarse ahí como dos estatuas?
Yoongi rodó los ojos, llevándose el vaso a los labios sin molestarse en responder. Pero antes de que pudiera ignorarlos del todo, Jihyo intervino con una sonrisa llena de malicia.
— ¡A cantar! Los dos. No acepto un no por respuesta.
—Yo paso —respondió Yoongi rápidamente, alzando una mano en señal de rendición.
— ¿Y dejar que te llamen cobarde? —Taehyung lo picó con una sonrisa burlona, sabiendo perfectamente cómo provocarlo.
Yoongi giró lentamente la cabeza hacia Taehyung, entrecerrando los ojos.
—No me llames cobarde, niño.
—Entonces demuéstralo —añadió Jungkook, riendo como si estuvieran en la cúspide de su diversión.
Antes de que pudiera protestar de nuevo, la pantalla del karaoke comenzó a mostrar una pista de rap, y la base instrumental retumbó por toda la sala. Yoongi giró la cabeza con lentitud hacia la pantalla y luego hacia Jimin, quien, para su sorpresa, ya había agarrado uno de los micrófonos.
— ¿Qué haces? —le preguntó Yoongi, con incredulidad.
Jimin, medio consumido por el alcohol pero todavía lo suficientemente lúcido como para divertirse, le lanzó una sonrisa desafiante.
—Te voy a ganar, Min.
Y sin darle tiempo a reaccionar, comenzó a rapear. La voz de Jimin resonó con fuerza y ritmo, sorprendiéndolos a todos. No era un rapero, pero lo estaba haciendo con tanta actitud que Yoongi no pudo evitar sonreír. Lo peor era que lo hacía en dirección a él, como si estuviera retándolo directamente.
— ¡Vamos, hyung! ¡Defiéndete! —gritó Taehyung, riendo como un loco.
Yoongi negó con la cabeza, entre divertido y exasperado, pero terminó cediendo. Tomó el otro micrófono y, sin perder el ritmo de la pista, le respondió con un rap improvisado:
—Tienes cara de ángel, pero actitud de mocoso. Hablas mucho, Jimin, pero ni llegas al fondo.
El grupo estalló en risas, pero Jimin no se dejó intimidar. Sin dejar de mirarlo, avanzó hacia el centro de la sala mientras le respondía con más palabras rápidas y punzantes.
—Oh, ¿eso crees, hyung? No me subestimes tanto. Rapeo mejor borracho que tú sobrio, tonto.
— ¡Uuuh! —gritaron Taehyung y Jungkook al unísono, haciendo sonar las palmas contra la mesa.
Yoongi levantó una ceja, aceptando el reto de Jimin, y sin darse cuenta empezó a moverse hacia él. La batalla de rap continuó entre ritmos extraños y burlas, cada verso más afilado que el anterior, mientras ambos avanzaban lentamente hasta encontrarse casi cara a cara. El resto los animaba como si estuvieran presenciando una final de campeonato.
En un momento, Yoongi hizo una pausa, notando lo cerca que estaban. La mirada de Jimin lo golpeó con más fuerza que cualquier línea que pudiera soltar. Sus labios brillaban bajo las luces de neón, carnosos y tentadores, y Yoongi sintió un impulso que lo dejó sin aire. Se lamió los labios, tratando de controlarse, pero no pudo evitar que su mirada descendiera hasta la boca de Jimin, que parecía más cerca de lo que debería.
Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, algo se encendió entre los dos, un fuego contenido que Yoongi no supo cómo interpretar. Había algo en la forma en que Jimin lo miraba, como si estuviera a punto de decir algo, pero sin atreverse a romper el silencio.
— ¡Y terminamos! —gritó Jihyo de repente, cortando la tensión con aplausos exagerados.
Ambos se separaron de golpe, como si hubieran sido descubiertos haciendo algo indebido. Yoongi tosió para disimular y dejó el micrófono sobre la mesa, regresando a su lugar en el sofá.
— ¿Eso fue todo? —preguntó Jungkook, decepcionado.
—Sí, creo que ya es suficiente por hoy —respondió Yoongi con voz seca, tratando de ignorar cómo su corazón seguía latiendo con fuerza.
Unos minutos después, cuando la emoción de la batalla de rap se disipó, Yoongi se encargó de pedir un chofer para llevar a todos a casa. Taehyung y Jungkook se abrazaban mutuamente, agotados y algo ebrios, mientras Jihyo los regañaba como si fueran niños pequeños. Jimin, por su parte, se mantuvo en silencio hasta que otro chófer fue a recogerlo, y durante ese pequeño lapso de tiempo, Yoongi captó en él una expresión difícil de descifrar.
Al llegar al departamento, Yoongi ayudó a Jihyo a bajar, asegurándose de que estuviera cómoda. Mientras cerraba la puerta, lanzó un último suspiro, recordando el momento en el que sus ojos y los de Jimin se encontraron.
—No pasó nada —murmuró para sí mismo.
Pero definitivamente algo había cambiado.
Namjoon llegó hasta mí con la expresión de alguien que había dejado el alma por el camino. Su rostro estaba tan apagado que por un momento no pude distinguir si era de puro agotamiento o una mezcla retorcida de frustración y enojo. Hacía semanas que llevaba la misma mirada vacía y ojeras más pronunciadas que los problemas que intentaba esconder.
—La demanda ya está hecha. —Su voz, grave y carente de esperanza, parecía arrastrar un peso invisible. Se pasó las manos por el cabello, despeinándolo más de lo que ya estaba, y suspiró largamente, como si el aire que soltaba se llevara un pedazo de él mismo.
—Ya no hay vuelta atrás —repliqué, intentando medir su reacción.
—Sí la hay. —Su voz se quebró ligeramente, como si las palabras le ardieran en la garganta—. Pero ella no quiere razonar. ¿Tú crees que me gusta esta idea? ¿Que me gusta imaginarme a mi hija, parada frente a un juez, mirándonos pelear como animales y obligándola a elegir con quién quiere vivir? ¡Tiene cinco años, por el amor de Dios!
Había algo profundamente desgarrador en la forma en que Namjoon lo dijo, como si, pese a su usual fortaleza, en este instante estuviera al borde del colapso. No pude evitar sentir un nudo en el estómago al escuchar aquello. Me tenía decepcionado, indignado incluso, la forma en que su exesposa había decidido manejar todo esto. Parecía como si, tras el divorcio, la verdadera naturaleza de aquella mujer se hubiera revelado: fría, cruel y obsesionada con destruir a Namjoon por el simple hecho de haberla dejado.
No era solo su actitud vengativa, sino la falta de humanidad en involucrar a una criatura inocente en esta batalla. ¿Qué tan desquiciado debías estar para atacar al padre de tu propia hija de ese modo?
—Quiero que este infierno se termine ya —murmuró Namjoon, dejándose caer pesadamente en la silla frente a mí, como si todo su cuerpo hubiera decidido rendirse por un instante.
Me incliné hacia él, apoyando con firmeza una mano en su hombro. La presión de mi agarre no era casual; quería transmitirle fuerza, una que él no tenía en este momento.
—Vamos a mantenernos positivos, ¿de acuerdo? —Le sostuve la mirada con firmeza, asegurándome de que entendiera la seriedad de mis palabras—. La custodia será tuya. Lo haremos posible, te lo prometo. Si necesitas que todos testifiquemos a tu favor, lo haremos sin dudarlo.
Namjoon alzó la vista lentamente y asintió, esbozando una sonrisa apenas perceptible, la clase de sonrisa que ocultaba una enorme gratitud.
—Gracias por esto, Yoongi.
—Siempre tendrás la mano de un amigo, Namjoon. Jamás lo dudes. —Mi tono fue tan firme como mi promesa. Él lo sabía.
Un silencio cómodo se asentó por unos segundos hasta que Namjoon, por alguna razón, pareció cambiar de chip. Se incorporó un poco en su silla y, con un gesto apenas disimulado, señaló algo detrás de mí con una sonrisa pícara.
—Cambiando de tema... —dijo, la voz con un matiz de malicia que me hizo girar con disimulo—. Mira quiénes están saliendo de la habitación de descanso.
Seguí la dirección de su mirada y fruncí el ceño al instante. Hoseok y Jisoo emergían de la sala como si hubieran salido de una batalla campal, las batas mal acomodadas y los cabellos despeinados de manera demasiado sospechosa. Me puse de pie tan rápido que la silla rechinó con fuerza contra el suelo.
— ¡Oh, allá va tu padre, doctora Kim! —gritó Namjoon, riendo por lo bajo mientras yo me dirigía como un huracán hacia Jisoo.
El ruido hizo que más de un miembro del personal volteara a mirarnos, primero a Namjoon, luego a mí, pero me importó un carajo. Lo único que tenía en mente era hablar con Jisoo, porque no era la primera vez que los encontraba en situaciones comprometedoras, y con la creciente fama de Hoseok, lo último que quería era que mi residente terminara siendo blanco de rumores maliciosos.
—Ay, no... —rezongó Jisoo en cuanto me vio avanzar hacia ella. Sin embargo, para mi sorpresa, no hizo ni el más mínimo intento de huir. Solo se quedó apoyada contra el marco de la puerta, mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza que parecía intentar convencerse a sí misma de algo.
Cuando finalmente llegué hasta ella, abrió la puerta de la sala de descanso sin decir palabra y se sentó sobre una de las camas, cruzando las manos como si estuviera en espera de un sermón.
— ¿Estás muy ocupada con el doctor Jung para atender tu localizador? —dije con una sorna palpable mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
—Puedo explicarlo. —Su voz apenas fue un susurro.
—Espero que tu explicación sea lo más convincente posible. —Me incliné ligeramente hacia ella, esperando, pero todo lo que hizo fue tragar saliva y mirarme con esos ojos grandes que intentaban desarmarme.
—Es mi vida, déjeme en paz. ¿Puede perdonarme? No volverá a pasar, lo prometo. —Antes de que pudiera reaccionar, se puso de pie y me abrazó de improviso.
Bufé con resignación y la aparté con cuidado.
—Tú no tienes ni idea de los comentarios que escucho a diario sobre tu intimidad con Hoseok.
— ¡No me importa lo que todos puedan decir mientras el doctor Jung y yo sigamos follando a diario! —dijo con un descaro tan natural que parpadeé, incrédulo, antes de soltar una carcajada involuntaria.
—A mí sí me importa —repliqué, con seriedad.
— ¿Le importa porque se preocupa realmente o solo por las apariencias? —replicó ella, mirándome con desafío—. No me interesa lo que piensen los demás. Al final, estas cosas ocurren todos los días aquí.
—Esa es la actitud. Perdón por entrometerme, pero tienes razón —escuché la inconfundible voz de Jimin irrumpiendo la escena, y un escalofrío me recorrió la espalda. Mis hombros se tensaron al instante, avergonzado por su comentario inoportuno. Apenas se estaba bajando de la cama doble, y ni Jisoo ni yo nos habíamos percatado de que él ya se encontraba allí—. Vamos, doctor Min, no ponga esa cara. Todos aquí tenemos sexo y, admitámoslo, su mentoría... bueno, es digna de un Christian Grey versión hospital.
Jimin sonrió de manera tan descarada que lograba que cualquiera quisiera darle un golpe, y para empeorar mi humillación, se atrevió a darme un par de palmadas en el hombro.
—Sin pena, hombre. Y un consejo de... colega: no la regañe demasiado, usted es tres veces peor, doctor Min.
Rodé los ojos, claramente irritado, mientras Jisoo sonreía complacida.
—Es usted muy comprensivo, doctor Park —halagó ella, inclinando la cabeza en un gesto teatral que casi parecía un agradecimiento sincero.
—Por favor, no lo alimente más —respondí, dirigiéndole una mirada fulminante a Jimin. Mi tono sonó seco, pero él simplemente sonrió aún más, como si disfrutara cada segundo de mi incomodidad.
Suspiré, llevándome dos dedos al puente de la nariz, intentando recuperar la compostura. Estaba seguro de que, en algún momento, me devolvería cada comentario provocativo y bromista que le había lanzado en los últimos días. Por alguna razón, eso me irritaba; aunque, en el fondo, sabía que me lo merecía. (Que quede claro que no estaba aprendiendo la lección, solo que, en ese instante, mi radar de emociones estaba un poco descompuesto. Seguiría molestándolo; era entretenido). Finalmente, me volví hacia Jisoo, quien seguía mirándome expectante.
—Puedes irte, Jisoo —ordené con un tono más firme pero moderado. No necesitaba que siguiera presenciando más situaciones absurdas de ese tipo—. Revisa mis pre y postoperatorios, por favor. Hay una cirugía programada para más tarde, y necesito que estés al cien por ciento.
Jisoo asintió rápidamente, enderezándose como si estuviera lista para marchar a la guerra.
— ¿Qué cirugía, doctor?
—Tú serás la cirujana principal —anuncié con seriedad, observando cómo su expresión cambiaba del asombro al nerviosismo en apenas unos segundos—. Así que recarga energías, come algo y descansa. Quiero tu mente enfocada y tus manos firmes.
Jisoo tragó saliva, pero no pudo ocultar la sonrisa que se dibujó en su rostro.
—No lo decepcionaré.
—Más te vale —respondí, finalmente relajando mi postura y permitiéndome un gesto de aprobación—. Ahora ve antes de que el doctor Park decida seguir improvisando discursos sobre mi vida personal.
Jimin soltó una carcajada detrás de mí, y alcancé a escuchar un “Siempre tan encantador, doctor Min” antes de que Jisoo desapareciera por la puerta. Me quedé de pie unos segundos, observando el espacio vacío donde ella había estado, hasta que Jimin, aún sonriendo, rompió el silencio con esa maldita voz suya tan ligera:
— ¿Su residente no es lo suficientemente adulta como para tolerar sus severos reclamos de padre? —comentó con una mezcla de sarcasmo y desdén, ladeando la cabeza de forma teatral—. Vaya, había escuchado rumores sobre su trato tan particular hacia la doctora Kim, pero jamás pensé que fuera por algo tan trivial. Qué comportamiento tan infantil.
— ¿Quieres cirugía de mandíbula, Park? —espeté, girándome con lentitud para encararlo.
—No, gracias. Estoy bien tal como estoy. Pero oiga, avíseme cuando te decida a escribir su propia versión de 50 Sombras de Min Yoongi. Seguro que sería un éxito.
—Lárgate de aquí. Vete, pulga. —bufé, lanzándole un expediente de manera simbólica, mientras él salía riendo a carcajadas.
Suspiré y salí de la sala de descanso y me dirigí hacia emergencias, donde todos estaban ocupados en sus tareas. Divisé a Hoseok en el camino; me saludó con una mano desde la distancia, con su típica actitud burlona. Fruncí los ojos en respuesta, como si aquello pudiera ser una advertencia. A los pocos segundos, mi teléfono vibró con un mensaje de Jin, avisándome que había enviado los papeles de mi contrato a mi oficina. Fui a recogerlos y luego bajé a la cafetería para leerlos con calma. Torcí el labio inconscientemente al revisar la renovación, especialmente al detenerme en la cifra. Mientras caminaba hacia el área de cardiología —donde Jin me había dicho que estaría todo el día—, no pude evitar meditar en ello: tres millones de wons más.
Jin y su comentario habitual no faltaron rondando en mi mente: “Hay que ser justos, aunque seamos mejores amigos”. Y tenía razón.
—Enfermera Kim, ¿podría vigilar el estado del paciente en la habitación doscientos siete mientras regreso? —Seokjin sonrió amablemente a la enfermera más veterana del equipo, esa sonrisa que parecía capaz de desarmar a cualquiera.
El área de cardiología debía ser el oasis del hospital en términos de compañerismo. Mientras en otras áreas había disputas constantes y discusiones absurdas que, en neurología, por ejemplo, me obligaban a imponer normas para evitar que me estallara la cabeza, aquí reinaba una armonía poco común. Apoyado contra la pared cerca del área de enfermeras, podía escuchar a Jin con total claridad.
—Déjame adivinar —dijo él con una pose pensativa y exagerada que me hizo rodar los ojos—, ¿tu residente llegará tarde otra vez?
— ¡Está bien! Su bebé tiene una cita de rutina y se retrasará un poco. No me preocupa. —Restó importancia al asunto con ese aire encantador que lo caracterizaba.
—Pobre Sana —murmuró la enfermera veterana, con una expresión de genuina preocupación—. Tener una hija tan joven... debe ser difícil.
—Fue su decisión —intervine en la conversación, uniéndome con una sonrisa dirigida a Jin—, y hay que respetarla.
—Algunas mujeres nacieron para ser madres —continuó Jin con naturalidad, y la mayor asintió, claramente atenta y dispuesta a escucharnos. Era tierno, considerando que la generación a la que pertenecía no solía mostrarse tan abierta con estos temas—. Creo que es bonito ver una maternidad deseada de vez en cuando. Vivimos en una generación donde muchos deciden no tener hijos, ya sea para no repetir los errores de sus padres o porque no quieren cargar con una responsabilidad tan grande y delicada.
—Existen muchas razones —añadió la enfermera, reflexiva—, pero opino lo mismo que usted, doctor Kim. Es agradable ver una maternidad elegida y querida.
Le dediqué una mirada a Jin, quien sonrió de manera cómplice, como si en su mente ya estuviera pensando en algo más que decir.
Seokjin era el tipo de persona comprensiva que muchos desearían tener a su lado, al menos a simple vista. Sin embargo, su mayor defecto —o virtud, dependiendo de a quién se le preguntara— era ser conocido como el gigoló de Wooridul Spine. Esa fama lo precedía no solo en nuestro hospital, sino también en otros. No es que estuviera mal; después de todo, él era joven, libre, y disfrutaba de su sexualidad sin reservas. Al igual que yo. Lo injusto era cómo lo juzgaban por ello, como si disfrutar la vida fuera un pecado.
—¡Min Yoongi! Justo a ti pensaba buscarte —la voz animada de Jin me sacó de mis pensamientos mientras su mano despeinaba mi cabello sin el menor remordimiento—. ¿Te levantaste con deseos de reemplazar al padre de la doctora Kim?
Bufé, enderezándome y fulminándolo con la mirada. Él era más alto que yo y nunca perdía la oportunidad de recordármelo.
—Los chismosos hablan demasiado rápido —mascullé con evidente fastidio—. Si los que trabajan aquí fueran igual de eficientes para sus labores como lo son para esparcir rumores, créeme, al hospital le iría muchísimo mejor.
Mi voz sonó lo suficientemente fuerte como para que varias cabezas se giraran hacia nosotros. Era intencional.
—Quizás tienes razón, Yoongi-ah —respondió él con una carcajada despreocupada—. Aunque admito que sería muy aburrido si el hospital fuera así. Lo siento, pero soy adicto a los chismes que las paredes susurran día y noche.
—No tengo comentarios al respecto.
— ¿No has tenido diversión esta semana y por eso estás tan de mal humor?
Negué con la cabeza, indignado. ¡Siempre encontraba tiempo para divertirme! Y en el raro caso de que no lo hiciera, sabía perfectamente cómo resolverlo. Me sentía ofendido por su insinuación.
— ¿Es por el aumento de sueldo?
—No malgastes tus neuronas, hyung. Debo irme; tengo cirugía —respondí cortante, aprovechando la pausa para darme la vuelta y alejarme de él.
Mi objetivo era encontrar a Jisoo, aunque resultaba más complicado de lo esperado. Mi residente era particularmente escurridiza, y en ocasiones su falta de atención al localizador terminaba sacándome de quicio. Me obligaba a recorrer pisos enteros sin éxito, acumulando frustración en el proceso.
Finalmente, un residente me informó sobre su paradero. Con renovada paciencia, volví al ascensor —por milésima vez ese día— y llegué al piso donde Taehyung solía estar a cargo. Le agradecí mentalmente a todos los dioses existentes por no encontrarme ni con él ni con Jimin; no estaba preparado para someterme a un stand up improvisado de éste último.
Conociendo el área al derecho y al revés, localizar a Jisoo no fue complicado. Allí estaba ella, de pie frente al amplio vidrio que daba al área de neonatología, sonriendo con ternura mientras observaba a los bebés. Algunos lloriqueaban, otros dormían plácidamente, y unos pocos permanecían despiertos, moviendo sus pequeñas extremidades como si intentaran dar patadas al aire.
Me detuve a su lado, sin poder evitar quedar hipnotizado por la escena. La serenidad de esos pequeños humanos contrastaba con el caos habitual del hospital. Era casi terapéutico observarlos.
—Es hora de irnos, Jisoo —le recordé con suavidad, aunque no sin esfuerzo.
— ¿Cinco minutos más? —pidió sin apartar la vista del vidrio, su sonrisa aún presente.
Suspiré, consciente de que la cirugía no podía esperar.
—La serotonina de nos brindan estos pequeños puede esperar. Tenemos pacientes más grandes que nos necesitan ahora mismo —insistí con firmeza.
Convencerla no fue tarea fácil, pero al final, la cirugía logró ganar la batalla contra la tentación de quedarse contemplando a aquellos pequeños seres que, sin saberlo, iluminaban hasta el día más agotador.
Pido perdón. No tengo idea de cómo hacer versos de rap.
ALEX.
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